Contra-hegemonía en la Teoría del Mundo Multipolar
Este concepto pasa por ciertas transformaciones semánticas en la transición de la teoría crítica de las Relaciones Internacionales a la Teoría del Mundo Multipolar. Estas transformaciones se deben considerar con más detalle. En este caso, tenemos que recordar los principios básicos de la teoría de la hegemonía en el esquema de la teoría crítica.
Concepto de “hegemonía” en el realismo
El concepto de hegemonía en la teoría crítica se basa en la teoría de Antonio Gramsci. El concepto de hegemonía en el gramscismo y el neogramscismo es diferente de su interpretación en las tendencias realista y neorrealista de las RI.
Los realistas clásicos emplean el término “hegemonía” de forma relativa y lo entienden como la “superioridad fáctica y significativa en el poder potencial de cualquier estado sobre el poder potencial de otros estados, especialmente los vecinos”. La hegemonía puede ser un fenómeno regional, porque la conclusión de si una u otra entidad política es hegemónica depende de la escala utilizada. En este sentido, podemos encontrar ese término en Tucídides, quien habló sobre la hegemonía de Atenas y la hegemonía de Esparta durante la Guerra del Peloponeso. El realismo clásico utiliza este término exactamente de la misma manera hasta nuestros días. Tal comprensión de la “hegemonía” puede ser llamada “estratégica” o “relativa”.
El neorrealismo interpreta la “hegemonía” en un contexto (estructural) global. La principal diferencia con el realismo clásico aquí, es que la hegemonía no puede ser considerada como un fenómeno regional, es siempre global. De acuerdo con el neorrealista K. Waltz, por ejemplo, el equilibrio de dos hegemonías (mundo bipolar) se confirma como una óptima estructura de equilibrio de poder a una escala global [2]. R. Gilpin cree que la hegemonía puede ser combinada con la unipolaridad, en otras palabras, que puede existir un único hegemon global (los EEUU realizan esta función hoy en día).
En ambos casos los realistas interpretan la “hegemonía” como una manera de correlacionar las capacidades de las potencias mundiales.
La interpretación de la hegemonía de Gramsci es radicalmente diferente y se sitúa en un plano teórico completamente diferente. Para evitar el mal uso de la palabra en las RI, y especialmente en la TMM, debemos detenernos en la teoría política de Gramsci, en cuyo contexto es prioritariamente considerada la hegemonía, tanto en la teoría crítica como en la TMM. Además, dicha revisión podría evidenciar de forma más clara un vacío conceptual entre la teoría crítica y la TMM.
La concepción de hegemonía de Antonio Gramsci
Antonio Gramsci basa su teoría, más tarde llamada “gramscismo”, en la reinterpretación del marxismo y de su aspecto práctico en la historia. Como marxista, Antonio Gramsci está seguro de que la historia socio-política está completamente determinada por el factor económico. Al igual que todos los marxistas, explica la superestructura (Aufbau) a través de la base (infraestructura, basis). La sociedad burguesa es una quintaesencia de la sociedad de clases, en la cual el proceso de explotación alcanza su punto máximo en relación con la propiedad de los medios de producción y la apropiación burguesa de la plusvalía, evolucionando desde el proceso de producción. La desigualdad en la comunidad económica (base) y la primacía del Capital sobre el Trabajo son la esencia del capitalismo y definen toda la semántica social, política y cultural (la superestructura). Todos los marxistas comparten esta idea y no hay nada nuevo ni original en ella. Pero Antonio Gramsci se pregunta cómo fue posible la revolución socialista proletaria en Rusia, donde, de acuerdo con Marx (quien analizó la situación del Imperio Ruso en el siglo XIX, en una perspectiva a largo plazo), y de acuerdo con el marxismo clásico europeo de principios del siglo XX, el estado objetivo de la base (pobre desarrollo de las relaciones capitalistas, pequeño porcentaje de proletariado urbano, predominio de la agricultura en el PIB total, ausencia del sistema político burgués, etc.) impedía la posibilidad misma de la asunción del poder por parte del Partido Comunista. Sin embargo, Lenin lo hizo posible y comenzó a construir el socialismo.
Gramsci interpreta este fenómeno como de importancia fundamental, calificándolo como “leninismo”. El leninismo en la concepción de Gramsci es vanguardia, captura anticipada del poder político por una superestructura resuelta y consolidada (personificada por el Partido Comunista de los bolcheviques). Tan pronto como la revolución tiene éxito, el desarrollo acelerado de la base se inicia a través de la construcción acelerada de las realidades económicas que hasta entonces no habían sido llevadas a cabo bajo el capitalismo: la industrialización, la modernización, la “electrificación”, la “educación pública”. Por lo tanto, bajo ciertas circunstancias, la política (superestructura) puede ir por delante de la economía, concluye Gramsci. El Partido Comunista puede ir por delante de los procesos históricos “naturales”. Por lo tanto, el leninismo prueba la existencia de una considerable autonomía de la superestructura en relación a la base.
Pero en la concepción de Gramsci, el leninismo es confinado al segmento político de la superestructura, donde las leyes del poder están operativas y el problema del estado está resuelto. Gramsci sostiene que hay otro segmento importante en la superestructura, que no es político en el sentido estricto del término, es decir, no está relacionado con el partido y directamente relacionado con los problemas del poder político. Él lo llama la “sociedad civil”. Esta definición – “la sociedad civil en la concepción de Gramsci” – debería ir acompañada de una explicación, porque el significado que introduce en este concepto es bastante diferente de su interpretación en las teorías liberales. Según Gramsci, la sociedad civil es el área de la actividad intelectual en el sentido más amplio, menos la actividad política directa (partido, estado, administración). La sociedad civil es un espacio a disposición de las partes intelectuales de la sociedad, incluyendo la ciencia, la cultura, la filosofía, las artes, el análisis, el periodismo, etc. Para Gramsci, como marxista, este área, como la totalidad de la superestructura, en ningún caso expresa los patrones de la base. Sin embargo, el leninismo demuestra que incluso expresando las leyes de la base, la superestructura en algunos casos puede funcionar con autonomía relativa, yendo a la vanguardia de los procesos desplegados en la base. La experiencia revolucionaria en Rusia en términos de historia demuestra cómo se realiza ese proceso en el segmento político de la superestructura. Y Gramsci plantea una hipótesis aquí: si este es el caso en el segmento político de la superestructura, ¿por qué no podría ocurrir algo similar en la “sociedad civil”? El concepto de hegemonía de Gramsci nació aquí [3]. Su objetivo es mostrar que en la esfera intelectual (= “sociedad civil”, según Gramsci), hay algo análogo al diferencial económico (Capital vs. Trabajo) en la base, y al diferencial político en la superestructura (partidos burgueses y gobierno vs. partidos proletarios y gobierno – por ejemplo, en la Unión Soviética). Este tercer diferencial es la “hegemonía” de Gramsci, que es el conjunto de estrategias de dominación de la conciencia burguesa sobre la conciencia proletaria, bajo condiciones de relativa autonomía con respecto a la política y a la economía. Otro sociólogo alemán, Werner Sombart, explorando la sociología burguesa [4], mostró que el confort puede ser valorado tanto por el Tercer Estado, que lo posee en parte, como por otros grupos sociales, que no lo conocen y no lo tienen. La “Fenomenología del Espíritu” de Hegel, de manera similar, dice que un esclavo, para la auto-reflexión, no utiliza su propia conciencia, sino la de su amo [5]. Marx puso este punto de vista en la base de la ideología comunista. Siguiendo esta línea de pensamiento, Gramsci concluyó que la aprobación o el rechazo de la hegemonía (como de las estructuras de la conciencia burguesa), puede depender directamente, no de pertenecer a la clase burguesa (factor básico), ni de la participación política directa en el partido burgués (o antiburgués) o el sistema administrativo. Según Gramsci, es una cuestión de libre elección de un intelectual – estar con la hegemonía o en contra de ella. Cuando el intelectual hace conscientemente su elección, pasa del intelectual “tradicional” a uno “orgánico” que conscientemente escoge su posición respecto a la hegemonía. Esto implica una importante conclusión: el intelectual puede oponerse a la hegemonía incluso en una sociedad en la que imperen las relaciones capitalistas y la dominación política burguesa. El intelectual puede rechazar o aceptar libremente la hegemonía, porque hay un vacío de libertad, similar al que existe en la política con respecto a la economía (como lo demuestra la experiencia del bolchevismo en Rusia). En otras palabras, usted puede ser portador de conciencia proletaria y mantenerse del lado del proletariado y de la sociedad justa, estando en el corazón mismo de la sociedad burguesa. Todo depende de la elección intelectual: la hegemonía es una cuestión de conciencia.
Gramsci deduce su concepto mediante el análisis de los procesos políticos en Italia en los años 20 y 30 [6]. Durante este período, de acuerdo con su análisis, las condiciones para la revolución socialista habían madurado en este país – en la base (el capitalismo industrial desarrollado y la intensificación de las contradicciones de clase y la lucha de clases), y en la superestructura (el éxito político de los partidos de izquierda consolidados). Sin embargo, en esas condiciones aparentemente favorables, las fuerzas de izquierda fracasaron porque los representantes de la hegemonía dominaban en la esfera intelectual en Italia, introduciendo estereotipos y clichés burgueses incluso donde contradecían la realidad y las preferencias políticas y económicas de los grupos anti-burgueses activos. Desde el punto de vista de Gramsci, Mussolini se aprovechó de eso, volviendo la hegemonía a su favor (según los comunistas, el fascismo era una forma velada de dominación burguesa), e impidiendo artificialmente la revolución socialista que se estaba preparando debido al curso histórico natural de los acontecimientos. En otras palabras, participando en batallas políticas relativamente exitosas, los comunistas italianos, según Gramsci, perdieron de vista la “sociedad civil” y la esfera de la lucha “metapolítica” intelectual, y esa fue la razón de su derrota. La izquierda europea (especialmente la Nueva Izquierda) adoptó el gramscismo así formulado, y lo puso en práctica en Europa a partir de los años 60. Los intelectuales de izquierda (marxista) -Sartre, Camus, Aragón, Foucault, etc.- fueron capaces de aplicar conceptos y teorías antiburguesas en el centro mismo de la vida social y cultural, utilizando editoriales, periódicos, clubes y departamentos universitarios que eran una parte integral de la economía capitalista, y actuaron en el contexto político del sistema de dominación burguesa. De ese modo, prepararon los acontecimientos de 1968 que se extendieron por toda Europa, y el giro a la izquierda de la política europea en los años 70. Así como el leninismo demostró en la práctica que el segmento político de la superestructura tiene una cierta autonomía y que la actividad en el área puede ir por delante de los procesos de la base, el gramscismo, en la práctica de la Nueva Izquierda, demostró la eficacia y la utilidad práctica de la estrategia intelectual activa.
El gramscismo en la Teoría Crítica: la tendencia izquierdista
Como se describió anteriormente, el gramscismo se integró en la teoría crítica de las RI por sus representantes modernos – Robert Cox [7], Stephen Gill [8] y otros. Ellos salvaron la continuidad del discurso marxista de izquierda, a pesar del hecho de que acentuaron la autonomía de la esfera de la “sociedad civil” y el fenómeno de la hegemonía en consecuencia, poniendo la elección intelectual por encima de los procesos políticos y las estructuras económicas, en consonancia con el espíritu de la posmodernidad. Para ellos, en general, el capitalismo es mejor que los sistemas socio-económicos precapitalistas, aunque es claramente peor que el modelo poscapitalista (socialista y comunista) que viene a reemplazarlo. Esto explica la estructura del proyecto contra-hegemónico [9] en la teoría crítica de las RI. El mismo permanece en el contexto de la interpretación izquierdista del proceso histórico. Puede ser descrito de esta manera: de acuerdo con los representantes de la teoría crítica, la hegemonía (la sociedad burguesa, que culmina en el holograma de la conciencia burguesa) debe sustituir a la sub-hegemonía (los tipos de sociedad anteriores a la burguesa y sus formas de conciencia colectiva – premodernas). Y después de eso, la hegemonía será aniquilada por la contra-hegemonía, que establecerá la pos-hegemonía después de su victoria. Marx y Engels insistieron en el “Manifiesto Comunista” [10], en que las reivindicaciones de los comunistas a los burgueses no tienen nada que ver con las reivindicaciones de los feudalistas antiburgueses, nacionalistas, socialistas cristianos, etc. a los burgueses. El capitalismo es el mal absoluto que absorbe al mal relativo (no tan obvio y no tan explícito) de las más antiguas formas de explotación pública. No obstante, para derrotarlo tenemos que permitir que el mal se expresase plenamente en primer lugar, y luego erradicarlo por completo en lugar de retocar la forma más odiosa del mal, retrasando así los horizontes de la revolución y del comunismo. Lo que debe tenerse en cuenta al considerar los estructuras neogramscistas de las relaciones internacionales.
Este análisis divide a los países entre aquellos en los que la hegemonía se fortaleció de manera explícita (países capitalistas desarrollados, con economía industrial, dominación de partidos burgueses en sistemas parlamentarios democráticos, organizados de acuerdo a los ejemplos de los estados nacionales, que han desarrollado la economía de mercado y el sistema jurídico liberal), y aquellos en los que eso no sucedió debido a diferentes circunstancias históricas. El primer grupo es el de las “potencias democráticas desarrolladas” y los otros son “casos límite”, “áreas problemáticas”, o incluso “estados canallas”. El análisis de los países con la hegemonía fortalecida está totalmente integrado en el análisis de la izquierda en general (marxista, neo-marxista y gramsciana). Sin embargo, el caso de los países con la “hegemonía inacabada” debe considerarse por separado. El mismo Gramsci llamó a estos países, países “cesaristas” (en clara referencia a la experiencia fascista italiana). El “cesarismo” podría considerarse en términos generales, como cualquier sistema político, donde las relaciones burguesas existen en fragmentos y su depuración política (como estado democrático-burgués clásico) se retrasa. En el “cesarismo” el principio autoritario no es central. El principio central es retrasar la instalación total y completa del sistema capitalista al estilo occidental (en la base y en la superestructura). Las razones para este retraso pueden ser diferentes: gobierno dictatorial, clanes de la élite, presencia de grupos religiosos o étnicos en el gobierno, características culturales de la sociedad, circunstancias históricas, condiciones económicas o geográficas específicas. Es importante que en tal sociedad la hegemonía aparece tanto como una fuerza externa (como parte de estados y sociedades burguesas) y como oposición interna, relacionada con factores externos en una manera u otra.
Los neogramscistas en las RI afirman que el “cesarismo” es la “sub-hegemonía”, y que su estrategia de equilibrar entre las presiones hegemónicas externas e internas haciendo algunas concesiones pero, al mismo tiempo, de forma selectiva con el objetivo de preservar el poder pase lo que pase y para evitar su captura por las fuerzas políticas burguesas, expresa la base económica de la sociedad a nivel de la superestructura política. Por lo tanto, el “cesarismo” está condenado al “transformismo” – una adaptación permanente a la hegemonía, con la constante tendencia a retrasar o presentar un falso camino al final, en dirección al cual se mueve constantemente.
En este sentido, los representantes de la teoría crítica de las RI consideran el “cesarismo” como un fenómeno que será finalmente superado por la hegemonía, ya que el mismo no sería más que un “retraso histórico” y no una alternativa o un “contra-hegemonía”.
Obviamente, los representantes modernos de la teoría crítica de las RI califican a la mayoría de los países del Tercer Mundo, e incluso a grandes potencias como los miembros de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), como “cesarismo”.
Con estas características, la restricción del concepto de la contra-hegemonía en la teoría crítica se hace evidente. Los proyectos de los representantes de la teoría crítica son utópicos. Por ejemplo, la “contra-sociedad” de Cox es algo incierto y que no llama la atención. Ellos proceden desde el turbio proyecto de orden mundial social y político que ha de venir “después del liberalismo” [11] (Wallerstein), y se encuentran con la utopía comunista, que es familiar a la izquierda. Esta versión de la hegemonía se ve limitada por el hecho de que coloca de forma precipitada muchos eventos políticos que no entran en la categoría de la hegemonía, pero que son similares a las versiones alternativas del orden mundial, en la categoría de “cesarismo” y, de ahí, en la de la “sub-hegemonía”, privándolos de cualquier tipo de interés para el desarrollo efectivo de la estrategia contra-hegemónica. Sin embargo, el análisis general de la estructura de las relaciones internacionales a través de la metodología neogramsciana es una dirección muy importante para el desarrollo de la TMM.
Con el fin de superar las limitaciones de la teoría crítica y liberar todo el potencial del neogramscismo, tenemos que ampliar este enfoque cualitativo más allá del discurso de la izquierda (incluyendo el “izquierdismo”), que sitúa toda la estructura en el área del sectarismo ideológico y de la marginalidad exótica (donde se encuentra hoy en día). En esta tarea tendremos la ayuda indispensable de las ideas del filósofo francés Alain de Benoist.
El gramscismo de derecha – la revisión de Alain de Benoist
Ya en fecha tan lejana como los años 80 del s. XX, el representante francés de la “nueva derecha” (“Nouvelle Droite“) Alain de Benoist, prestó atención a las ideas de Gramsci desde el punto de vista de su potencial metodológico. Benoist, tanto como Gramsci, reveló la fuerza de la metapolítica como un tipo especial de actividad intelectual que prepara (en forma de “revolución pasiva”) el futuro progreso político y económico. El éxito de la “Nueva Izquierda” en Francia y en Europa en general demostró la eficacia de este método.
A diferencia de la mayoría de los intelectuales franceses de la segunda mitad del siglo XX, Alain de Benoist no apoyó el marxismo, lo cual hizo de su posición algo un tanto aislado. Al mismo tiempo, de Benoist construyó su filosofía política a partir del rechazo radical de los valores liberales y burgueses, negando el capitalismo, el individualismo, el modernismo, el atlantismo geopolítico y el eurocentrismo occidental. Por otra parte, opuso “Europa” y “Occidente” como dos conceptos antagónicos: “Europa” para él es el campo donde se despliega un logos cultural especial, que procede de los griegos e interactúa activamente con la riqueza de las tradiciones celta, alemana, latina, eslava y otras tradiciones europeas; y “Occidente” es el equivalente de la civilización mecanicista, materialista y racionalista basada en el predominio de la tecnología por encima de todo. Después de O. Spengler, Alain de Benoist entiende “Occidente” como la “decadencia de Occidente” y, junto con Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger, se convenció de la necesidad de superar la modernidad como nihilismo y el “abandono del mundo por el Ser (Sein)” (Seinsverlassenheit). Occidente, a su entender, era sinónimo de liberalismo, capitalismo y sociedad burguesa – todos lo que la “Nueva Derecha” demandaba superar. La “Nueva Derecha”, al mismo tiempo, estaba de acuerdo con el significado fundamental de la esfera de la “sociedad civil” dado por Gramsci y sus seguidores. Así, Alain de Benoist llegó a la conclusión de que el fenómeno llamado “hegemonía” es un conjunto de estrategias, actitudes y valores, que consideró en sí mismo un “mal absoluto”. Esto condujo a la proclamación del principio del “gramscismo de derecha”.
El “gramscismo de derecha” significa el reconocimiento de la autonomía de la “sociedad civil en el sentido de Gramsci” con la identificación del fenómeno de la hegemonía en este área y la elección de su propia posición ideológica en el lado opuesto de la hegemonía. Alain de Benoist publica la obra titulada “Europa, Tercer Mundo. El mismo combate”, que está construida en su totalidad sobre los paralelismos entre el Tercer Mundo y la lucha contra el neo-colonialismo burgués occidental, y el deseo de las naciones europeas de liberarse de la dictadura burguesa de la sociedad de mercado, la moral liberal y la práctica mercantil, que sustituyeron a la ética de los héroes (W. Sombart).
La gran importancia del “gramscismo de derecha” para la TMM, es que esta comprensión de la “hegemonía” puede asumir una posición más allá del discurso marxista y de izquierda, y rechazar el orden burgués en la superestructura (la sociedad política y civil), así como en la base (la economía), y hacerlo no después de que la hegemonía se convierta en un hecho planetario total y global, sino en sustitución suya. Esto es lo que implica el matiz en el título de otra obra de Alain de Benoist, “Contra el Liberalismo”, a diferencia del libro “Después del liberalismo” de Immanuel Maurice Wallerstein. Como para Benoist es imposible en cualquier caso confiar en el “después”, y no se debe permitir que el liberalismo se haga realidad como un hecho consumado, debemos estar contra el liberalismo ahora, hoy, combatirlo en cualquier posición y en cualquier parte del mundo. La hegemonía ataca a escala planetaria, encontrando sus partidarios tanto en las sociedades burguesas desarrolladas como en las sociedades donde el capitalismo no se ha establecido completamente. Por lo tanto, la contra-hegemonía debe ser aceptada más allá de las limitaciones ideológicas sectarias. Si queremos crear un bloque contrahegemónico, debemos incluir en su composición a todos los representantes de las fuerzas anticapitalistas y antiburguesas – izquierda, derecha, o no susceptibles de clasificación (el propio Benoist enfatiza constantemente que la división entre “izquierda” y ” derecha” está obsoleta y que no satisface la posición escogida; hoy es mucho más importante saber si alguien está a favor de la hegemonía o contra ella).
El “gramscismo de derecha” de Alain de Benoist nos lleva de nuevo al “Manifiesto Comunista” de Marx y Engels que, al margen de su llamada exclusiva y dogmática a “deshacerse de otros compañeros de viaje”, insta a la creación de la Alianza Revolucionaria Global que reúna a todos los enemigos del capitalismo y de la hegemonía, a todos los que se oponen esencialmente a ella. Al mismo tiempo, no importa qué se asume como alternativa positiva; en este caso, es más importante la presencia de un enemigo común. De lo contrario, de acuerdo con la “Nueva Derecha” (cuyos representantes rechazan ser llamados de “derecha”, el nombre se lo pusieron sus opositores), la hegemonía será capaz de dividir a sus opositores por razones artificiales, para oponerlos unos a otros con el fin de derrotar con éxito a todos ellos por separado.
La denuncia del eurocentrismo en la sociología histórica
John Hobson, investigador contemporáneo de asuntos exteriores y uno de los principales representantes de la sociología histórica en las RI, se acercó al mismo problema desde un lado completamente diferente. En su trabajo programático “La concepción eurocéntrica de la política mundial”, analiza prácticamente todos los enfoques y paradigmas en las RI desde el punto de vista jerárquico implícito en ellas, el cual está construido sobre el principio de comparación entre los gobiernos, sus funciones, estructura e intereses con los ejemplos de la sociedad occidental como norma universal. J. Hobson llega a la conclusión de que todas las escuelas de RI, sin excepción, se basan en un eurocentrismo implícito, admitiendo la universalidad de las sociedades occidentales europeas y sugiriendo que las fases de la historia europea son obligatorias para todas las otras culturas.
Hobson considera adecuadamente este enfoque como una manifestación de racismo europeo, que pasa gradual e imperceptiblemente de las teorías biológicas de la “superioridad de la raza blanca” al concepto de la universalidad de los valores culturales, las estrategias y las tecnologías occidentales y, entonces, intereses. “El fardo del hombre blanco” se convierte en “un imperativo de modernización y desarrollo”. Al mismo tiempo, las sociedades y las culturas locales están sujetas a dicha modernización automáticamente – nadie les pregunta si están de acuerdo con los valores, tecnologías y prácticas occidentales, son universales, o si están dispuestos a plantear alguna objeción. Sólo cuando choca con formas forzosas de resistencia en forma de terrorismo o fundamentalismo, Occidente se pregunta a sí mismo (a veces): “¿Por qué nos odian tanto?” Pero la respuesta ya está ahí mucho antes que la pregunta: “Sucede debido al salvajismo y a la ingratitud de las naciones no europeas hacia todos los bienes que la ‘civilización’ occidental trae.”
Es importante el hecho de que Hobson demuestra claramente que el racismo y el eurocentrismo no son sólo inherentes a las teorías burguesas de las RI, sino también al marxismo, incluyendo la teoría crítica de las RI (el neogramscismo). Los marxistas, con toda su crítica de la civilización burguesa, están convencidos de que su triunfo es inevitable, y en eso comparten el eurocentrismo común a la cultura occidental. Hobson muestra que el propio Marx justifica parcialmente las prácticas coloniales en la medida en que conducen a la modernización de las colonias, y por lo tanto acercan el momento de las revoluciones proletarias. Por consiguiente, desde una perspectiva histórica, el marxismo termina siendo cómplice de la globalización capitalista y un aliado de las prácticas civilizacionales racistas. Desde el punto de vista marxista, la descolonización es sólo un preludio para la construcción del Estado burgués, que está a punto de emprender un camino de industrialización plena y en dirección al futuro de la revolución proletaria. Y eso no se diferencia mucho de los neoliberales y los transnacionalistas.
John Hobson propone iniciar la creación de una alternativa radical – el desarrollo de una teoría de las RI sobre la base de enfoques no eurocéntricos y antirracistas. Él está de acuerdo con el proyecto del “bloque contrahegemónico”, así llamado por los neogramscianos, pero insiste en el abandono de todas las formas de eurocentrismo, y por tanto de su cualidad expansionista. La teoría no eurocéntrica de las RI nos lleva directamente a la TMM.
Hacia la multipolaridad
Ahora podemos recoger todo lo que se dijo acerca de la contra-hegemonía y situarlo en el contexto de la TMM, que es esencial y consistentemente una teoría no eurocéntrica de RI que niega la propia base de la hegemonía y pide la creación de una amplia alianza contra-hegemónica o de un tratado contra-hegemónico.
La contra-hegemonía de la TMM se conceptualiza de una manera similar a los neogramscistas y a los representantes de la escuela crítica de las teorías de las RI. La hegemonía es la dominación del capital y del sistema político burgués en la sociedad, expresado en la esfera intelectual. En otras palabras, la hegemonía es principalmente un discurso. Además, entre los tres segmentos de la sociedad distinguidos por Gramsci – la base y los dos componentes de la superestructura (la política y la “sociedad civil”) – la TMM, de acuerdo con la epistemología posmoderna y pospositivista, considera que el nivel de discurso, es decir, la esfera intelectual, es la dominante. Es por eso que la cuestión de la hegemonía y de la contra-hegemonía parece ser central y fundamental para la construcción de la TMM y su aplicación efectiva en la práctica. El área de la metapolítica es más importante que el de la política y el de la economía. No las excluye, pero las precede conceptual y lógicamente. Finalmente, la persona humana tiene que tratar sólo con su propia mente y sus proyecciones. Por lo tanto, la organización o reorganización de la conciencia implica automáticamente un cambio (interno y externo) en el mundo.
La TMM es la inserción del concepto contra-hegemónico en el área teórica específica. Y hasta cierto punto la TMM sigue estrictamente al gramscismo. Pero cuando llegamos al aspecto sustantivo del pacto contra-hegemónico, aparecen diferencias significativas. La más esencial es el rechazo del dogmatismo de izquierda: la TMM se niega a considerar la transformación burguesa de las sociedades modernas en todo el planeta como una ley universal. Así, la TMM acepta el gramscismo y la metapolítica más en la versión de la “nueva derecha” (Alain de Benoist), que en la versión de la “nueva izquierda” (R. Cox). La posición de Alain de Benoist no es exclusivista y no excluye al marxismo en la medida en que es un aliado en la lucha común contra el Capital y la hegemonía. Por lo tanto, en sentido estricto, el término “gramscismo de derecha” no es del todo correcto: sería mejor hablar de un gramscismo inclusivo (contra-hegemonía entendida en sentido amplio como todo tipo de oposición a la hegemonía, es decir, como una generalizadora y etimológicamente estricta “contra”), y de un gramscismo exclusivo (contra-hegemonía en un sentido limitado, como “pos-hegemonía”). La TMM elige el gramscismo inclusivo. Para ser más exacto, esta es la postura de superación de las derechas y las izquierdas más allá de los límites conceptuales de la ideología política moderna que pone de manifiesto el contexto de la Cuarta Teoría Política, fuertemente ligada a la TMM.
La contribución de J. Hobson al desarrollo de la contra-hegemonía inclusiva es extremadamente importante. Su llamada a construir una teoría no eurocéntrica de las RI encaja precisamente en el objetivo de la TMM. Las RI se deben pensar desde múltiples posiciones. Mientras se construye una teoría versátil real, todos los representantes de las diferentes culturas y civilizaciones, religiones y grupos étnicos, sociedades y comunidades, deben ser escuchados y tomados en cuenta. Cada sociedad tiene sus propios valores, su propia antropología, su ética, sus propias normas, su identidad, y sus propias ideas sobre el espacio y el tiempo, sobre lo general y lo particular. Cada sociedad tiene su propio “universalismo” – o por lo menos su propia comprensión de lo que se denomina “universalismo”. Sabemos muy bien lo que Occidente piensa sobre el universalismo. Es hora de dejar que el resto de la humanidad hable.
Eso es lo que llamamos multipolaridad en su dimensión fundamental: un libre polílogode sociedades, pueblos y culturas. Pero antes de que tal polílogo pueda iniciarse es necesario definir las normas generales. Y eso es la teoría de las Relaciones Internacionales, lo cual supone apertura de términos, conceptos, teorías, nociones, pluralidad de factores, la complejidad y la multiplicidad de significados de las exposiciones. No tolerancia, sino cooperación y comprensión mutua. En este caso, la TMM no es el final sino el comienzo, el punto de partida, la limpieza del espacio básico para el futuro orden mundial.
Sin embargo, la llamada a la multipolaridad no suena en el espacio vacío. La hegemonía domina el discurso sobre las relaciones internacionales en la práctica global política, económica y social. Vivimos en el rígido mundo eurocéntrico, donde una única superpotencia (los EEUU) domina de forma imperialista con sus aliados y vasallos (OTAN); donde las relaciones comerciales dictan todas las reglas de las prácticas empresariales; donde las normas políticas burguesas se toman como obligatorias; donde la tecnología y el grado de desarrollo material se consideran el más alto criterio; donde los valores del individualismo, la comodidad personal, el bienestar material y la “libertad de” son exaltados por encima de todos los demás. En definitiva, vivimos en el mundo de la hegemonía triunfante, que extiende su telaraña a través del planeta entero y subordina a toda la humanidad. Así que para crear la realidad de la multipolaridad es necesario hacer una oposición, lucha, confrontación radical. En otras palabras, es necesario que haya un bloque contra-hegemónico (en su sentido inclusivo).
Veamos, ¿qué recursos están disponibles para este potencial bloque?
La sintaxis de la hegemonía / sintaxis de la contra-hegemonía
La hegemonía en su holograma conceptual se basa en la convicción de que la modernidad supera a la antigüedad (el pasado) en todo. La modernidad triunfa sobre la premodernidad, y Occidente supera a lo no occidental (Oriente, Tercer Mundo) en todo.
Esta es la estructura de la sintaxis de la hegemonía en su forma más general:
Occidente (el Oeste) = Modernidad (Moderno) = objetivo = beneficio = progreso = valores universales = EEUU (OTAN +) = capitalismo = derechos humanos = mercado = democracia liberal = justicia.
versus
El resto (los demás) = retraso (premoderno) = necesidad de modernización (colonización/ayuda/control externo) = necesidad de occidentalización = barbarie (salvaje) = valores locales = precapitalismo ( todavía no capitalismo) = (falta de respeto por) los derechos humanos fallidos = mercado injusto (participación del Estado, clanes, preferencias de grupo) = pre-democracia = corrupción.
Estas fórmulas de la hegemonía son axiomáticas y autorreferenciales, como una especie de “profecía autocumplida”. Un término se justifica por otro en la cadena de equivalencias y se opone a cualquier término (ya sea simétrico o no) de la segunda cadena. De acuerdo con estas reglas sin pretensiones se construye cualquier discurso hegemónico. Puede parecer razonable, ilustrativo, descriptivo, analítico, previsor, fundado históricamente, socialmente prospectivo, de debate, de oposición, etc. Pero en su estructura la hegemonía se construye con el mismo esqueleto revestido por millones de variaciones e historias.
Si aceptamos estas dos series paralelas de ecuaciones, nos encontramos dentro de la hegemonía y estamos totalmente codificados por su sintaxis. Cualquier objeción será suprimida por nuevos pasajes sugestivos, galopando a través de uno u otro término hasta llegar a la tautología hegemónica deseada.
Incluso las formas más críticas del discurso finalmente se deslizan en esta ruta constantemente renovada de sinónimos semánticos y se disuelven en ella. Una vez que se reconoce sólo uno de los modelos, todo está predestinado. Por lo tanto, la construcción de la contra-hegemonía comienza por la completa contradicción de ambas cadenas.
Vamos a construir la sintaxis simétrica de la contra-hegemonía:
Occidente ≠ presente (Moderno) ≠ meta ≠ riqueza ≠ progreso ≠ valores universales ≠ EEUU ≠ capitalismo ≠ derechos humanos ≠ mercado ≠ democracia liberal ≠ justicia.
versus
El resto ≠ atraso ≠ necesidad de modernización (colonización/ayuda/lección/dirección externa) ≠ necesidad de occidentalización ≠ barbarismo (salvaje) ≠ valores locales ≠ no capitalismo ≠ inobservancia ≠ derechos humanos ≠ mercado injusto (participación del Estado, clanes, preferencias de grupo) ≠ pre-democracia ≠ corrupción.
Si se insertan hipnóticamente signos de igualdad en la conciencia colectiva como algo evidente por sí mismo, la justificación desarrollada de cada signo de desigualdad exige sin embargo un texto o un conjunto de textos por separado. Hasta cierto punto, la TMM y la Cuarta Teoría Política, el eurasianismo, la “nueva derecha” (Alain de Benoist), la teoría no eurocéntrica de las RI (J.Hobson), el tradicionalismo, el posmodernismo, etc., realizan esta tarea en paralelo, pero ahora es importante ofrecer este esquema como la forma más general de la sintaxis contra-hegemónica. La negación de la declaración sustancial es sustancial por el mero hecho de la negación, por lo que la justificación de las desigualdades ya está cargada de significados y conexiones. Al cuestionar las cadenas de identificaciones hegemónicas, recibimos un campo semántico libre de la hegemonía y de sus sugestiones “axiomáticas”. Esto por sí solo desata nuestras manos para desplegar el discurso contra-hegemónico.
En este caso, proporcionamos esas normas básicas para un objetivo específico: hay que hacer una más general y preliminar enumeración de los recursos con los se puede contar en la creación del pacto contra-hegemónico.
Élite revolucionaria global
El bloque contra-hegemónico se está construyendo alrededor de intelectuales. Por lo tanto, su núcleo debe ser el rechazo de la élite revolucionaria global al “status quo” en su base más profunda. Esta élite revolucionaria global se forma alrededor de la sintaxis de la contra-hegemonía. Tratando de entender la situación desde cualquier lugar del mundo moderno – desde cualquier país, cultura, sociedad, clase social, función profesional, etc. – la persona que busca respuestas profundas acerca de la organización de la sociedad en la que vive, tarde o temprano llegará a comprender las tesis básicas del discurso hegemónico. Ciertamente, esto no es para todo el mundo, aunque de acuerdo con Gramsci todo el mundo es un intelectual en cierta medida. Pero sólo el intelectual de pleno derecho representa a la persona humana en sentido perfecto; es una especie de delegado, en el parlamento de la humanidad intelectual (homo sapiens), de sus representantes más modestos (aquellos que no pueden o no quieren darse cuenta plenamente de las capacidades y oportunidades dadas a la especie humana, que culminaron en la capacidad para pensar, esto es ser un intelectual). Cuando hablamos de la hegemonía, tenemos en mente a tal intelectual. En este momento él se enfrenta a una elección, es decir, tiene la oportunidad de convertirse en un “intelectual orgánico”: puede decir “sí” a la hegemonía y aceptar su sintaxis trabajando para promover su estructura, y puede decir que “no”. Cuando dice “no”, sale en busca de una contra-hegemonía, es decir, pretende acceder a la élite revolucionaria global.
Esta búsqueda se puede detener en la etapa intermedia: siempre hay estructuras locales (tradicionalistas, fundamentalistas, comunistas, anarquistas, etnocentristas, revolucionarios de diferentes tipos, etc.), que son conscientes del desafío hegemónico y lo rechazan, pero a nivel local. Aquí ya estamos en el nivel de los intelectuales orgánicos, pero que todavía no ven la necesidad de sintetizar su rechazo a la hegemonía en forma de una estrategia global universal. Sin embargo, al entrar en la pelea verdadera (no imaginaria) contra la hegemonía, cualquier revolucionario tarde o temprano descubre su carácter extraterritorial y transnacional: la hegemonía siempre recurre a una combinación de factores internos y externos para sus propios fines; ataca a lo que considera que se opone, o que es un obstáculo, a su dominación imperial (los elementos de la segunda cadena – los otros, ‘el resto’). Por lo tanto, la resistencia local a un desafío mundial en algún momento alcanza sus límites naturales; a veces la hegemonía puede retroceder, pero volverá de nuevo, y nadie será capaz de escapar de ella.
En el momento de esta toma de conciencia, los representantes intelectualmente más desarrollados de la contra-hegemonía local sienten la necesidad de pasar al nivel de la alternativa fundamental, es decir, al dominio de la sintaxis contra-hegemónica. Y este es un camino directo a la Alianza Global Revolucionaria. De esta manera va a tomar forma objetiva y naturalmente la élite contra-hegemónica global. El destino de esta élite es convertirse en el núcleo de la contra-hegemonía. Sobre todo, la TMM se hace necesaria para ellos.
Recursos de la contra-hegemonía: “revisionistas” del orden mundial y sus niveles
Las teorías clásicas de las RI, particularmente el realismo, dividen a los países entre aquellos que están satisfechos con la situación actual y con el equilibrio de poder en el orden mundial, y aquellos que no están satisfechos y querrían un cambio a su favor.
Los primeros son los denominados “apologistas del status quo”, y los segundos son los llamados “revisionistas”. Las fuerzas del mundo que, independientemente de su tamaño e influencia, pasaron a la hegemonía y están satisfechas con ella, representan la mitad de los seres humanos pensantes; los revisionistas, la otra mitad. Por supuesto, la élite contra-hegemónica considera a todos los “revisionistas” como un recurso propio. Son los “revisionistas”, se den cuenta de ello o no, quienes necesitan la TMM. La necesidad de la TMM puede ser bastante inconsciente, pero incluso aunque asumamos el modelo de “cesarismo” y sugiramos que muchas figuras políticas sean ocupadas exclusivamente con los procesos “transformistas” (transformismo), la TMM les da un argumento adicional para oponerse a la presión de la hegemonía. En otras palabras, la élite contra-hegemónica (en el sentido amplio, en la manera estructurada descrita anteriormente – más allá de la izquierda y la derecha), tiene el poderoso recurso natural que representan los “revisionistas”.
Para que este recurso esté disponible no es en absoluto necesario que la élite política gobernante de los países “revisionistas” esté de acuerdo con la contra-hegemonía o acepte la TMM como guía para su política exterior. Y ahora es el momento de recordar la importancia del discurso intelectual en su estatuto autónomo (aquel en el que el neogramscismo insiste). Es suficiente con que los intelectuales de la Alianza Revolucionaria Global sean conscientes del significado y las funciones de los regímenes “cesaristas” en el campo mundial de la hegemonía; los propios “revisionistas” actúan intuitivamente, mientras que los representantes del pacto contra-hegemónico lo hacen conscientemente. Los intereses a medio plazo de ambos coinciden. Y eso hace del pacto contra-hegemónico una fuerza clave: el hardware es proporcionado por los “revisionistas”; el software, por parte de la élite revolucionaria global.
Los “revisionistas” del mundo moderno representan un gran número de estados-nación avanzados y poderosos, que debido a diferentes circunstancias históricas son situados por parte de la hegemonía mundial en un ambiente tal, que los mismos se sienten desfavorecidos, en desventaja. Su ulterior desarrollo, de acuerdo con la lógica impuesta por el discurso global, inevitablemente dará lugar, o a consecuencias no deseadas para las élites políticas actuales, o a un mayor deterioro de la situación en estos países. Los “revisionistas” son muy diferentes entre sí: algunos se inclinan por negociar con la hegemonía, mientras otros tratan por todos los medios de escapar a su influencia. Sin embargo, el campo de acción para las actividades de la elite revolucionaria global está en todas partes.
La unión más seria de países “revisionistas” es la de los BRICS. Cada uno de estos países es un recurso muy importante en sí mismo, y la administración del club del “Segundo Mundo” está objetivamente interesada en la multipolaridad – por lo tanto, no hay nada que impida el avance de la TMM como su programa estratégico de política exterior.
Toda la constelación de las mayores potencias regionales gravita en torno a los países del “Segundo Mundo”, concretamente: Argentina, México, en Iberoamérica; Turquía, Pakistán, en el centro y el sudeste asiatico; Arabia Saudita, Egipto, en el mundo árabe; Vietnam, Indonesia, Malasia, Corea del Sur, en el Lejano Oriente, etc. Cada uno de estos países podría también hasta cierto punto ser incluido entre los “revisionistas”, y cuenta con una impresionante lista de ambiciones regionales difíciles o imposibles de alcanzar en el sistema hegemónico. Esos países tienen aún más temores y desafíos por su propia seguridad, y la hegemonía no facilita ningún tipo de protección en relación a eso. Además, hay toda una serie de países en directa oposición a la hegemonía (Irán, Corea del Norte, Serbia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc.), que proporcionan a la Alianza Revolucionaria Global lugares estratégicos privilegiados.
En el siguiente nivel sub-estatal se necesita un análisis más detallado para identificar a los “revisionistas” a nivel político, es decir, a los partidos y movimientos políticos que, por razones ideológicas o de otro tipo, rechazan el discurso hegemónico en algún elemento esencial. Tales fuerzas políticas pueden ser de derecha o de izquierda, religiosas o laicas, nacionalistas o cosmopolitas, parlamentarias o de oposición, de masas o de élites. Todas ellas pueden ser integradas en la estrategia de la élite contra-hegemónica. Al mismo tiempo, tales partidos y movimientos pueden ubicarse tanto en el ámbito político de los “revisionistas”, como en el campo de los países en los que la hegemonía se estableció firmemente y por completo. Bajo ciertas circunstancias, sobre todo en condiciones de crisis o de reformas, se abren ciertas puertas para las fuerzas no conformistas y para su (relativo) éxito y progreso, incluso dentro de esas potencias.
En el segmento de la sociedad civil, las oportunidades de la contra-hegemonía son incluso más amplias ya que los portadores del discurso hegemónico actúan aquí directamente, sin máscaras y mediaciones. En el campo de la ciencia, de la cultura, de las artes y de la filosofía, los portadores de la contra-hegemonía que dominaron la sintaxis son capaces de resistir con eficacia a los adversarios ideológicos, en la medida en que la cantidad y el peso en este entorno son de mucha menor importancia. Un intelectual de la contra-hegemonía preparado y con talento puede valer por miles de opositores. En la esfera no política de las ciencias, la cultura, el arte y la filosofía, la contra-hegemonía puede utilizar un enorme arsenal de medios y métodos, contando desde los religiosos y tradicionalistas hasta los de la vanguardia y el posmodernismo. Guiado por un correcto entendimiento de la sintaxis contra-hegemónica, el despliegue de las diferentes estrategias intelectuales que desafíen la “axiomática” occidental de estilo modernista será extremadamente fácil. Este modelo puede ser fácilmente aplicado no sólo en las sociedades no occidentales, sino también en los países capitalistas desarrollados, repitiendo en la nueva situación histórica la exitosa experiencia del nuevo “gramscismo de izquierda” en Europa, en los años 60 y 70 del siglo XX.
El conjunto de estructuras políticas subestatales y la zona transfronteriza de la “sociedad civil” (en la interpretación de Gramsci), nos da el mesonivel, mientras que los Estados “revisionistas” pueden tomarse ellos mismos como macronivel para la práctica de la expansión contrahegemónica.
Y por último, el micronivel, que son los individuos independientes, quienes bajo ciertas condiciones también pueden ser portadores de la contra-hegemonía, ya que el campo de batalla de la TMM es la persona en sí misma en todas sus dimensiones – de la personal a la social y la política. La globalidad debe ser entendida antropológicamente.
Así recibimos la enorme reserva de recursos que está a disposición de la potencial élite revolucionaria global. En una situación en la que las reglas son establecidas por la hegemonía, y la “pre-hegemonía”, o simplemente la “no-hegemonía”, resiste pasivamente, este recurso es, o neutralizado, o involucrado hasta un grado infinitesimal en situaciones estrictamente locales, es decir, no se consolida, se dispersa y es expuesto a la entropía gradual. Para la propia hegemonía en sí, en este caso, esto no es más que un obstáculo pasivo, una inercia, y un objetivo a conquistar, “domesticar” o desmantelar (así, la construcción de carreteras requiere talar el bosque o drenar el pantano). Pero todo esto se convierte en un recurso de la contra-hegemonía cuando la contra-hegemonía se convierte en una fuerza consciente de sí misma, en un sujeto histórico, en el fenómeno. Todo esto se transforma en recurso cuando tenemos a la élite revolucionaria global orientada hacia la TMM como su base teórica. Antes de eso y sin eso, todo lo que se ha mencionado no existe en tanto recurso.
Contrahegemonía y Rusia
Todavía tenemos que proyectar los principios de la contra-hegemonía en el contexto de la TMM, en la situación rusa.
En un contexto de análisis neogramscista, la Rusia moderna representa el clásico “cesarismo” con todos sus atributos típicos. La hegemonía, por su parte, coloca a Rusia con firmeza en la cadena de los “Otros” (el resto), y construye su imagen de acuerdo con la sintaxis clásica: “autoritarismo” = “corrupción” = “necesidad de modernización” = “incumplimiento de los derechos humanos y de la libertad de prensa” = “el Estado interfiere en los asuntos de negocios”, etc.
Subjetivamente, la administración rusa está ocupada por los procesos de “transformismo”, en constante equilibrio entre las concesiones a la hegemonía (participación en organizaciones económicas internacionales como la OMC, privatizaciones, el mercado, democratización del sistema político, puesta a punto de las normas educativas occidentales, etc. ), y el impulso de preservar la soberanía y al mismo tiempo el poder de la élite dirigente apoyado sobre los estados de ánimo “patrióticos” de las masas. Al mismo tiempo, en las relaciones internacionales, Putin se adhiere personalmente de forma inequívoca al realismo, mientras que el gobierno y la comunidad de expertos gravita obviamente hacia el liberalismo, lo que provoca un “doble pensar” típico del “transformismo”.
Para la TMM y la élite contra-hegemónica, esta situación crea un ambiente favorable para la expansión de la actividad autónoma, y representa el enclave natural que promueve su desarrollo, fortalecimiento y consolidación. Rusia es inequívocamente relacionada con el campo “revisionista” en el sistema internacional, después de haber perdido su posición como uno de los dos super-Estados en los años 90 del siglo XX, y haber reducido drásticamente la esfera de su influencia incluso en sus fronteras. La unipolaridad del orden mundial y el fortalecimiento de la hegemonía en las últimas décadas (=globalización), trajeron a Rusia exclusivamente resultados negativos porque ambas fueron construidas – geopolítica, estratégica, ideológica, política y psicológicamente – a sus expensas. Y aunque las condiciones previas para una venganza activa no están maduras todavía, el ambiente general y las principales tendencias objetivas ayudan a establecer la TMM, y a promover el fortalecimiento y la cristalización del segmento ruso de la élite revolucionaria contra-hegemónica global. Además, muchas medidas adoptadas por Putin en temas de política exterior, dirigidas a fortalecer la soberanía de Rusia, sus intenciones de construir la Unión Euroasiática, su crítica del mundo unipolar y de la dominación de Estados Unidos, y también declaraciones afirmando que la multipolaridad es el más deseable orden mundial – todo esto amplía el campo de oportunidades para la creación orgánica de una completa y bien fundada teoría de la contra-hegemonía en el contexto de la TMM.
Notas
1. Dugin A. G. Theory of Multi-polar World. M., Eurasian Stir, 2012.
2. Waltz tomó la confrontación entre los EEUU y la Unión Soviética como un ejemplo de dos hegemonías hasta el final de la “guerra fría”. Actualmente, se inclina por la idea de una nueva bipolaridad, donde China es el contrapeso a la hegemonía estadounidense.
3. “Podemos establecer ahora dos niveles superestructurales principales: uno que se puede llamar «sociedad civil», esto es, el conjunto de organismos llamados comúnmente «privados», y el otro el de la «sociedad política» o estado. Estos dos niveles corresponden, por una parte, a la función de la «hegemonía» que ejerce el grupo dominante a través de la sociedad y, por otra, a la de la «dominación directa», o mando ejercido a través del estado y del gobierno «jurídico»”, escribió Gramsci. Gramsci A.Prison Books. Part 1. – M. Publishing house of Political Literature, 1991.
4. Sombart Werner. Bourgeois, M. “Nauka”, 1994.
5. Hegel F. G. Phenomenology of spirit. St. Petersburg. “Nauka”, 1992
6. Gramsci A. Prison Books.
7. Cox R. “Gramsci, Hegemony and International Relations: An Essay in Method”,Millennium 12, 1983.
8. Gill S. Gramsci, Historical Materialism and International Relations. Cambridge: Cambridge University Press, 1993.
9. El neo-gramsciano Nichols Pratt define la contrahegemonía como “la creación de hegemonía alternativa en el área de la sociedad civil para la preparación de un cambio político”. Pratt. N. “Bringing politics back in: examining the link between globalization and democratization”, Review of International Political Economy. Vol. 11, No. 2, 2004.
10. Marx K., Engels G. Communist Manifesto / Marx K., Engels G. Essays – 2nd ed. – T. 4. –M.: State publishing house of Political Literature. 1955. P. 419-459.
11. Wallerstein I. After liberalism. Moscow: Editorial URSS, 2003.