Huntington, Fukuyama y el Eurasismo

08.04.2016

El antiamericanismo propio de la “estructura rusa” es una continuación de la posición intelectual de los eslavófilos. Estos últimos pensaban que no se puede asumir plenamente la identidad rusa más que deshaciéndose de la huella de Occidente, liberándose de esta manera europea de mirarse a uno mismo que se convirtió en la norma después de Pedro el Grande. Pero la Europa actual ya no es la Europa de la época de los eslavófilos, ni tampoco de los primeros eurasistas. Europa es distinta de Occidente, es decir, de la esfera de influencia de los Estados Unidos. Llegar a ser ruso, hoy, es liberarse a todos los niveles de la influencia occidental y americana. El occidentalismo no sólo es una posición intelectual, sino simultáneamente una enfermedad contagiosa y una traición a la patria. Es por eso que se debe combatir sin descanso a Occidente.

Al combatir contra Occidente, los rusos se afirman como rusos, pertenecientes a la cultura rusa, a la historia rusa, a los valores rusos.

Samuel Huntington describió de manera realista los obstáculos a los que se enfrentan inevitablemente los partidarios de un mundo unipolar y los fanáticos del fin de la historia. Cuando el último enemigo formal de los Estados Unidos, la Unión Soviética desapareció, algunos imaginaron que Occidente había llegado al final de su desarrollo democrático liberal y que se iba a acceder al “paraíso terrestre” de la sociedad tecno-mercantil. Esa era la idea de Francis Fukuyama cuando escribió su famoso artículo sobre el final de la historia. Huntington tuvo el mérito de mostrar todo lo que contradecía el optimismo profesado entonces en los medios de comunicación globalistas. Analizando estos fenómenos, llegó a la conclusión de que se podían incluir bajo una sola denominación: las civilizaciones. Ésta es la palabra clave.

Pero lo que significa esa palabra, es también la reaparición bajo una forma posmoderna de un concepto premoderno. La civilización islámica, por ejemplo, existía antes de la modernidad. Pero en la época moderna, la colonización y el laicismo deslegitimaron el uso de este término. Ya sólo se reconocían “etnias” musulmanas. Después de la descolonización, aparecieron Estados-nación que tenían una “población musulmana”, pero es sólo con la revolución iraní (donde encontramos algunos rasgos característicos del tradicionalismo y de la revolución conservadora) cuando se vio surgir un Estado musulmán propiamente dicho, donde el Islam fue políticamente reconocido como la fuente del poder y del derecho. Teorizando acerca de la transición del Estado a la Civilización, Huntington formuló un nuevo concepto politológico, llamado a tomar así implícitamente (y atrajo la atención sobre) una nueva dimensión de la política internacional que nació tras la desaparición de la URSS. A continuación, los medios atlantistas descubrieron que tendrían que hacer frente a un enemigo que, a diferencia de la Unión Soviética, no se apoya en una ideología explícitamente formalizada, pero que sin embargo ha comenzado a cuestionar y socavar las bases del “nuevo orden mundial” liberal y americanocéntrico. El enemigo ahora son las civilizaciones, y ya no sólo los países o Estados. Punto de inflexión.

Entre todas las civilizaciones, sólo la civilización occidental se presenta como universal, pretendiendo ser de este modo “la civilización” (en singular). En términos formales, ya nadie le replica, pero en realidad, la gran mayoría de los hombres y mujeres que viven fuera del espacio europeo o americano rechazan interiormente este dominio, y siguen arraigados en tipos histórico-culturales diferentes. Esto es lo que explica el resurgimiento actual de las civilizaciones. Huntington concluye de ello que el dominio planetario de Occidente tendrá que enfrentarse a nuevos retos. Él aconseja ser consciente de este peligro, prepararse para la reaparición de ciertas formas premodernas en la era posmoderna, y tratar de protegerse contra ellas para garantizar la seguridad de la civilización occidental. Fukuyama era un globalista optimista. Huntington es un globalista pesimista, que analiza los riesgos y mide los peligros. Podemos sacar una lección eurasista de su análisis. Huntington tiene razón cuando dice que las civilizaciones vuelven a aparecer, pero se equivoca al afligirse. En cambio, debemos alegrarnos del resurgimiento de las civilizaciones. Debemos aplaudirlo y apoyarlo, preparar los catalizadores de este proceso y no observarlo pasivamente.

Los choques entre civilizaciones son casi inevitables, pero nuestra labor debe consistir en reorientar la hostilidad, que no va a dejar de crecer, contra los Estados Unidos y la civilización occidental, en vez de dirigirse a las civilizaciones vecinas. Hay que organizar el frente común de las civilizaciones contra una civilización que pretende ser la civilización en singular. Este enemigo común prioritario es el globalismo y los Estados Unidos, que ahora son su principal vector. Cuanto más los pueblos de la Tierra se convenzan de ello, más los enfrentamientos entre las civilizaciones no occidentales podrán ser apaciguados. Si debe haber un “choque” de civilizaciones, tiene que ser un choque entre Occidente y el “resto del mundo”. Y el eurasismo es la fórmula política que conviene a este “resto”.

Hay otro punto en el que, obviamente, no podemos seguir a Huntington, cuando llama al fortalecimiento de las relaciones transatlánticas entre Europa y los Estados Unidos. La nueva generación de dirigentes europeos ya ha respondido positivamente a esta llamada, algo que podemos lamentar. El destino de Europa no está en el otro lado del Atlántico. Europa debe establecerse claramente como una civilización distinta, libre e independiente. Tiene que ser una Europa europea, no americana y atlantista. Debe construirse como un imperio democrático posmoderno, mediante la reivindicación de sus raíces culturales y sagradas, pues una parte de su futuro también radica en su pasado. Una Europa que no se alzase también contra los Estados Unidos traicionaría a sus raíces al tiempo que se condenaría a no tener futuro. Europa no pertenece tampoco al espacio eurasiático. Ciertamente, puede y debe incluso ser eurasista en la medida en que se adhiere a esta “idea universal de que no hay civilización universal”, pero no tiene que integrarse en el espacio geográfico de Eurasia. Lo que más desean los rusos es que, simplemente, ella sea ella misma, es decir, europea. El eurasismo no consiste en imponer su identidad a los demás, sino más bien ayudar a todas las diferentes identidades a afirmarse, a desarrollarse orgánicamente. Y a prosperar. El filósofo ruso Konstantin Leontiev dijo que siempre debemos defender la “multiplicidad floreciente”. Éste es el lema preferido de los eurasistas.

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