Reflexiones ecuménicas de Viernes Santo
Hace unas semanas en Roma, el predicador pontificio Fray Rainiero Cantalamessa —más famoso por su heterodoxia y su ligereza que por su elocuencia sagrada— hacía un ejercicio de desmemoria, o de falseamiento de la historia reciente, y predicaba cosas como ésta:
«Dado que creemos que la venerable y antigua tradición de las Iglesias Orientales forma parte integrante del patrimonio de la Iglesia de Cristo, la primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocerla para poderse alimentar de ella y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades, el proceso de la unidad [...] es hora de invertir y dejar de insistir obsesivamente en las diferencias —que a veces se basan en una deformación del pensamiento del otro— y en su lugar juntar lo que tenemos en común y nos une...»
El autor de Ex Orbe recuerda que, por el contrario, antes del C. Vaticano II (1962-1965) había muchas más cosas que acercaban a cristianos orientales y occidentales. En la vieja liturgia romana, por ejemplo. Que fue eliminada (o así se intentó) por el Novus Ordo Missae de 1969. Pero que ya venía siendo cercenada desde antes; al menos desde el pontificado de Pío XII, quien en 1955 promulgó una reforma de la liturgia de la Semana Santa que la alteraba y mutilaba. Entre las mutilaciones, una muy significativa, que todavía hoy siguen celebrando las iglesias orientales, unidas o no a Roma: la Misa de Presantificados. Rito que en el siglo VI introdujo entre los bizantinos el Papa San Gregorio Magno. «En sustancia, la liturgia imita una Misa en la que no hay consagración porque se comulga con la Eucaristía consagrada el Domingo de Cuaresma anterior, reservándose el Sacramento (“presantificados”) para la comunión que se administra en las liturgias del Miércoles y Viernes (dos antiquísimos días penitenciales). Así, la “Misa de Presantificados” del Viernes Santo, tal y como se celebró hasta la reforma de la Semana Santa de 1955, entroncaba con la más antigua tradición litúrgica católico-romana y se vinculaba a figuras venerables de la época de los Santos Padres. Además era un patente vínculo litúrgico co-idéntico entre las muy distintas tradiciones litúrgicas de Roma y Bizancio».
En realidad, la nueva liturgia practicada y defendida por los jefes y colegas de Fray Rainiero Cantalamessa constituye una aproximación a la liturgia protestante, fundamentalmente a la calvinista. Difícilmente puede imaginarse algo más alejado de la pompa, reverencia y devoción del Santo Sacrificio de la Misa, la Sagrada Liturgia de los orientales, que la nueva misa de 1969. Ésta es expresión del ecumenismo triunfante en el Vaticano II. El cual, paradójicamente, ha alejado más a los cristianos occidentales de los orientales, eliminando aquellos ritos y tradiciones que tenían en común, y haciendo irreconocible el culto mismo.