Estados Unidos frente al avance financiero chino
La decisión de Gran Bretaña de unirse al proyecto AIIB (Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, Asian Infrastructure Investment Bank), también fue emulado por Alemania, Francia e Italia, lo que ha llevado a Washington a oponer a la "deriva pro-china" de la "vieja Europa" una respuesta multilateral. Por un lado, los EE.UU. han dejado que el desorden en el Medio Oriente causado por sus intervenciones en Irak, Afganistán y, aunque de manera indirecta, en Siria, degenere en un caos absoluto con el fin de desestabilizar áreas de gran importancia estratégica para China. Por otro lado, los centros estratégicos de Estados Unidos han procedido a cercar militarmente a China, desplazando a los buques que sirven como bases flotantes para las fuerzas especiales desde el Golfo Pérsico hasta el Mar del Sur de China e instalando sus propias estructuras en Singapur, Tailandia y Filipinas.
La voluntad de asentar su propia fuerza militar en la región de Asia y el Pacífico con el fin de poner bajo control de Washington las vías a través de las cuales China se abastece de energía ha implicado también a Australia. En el Libro Blanco de Defensa de Australia, publicado en mayo de 2009 bajo el nombre de Force 2030, el gobierno laborista de Kevin Rudd ha proporcionado una gran cantidad de información acerca de la actitud que el país tiene la intención de adoptar frente a la afirmación de Beijing sobre el escenario mundial, especialmente a raíz del "sorpasso" de la economía china sobre la estadounidense y la consolidación de China a la cabeza de los Brics, que han privado poco a poco a las naciones occidentales, afectadas por bastos y profundos procesos de desindustrialización, de su papel de potencias mundiales en la fabricación.
En base a las directrices contenidas dentro de Force 2030, Australia ha puesto en marcha un plan de rearme que prevé la compra de nuevos aviones militares, destructores y submarinos, sobre todo del gigante militar estadounidense Lockheed Martin, en vista del mencionado conflicto, dado por probable, en contra de la República Popular de China, que llamaría a Camberra a ayudar a la flota de los EE.UU. en la tarea de poner bajo control la cadena de islas próxima al estrecho de Malaca, mediante una línea defensiva doble en el Mar Oriental de China y cerca de las aguas territoriales de Filipinas, con el fin de bloquear el flujo de hidrocarburos que alimenta la máquina económica china. Además de eso, el gobierno de Obama ha tratado de lanzar una ofensiva en paralelo en el ámbito económico, a través de la creación del Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica Estratégica (TPP). Se trata de un acuerdo de libre comercio diseñado para reforzar el papel internacional del dólar (ya que ostentar la primacía comercial supone detentar automáticamente también la primacía monetaria) y el "señorío" que los EE.UU. ejercen sobre el mundo implicando a Australia, Brunei, Chile, Canadá, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam - estos son los países que han aceptado participar en las negociaciones.
Japón, por su parte, había expresado inicialmente su intención de participar en el proyecto, pero después de la visita del presidente Barack Obama a Tokio, Shinzo Abe ha redimensionado decisivamente las ambiciones de Washington, argumentando que todavía no hay base para iniciar un proyecto de esta magnitud y, sobre todo, alcanzando a definir los últimos detalles del acuerdo fundamental con las autoridades chinas relativo a la exclusión (en vigor desde el 1 de junio de 2014) del dólar en el comercio bilateral entre Japón y china, a favor de sus propias monedas nacionales. Socavado por los legisladores estadounidenses convencidos de que permitiendo al presidente el fast track (la "vía rápida"), habrían contribuido a dar forma a un proyecto destinado a radicalizar el proceso de transferencia de puestos de trabajo a países extranjeros (ya incrementado con el NAFTA), el TPP aspiraba a actuar como brazo económico de la política del "pivote asiático" llevada a cabo por la administración Obama en clave anti-china, reuniendo a algunas de las naciones más prometedoras en un extraño sistema de gobernanza corporativa jurídicamente vinculante, dirigido a garantizar protección ante el expansionismo chino.
Nada impide que un proyecto modelado sobre una copia del TPP pueda presentarse de nuevo en el futuro, especialmente frente a la ambiciosa ofensiva económica y financiera puesta en marcha por la República Popular de China a través del AIIB, la Ruta de la seda y el banco BRICS.