Caos y guerras
La llamada guerra híbrida es el resultado del poder hegemónico y aplastante de la maquinaria militar estadounidense desde el final de la guerra fría (1947-1991). Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial de 1939-45 el mundo quedó repartido en tres bloques: el capitalista, liderado por los USA; el comunista, liderado por la URSS; y los llamados “no-alineados”, conjunto de países tercermundistas. El enfrentamiento entre capitalismo y comunismo nunca fue directo, sino que consistió en varias guerras locales, entre pequeños países que contaban con ayuda de unos y otros, o cuando intervenían directamente rusos o estadounidenses, como en los casos de Vietnam o Afganistán, el país agredido solía contar con ayuda de su socio “grande”. Pero a partir de 1991, con el hundimiento a todos los niveles del bloque comunista, solo quedó una superpotencia contra la que apenas podían enfrentarse cualesquiera países del resto del mundo. Un ejemplo claro lo tenemos en la guerra de Irak, con el régimen de Saddam aplastado en poco tiempo. Estaba claro que una guerra convencional ya no la podía sostener nadie contra los USA y sus aliados de la OTAN.
Entonces, resulta que en varios países se atenta contra militares y/o intereses USA, hay gobiernos que se declaran beligerantes contra ellos, hay organizaciones terroristas de diverso signo y que operan a nivel local o planetario… Y a todo eso los estadounidenses lo llaman así, “guerra híbrida”. Que es una manera moderna de llamar a algo muy viejo en realidad: la guerra de guerrillas, sólo que trasplantada a nivel mundial, global (tal como corresponde al signo de los tiempos).
El caso es ver si realmente se trata de una guerra, de varias guerras o de un puro y duro caos. Lamentablemente es fácil ver que cualquier cosa, como una guerra en un determinado país, un atentado terrorista, una caída de la Bolsa, una manifestación, una epidemia... Todo eso podrá ser relacionado con acciones de guerra, podrá ser atribuido a tal o cual enemigo interno o externo y servirá para justificar cualesquiera actos represivos. Es así. Dentro del enjambre de informaciones y contrainformaciones la verdad no la sabrá nadie, y averiguarla podrá llevar el tiempo suficiente como para que nunca se pueda establecer justicia. Y además, justicia ¿por parte de quién? Bienvenidos al caos, pero el caos más absoluto: la guerra eterna contra un enemigo eterno. El concepto guerra híbrida parece destinado a mantener un estado de alerta eterno, frente a una amenaza eterna, por parte de un enemigo eterno, cuya ineluctibilidad es demoníaca, y por ello merece toda la contundencia posible. Es el inalcanzable y fantasmal Goldsmith de la novela “1984” de Orwell. Justifica todas las injusticias posibles. La guerra híbrida es el caos organizado.
Es preciso ofrecer pistas ante el actual caos que estamos viviendo, a todos los niveles. Ya nadie sabe, o tal vez no quiere, cómo encarar correctamente la cuestión social, nacional, religiosa… desde los mismos campos ideológicos o políticos se suelen ofrecer soluciones diferentes… nadie sabe dónde se halla el enemigo… ni donde tampoco los amigos… En medio de la sombra cada vez más crecida sobre nosotros vale la pena detenerse un momento y buscar lo que puede dar algo de luz.
En gran medida, las clases gobernantes saben cómo ordenar todo esto. Y lo ordenan en aquello que interesa. Es ciertamente interesante ver que pese al caos reinante, la economía no se colapsa, sino que sigue su propia dinámica y rumbo a pesar de que las sociedades cada vez estén más descompuestas, y no es algo casual. A todos los gobiernos y a todos los poderosos, de cualquier signo, les interesa la existencia de sociedades sumisas. Las experiencias totalitarias del siglo XX les sirvieron para aprender una gran cosa: Lo importante no es ganarse la adhesión de las masas, sino su indiferencia. Y para lograrla es preciso instalar en ellas el caos, de modo tal que nada cuaje, que nada dé fruto, que no exista ninguna iniciativa de gran alcance. La peor pesadilla para el orden mundial es un bloque geopolítico unido.
Lo primero que se debe hacer es plantear el estado permanente de guerra y caos como RUIDO. Hay que “visualizarlo” como ruido, como algo que nos impide serenarnos, concentrarnos, ver y oír las cosas esenciales. Eso es lo primero: intentar convivir con eso, de momento. La guerra híbrida exterior y el caos deben ser combatidos mediante la guerra santa interior y el orden interior, dentro de nosotros y dentro de nuestras comunidades tanto de convivencia como de combate.
La guerra santa interior consiste el recto comportamiento personal. No es vivir una vida de renuncia ni mortificación, porque una buena vida no es incompatible con una vida buena. Se trata de no engañar ni engañarse, de aceptar los avatares de la vida, de estudiar y tener criterio propio, de mejorar aquello que sabemos que no es bueno en nosotros. Y también se trata de conocernos y aceptarnos, pues intentar moldearnos según un modelo ideal equivale en realidad a destruirnos en parte. Podemos tener grandes defectos, solo de nosotros depende amortiguarlos o desviarlos, pero no podremos destruirlos, sino en todo caso transformarlos en algo que sea útil o en todo caso no dañino. Eso es la verdadera guerra santa interior: trabajar lo que ya somos y dominarlo, pero nunca extirparlo. Los enemigos nos desean neuróticos y desconectados de nuestro propio ser.
El orden interior se logra mediante la comunicación y relación con nuestro entorno humano y ecológico. Hemos de saber cuál es nuestro lugar en nuestra comunidad como persona, y cuál es nuestro lugar en relación al entorno ecológico. A pesar de los cantos y proclamas individualistas, no podemos vivir solos y aparte de un orden superior a nosotros. El caos se produce cuando se olvida todo eso, cuando se intenta violentar al orden superior. Entonces surge la frustración, la ira y el dolor que se traducen en violencia generalizada. La paz y la armonía no son valores que caen del cielo, que vienen dados, sino que son el resultado de una guerra contra los malos instintos, su transformación y su canalización en la aceptación del orden superior sin el cual la vida es imposible.
Para que la guerra que vamos a sostener pueda implantar ese orden, es necesario rearmarse y plantear valores fuertes para, en primer lugar resistir, luego organizarse debidamente, y luego atacar. Es así, hay que afilar las espadas para luchar. Pero luchar… ¿para qué? Se trata de rearmarse moral e ideológicamente. No se trata de hacer una nueva ideología, si es que ello es posible, sino de renovar algunos temas, de redescubrir algunos conceptos… de rearmarse en este inicio de s. XXI. De eso se trata.
En esta situación de caos mundial hay que limpiarse mentalmente y visualizar dos grandes bloques, dos adversarios. Esto no es algo nuevo: Ninguna ideología (liberalismo, comunismo, fascismo) del s. XX fue compacta, agrupaban a muchos grupos y personas a veces totalmente opuestos en sus métodos e incluso objetivos, y que sin embargo optaron por encuadrarse a un lado u otro por las más variadas razones. Si bien la razón más común, con distinto rostro, fuera la más básica: sobrevivir.
Hoy hay dos campos: uno tiene un proyecto en vías de realización sin apenas obstáculos, que es el neoliberalismo. El otro, es el resto. Soy consciente de la simplicidad de este planteamiento, pero es fundamental para centrarse en lo primordial: hay un proyecto global en marcha, que no es necesariamente de una sola vía, o idea, sino que es una confluencia del ideario emancipador nacido de la muerte de Dios como idea de lo Absoluto. Entonces nace la idea del individuo como Idea Central y Absoluta de la realidad. Esa es una idea a la que se debe oponer cualquier otra idea con base tradicional. Motivo: El individuo emancipado y libre de cualquier obligación y referencia es un animal muy peligroso para los demás y para sí mismo, para todo el planeta. Y en el momento actual estamos viviendo esas consecuencias en forma de caos y guerras.
Se puede argumentar que la idea del individuo autónomo ha logrado grandes avances para toda la humanidad, ya que se ha dado rienda suelta a la creatividad que estaba sometida y bloqueada por ideas y tradiciones absurdas y falsas. En realidad, todo eso no es más que un espejismo: Con ello se ha logrado desencadenar un gran avance técnico y científico, pero nada más. Las personas siguen siendo igual de nobles o mezquinas; hay ricos y pobres; guerra y paz; etc. Por efecto acumulativo hay más bienestar, pero también más pobreza. Un Dios sustituyó a otro, eso es todo. Quien hoy pretenda contrariar al Dios dinero recibe el mismo trato que quien ponía antaño en duda al Dios bíblico. Las pruebas materiales de la bondad de uno y otro también pueden ser equiparables. ¿o acaso el Dios bíblico no era amor, prohibía el robo y el asesinato, y protegía la familia? ¿Qué miserable iba a estar en contra? Por lo mismo, ¿cómo podemos oponernos hoy a la libertad de obra y pensamiento del individuo? Nuevamente, la premisa es falsa: el individuo no es un ente aparte del resto del mundo, y todas sus actuaciones tienen consecuencias que repercuten en el entorno. Entonces el dios Dinero establece unas normas que proclama que son deseadas por el individuo racional e inteligente y que concuerdan con lo natural. Se obliga al individuo a aceptar comportamientos e ideas con la premisa de que son los comportamientos e ideas lógicas y naturales de cualquier individuo sano. Y por eso hay conflictos, caos y guerras. Las contradicciones afloran con toda su violencia e intensidad ante la imposibilidad de regularlas adecuadamente.