EL MITO DEL PROGRESO

27.07.2021

La idea del progreso es falsa y esto tenía que decirse tarde o temprano. Mientras sigamos defendiendo tal mito, continuaremos basando todos nuestros proyectos, planes, análisis, reconstrucciones históricas e ideas científicas en una premisa falsa. Por lo tanto, ha llegado el momento de abandonar esa idea, ya que las sociedades humanas no progresan linealmente.

Solo rechazando el progreso seremos capaces de comprender el mundo.

Los primeros en hablar del progreso fueron los enciclopedistas del siglo XVIII, pero esta idea tiene su origen en la teoría de los tres reinos de Joaquín de Fiori, el cual hablaba de que en la historia se sucedían el reino del Padre, el reino del Hijo y el reino del Espíritu Santo. Los cristianos ortodoxos solo reconocen el Antiguo y el Nuevo Testamento, es decir, creen en la existencia del reino del Padre y el reino del Hijo, cuando la civilización cristiana llegue a su fin, entonces vendrá un breve período de apostasía, el reinado del Anticristo y, finalmente, el fin del mundo. Los ortodoxos no esperamos el advenimiento de un mundo mejor y menos una mejora del cristianismo. Todo lo contrario, una vez que llegue a su fin el reino del Hijo, la humanidad entrará en un período de degeneración, decadencia y degradación. Joaquín de Fiori y los franciscanos afines a sus teorías, casi todos católicos, creían que el futuro sería hermoso, por lo que profetizaron que una vez que la civilización cristiana medieval desapareciera, empezaría una época nueva, sublime y sagrada superior a la anterior.

Los enciclopedistas no creían ni en el reino del Espíritu Santo ni tampoco en la Iglesia o en Dios. No obstante, sostenían que la cultura cristiana iba a llegar a su fin y se alegraban al pensar que la religión iba a desaparecer, pues ello daría nacimiento a una sociedad nueva mucho más justa, perfecta, racional, democrática y, por supuesto, más desarrollada.

Ateos y materialistas como Turgot, Condorcet, Diderot y Mercier sostenían la teoría de la existencia de un progreso universal de la humanidad. Esta idea se convirtió rápidamente en un dogma. Mientras tanto, la Modernidad promovía que la gente dudara de todo: Dios, el hombre, la consciencia, la materia, la sociedad, la jerarquía, la filosofía, pero no debía durar del progreso… Eso sería demasiado.

¿A qué se debe semejante fe en el progreso? ¿Por qué la opinión de pensadores no tan brillantes e impresionantes se volvió un dogma intocable? ¿Y por qué es imposible criticar, discutir o cuestionar racionalmente semejante opinión?

Es una especie de misterio: la Modernidad es incapaz de refutar categóricamente el progreso. Todas las ideologías políticas – liberalismo, comunismo y nacionalismo – y todas las escuelas científicas – idealistas o materialistas – fundamentan sus doctrinas en esta creencia. El progreso se ha convertido en una especie de religión y una religión no necesita ser probada racionalmente, al contrario, mientras más absurda es mucho más real.

Los Nuevos Tiempos descartaron en nombre del progreso la Antigüedad, la Edad Media, la teología, las filosofías de Platón y Aristóteles, la jerarquía, el imperio, la monarquía y los ciclos sagrados del trabajo de los campesinos.

Sin embargo, los tradicionalistas, y otros pensadores que creían que la historia era cíclica, criticaron la idea del progreso. Posteriormente, el estructuralismo europeo y las nuevas teorías antropológicas se sumaron a esta causa.

El famoso sociólogo ruso-americano Pitirim Sorokin desmontó el mito del progreso de una forma convincente.

A pesar de todo esto, el progreso sigue siendo una idea dominante en la conciencia pública y en el inconsciente colectivo de la sociedad. Nada ha debilitado la creencia en el progreso, ni siquiera las catástrofes políticas a gran escala, la evidente degeneración de la cultura contemporánea, el colapso de los sistemas sociales, los ominosos descubrimientos del psicoanálisis o la ironía de las críticas postmodernas. La humanidad sigue creyendo ciegamente en este mito, aunque las cosas claramente estén empeorando.

Para deshacernos de esta idea primero debemos aceptar que es una herejía o una hipótesis sin fundamento que ha sido desmentida por la historia misma. Solo entonces la realidad que nos rodea cobrará sentido.

La civilización actual ha llegado a un estado de decadencia absoluta. Es una declaración bastante fuerte, pero no por ello hemos caído en la desesperación. Lo único que nos queda es restaurar la integridad, la salud y las cosas – siempre que no haya degenerado – que antes existían, ya que todo está estropeado ahora – y de hecho el mundo no podría estar peor –.

Por otra parte, el rechazo del progreso no implica desconocer la mejora de ciertos aspectos de la vida humana. Aunque no debemos convertir semejantes mejoras en una ley histórica: existen ascensos y descensos contantes dependiendo de en qué sociedades o ciclos históricos nos encontremos, pero no podemos esperar que eso se convierta en un algoritmo universal que explique la historia. Existen avances y retrocesos, mientras que en Rusia es verano en Argentina están en invierno.

Una vez nos deshacemos de la idea del progreso somos capaces de recuperar nuestra cordura y nuestra libertad. Y eso nos permitirá hacer del mundo un lugar mejor o peor. Debemos reflexionar sobre esto, es decir, comparar, analizar y estudiar la historia, repensar los legados que nos dejó el pasado, sin ser arrogantes o sostener prejuicios.

De ese modo haremos de nuestra existencia algo digno y superior a todo lo que vivimos hoy. Sin embargo, para poder avanzar en esa dirección debemos abandonar la idea del progreso, esa herejía corrupta y peligrosa.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera