“Papeles de Panamá”: las páginas geopolíticas
No resulta sencillo determinar el propósito central que encierra la publicación de los denominados “Papeles de Panamá”. Seguramente se podrá argumentar que se trata del curso del mundo hacia un orden con cada vez mayor protagonismo e influencia de personas, grupos, instituciones, etc., cuyo accionar poco a poco va sentando las bases de un auspicioso nuevo amanecer en la política internacional.
Hay algo de cierto en ello, pues resulta innegable que los esfuerzos tendientes a crear procedimientos, órdenes, entidades, hábitos, etc., que vayan configurando un orden más “global” que “internacional”, es decir, un orden menos centrado en los intereses de los Estados y más consagrado en las necesidades e intereses de las sociedades, ha logrado ganar un considerable espacio de atención y reprobación para aquellos nombres que revelaron los “papeles”, más allá de la licitud o injusticia de los casos.
Pero el riesgo de caer en cierta ingenuidad es alto si no consideramos otras cuestiones en relación con el impactante fenómeno de los “papeles”.
Esas otras cuestiones implican lógicas de poder en las que los protagonistas son “los conocidos de siempre” en la política internacional: los Estados y sus intereses, sus ambiciones, sus rivalidades, sus temores y sus seguridades; es decir, nada que no haya existido desde hace siglos.
Desde dicha lógica, es difícil no vincular la súbita localización de los “papeles” en el centro de la política internacional con realidades de cuño geopolítico que suceden entre los actores preeminentes del mundo.
En estos términos, es difícil descartar que la estrategia de Occidente orientada a colocar a Rusia en un espacio de desprestigio e irresponsabilidad en el orden internacional no guarde relación con la publicación de los documentos. Si bien el mandatario de Rusia no aparece en los “papeles”, sí han trascendido nombres pertenecientes a su entorno.
Aunque ello implica una suerte de continuidad en relación con la concepción de poder con que Occidente gestionó su relación con Rusia tras el desplome de la URSS, lo novedoso en la revelación de documentos, que en principio comprometerían a personas de este país, es que la misma tiene lugar en un momento internacionalmente exitoso para Rusia.
En efecto, la operación militar aérea de Rusia en Siria no sólo significó un golpe casi letal a las fuerzas del ISIS como así la recuperación geopolítica-militar del régimen de Damasco, sino la reafirmación de Moscú en un espacio estratégico en el que se había devaluado su influencia y reputación desde antes del fin de la URSS, la región de Medio Oriente. Más aún, la decisión de intervenir en Siria reposicionó a Rusia en el espacio del Mediterráneo oriental.
Pero los resultados internacionales favorables al interés nacional de Rusia se iniciaron bastante antes de Siria.
Comenzaron en 2008, cuando Moscú recurrió al instrumento militar con el fin de evitar que se consumara una etapa más en la estrategia de maximización de poder que Occidente desplegaba desde los años noventa para reducir los riesgos de una eventual Rusia revisionista: la marcha de Georgia hacia el umbral de la OTAN, una organización político-militar que no sólo no desapareció tras el final del conflicto para el que fue gestada, sino que nunca consideró detener su “Drang nach Osten” (marcha hacia el este), con los riesgos que ello implicaba.
En efecto, un análisis centrado en las percepciones y reservas históricas de Rusia respecto de su zona territorial adyacente, habría concluido que Rusia reaccionaría; es decir, existían “líneas geopolíticas rojas” que nunca fueron recapacitadas por las dirigencias de Occidente, ni siquiera cuando hubo autorizadas exhortaciones occidentales que desalentaban esa marcha.
Como consecuencia de ello, hoy la situación en relación con el conflicto en Ucrania no sólo tiene menos atención internacional, sino que desde algunos centros de reflexión en Occidente se conjetura que “Ucrania se habría perdido”, es decir, el Donbass no será controlado por Kiev y el país no marchará hacia la cobertura de la OTAN.
Pero más allá de estas conquistas de cuño centralmente geopolítico, Rusia logró sensibles avances en el espacio diplomático, por caso, continuó afirmando la cooperación con China (el primer socio comercial de Rusia); la Unión Económica Euroasiática recobró fuerza, sobre todo como consecuencia de las sanciones de Occidente a Rusia (extendidas en 2015 hasta mediados de 2016) y por la necesidad de que el espacio euroasiático sea un puente entre Occidente y Oriente; “retomó” la relación con Egipto, país con el que se acordaron prometedoras cuestiones comercio-económicas; afirmó los vínculos con Irán, país con el que (según acuerdo) Rusia continuará siendo el principal asistente en el segmento nuclear con fines pacíficos (hay que recordar que Rusia fue una de las seis potencias que posibilitaron el acuerdo nuclear con Teherán), etc.
Más aún, Rusia logró interesantes acuerdos con países como Pakistán, país con el que firmó un acuerdo sin precedentes que podría implicar cooperación militar y venta de armas y equipos. El dato no es menor pues, como nos recuerda el experto Richard Weitz, hasta el momento Rusia había evitado vender armas a Pakistán para no dañar su relación con la India, hecho que no ha sucedido, según los importantes acuerdos que han alcanzado Rusia e India.
En breve, los “papeles de Panamá” suponen múltiples reflexiones en relación con su súbita e impactante publicación. Sin duda que aquellas relativas con la transparencia y el avance de los intereses de las personas, las sociedades o los pueblos son importantes. Pero antes que ellas, están las cuestiones relativas con los intereses y rivalidades de (y entre) los Estados.
En esta predominancia, pocas dudas caben que los “papeles” implican una técnica más de poder que busca perjudicar a Rusia. No ya a una Rusia débil como en los años noventa ni a una Rusia más proactiva como durante la década pasada, sino a una Rusia que ha logrado reposicionarse en el orden interestatal, y con la que, guste o no, habrá que contar.