Gustavo Rojas Pinilla y el golpe de Estado colombiano
Este domingo 13 de junio se cumplen 68 años del golpe militar del general Gustavo Rojas Pinilla en contra del gobierno conservador de Laureano Gómez quien, después de asumir su presidencia bajo el colapso político y estatal que dio origen a la Violencia, inmediatamente comenzó a integrar a Colombia en el nuevo orden internacional nacido del final de la Segunda Guerra Mundial. Recordemos que una vez acabado este cataclismo, el mundo se dividió en dos partes: el Occidente “cristiano” y capitalista enfrentado al Oriente socialista y revolucionario. Laureano Gómez, educado en la filosofía eclesiástica de los jesuitas, tomó partido por el primero y rechazó el segundo. De este modo esperaba defender el catolicismo y el hispanismo en contra de las fuerzas del comunismo.
El mismo Laureano, que durante muchos años fue un acérrimo crítico de la política norteamericana hacia la América hispánica, intentó reconciliarse con los Estados Unidos una vez llegó al poder y de ese modo ganar el favor de la Estrella del Norte al asumir su cruzada anticomunista. Esto llevó al gobierno conservador colombiano a apoyar las acciones militares norteamericanas en la guerra de Corea, siendo Colombia el único país de América del Sur que envió tropas a este conflicto. El historiador James Henderson dice sobre Laureano Gómez que «su propio anticomunismo, unido a su deseo de apoyar a la principal potencia anticomunista del hemisferio, Estados Unidos, fueron dos de las razones que hicieron que Laureano Gómez suscribiera con entusiasmo la acción policiva de las Naciones Unidas en Corea, propiciada por Estados Unidos. En su discurso inaugural, había prometido que Colombia se uniría a ese país en su esfuerzo por defender la soberanía de las naciones y “la libertad y dignidad de los hombres que la tiranía comunista destruye”» (1). Con todo ello Laureano Gómez no hacía sino continuar la política pro-norteamericana que todos los presidentes conservadores colombianos, desde Marco Fidel Suárez hasta Andrés Pastrana Arango, siempre han practicado una y otra vez: el sometimiento explícito e ideológico al capitalismo y al liberalismo como medios para integrar a Colombia en el concierto mundial de las naciones civilizadas. La defensa de la hispanidad y del catolicismo solo sirve de tapadera a una claudicación constantemente ante la presión económica y política de los lobbies norteamericanos.
«La gran tragedia del partido conservador», escribía Silvio Villegas hace más de ocho décadas, «es que no acepta sino los medios democráticos de lucha» (2). Opuesta a esa actitud derrotista se encuentra: «La violencia iluminada por el mito de una patria bella y heroica, es lo único que puede crearnos una alternativa favorable en las grandes luchas del futuro» (3). Frente al sometimiento ideológico y político, el espíritu de los pueblos hispánicos siempre ha opuesto la figura del caudillo y del guerrero. La única ley a la que han sido fieles los pueblos del Sur es a la del “cesarismo democrático” – como lo denominaba el historiador venezolano Vallenilla Lanz – que recupera los antiguos derechos de los fueros visigodos y los adalides de la Reconquista de seguir a un líder que busca destruir a los enemigos externos del pueblo. El ejército, por lo tanto, se convierte en el mediador entre el pueblo y el caudillo, es el soporte de la estructura de una lucha contrahegemónica que busca desterrar los elementos impuros y restaurar, por medio de un acontecimiento revolucionario, la esencia misma de la realidad que ha sido cubierta por un velo de ignorancia y alienación impuesto por las élites nacionales integradas al capitalismo mundial.
Este intento de restauración sin duda lo podemos encontrar en la dictadura del general Rojas Pinilla. Ante la doctrina anglosajona de la “cortina de hierro” anunciada por Winston Churchill, muchos países de Asia, África y América del Sur intentaron plantear su propia alternativa, una Tercera Posición que se alejara tanto del “ateísmo bolchevique” como del “materialismo europeo y judío”. Esta alternativa, para los países profundamente agrarios y campesinos de nuestro continente, era el populismo revolucionario encarnado en los líderes militares que se enfrentaban no solo a las políticas internacionales de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial, sino también contra la política partidista del Estado burgués, agnóstico y neutral, que fomentaba la división entre la derecha y la izquierda. En su célebre alocución radial del 13 de junio de 1953, el general Rojas Pinilla decía: «No más sangre, no más depredaciones en nombre de ningún partido político… Las Fuerzas Armadas no le fallarán al pueblo. Este gobierno os extenderá la mano y no el puño cerrado. Me permito invitaros a que gritemos ¡Viva Colombia justa y libre!» El binomio “Pueblo-Fuerzas Armadas” se convirtió en el fundamento de la política nacional al mismo tiempo que el rojismo se reclamaba como la continuidad de un proceso histórico que había comenzado con Bolívar.
El golpe de Estado de Rojas Pinilla fue apoyado por los coroneles del ejército, la mayor parte del pueblo colombiano y los sectores no laureanistas del Partido Conservador encabezados por Gilberto Alzate Avendaño y Mariano Ospina Pérez. El fascismo rojo colombiano de los Leopardos, que reunía a todas las fuerzas nacionalistas colombianas, brindó su apoyo incondicional al rojismo así como en las décadas anteriores lo había hecho con la Roma de Mussolini y la Alemania Nazi. Rojas Pinilla estableció un gobierno nacional y estableció relaciones internacionales con el socialismo árabe de Nasser en Egipto, mientras intentaba modernizar un país que enfrentaba una dura crisis social y una sangrienta contienda civil. Ante estos cambios internos y externos de la política colombiana, el New York Times diría en su momento: «Siempre ha habido el peligro de que el fascismo que nosotros aplastamos en Italia y en Alemania, pruebe que tiene tantas cabezas como la hidra. Destruimos organizaciones; matamos, aprisionamos y castigamos a algunos hombres. Pero no matamos al fascismo, y parece muy probable que vamos a tener una impresionante prueba de ese hecho en Colombia» (4). Pero más que un renacimiento del fascismo, el rojismo era la continuación del socialismo criollo colombiano que empezó a manifestarse por primera vez en la rebelión de los artesanos capitaneados por el general Melo en el siglo XIX hasta llegar al Partido Socialista Revolucionario de María Cano y Tomás Uribe Márquez o del nacionalismo revolucionario de Jorge Eliécer Gaitán. Este hilo rojo que une a todos estos personajes entre sí es la expresión de una lucha ininterrumpida que continua hasta hoy.
Sin embargo, podemos decir que el espíritu burgués de la República colombiana, profundamente anti-militarista y enemigo de la dictadura, se vengaría posteriormente de los intentos de populares de deshacerse del capitalismo por medio de las protestas universitarias y los fraudes electorales. Tanto los liberales como los conservadores agitarían durante el mandato del Dictador la tríada masónica de “libertad, igualdad, fraternidad” en contra de los principios tradicionales de “contemplación, guerra, trabajo” que inspiraron todos los levantamientos anti-modernistas.
Este día sin duda, las fuerzas nacionalistas y revolucionarias pueden celebrar que se cumple el aniversario de una primera victoria, relampagueante y efímera, que interrumpió el continuum de la historia y nos rebeló un posible futuro. Las fuerzas anti-nacionales sin duda han hecho todo lo posible por pisotear u olvidar los acontecimientos históricos en pos de mostrarse como invulnerables y de ese modo reescribir la historia a su antojo. Pero aquellos que luchan por la justicia saben que las aterradoras sombras que estas fuerzas oscuras proyectan esconden tras de sí a enanos desarmados que nada tienen de imponentes. La batalla final entre el Dasein del pueblo colombiano, que brilla como el oro bajo la laguna, aún no se ha llegado. Quizás es hora de que del fondo de las selvas vuelva a resurgir la leyenda de El Dorado.
Notas:
1. James D. Henderson, La modernización en Colombia, Los años de Laureano Gómez,1889-1965, Universidad de Antioquia, 2006, pág. 418.
2. Silvio Villegas, No hay enemigos a la derecha, Caza editorial Arturo Zapata, pág. 222.
3. Ibíd. 224.
4. «LAS DIEZ HORAS AGITADAS DE UN SÁBADO TRANQUILO». Revista Credencial. 29 de septiembre de 2016. Consultado el 8 de octubre de 2020.