La economía política del capitalismo o la medicina como negocio

04.10.2021

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

La economía política capitalista nació hace más de un siglo y medio con la aparición de El Capital de Karl Marx. La economía política marxista-leninista continuó desarrollando estas tesis hasta más o menos finales del siglo XX, aunque dejó de lado varias cosas. En primer lugar, la economía siempre fue considerada como nada más que la suma de la industria, la agricultura, el transporte, el comercio, la banca y una serie de otros sectores, mientras que se dejaba de lado la esfera social, especialmente la atención sanitaria. No obstante, fueron dos médicos franceses, Jacques Lacaze y Louis de Brouwer, quienes intentaron llenar este vacío que jamás intentaron explorar los economistas profesionales.

Ambos autores fueron capaces de demostrar de forma convincente que el capitalismo, en su afán de maximizar las ganancias, había destruido la medicina tradicional y, por lo tanto, lo que hoy llamamos medicina ya no parte de la idea de que el ser humano es un fin, sino que es un simple medio. A la medicina actual no le interesa mantener a la gente sana, ya que mientras más enfermos existan mayores serán los beneficios que obtienen los que prestan servicios médicos o los que producen medicamentos. Las instituciones médicas (clínicas, hospitales, centros de diagnóstico, etc.) y las empresas farmacéuticas que producen medicamentos se han unido con tal de conseguir grandes ganancias a través de la creación de un complejo médico-farmacéutico. Las compañías de seguros también hacen parte de este negocio.

En 1999 Louis de Brouwer publicó en Francia su libro La Mafia pharmaceutique et agroalimentaire, en el que demostraba el déficit que tiene la medicina alopática y el grave estado sanitario en el que se encuentran la población del mundo occidental (La medicina farmacéutica y agroalimentaria: Las consecuencias de sus actividades, el descrédito de la medicina alopática y los graves problemas de salud de la población occidental). Fue publicada una versión rusa en Kiev de este libro en el 2004.

El Dr. L. de Brouwer cita en su libro a otro médico francés: Jacques Lacaze. Lacaze cumplirá 80 años a finales del 2021 y ha luchado enérgicamente contra la vacunación universal del COVID-19. Según Lacaze, la medicina occidental moderna ha sido absorbida por el sistema capitalista y es completamente inhumana. Uno de los textos donde Jacques Lacazette denuncia esto se encuentra en la revista Médecines nouvelles(nº 71, octubre de 1993) y en él encontramos muchas ideas interesantes que jamás encontraremos en ningún libro de texto sobre economía política.

El capitalismo, que Marx definió como un modo de producción, no impregna de forma inmediata todos los campos de la sociedad, ya que suele aparecer en primer lugar en la industria para luego extenderse a otros sectores como la agricultura, el comercio y demás. Finalmente, el capitalismo terminó por impregnar también la medicina. Jacques Lacaze considera que la medicina francesa comenzó a adaptarse al capitalismo a comienzos del siglo XX. Antes, la medicina era una forma de producción artesanal a pequeña escala: “Hasta relativamente hace poco tiempo, es decir, hasta el periodo de entreguerras, la medicina y la farmacéutica eran una práctica artesanal que tenía una historia centenaria... Pero a comienzos del siglo XX el tratamiento de las enfermedades fue absorbido por el mercado”.

Los primeros signos de esta transformación de la medicina en parte de la gran producción capitalista se hicieron visibles durante el tiempo transcurrido durante las dos guerras mundiales, cuando inició una gran campaña en contra del mayor mal del siglo XX: el cáncer. “Después de la Primera Guerra Mundial se lanzó una guerra contra el cáncer. Los métodos de control que se habían desarrollado antes de la Segunda Guerra Mundial (como la concentración de recursos financieros y los avances científicos) sirvieron para la creación de centros regionales de control del cáncer que fueron establecidos por primera vez antes de la década de 1950”.

Fue así como empezaron a surgir en el campo de la asistencia sanitaria industrias y empresas gigantescas como las que habían aparecido en otros campos durante el siglo XIX: “Este fue el primer paso que se dio para instaurar la producción capitalista en el ámbito de la medicina. De repente se crearon estructuras muy similares a las fábricas que tenían como objetivo concentrar a los pacientes en un solo lugar. Poco a poco los antiguos albergues que acogían a los necesitados fueron reemplazados por hospitales modernos donde los enfermos eran convertidos en objetos al servicio de la práctica médica”.

Al mismo tiempo se estaba produciendo una revolución en el campo de la farmacéutica. Antes de la Primera Guerra Mundial, la farmacia, tanto en Francia como en muchos otros países, estaba basada casi exclusivamente en medicinas naturales de origen vegetal y animal (“orgánica”), pero la revolución farmacéutica, iniciada por los alemanes (sobre todo por la corporación Farbenindustrie AG, ahora conocida como Bayer), empezó a sustituir estos componentes “orgánicos” por elementos químicos fabricados por el hombre: “En el período entreguerras se produjo uno de los cambios fundamentales de la medicina: la revolución química y, específicamente, la revolución química alemana. Este última terminó por extenderse a Francia debido a la ocupación... Y fue de ese modo como todo empezó”.

Anteriormente, la farmacéutica era una especie de arte o practica artesanal. Los médicos, escribían una receta detallada y el farmaceuta, que fabricaba el medicamento siguiendo estrictamente la prescripción del médico, eran quienes la manejaban: “Antes de la revolución química, quien determinaba que tenía el medicamento era el médico y recetaba el medicamento en presencia del paciente después de hacerle una entrevista, todo esto teniendo en cuenta los conocimientos que el mismo médico tenía de la receta prescrita. Posteriormente, el farmaceuta elaboraría un medicamento siguiendo la receta prescrita”.

Esto sistema funcionó hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando la farmacéutica dejó de ser un arte que se dedicaba a producir medica a pequeña escala a convertirse en una industria gigantesca de carácter químico: “Poco a poco esta práctica dejó de ser artesanal y los productos farmacéuticos empezaron a ser parte de la gran industria”.

Fue así como el desarrollo de los productos farmacéuticos fue sometido a las leyes del modo de producción capitalista: “Los laboratorios industriales empezaron a fabricar todos sus medicamentos según la ley del máximo beneficio. Esto se manifestó del siguiente modo: si un nuevo medicamento resultaba ser menos caro, pero más eficaz, se suspendía su producción, mientras que al poco tiempo aparecía en el mercado otro medicamento mucho más caro”.

Los productos farmacéuticos industriales no sólo sacaban dinero del bolsillo de la gente, sino que también la incapacitaban e incluso la mataban. Jacques Lacaze escribe que el desarrollo de nuevos productos médicos “sólo tenía en cuenta los resultados inmediatos y no las consecuencias catastróficas que producían los efectos secundarios de cada uno de los medicamentos lanzados al mercado...”

Las empresas farmacéuticas terminaron por convertirse en grandes laboratorios que experimentan con los seres humanos: “Los grandes laboratorios farmacéuticos terminaron por adueñarse de todo: ahora son ellos quienes juzgan y persiguen a los demás, mientras organizan experimentos con los seres humanos cuando consideran conveniente. Además, se burlan hábilmente de las leyes que aprueban en su contra”.

Los gigantes farmacéuticos no sólo comercializan sin escrúpulos sus productos no probados, muchas veces bastante peligrosos, sino que también destruyen a todo aquel que intente crear medicamentos independientes, ya que los consideran competidores potenciales. Su principio es “no permitir que se haga ningún descubrimiento fuera de la cadena de producción. Ay del investigador, sean cuales sean sus títulos y méritos anteriores, que haya hecho un descubrimiento fuera de la cadena productiva. Si esto llega a ocurrir, el investigador en cuestión tendrá que hacer frente a una persecución por parte de la formidable maquinaria científica administrativa y legal. Por ejemplo, en 1988, un médico de Niza, el Dr. Philippe La Gart, tuvo que pagar 45 días de cárcel por su pensamiento innovador. Añadamos a esto las acciones de los altos mandos durante la ocupación que dieron libertad a la investigación química prohibiendo toda fitoterapia (así como otros métodos terapéuticos, incluida la electroterapia) y crearon un servicio de vigilancia, es decir, un perro guardián al servicio de este nuevo orden el cual sigue existiendo hasta el día de hoy”.

Ya en la década de 1960, la medicina en sentido amplio (las instituciones médicas junto con la industria farmacéutica respaldada por las compañías de seguros) se convirtió en una industria con una de las tasas de rentabilidad más altas (tanto en Francia como en el resto de Occidente): “Los grandes centros hospitalarios, al concentrar pacientes, especialistas y enormes recursos financieros, crearon las condiciones para el desarrollo de la alta tecnología médica que hoy opera en la radiología, cirugía y abrieron así un nuevo centro altamente rentable para los inversores”.

Por supuesto, la medicina como negocio debe mucho a los funcionarios de gobierno que la apoyan y la respaldan constantemente. Jacques Lacaze llama la atención sobre el hecho de que, poco a poco, el papel del Estado como regulador del sector sanitario ha empezado a debilitarse y en su lugar han surgido todo tipo de alianzas y sindicatos no gubernamentales que hoy son quienes “autorregulan” el sistema médico y sanitario global. A principios de los años ochenta, “aparecieron nuevas e importantes organizaciones, como la Dirección de Control del Agua Potable de Lyon, que compraron clínicas privadas, las reequiparon con tecnologías modernas y compitieron exitosamente con los servicios públicos. En algunas zonas (la ciudad de Marsella), el sector público ha dejado de tener importancia...”.

Finalmente, fue destruida la antigua práctica farmacéutica que todavía tenía alguna “relevancia” en la producción de medicamentos. En diciembre de 1989, Francia aprobó una ley que prohibía hacer tus propias recetas y medicamentos. Paralelamente, desaparecieron las parteras siendo sustituidas por obstetras que trabajaban en clínicas y hospitales de maternidad. El estatus de los médicos de cabecera también cambió: se han convertido en despachadores que controlan la admisión o no de nuevos pacientes”. Por otra parte, los pacientes que son tratados por el sistema médico acaban cayendo en una especie de “ciclo infinito”: “los especialistas, que ahora están reunidos en un gran centro hospitalario, no hacen otra cosa que remitir a sus pacientes a otros colegas que trabajan con ellos”.

Tanto en este como en otros artículos, Jacques Lacaze se muestra muy crítico con la idea de la vacunación universal (que rechazaba desde mucho antes de la actual campaña de vacunación del COVID-19). Sus argumentos contra la vacunación masiva no sólo parten de posiciones relacionadas con el campo médico, sino que también se remiten a todo los que tiene que ver con la economía política capitalista relacionada con la medicina, ya que la vacunación no hace sino llenar las arcas de los negocios médico-farmacéuticos.

Han pasado tres décadas desde que Lacaze realizó estas críticas a la economía política capitalista aplicada a la sanidad y la medicina. Hoy en día es cada vez más evidente la naturaleza depredadora y despiadada del negocio médico-farmacéutico.

Varias ideas de Jacques Lacaze sobre la economía política capitalista aplicada a la medicina fueron recogidas y desarrolladas por Louis Brouwer. Volveremos sobre esto en el futuro.

Notas: 

1. http://www.positifs.org/old/d/dbis1a.htm#1993