Notas para una geopolítica anti-imperialista hispánica

02.11.2020

En su libro Caudillo-Ejército-Pueblo, Norberto Ceresole nos recuerda que el proceso de Independencia de la América hispano-criolla fue un producto truncado y, en la mayoría de los casos, no fue otra cosa que la realización de los planes de una siniestra oligarquía nacional que, apoyada por los británicos, se dedicó felizmente a provocar la balcanización de las antiguas provincias del Imperio español. Para destruir la unidad continental y traicionar los esfuerzos de Bolívar, el pujante imperialismo británico utilizó para sus fines a “los grandes traidores de la Patria Americana, los próceres de su fractura y minimización; en definitiva, los representantes ilustrados de los grandes puertos centrífugos del continente: Valparaíso, El Callao, Guayaquil, Cartagena, La Guaira, Puerto Cabello, Montevideo y Buenos Aires. Es esa oligarquía exportadora la que termina por definir a su favor - que es el de la “civilización”- las guerras civiles; es ella, aquí. y allá., la que traza fronteras irracionales, fronteras contra natura (las mismas que aún hoy nos agobian), y son ellos, nuestros “padres” oficiales de la patria pequeña y miserable, los que lumpenizan hasta el salvajismo a cada uno de sus pueblos” (1). En este sentido, la historia de nuestras patrias ha estado man

Lucas Alamán

«Hemos nacido en el seno de la Iglesia Católica y no queremos ver las catedrales de nuestra religión convertidas en templos de esas sectas que escandalizan al mundo con sus querellas religiosas; y en vez del estandarte nacional, no queremos ver en sus torres el aborrecido pabellón de las estrellas… Es lo primero conservar la religión católica, porque creemos en ella y porque aún cuando no la tuviéramos por divina, la consideramos como el único lazo común que liga a todos los mexicanos, cuando todos los demás han sido rotos y como lo único capaz de sostener a la raza hispanoamericana y que pueda librarla de los grandes peligros a que está expuesta.» Carta de Lucas Alamán, del 23 de marzo de 1852, citado por G. García Cantú.

«Hemos nacido en el seno de la Iglesia Católica y no queremos ver las catedrales de nuestra religión convertidas en templos de esas sectas que escandalizan al mundo con sus querellas religiosas; y en vez del estandarte nacional, no queremos ver en sus torres el aborrecido pabellón de las estrellas. Es lo primero conservar la religión católica, porque creemos en ella y porque aún cuando no la tuviéramos por divina [aquí puro realismo geopolítico], la consideramos como el único lazo común que liga a todos los mexicanos, cuando todos los demás han sido rotos y como lo único capaz de sostener a la raza hispanoamericana y que pueda librarla de los grandes peligros a que está expuesta.» Carta de Lucas Alamán a Antonio López de Santa Anna, 23 de marzo de

José Vasconcelos

Dice Vasconcelos a Maeztu: "Pero no hay nada fatal ni mecánico en el devenir humano. La Historia cara al futuro, es siempre un sistema de posibilidades para la modelación de la estirpe del hombre y para la configuración del estilo de la convivencia. Yo digo que las nuestras, las hispánicas, son máximas. Y, sin embargo, pueden frustrarse. Pueden malograrse, en primer lugar, por nuestra propia dejación, por timidez y por la debilidad de nuestro instinto político. A este respecto, lo esencial es comprender que «nosotros no seremos grandes mientras el español de la América no se sienta tan español como los hijos de España» (27), ni en tanto que el español de España no se sienta tan americano como los hijos de América. Y pueden malograrse esas nuestras posibilidades fabulosas, en esta hora del mundo, por la acción de los demás. «Si el Amazonas lo dominan los ingleses de las islas o del continente, que son ambos campeones del blanco puro, la aparición de la quinta raza quedará vencida» (28). Tenemos que enseñar a cuantos en las tierras hispánicas están llamados a asumir responsabilidades rectoras en la cultura, la política y la economía, esto que para mí es la clave del porvenir. «El mundo del futuro será de quien conquiste la región amazónica. Cerca del gran río se levantará Univer- sópolis y de allí saldrán las predicaciones, las escuadras y los aviones de propaganda de buenas nuevas. Si el Amazonas se hiciese inglés, la metrópoli del mundo ya no se llamaría Universópolis, sino Angíotown, y las armadas guerreras saldrían de allí para imponer en los otros continentes la ley severa del predominio del blanco de cabellos rubios y el exterminio de sus rivales oscuros» (29)."

Vasconcelos trató de explicarlo en la “Advertencia”, breve prólogo con el que comienza Ulises criollo:

el calificativo Criollo lo elegí como símbolo del ideal vencido en nuestra patria desde los días de Poinsett cuando traicionamos a Alamán. Mi caso es el de un segundo Alamán hecho a un lado, para complacer a un Monroe. El criollismo, o sea la cultura de tipo hispánico, en el fervor de una pelea desigual contra un indigenismo falsificado y un sajonismo que se disfraza con el colorete de la civilización más deficiente que conoce la historia; tales son los elementos que han librado combate en el alma de este Ulises criollo, lo mismo que en la de cada uno de sus compatriotas.1"1’

Laureano Gomez

Hemos llegado al punto de la civilización mecánica; la civilización mecánica ha fracasado, porque ha descubierto y ha puesto en conocimiento de los hombres un modo de vida, un tipo de vida superior a aquel que la madre tierra es capaz de suministrar para el común de la humanidad. Y entonces resulta que forzosamente se tiene que imponer sobre la tierra un coneeplo de coloniaje para que unos pocos entre los hijos de los hombres puedan disfrutar del tipo supercivilizado y maquinista que trac todas estas ventajas conocidas, del automóvil, del radio, del teléfono y del telégrafo y los demás adelantos mecánicos de la física y de la química. Como de eso resulta un tipo de vida costoso, es necesario que haya una gran porción de la humanidad que no lo consiga, que viva en condiciones inferiores para que ayude a pagar el costo de los que sí lo poseen. Esa parece ser la contemplación del panorama y esa está presentada como una necesidad ineludible, como un imperativo categórico forzoso de la actual etapa de la existencia humana.

Notas:

1. Norberto Ceresole, Caudillo, Ejercito, Pueblo, 62.