Eurasia y el misterio de la Virgen
Desde las estepas de Asia Central y los bosques de Hiperbórea hasta las agrestes montañas de los Pirineos, se alzan los restos de un pueblo olvidado en el abismo del olvido y la desesperación. Los antiguos conquistadores de las tierras y bosques europeos se extendieron más allá de los límites de este espacio geográfico. Sus hijos viven en los cuatro rincones del mundo, pasando por las pampas argentinas y las selvas amazónicas, las cadenas montañosas de la India y la Oceanía insular. Este mundo se llena con las ruinas de su presencia y los descendientes de los arios se mezclaron con sus conquistados. Hoy día su raza decae, víctima del materialismo y el sensualismo que ellos mismos inventaron. Sin embargo, en lo profundo de Eurasia, aún existe la luz solar de la Virgen que no abandona a sus hijos queridos a la intemperie de los elementos hostiles. Esa Virgen brilla sobre el mundo desde los rincones más alejados; con su mirada compasiva, derrama sus lágrimas sobre una humanidad desgraciada empeñada en arrancar de su corazón la Verdad, la Belleza y el Bien. Ella fue destronada del corazón de los hombres y desterrada por los hipócritas al desierto bajo pena de muerte. Ahora vive en medio de las cenizas lejos de todo y de todos.
Esta gran reina aún derrama su luz sobre el mundo, y sólo los escogidos, que se postran frente a su estandarte, escuchan su llamado. Ellos, los guerreros, vuelven sus miradas hacia el resplandor sagrado de su Señora. "El trono de la Sabiduría", "La casa de oro", "La torre de marfil", los interpela a ellos, los "caballeros caídos", los "nuevos templarios", los "monjes guerreros". Ellos, que una vez gobernaron el mundo, miran con impaciencia la civilización moderna que fue construido a su alrededor, esa cárcel sin barrotes, ese simulacro sin contenido, ese holograma de felicidad que los envuelve a donde vayan. La rebelión de los justos espera su hora, mientras tanto, en su interior, se acumula el odio santo contra esta vida depravada y esta existencia falsa.
Para los "guerreros del paraíso" no queda nada en este mundo que puedan valorar, salvo algunos restos sin vida y fósiles que se ven en los museos. Ellos observan con horror como su Reina, su Virgen, es maltratada por sus propios súbditos, traicionada por sus guardianes y denunciada por sus sacerdotes. Ya se derrama la sangre sobre el mundo y los torrentes rojos que correrán sobre las calles se ven con claridad. El mundo yace en ruinas, la aristocracia ha sido masacrada, la élite de la Iglesia ha sido eliminada, y la mayor parte de la población y la raza de los señores ha sido encerrada en las ciudades que se asemejan a inmensos campos de concentración. Pero en su interior se incuban las fuerzas de la próxima guerra contra el mundo moderno: los soldados de la Hiperdulía alzan sus brazos hacia el cielo oscuro del Apocalipsis Nocturno mientras gritan todos al unísono: "Marchamos hacia la Victoria". Esos guerreros, unidos por la lealtad, el honor y el deber, se concentran a ambos lados de Eurasia. Rugen desde la Rusia Blanca y la España Negra. Desde el Cáucaso y las Américas, alzan sus banderas y como nuevos cruzados lanzan su reto contra la civilización de los decadentes, los mediocres y los zombies.
La Santa Rusia que nació en los bosques del Norte, esa Santa Rusia de la nieve y el invierno, es donde se posó el "Espíritu de los Bienaventurados", aquel que habla a los profetas y los santos. Ese Espíritu iluminó a los hombres de Rusia para que forjaran su imperio, que bajo la sombra del Zar Blanco reunieron tras de sí a todos los pueblos nómadas. A esa Rusia cantaban sus poetas y escritores, a esa Rusia inmensa como el horizonte, que se extiende tan lejos como el océano, en ese corazón de la Tierra y del imperio, de allí emergerán los secretos. A esta Rusia de los hombres santos, que forjaron las líneas directrices, misteriosas y desconcertantes, a ella todavía interpelan los espíritus heroicos que buscan la salvación del mundo moderno. Sobre esa Rusia cayó una pesada maldición y en ella se abrieron las puertas del infierno. Miles de demonios rojos salieron de ella y a ella destruyeron.
Este escenario infernal fue narrado por sus literatos: en su "Archipiélago Gulag" Solzhenitsin cuenta la historia de las masacres frías que devastaron toda Eurasia. Él mismo sufrió en carne propia la conjura de los injustos y los muertos contra los vivos y los desterrados. El gobierno soviético no fue otra cosa que una parodia que encarceló al pueblo ruso y lo sometió al experimento social más grande de la historia. Este experimento terminó por enterrar en el permafrost de Siberia todos los sueños de libertad que se resistieron a morir frente a la aplanadora totalitaria. Todos esos hombres del subsuelo, esos soñadores y trabajadores, profundamente religiosos y abandonados, murieron bajo el cielo gris del comunismo.
En cuanto a la España negra, ella nació de los hombres de armas venidos de las estepas del sur de Rusia. La Tradición de esta España está en los reyes y señores góticos que conquistaron la Península y, cuando sus defensas cayeron ante la invasión musulmana, se refugiaron en las montañas de Navarra y la Euskalarria. Allí, en las agrestes tierras de León y del norte, se forjaron hombres rudos y fuertes cuyas almas fueron insufladas por la verdad cristiana, resucitando como nación y ganando en Covadonga. Esos guerreros se dispersaron por el mundo, evangelizando a los paganos en los cinco continentes, uniendo sus espadas a los incensarios y destruyendo la idolatría. Esas Españas, que alcanzaron su cenit con la dinastía de los Austrias, son el verdadero rostro del mundo español.
No es el hispanismo, ese nacionalismo nacido con el fin del imperio español el que se debe rescatar. Ese hispanismo que se resquebrajó en la guerra civil y enfrentó a republicanos y nacionalistas. Esa "España invertebrada" que se arrastra en el barro de la modernidad y cuya auto-demolición es fruto de la exportación de las modas europeas. Esa España hoy se hunde en la barbarie del socialismo, mientras los restos de su mito hispanista está siendo poco a poco borrado por la izquierda institucional y con complicidad de la derecha neoliberal. A esa España oponemos el espíritu del Cid y de los conquistadores, de los visigodos y los Austrias. Hoy día el combate contra el mundo moderno debe ser total, enfrentando al Mundo de la Tradición contra las espurias manifestaciones del alma enferma de la decadencia actual.
En ese sentido la lucha de los eslavos y los pueblos hispanos es la misma. En los dos extremos de Eurasia se precipitó la catástrofe del comunismo rojo que barrio con sus ejércitos la metafísica y la Tradición. Pero esperamos por el día en que la "Dama del sol", que brillaba sobre Fátima, regrese, y cuando Nuestra Señora se alce sobre las estepas, entonces la Sede de la Sabiduría será restituida a su trono. Así será como este mundo moderno, y esta etapa de la historia, conocerán su fin en medio de un diluvio universal que volverá a sepultar las islas del Atlántico en el fondo del mar. Una vez más retornarán los Ángeles a la tierra, resucitaran los héroes, serán coronados los reyes y se alzara por fin el Reino de la Virgen resplandeciente.