El Occidente distributivo, una amenaza para la multipolaridad

14.04.2022

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Ahora que han trascurrido casi dos meses desde que inició la operación militar especial de las Fuerzas Armadas rusas en Ucrania es posible dejar de lado las emociones y la agitación inicial para dedicarnos a reflexionar sobre los acontecimientos y los grandes cambios globales que han ocurrido en las esferas económicas y socioculturales de varias regiones del mundo.

El Heartland distributivo

El filósofo ruso Alexander Dugin observó en el 2019 que uno de los imperativos de la geopolítica multipolar era la creación de un Heartland distributivo [1]. La geopolítica clásica – sobre la cual Dugin ha hecho varios aportes – establece que el Heartland (el corazón de la tierra) es el punto de partida desde el cual se forman las Civilizaciones de la Tierra que son conservadoras, estables, religiosas, antiglobalistas o alterglobalistas. El Heartland siempre ha sido considerado como la piedra angular de la geopolítica, pues quien controle el centro del continente euroasiático controlará el mundo.

Los poderes terrestres del Heartland se oponen a los poderes marítimos, talasocráticos o atlantistas, las Civilizaciones del Mar cuyos principios económicos, culturales y políticos son encarnados por el “Occidente moderno”. A. Dugin dice que si queremos encaminarnos hacia la multipolaridad ya no podemos hablar de un único Heartland o poder marítimo, pues la confrontación entre estos dos principios se ha desplazado hacia cada uno de estos polos, bloques o poderes militares y económicos. Las fuerzas conservadoras favorables a la multipolaridad, la autarquía cultural y la autarquía de las civilizaciones existe en todos los Estados del mundo y cada una de ellas tiene su propio Heartland regional: los rusos, europeos, musulmanes, chinos, sudamericanos e incluso los estadounidenses tienen formas de conservadurismo particulares. El estadounidense promedio tiende hacia el aislacionismo y el Make America Great Again. Por lo tanto, esta confrontación ya no solo afecta fronteras geográficas y políticas particulares, sino que también se extiende a los Estados, naciones y culturas.

Esto nos lleva a sostener que si bien existe un Heartland distributivo entonces también existe un Poder del Mar distributivo. Intentaremos a continuación identificar algunas de sus características.

El atlantismo tiene un proyecto civilizacional de carácter holístico y total cuya descripción e imagen del futuro puede ser comprendida desde una perspectiva cultural y económica. El proyecto económico del atlantismo es sin duda muy complejo, pero nosotros vamos a concentrarnos en una crítica mucho más coyuntural y lo asociaremos con el enfoque cultural que ha permitido la hegemonía occidental por medio de la tecnología.

Alexander Dugin ha dedicado un volumen entero de la Noomajía a Gran Bretaña y en el señala que uno de los rasgos más interesantes del Imperio Británico fue la forma en que abandonó el escenario mundial [2]: a diferencia de otros imperios, los cuales fueron destruidos por la Primera Guerra Mundial o la Revolución Rusa, Dugin sostiene que la liquidación del Imperio Británico fue como si un rayo de luz golpeara un prisma y se dividiera en un espectro infinito de colores. Gran Bretaña dejó de ser un imperio colonial para convertirse en una luz multicolor que de ahora en adelante bañaba al mundo con su brillo: la música de los Beatles, la moda, el estilo de vida, su sistema económico, sus ideas tecnológicas (entre ellas la informática), etc. Podemos decir que su influencia no desapareció, sino que adquirió una forma y un sentido muy diferentes que de ahora en adelante sería cultural (entendiendo la cultura en un sentido amplio, es decir, toda actividad humana). Gran Bretaña fue, de hecho, la primera potencia que convirtió su hegemonía militar-industrial y económica en un poder cultural difuso y distributivo. Por supuesto, el número de bases militares y administraciones coloniales británicas ha disminuido, pero ahora todo el mundo escucha el rock británico por la radio y copia las subculturas londinenses. ¡El dominio británico se ha convertido en la moda británica!

Tal legado fue rápidamente asumido por el heredero geopolítico de Gran Bretaña: los Estados Unidos de América, país que no solo desarrollaría un complejo militar-industrial propio, sino que también intentaría dominar la cultura y el imaginario de todos los pueblos del mundo por medio de Hollywood, intentando llevar el sueño americano a todas partes. Jean Baudrillard dedicó varios de sus libros al estudio de la cultura, los medios de comunicación y los sistemas simbólicos estadounidenses.

A comienzos del siglo XXI Estados Unidos ha intentado crear un nuevo polo de atracción además de Hollywood: Silicon Valley o el Valle del Silicio. Las tecnologías de la información, las BigTech y las redes sociales han alcanzado un nivel de popularidad y relevancia sin precedentes en los últimos años y, de hecho, los jefes de estas empresas se encuentran entre las personas más ricas del mundo, siendo importantes líderes de la opinión pública y convirtiéndose en un fenómeno cultural autónomo. Las tecnologías de la información ofrecen estatus, ingresos y movilidad a todos los jóvenes del planeta. Podemos decir que se han convertido en un pilar de Occidente, junto con el complejo militar-industrial y la comunidad intelectual.

Las sanciones y las reacciones

La enorme cantidad de sanciones impuestas a Rusia en los últimos meses es muy disiente, pues revela la forma en la que opera Occidente. La atención pública se ha centrado sobre todo en la huida de muchas figuras políticas y culturales importantes, pero el principal problema de Rusia subyace en la esfera tecnológica y los problemas culturales que acarrea. Lamentablemente, se le ha prestado muy poca atención a este problema.

Resulta interesante que casi todas las marcas, empresas, servicios, aplicaciones y sistemas de pago IT & HighTech más famosos del mundo hayan abandonado Rusia a principios de la primera. Rusia ha sido desconectando de las redes y los sistemas occidentales (incluyendo las marcas comerciales y los códigos culturales asociados a ellas) en un intento de presionar a la población y a las autoridades rusas para que detengan la guerra. Occidente cree que excluyendo a los rusos de sus sistemas culturales, informativos e infraestructura no solo destruirá la economía, sino también la identidad de los ciudadanos rusos y los obligara así a ponerse del lado de la “globalización”. Pero tales intentos no han funcionado. Es más, algunas plataformas, redes sociales y servicios occidentales han sido cerrados por los tribunales rusos debido a sus acciones agresivas.

No obstante, el nivel de penetración cultural de Occidente dentro de Rusia se revela de la siguiente manera: los medios de comunicación han hecho un llamado a sustituir las importaciones occidentales por productos, plataformas y redes sociales creadas por los rusos. Los medios de comunicación y los funcionarios públicos han comenzado a decirle a la población que el uso privado de Meta (empresa que ha sido declarada por Rusia como una organización extremista) no será castigado por la ley, pero que existen plataformas y redes sociales muy parecidas para intercambiar mensajes, además de servicios de streaming (RuTube, VKontakte), proveedores de películas (Okko, ivi), versiones de software y sistemas operativos domésticos creados por los rusos. Incluso se han hecho promesas de crear aplicaciones populares como Yappy [3] que sustituyan a TikTok o una red denominada Rossgram que sustituiría a Instagram. También se ha anunciado la creación de una aplicación rusa que sustituya a Google Play y Apple Store en caso de que estas también abandonen el país.

Las autoridades rusas dicen que se incentivará a los programadores, especialistas informáticos y empresas por medio de exenciones fiscales, además de darles un trato favorable a sus industrias debido “a que sus competidores han dejado de operar en el país”. El problema es incluso más complicado en el ámbito de la microelectrónica, ya que este es dominado por China y sus sistemas tecnológicos, empezando por la Huawei Corporation.

Podríamos decir que están tratando de mostrarle a la población que la infraestructura y la cultura “occidental” siguen existiendo en Rusia, aunque de una forma muy distinta y cambiando su apariencia. En definitiva, se trata de una variante glocal [4] de “Occidente con apariencia rusa” sin habernos deshecho antes de Internet. Cosas similares han ocurrido en países que han sufrido durante décadas sanciones de Estado Unidos y Europa como, por ejemplo, Irán y China. El conservador Irán cuenta con toda clase de sistemas, plataformas culturales y de alta tecnología análogas a las occidentales que son distribuidas de forma abierta y legal como Aparat (sustituto de YouTube), FILIMO (Netflix), TaxiMaxim (Uber), CafeBazaar (Google Play), etc. Los servicios de VPN que proporcionan acceso a Internet funcionan bastante bien.

Por otro lado, los productos y equipos occidentales entran al país de contrabando violando los derechos de autor y son vendidos abiertamente en todas partes. Claro, existen marcas originales que solo funcionan dentro del país, pero no es imposible conseguir productos extranjeros en Irán. Esto nos lleva a decir que Irán es un país autárquico económica y tecnológicamente, pero que no ha conseguido zafarse (¡ni siquiera habiendo sido encerrado!) del poder de penetración de la cultura “occidental”. Se puede decir que todas estas influencias son las banderas y los batallones de ocupación cultural y tecnológico que la Civilización del Mar distributiva usa para eventualmente someter a la República Islámica de Irán, mientras que la gente común se siente fascinada por estas maravillas occidentales. Esto nos lleva a concluir que si el régimen de los ayatolás permite que las marcas occidentales levanten sus carteles y centros comerciales dentro de su territorio, entonces los cimientos de su gobierno se están erosionando rápidamente y una parte del pueblo iraní ya se encuentra dispuesta a renunciar a su soberanía a cambio de hacerse nuevamente parte del mundo.

La influencia de Occidente es aún más evidente en China que – a pesar de su oposición abierta a Estados Unidos en términos económicos, sistema de gobierno y valores – depende de los mismos métodos y tecnologías occidentales. En China encontramos los mismos principios culturales que en Occidente y no siempre se encuentran disfrazados bajo una apariencia local. Esto es especialmente evidente en la arquitectura de sus metrópolis donde brillan luces de neón, la integración de su vida social a la realidad virtual por medio de aplicaciones como WeChat, las excelentes conexiones a las VPN que permite evadir los cortafuegos del gobierno, el desarrollo de los sistemas de vigilancia estatales, la capacitación social (la banca privada y las BigTech  operan de forma muy similar a las occidentales) y el hecho de haberse convertido en el principal fabricante industrial y uno de los líderes mundiales en microelectrónica y equipos de red (IBM y CISCO presionaron al gobierno de Donald Trump para que cerrara las sucursales de Huawei en los EEUU). La industria cinematográfica china se ha integrado exitosamente a Hollywood, ya que este último se decora con la estética china y usa a los actores autóctonos de china en muchas de sus superproducciones con tal de obtener grandes ganancias en el Reino Medio. Por lo tanto, a pesar de que se libra una confrontación económica y geopolítica no existe ninguna diferencia entre China y Occidente en el plano cultural y tecnológico.

Es por eso que muchos en Rusia esperan que las “tecnologías chinas” sustituyan a las “tecnologías occidentales” ahora que estas han abandonado nuestro país. Sin embargo, las tecnologías chinas no son más que una copia de las tecnologías occidentales. El círculo se cierra y volvemos, una vez más, al punto de partida: la multipolaridad no puede reducirse a una confrontación política, cultural y económica, ya que en el fondo siguen existiendo las mismas estructuras y “modelos” creados por los Poderes del Mar para someter a los otros polos. No estamos ante el nacimiento de una autarquía verdadera, sino ante la creación de “occidentes” locales y semicerrados. Podríamos parodiar la vieja formula estaliniana al decir que estamos construyendo un “Occidente en un solo país”.

Tanto las élites como gran parte del pueblo ruso esperan que pasan las dificultades actuales y de ese modo todo vuelva a ser como “antes”. Tal deseo se manifestó de forma clara y abierta durante la pandemia COVID-19 y nuevamente se ha vuelto a manifestar ahora: todo mundo espera que las aplicaciones occidentales, Google, Apple, Twitter y Facebook vuelvan a funcionar cuando acabe la guerra. Y mientras que algunos desean eso de forma consciente, ya que es la civilización a la que pertenecen, otros desean volver a sus viejos hábitos por una especie de inercia debido a que no existe una alternativa real a la vista. Mientras tanto, muchos rusos se contentan con usar VKontakte a causa de que Facebook se encuentra bloqueado.

Sobre la neutralidad de la tecnología

Uno de los mitos de la Modernidad es la supuesta neutralidad de la tecnología, ya que se considera como una simple herramienta que cualquiera puede usar de forma pasiva. Sin embargo, esto es falso. La tecnología hace parte de la cultura y no es un objeto o un producto pasivo, sino que es un sujeto que busca su mejoramiento y reproducción, transformando las relaciones sociales, laborales y económicas (revoluciones tecnológicas) al igual que produce signos y unidades semánticas propias (memes). La tecnología transforma nuestra relación frente al tiempo, la comunicación, la naturaleza, la ecología o la explotación del subsuelo (el mundo es reducido a un medio de consumo), etc.

La filosofía de Martin Heidegger [5] parte del supuesto de que la tecnología es una forma de destrucción y aniquilamiento del Dasein, lo que produce un escape hacia la inautenticidad, es decir, la renuncia del ser para la muerte. Martin Heidegger describía esto como la Gestell, Dispositivo, una especie de forma metafísica y tecnología que nos es impuesta, establecida (er-stellen, instalar) y que buscaba bloquear el ser autentico de los hombres. La existencia inauténtica se dedica a ver series en Netflix o RuTube o crear sus propias aplicaciones para smartphones.

Además, como muy bien señala el filósofo francés Alain de Benoist la hegemonía tecnológica y la ideología del consumo nació en Europa debido a [6]:

·         La desaparición de la cultura campesina viva y su reducción a elementos folclóricos;

·         La urbanización y el antropocentrismo como “abandono del estado de naturaleza”;

·         El espíritu prometeico de crecimiento y el capitalismo;

·         La desaparición de la prudencia (phronesis) y el descontrol del orgullo (hubris);

·         El triunfo de las religiones abrahámicas y la destrucción de la “armonía natural”;

·         La aparición del cartesianismo y el nacimiento del sujeto como “amo y señor de la naturaleza”;

·         El triunfo del mito del progreso, el crecimiento y el beneficio ilimitado ilustrado.

La Técnica no puede ser disociada de las Cátedras Universitarias, las cuales se dedican a producir y crear los cálculos, conocimientos y campos de aplicación de la tecnología. Y ni hablar de la Economía como medio de racionalización de la producción (fábricas, transportes) y la distribución (centros comerciales, mercados) de los bienes de consumo [7]. La cultura de hoy ha sido dominada por la tecnología, dando nacimiento a nuevas formas que tienen sus propios ámbitos e influencias.

Ahora bien, la tecnología nació del olvido occidental del ser y este proceso ha culminado con el nacimiento de la ideología del progreso que ha abrazado tanto la Modernidad como la Postmodernidad. La tecnología no es neutral y podríamos decir que es la encarnación por excelencia de la metafísica occidental en forma de aparatos, infraestructuras y servicios de consumo. Incluso podemos hablar de una subjetividad independiente y autónoma de la tecnología con respecto a los seres humanos, ya que existe una lógica interior dentro de ella que se plasma en una serie de formas ideológicas que al parecer tienen como objetivo destruir la vida en la tierra.

Todo lo anterior nos lleva a dudar de mitos como la “modernización sin occidentalización”, pues es imposible adoptar la tecnología sin antes asumir sus valores e ideología. Tal idea solo se puede lograrse de forma parcial y superficial: incluso si subsumimos la tecnología a nuestros propios valores finalmente esta terminará destruyéndolos a largo plazo. Además, la tecnología requiere de ciertos parámetros y medidas dictadas por los códigos ISO que operan a nivel mundial. La tecnología digital es global y requiere de una sociedad abierta, libre mercado, circulación de la información y los productos, etc. El cosmopolitismo y la sociedad abierta hacen parte del hardware tecnológico. No es una coincidencia que el personal de los medios de comunicación y la informática sean la vanguardia de protestas como las que acontecieron hace poco en la CEI o los recientes disturbios violentos en Hong Kong. Además, son ellos los que proponen sus propias soluciones a los conflictos.

También existen intentos de justificar la tecnología desde un punto de vista no europeo, siguiendo la obra del pensador chino Yuk Hui. No obstante, tales variantes no hacen sino reforzar directa o indirectamente las tendencias del mito eurocéntrico del progreso, pues llegan a la conclusión de que incluso civilizaciones y sistemas metafísicos distintos terminan desarrollando tecnologías similares siguiendo caminos muy diferentes.

Podemos demostrar la falsedad de esta forma de pensar usando la metáfora del hardware y el software. El software son los programas, aplicaciones y, sobre todo, el sistema operativo o la interfaz gráfica (GUI) que permiten al usuario interactuar con el hardware. El hardware son los chips, estructuras, conectores, placas y fuentes de alimentación de un computador. Usando esta metáfora del hardware y el software podríamos decir que la multipolaridad de hoy es un conflicto al nivel del software, es decir, del sistema operativo y sus diferentes propuestas sobre la gobernanza y la soberanía estatal de los Grandes Espacios. No obstante, todos estos Grandes Espacios siguen dependiendo del hardware occidental, la esencia misma de la decadencia. Es por eso que pensamos que este sistema tecnológico que ha invadido todas las esferas de la vida cotidiana y la cultura es la expresión por excelencia del Poder del Mar distributivo por decirlo en términos geopolíticos. Un Estado puede ser aislado por medio de sanciones y embargos, como sucede actualmente con Rusia, pero en el fondo sigue atrapado en las estructuras y sistemas operativos creados por Occidente, el cual espera ganar a largo plazo.

La destecnologización es el único camino verdadero hacia la multipolaridad

Todo lo que hemos expuesto hasta ahora nos convence de que solamente una destecnologización total nos permitirá avanzar hacia una verdadera multipolaridad, pluralidad cultural y natural.

Alain de Benoist habla de la necesidad de rechazar totalmente la ideología del crecimiento y el progreso tanto a nivel filosófico como cultural típica de la mentalidad occidental, por eso habla de la aparición de un hombre nuevo o más bien el despertar del hombre auténtico europeo que sea capaz de romper con el sistema frenético y antieuropeo que ha fundado la sociedad occidental moderna. Alexander Dugin dice en sus tratados sobre etnosociología que “las sociedades no se desarrollan, sino que viven”.

Si no abandonamos la idea del progreso y el culto a la tecnología, la multipolaridad no será sino una ficción, un terreno intrínsecamente inestable donde el hardware-Gestell dominará de forma unipolar. Hoy estamos siendo testigos de cómo han empezado a aparecer “occidentes locales” que son copias exactas del mismo o que introducen por medio de contrabando los artilugios, redes sociales y servicios occidentales con la connivencia e incluso el patrocinio de las autoridades. Las alternativas multipolares no han sido capaces de superar la globalización tecnológica y la hipnosis que producen las marcas comerciales o las pantallas brillantes que atrapan nuestra conciencia, inyectando en nuestros cerebros dopamina y toda clase de simulacros.

No solo necesitamos de una idea y una ideología diferente, sino también de una alternativa que sea totalmente distinta. Por otra parte, debemos dejar de lado la trampa de alternativas tecnológicas locales, pues la multipolaridad no puede ser una batalla de hardwares: el hardware-2 y hardware-3 contra el hardware-1. Esto último no significaría otra cosa que el triunfo de la Gestell y reduciría todo este conflicto a una lucha de hardwares operativos dentro del dispositivo tecnológico. La multipolaridad no debe plantearse como un enfrentamiento de un software contra otro software o de un hardware-1 contra un hardware-2, sino del hardware contra otra cosa. También debemos rescatar la crítica a la tecnología que existe dentro de la filosofía europea y que podemos encontrar en los libros de Oswald Spengler, Ernst y Friedrich George Jünger, Werner Sombart, Alain de Benoit y Martin Heidegger, etc. [8].

El intentar construir un “Occidente local” y recrear sus aplicaciones, arquitectura, redes sociales y culturales es, a priori, el camino hacia el desastre y la aceptación de la derrota. Por muy aislado que este tal Estado, terminará capitulando a largo plazo. Irán intento crear una alternativa en 1979, pero esto se ha desmoronado para el 2022. El problema es incluso más grave para Rusia, pues carecemos de una idea propia que podamos ofrecer como alternativa.

La verdadera multipolaridad implica la des-tecnologización y des-globalización tanto del mundo como de las comunidades, por lo que no necesitamos construir una Edad Media local dentro de los límites de un Estado o bloque militar reforzado por armamento tecnológico de última generación. Las observaciones que ha hecho el ecologista finlandés C.P. Linkola sobre que una sociedad ecológica necesitaría contar con armamento avanzado para proteger sus fronteras y su forma de vida de sus vecinos mucho más avanzados resulta correcta. Sin embargo, esto implica volver a caer dentro de la Gestell.

Es por eso que nuestra propuesta consiste en la desindustrializar y des-tecnologización del mismo Occidente, que hoy se ha convertido en el centro de este antimundo. Dado que el Occidente de hoy es, por naturaleza, una Anti-Europa que niega la verdadera herencia europea de la Antigüedad y Roma, deviniendo una anti-humanidad que desea destruirlo todo por medio del transhumanismo y el progresismo. La multipolaridad quiere, paradójicamente, liberar a Occidente y a Europa de sus propios males y devolverle al hombre europeo su propia cultura e identidad.

Eso significa que el Heartland europea y norteamericano deben despertar. La multipolaridad, la cual nació como una forma de acabar con la hegemonía global occidental encarnada en su dominio cultural y tecnológico, debe destruir igualmente el hardware occidental y liberar el Dasein de la América Septentrional y de Europa que ahora se encuentra recubierto por toda clase de máquinas y microchips.

La doctrina talasocrática de Alfred Mahan afirma que “la defensa de nuestras costas comienza con el dominio de las costas enemigas”. Si hacemos caso a esta tesis, entonces nuestra verdadera defensa en contra de las sanciones occidentales es destruir los servidores DNS, la infraestructura de Internet, los satélites, los cables de conexión, los centros de datos y Silicon Valley. Nuestro objetivo debe ser destruir el sistema operativo mismo del enemigo.

Notas:

[1] См.: Экспертиза Дугина №49: Императив новой геополитики // URL: https://www.geopolitika.ru/directives/ekspertiza-dugina-no49-imperativ-novoy-geopolitiki

[2] См.: А. Дугин «Ноомахия: войны ума. Англия или Британия? Морская миссия и позитивный субъект».

[3] Este nombre es una especie de referencia a la subcultura estadounidense de los Yuppie, jóvenes urbanos amantes de la moda de las décadas de 1980 y 1990.

[4] La glocalización es una palabra que combina lo global y lo local por medio de la adaptación y utilización de las herramientas, valores y aplicaciones globales a las especificidades de las culturales locales. Se trataría de las desviaciones arqueomodernas.

[5] Véase Heidegger «El origen de la obra de arte», Е. Фалев «Герменевтика языка в философии Мартина Хайдеггера».

[6] Alain de Benoist, Objetivo: Decrecimiento. Por una ecología integral.

[7] См. Е. Нечкасов «Традиция и футурошок. Образы не нашего будущего».

[8] Véase el artículo de E. Nechkasov Contra la tecnología y el capital.