Olga Sánchez Cordero, el mayor peligro para México

05.11.2018

Las personas son la mayor riqueza de la nación (aunque se enojen Adam Smith, David Ricardo, Carlos Marx, John Maynard Keynes, Friedrich von Hayek, Ludwig von Mises, Milton Friedman, Charles Darwin, Thomas Malthus y compañía), porque, con su trabajo, son las que producen los bienes y servicios que requiere la sociedad. La unión de las personas, a partir de la identidad nacional, da origen al Estado, el cual tiene el deber -por así decirlo- de proteger a la población y garantizarle las condiciones para su desarrollo integral.

Cuando la economía nacional permite que las personas coordinen sus esfuerzos, mediante las cadenas de valor, entonces se fortalece el mercado interno lo que se traducen en empleos bien pagados, en un consumo dinámico y en una recaudación fiscal equilibrada. Es falso, pues, que las personas estorben a la política y a la economía y lo es aún más, que impidan la prosperidad de la nación. Sin personas no habría ni política ni economía. La política y la economía están para servir a las personas y no al revés.

La historia tiene múltiples ejemplos de cómo hasta las guerras más despiadadas fracasan en su intento de doblegar la voluntad humana. Los bombardeos de terror contra la población civil alemana o los ataques atómicos contra los habitantes de Hiroshima y Nagasaki, en la Segunda Guerra Mundial, así lo demuestran.

La plutocracia aprendió la lección y optó por someter a los pueblos por medio del control de la natalidad (anticoncepción, contracepción y aborto), de la destrucción de la familia natural, de la promiscuidad sexual, de la imposición de la ideología de genero, de la manipulación cotidiana de las mentes y del fomento a las adicciones y la legalización de las drogas.

El control de la natalidad provoca que la población envejezca. Una sociedad envejecida produce cada vez menos. Como el proceso de envejecimiento es tardado, entonces se mina la producción nacional mediante el debilitamiento de los jóvenes. Por eso, se les vuelve adictos al sexo, al alcohol, a las drogas. Se les incita a utilizar su aparato reproductor de manera irresponsable, evitando la reproducción. Si ocurren los embarazos, el gobierno practica los abortos gratuitos. Por otro lado, desde el poder les limitan el consumo de tabaco en lugares públicos pero, a cambio, pueden sembrar marihuana y fumarla con fines “recreativos”.

Esta política criminal, impuesta desde Washington y Nueva York, vía la Organización de las Naciones Unidas, tiene un objetivo muy claro: robar a cada joven su capacidad de autogobierno. Las adicciones hacen eso, precisamente: nulificarles la voluntad. De manera paralela, las personas adictas -enfermas- pueden perder la capacidad de pensar críticamente y esto es lo que quieren, precisamente, los globalistas como los Rothschild, los Soros, los Rockefeller, los Clinton, los Obama, los Gates, la Fundación Ford, la Fundación Nike y demás.

De su perversidad, no hay duda. De su inteligencia diabólica, tampoco. Ellos planean al corto, mediano y largo plazo. Y dentro de su estrategia, está el seguir ganando miles de millones de dólares. La venta de anticonceptivos y de contraceptivos es muy lucrativa; también, la de condones; de igual manera, la “industria del aborto”. No se diga la venta de alcohol, tabaco y drogas. (Quien escribe esto espera dar pronto cifras actualizadas; en esta ocasión no lo hace por la urgencia que siente de difundir su postura, pues saldrá de la Ciudad de México. Sin embargo y con todo respeto, exhorta a los lectores a investigar con los recursos que tengan a la mano. Van a encontrar datos que los van a alarmar).

Esas fortunas van a parar a los bancos vinculados a los globalistas de primer nivel. El negocio es redondo: frenan el crecimiento demográfico de las naciones, aceleran el envejecimiento de sus habitantes y aturden a los jóvenes con las drogas, la permisividad y los contenidos mediáticos pornográficos. De manera paralela, ponen y quitan gobiernos y funcionarios públicos. Cuando les sirven, les dan poder. Cuando los han exprimido, como a los limones, les ordenan que “entren en sueños”.

El caso de Olga Sánchez Cordero

Desde que era ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Olga Sánchez Cordero se distinguió por su ideología abortista. Hoy, cuando está a menos de un mes de asumir el cargo de Secretaria de Gobernación, la mantiene y la “complementa” con su idea de legalizar las drogas.

Como expusimos líneas arriba, estas políticas nocivas vienen desde el “Olimpo” de Washington y el de Nueva York. Son impuestas a los países a través de los gobiernos en turno. A López Obrador se le reprocha -y con toda razón- el tener en sus filas a una promotora de la muerte (vía el aborto) y de la intoxicación con drogas (en vías de legalizarse). Pero… ¿ya se olvidó lo que hizo Rosario Robles (ex perredista) cuando fue Jefa de Gobierno del entonces Distrito Federal? Esta señora cobró durante seis años en el gobierno de Peña Nieto (del PRI)..

Las contradicciones de AMLO

A quien escribe, le parece correcto que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, trate de poner fin al modelo de economía salvaje que tiene en la pobreza a la mayoría de los mexicanos. También, que planee el rescate del sector energético y que haya impedido el atentado irreversible contra el lago de Texcoco.

Lo que no cuadra, lo que es contradictorio, es que mientras anuncia estímulos a los jóvenes y a la clase trabajadora, tenga a una funcionaria que quiere evitar el nacimiento de miles de mexicanos y que está a favor de que la población nacional envejezca.

La conclusión

Si López Obrador deja las manos libres a Sánchez Cordero y a la facción radical de Morena, logrará -sin duda- una cuarta transformación, pero teñida de rojo. Con absoluto rigor, se le puede decir que la guerra de independencia fue mal llevada y, por lo tanto, arrasó con haciendas, minas, puertos, etc. Agustín de Iturbide la consumó merced a que propuso la unión de los mexicanos. La concretó con pocas escaramuzas.

La Reforma -ganada con el apoyo de los masones de Estados Unidos- dividió a las familias mexicanas (unos eran liberales y los otros, conservadores) y provocó la pérdida de más de la mitad del territorio nacional. La Revolución fue una síntesis de la destrucción sufrida por México entre 1810 y 1821 y la que provocó Guerra de Reforma que tiñó de rojo, otra vez, al territorio nacional.

Los conservadores, es cierto, se arrojaron en los brazos de los franceses y se trajeron a Maximiliano; pero los liberales hicieron lo mismo y consintieron la entrega de la soberanía nacional por medio del Tratado Mclane-Ocampo solicitado por Benito Juárez a los yanquis, con tal de ganar a la facción conservadora. (Por azares del destino, este inicuo tratado fue rechazado por el Senado de los Estados Unidos). Bueno, pues la Revolución dejó un millón de muertos y al país, arrasado y exhausto. Con Sánchez Cordero, eso va a lograr López Obrador.

El futuro Primer Mandatario está a tiempo de reflexionar y de convocar a una verdadera reconciliación nacional que derive en un México que se dedique a trabajar, a generar empleos dignos, a fortalecer el mercado interno y a mejorar la recaudación mediante un sistema impositivo justo.

Los promotores de la disolución social y los dictadores que la aplican (mediante la promiscuidad, las relaciones sexuales antinaturales, la anticoncepción, la contracepción, la manipulación de las mentes por medio de los contenidos mediáticos alevosos y por los engaños políticos) quieren reducir a la población mexicana para terminar de someterla al Supracapitalismo Internacional. (Ya hablaremos de la política genocida de Kissinger).

Si López Obrador se emberrincha y mantiene a Sánchez Cordero, entonces será lógico inferir que se le permitió desarrollar una campaña exitosa (que le redituó más de 30 millones de votos) y llegar a Palacio Nacional a cambio de dejar las manos libres a una funcionaria proclive al asesinato de seres humanos y a la venta de drogas a las personas adictas, para que permanezcan pasivas ante las grandes cuestiones nacionales (dado que estarán agradecidas con un eventual narcoestado).

Por eso, a título personal, el autor de estas líneas considera que Olga Sánchez Cordero es el mayor peligro para México.