Inmigración: El ejército de reserva del capital

06.05.2016

Este movimiento significa ejercer presión a la baja en los salarios de los trabajadores franceses, reducir su celo de protesta, y además, romper la unidad del movimiento de los trabajadores. Los grandes jefes, “siempre quieren más”.

Cuarenta años más tarde, nada ha cambiado. En un tiempo en que no hay partido político que se atrevería a pedir una mayor aceleración del ritmo de inmigración, sólo los grandes empresarios parecen estar a favor de ello – simplemente porque está en sus intereses. La única diferencia es que los sectores económicos afectados ahora son más numerosos, van más allá del sector industrial y el sector servicios de catering y hostelería – ahora incluye a las otrora profesiones “protegidas”, tales como ingenieros y científicos de computadoras.

Francia, como sabemos, empezando desde el siglo 19, extendió el brazo enormemente a inmigrantes extranjeros. La población inmigrante era ya de 800.000 en 1.896, solo alcanzó 1.2 millones en 1911. La industria francesa era el centro primario de atracción para inmigrantes italianos y belgas, seguidos por inmigrantes polacos, españoles y portugueses. “Tal inmigración, no cualificada, no sindicada, permitió a los empleados evadir los requisitos crecientes pertenecientes a la ley laboral” (François-Laurent Balssa, “Un choix salarial pour les grandes entreprises” Le Spectacle du monde, Octobre, 2010).

En 1924, a iniciativa del Comité para minas de carbón y grandes granjeros del noreste de Francia, se fundó una “agencia general para la inmigración” (Société générale d’immigration). Abrió oficinas de empleo en Europa, que operaban como bombas de succión. En 1932 había 2.7 millones de extranjeros en Francia, esto es, el 6,6% de la población total. En este tiempo, Francia mostraba el más alto nivel de inmigración en el mundo (515 personas por cada 100.000 habitantes). “Esto fue un camino práctico para un gran número de grandes empresarios que ejercieron presión a la baja en los salarios… desde entonces el capitalismo entró en la competición de la fuerza de trabajo extendiendo el brazo a los ejércitos de reserva de los gana-salarios”.

En el periodo posterior a la segunda guerra mundial, los inmigrantes empezaron a llegar cada vez con más frecuencia desde los países del Magreb; primero desde Argelia, y después desde marruecos. Camiones fletados por grandes compañías (especialmente en las industrias del automóvil y la construcción) llegaron con cientos de inmigrantes reclutados en los asientos. Desde 1962 a 1974, cerca de dos millones más de inmigrantes llegaron a Francia de los que 550.000 fueron reclutados por el Servicio de Inmigración Nacional (SIN), una agencia estatal, aún controlada bajo la mesa por los grandes negocios. Desde entonces, la ola ha continuado creciendo. François-Laurent Balssa apunta que cuanto ocurre una falta de fuerza de trabajo en un sector, entre estas dos posibilidades uno debe elegir entre subir el salario, o debe echar el brazo a trabajadores extranjeros. Normalmente era la segunda opción la favorecida por el Consejo Nacional de Empresarios Franceses (CNEF) y desde 1998 por su sucesor, el Movimiento de Empresas.

Esta elección, que sostiene el testigo del deseo por los beneficios a corto plazo, retrasó el avance de las herramientas de producción y la innovación industrial. Durante el mismo periodo, sin embargo, como ejemplo que Japón demuestra, el rechazo de la inmigración extranjera, mientras se favorecía la fuerza de trabajo interna, permitió a Japón que lograse su revolución tecnológica, poniéndose delante de muchos de sus competidores occidentales.

Los grandes negocios y la izquierda; una santa alianza

Al principio, la inmigración era un fenómeno enlazado con los grandes negocios. Todavía continúa estando en este camino. Aquellos que claman siempre por más inmigración son las grandes compañías. Esta inmigración está de acuerdo con el espíritu del capitalismo, que apunta a la eliminación de las fronteras (“laissez faire, laissez passer”). “Mientras obedece a la lógica del “dumping” social, Balssa continúa, un mercado laboral “de bajo coste” ha sido así creado con los “indocumentados” y los de “baja cualificación” funcionando como una solución intermedia “de mil usos”. Así, los grandes negocios han extendido su mano hacia la extrema izquierda; los primeros apuntando al desmantelamiento del estado del bienestar, considerado demasiado costoso, los segundos para matar el estado-nación considerado demasiado arcaico”. Esta es la razón por la que el Partido Comunista Francés (PCF) y la Unión de Sindicatos Francesa (USF) –que han cambiado radicalmente desde entonces- habían batallado, hasta 1981, contra el principio liberal de fronteras abiertas, en el nombre de la defensa de los intereses de la clase trabajadora.

Para el otrora inspirado católico liberal-conservador, Philippe Nemo, solo confirma estas observaciones:

“En Europa, hay gente al cargo de la economía que sueñan con traer a Europa trabajadores baratos. En primer lugar, para hacer trabajos por los que la fuerza de trabajo local es pequeña; en segundo lugar, para ejercer considerable presión a la baja en los salarios de otros trabajadores en Europa. Estos “lobbies”, que poseen todos los medios necesarios para ser escuchados, o por sus gobiernos o por la Comisión en Bruselas, están hablando en general, tanto a favor de la inmigración como de la ampliación de Europa – que facilitaría considerablemente las migraciones laborales. Son correctos desde su punto de vista – una vista desde la pura lógica económica […] El problema sin embargo, es que uno no puede razonar sobre este asunto en términos puramente económicos, dado que el influjo de población extra-europea tiene también graves consecuencias sociológicas. Si estos capitalistas ponen poca atención a este problema, es quizá porque disfrutan, en general, de beneficios económicos de la inmigración sin sufrir ellos mismos de sus contratiempos sociales. Con el dinero ganado por sus compañías, cuya rentabilidad está asegurada de esta manera, pueden residir en bonitos barrios, dejando a sus compatriotas menos afortunados que puedan con su propia población extranjera en las áreas suburbanas pobres” (Philippe Nemo, Le Temps d’y pense r , 2010).

Según figuras oficiales, los inmigrantes que viven en hogares regulares suman 5 millones de personas, lo que era el 8% de la población francesa en 2008. Los nichos de los inmigrantes, que son descendientes directos de uno o dos inmigrantes, representan 6,5 millones de personas, lo que es el 11% de la población. El número de ilegales se estima que está entre 300.000 y 550.000. (La expulsión de los inmigrantes ilegales costaría 232 millones de euros anualmente, esto es, 12.000 euros por caso). Por su parte, Jean-Paul Gourevitch, estima que la población de origen extranjero que vive en Francia en 2009 está en 7,7 millones de personas (de las 3,4 millones son del Magreb y 2,4 millones del áfrica sub-sahariana), esto es, el 12,2% de la población metropolitana. En 2006, la población inmigrante sumaba el 17% de los nacimientos en Francia.

Francia está hoy experimentando asentamientos de inmigrantes, que es una consecuencia directa de la política de reunificación familiar. Sin embargo, más que nunca antes, los inmigrantes representan el ejército de reserva del capital.

En este sentido es sorprendente observar como las redes en nombre de los “indocumentados”, dirigidas por la extrema izquierda (que parece que ha descubierto en los inmigrantes su “proletariado sustituto”) sirven a los intereses del gran negocio. Redes criminales, traficantes de personas y bienes, grandes negocios, activistas por “derechos humanos”, y empresarios en negro – todos ellos, por virtud del mercado global, se han convertido en los animadores de la abolición de las fronteras.

Por ejemplo, es revelador el hecho de que Michael Hardt y Antonio Negri en su libro “Imperio y Multitud”, apoyan la “ciudadanía mundial” cuando apelan a la retirada de las fronteras, que debe tener como primer objetivo en los países desarrollados, el asentamiento acelerado de masas de trabajadores del tercer mundo de bajo salario. El hecho de que muchos inmigrantes hoy deben su desplazamiento para la externalización, ocasionada por la lógica sin fin del mercado global, y que su desplazamiento es precisamente algo que el capitalismo se esfuerza por encajar a todo el mundo en el mercado, y finalmente, cada territorio adjunto podría ser parte de las motivaciones humanas – no molesta a estos autores en absoluto. Por el contrario, anotan con satisfacción que “el capital mismo requiere movilidad incrementada del trabajo así como migración continua a través de las fronteras nacionales”. El mercado mundial debería constituir, desde su punto de vista, un marco natural para la “ciudadanía global”. El mercado “requiere un liso espacio de flujo sin codificar y desterritorializado”, destinado a servir a los intereses de las “masas”, porque “la movilidad lleva una etiqueta de precio del capital, que significa el deseo realzado por la libertad”.

El problema con tal apología del desplazamiento humano, visto como una primera condición de “nomadismo liberal”, es que depende de una perspectiva completamente irreal de la situación específica de los inmigrantes y gente desplazada. Como Jacques Guigou y Jacques Wajnsztejn escriben, “Hardt y Negri se engañan a sí mismos con la capacidad de los flujos de inmigración, pensados para ser una fuente de nuevas oportunidades para valoración del capital, así como las bases para la oportunidad de mejora para las masas. Sin embargo, las migraciones no significan nada más que un proceso de competición universal, mientras que los inmigrantes no tienen más valor emancipador que estar en casa. Una persona “nómada” no está más inclinada a la crítica o a la revuelta que una persona sedentaria” (L’évanescence de la valeur. Une présentation critique du groupe Krisis, 2004).

“Mientras que la gente siga abandonado a sus familias, añade Robert Kurz, y mire por trabajar en todas partes, incluso con el riesgo de sus propias vidas –sola y finalmente serán trituradas por la rueda de molino del capitalismo- ellos no serán los heraldos de la emancipación, sino los agentes de la auto-felicitación del occidente postmoderno. De hecho, solo representan su versión miserable”  (Robert Kurz, «L’Empire et ses théoriciens», 2003).

Cualquiera que critique el capitalismo mientras aprueba la inmigración, cuya clase trabajadora es su primera víctima, es mejor que se calle. Cualquiera que critique la inmigración, mientras permanece en silencio sobre el capitalismo, debería hacer lo mismo.