Movilidad forzada. Poder y migración masiva

21.11.2021

Traducción: Carlos X. Blanco

Los sufrimientos del hombre contemporáneo no sólo se derivan de los muros como dispositivos de exclusión. Junto a ellos, existe también -como fenómeno opuesto y a la vez complementario- esa inextricable maraña de contradicciones y sufrimientos, de injusticia y miseria, que está relacionada con el proceso de invasión, desarraigo y desterritorialización característico de la globalización mercantil. Las mercancías y los flujos financieros pueden moverse sin control y desregulados en sus espacios ilimitados, sin limitaciones ni restricciones: y las personas, por su parte, se ven ahora impedidas de moverse, porque están bloqueadas por la proliferación hipertrófica de muros, y se ven ahora obligadas a hacerlo, porque son puestas en movimiento por las prácticas de desarraigo asociadas a la explotación del capital.

Este último no sólo viola, como es evidente, el ius migrandi (el "derecho a la fuga", como ha dicho Sandro Mezzadra), al impedir la posibilidad de movimiento mediante la sorda arrogancia de los muros: viola, con igual fuerza, el ius non migrandi, ya que impide que las personas permanezcan arraigadas a su propia historia y a su propia tierra y las obliga a entrar en el movimiento centrífugo de desterritorialización y desarraigo impuesto por la lógica ilógica de la valorización.

Según la dialéctica entre el centro y la periferia codificada por Wallerstein, los muros levantados después de 1989 aspiran a contener las oleadas migratorias que, desde la periferia explotada por el sistema, empujan hacia el centro y, por tanto, hacia la conquista de la plena ciudadanía y de una existencia menos indigna. Es la propia dinámica del capital la que produce, por un lado, el desarraigo de los pueblos, su desterritorialización y su compulsión a la huida, y, por otro, el bloquear con muros, cuando le conviene al capital, el flujo de desarraigados que él mismo ha activado.  De manera flagrante, el muro mexicano, que supuestamente debe frenar el tráfico de drogas y la inmigración hacia el norte, se erige como una imagen teatral de la voluntad del norte global de separarse del sur global.

Como hemos intentado mostrar en Historia y Conciencia del Precariado, los dos polos opuestos en solidaridad, la antítesis del muro y el mundo sin fronteras reverberan así en las dos prácticas secretamente complementarias de impedir el movimiento de las personas como personas y de obligar al movimiento de las personas como mercancías. Es difícil discutir que los muros, después de 1989, marcan la apoteosis de una nueva jerarquía a escala planetaria, que encuentra uno de sus lugares epifánicos en la capacidad de impedir la circulación de las personas o, alternativamente, de imponerla coercitivamente, subordinándola en ambos casos, de forma heterodirigida, a las instancias supuestamente superiores del mercado y sus procesos de autovalorización ilimitada.

Los muros inscriben en la espacialidad vertical de la piedra fría una relación articulada de poder. No son sólo el canto del cisne de una soberanía en proceso de desarticulación que, para no sucumbir, se materializa en forma de muros; ellos son también, ineludiblemente, una expresión del poder de la propia globalización del mercado, que invade y separa con muros en nombre de la misma necesidad de autovalorización. La invasión del mercado y el cerramiento amurallado, ambas, aparecen así como las dos expresiones opuestas de un mismo triunfo de la prosa cosificadora de un modo de producción capitalista que ha saturado ya los espacios del mundo y de la imaginación.

La era neoliberal valora los flujos migratorios y los "nuevos regímenes de movilidad" a través de la violencia de la movilización total y el desarraigo, la desterritorialización y el desplazamiento forzado; también valora, cuando es necesario, la interrupción de estos flujos migratorios a través de la violencia de los muros.

La "ideología del muro", como también podríamos llamarla variando la gramática marxista-engelsiana, es celebrar el muro como elemento de seguridad, como bastión de defensa (contra la migración y el contrabando, la ilegalidad y el terrorismo), cuando en realidad es un medio de agresión de clase, como organización y disciplinamiento de las masas humanas en movimiento, siempre en beneficio exclusivo, ça va sans dire, del bloque oligárquico neoliberal.

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