¿Un bienintencionado Estado mundial?

Lunes, 8 Junio, 2020 - 12:24

La pregunta alemana: ¿calma o terquedad?

Por David Engels.

Traducción: Carlos X. Blanco

La cuarentena obligatoria de la era del Coronavirus tiene al menos la ventaja para el historiador de poder seguir la evolución colectiva de sus congéneres y también la suya propia en unas condiciones de estrés inusuales, haciéndolo a través de los medios de comunicación social. Dos impresiones en particular me llaman la atención en este momento.

La primera es que la mayoría de las personas - a menos que se vean directamente afectadas por la crisis desde el punto de vista profesional - han aceptado con sorprendente facilidad la orden de ser encerradas por un período indefinido en sus propios hogares, especialmente en Europa occidental; de hecho, sospecho que un número nada despreciable de personas no están en absoluto insatisfechas con las nuevas condiciones. En cualquier caso, en los últimos años nuestra sociedad ya se ha transformado en una masa de individualistas inconexos aunque viven codo con codo, de los cuales sólo unos pocos seguían involucrados en los lazos familiares tradicionales, y la mayoría de ellos ya eran capaces de hacer gran parte de su trabajo desde sus ordenadores domésticos antes de la crisis.

Así pues, la cuarentena es en realidad sólo la extensión lógica de la tendencia a retirarse al propio "espacio seguro", como ha sido el caso durante mucho tiempo en algunos países como el Japón. Gracias a los medios de comunicación social, a Amazon, a la entrega de alimentos, a la oficina en casa y a las realidades virtuales, el entorno real y la interacción con personas reales se han convertido en un residuo desagradable, casi anacrónico, reminiscencia de una época prehistórica, en exceso gris para muchas personas de todos modos, una época de la que están muy contentos de dejar atrás - ciertamente durante unas semanas, ciertamente durante unos meses... y quién sabe, ¿por qué no para siempre?

Este riesgo es tanto más grande si -como lamentablemente es de esperar- el proyecto de un ingreso básico incondicional, que también ha estado en la agenda por mucho tiempo, se implementa en toda Europa para amortiguar un poco el esperado desempleo masivo. ¿De qué sirve salir de casa si todos pueden vegetar sin ser molestados y de manera autosuficiente mientras un virus (supuestamente) altamente peligroso hace estragos en el exterior y los seres humanos se enfrentan constantemente a molestos desafíos sociales?

Anhelo de paz

Es de temer que bajo estas condiciones el nuevo hombre, hasta cierto punto post-histórico y ciertamente post-europeo, aceptará incluso muchas de las restricciones a la libertad que se están probando actualmente en todas partes como compensación barata por la paz y la tranquilidad que el estado finalmente le concederá - paz antes que esfuerzo, paz frente al prójimo, paz antes que hacer dinero, paz frente a la historia. Como ya han anunciado Oswald Spengler y muchos otros, el hombre occidental parece estar quemado y consumido y sólo anhela, como el hombre en la época imperial romana, una "post-historia" pacífica en la que todos los problemas esenciales sean asumidos por un estado mundial más o menos bien intencionado y sobre todo omnipresente.

¿"Bien intencionado"? Afortunadamente todavía existen aquellos que dudan fuertemente de este atributo y están dispuestos a salir a la calle a pesar de la cuarentena para protestar contra este desarrollo amenazador. Esto nos lleva al segundo punto de mis observaciones, a saber, la creciente polarización de la opinión pública, aunque esta polarización es todavía muy desigual. Porque un número cada vez mayor de personas ya no están dispuestas a asumir sin críticas la narrativa política dominante difundida por los principales medios de comunicación de Europa Occidental y a orientar sus vidas hacia ella, sino que buscan respuestas alternativas.

Una tendencia que comenzó varios años antes de la crisis del Coronavirus, pero que ahora afecta a un número cada vez mayor de personas que, en vista de la enormidad de los acontecimientos actuales y la muy insatisfactoria opinión uniforme de la prensa, buscan respuestas de forma independiente y, por primera vez en muchos años, tienen suficiente tiempo y ocio para encontrarlas en la Red. No es de extrañar que muchas de las llamadas teorías de conspiración se vendan como el pan caliente, pero tampoco es de extrañar que el Estado y los principales medios de comunicación deseen desesperadamente mantener su monopolio de opinión haciendo que la difusión de las llamadas "noticias falsas" sea un delito punible, trasladando a sus representantes al conocido rincón de la derecha y que plataformas como Facebook o YouTube eliminen cada vez más despiadadamente las entradas no deseadas.

Cuando incluso la Iglesia Católica habla

Cada vez es más difícil formarse una opinión objetiva, aunque sólo sea de forma limitada; no sólo porque realmente hay suficientes noticias alternativas entre las numerosas opciones que merecen ser discutidas, que argumentan sobre la base de la distorsión y la omisión y que a menudo son difíciles de comprobar por personas ajenas, sino también porque la confianza en el Estado y en los órganos de los medios de comunicación está disminuyendo rápidamente, al menos en Occidente. No es sólo que podemos experimentar casi a diario cómo los principales medios de comunicación presentan las supuestas "noticias falsas" de ayer como la realidad científica de hoy (y viceversa), destruyendo así cualquier confianza en la información objetiva.

No, la gestión política de la crisis también muestra la rapidez y, sobre todo, la profundidad con la que el Estado es capaz y está dispuesto a privar a los ciudadanos de sus derechos más importantes y a debatir medidas tan drásticas como despiadadas, como el uso obligatorio de una aplicación, la presentación de un certificado de vacunación o incluso la implantación de chips y nanopartículas, todas ellas medidas que, de manera escandalosa, se convertirán en condiciones para la reincorporación de los humanos a las relaciones sociales del mundo real y que, junto con la amenaza de la abolición del dinero en efectivo, será la puerta de entrada a un sistema de vigilancia como el que se ha introducido hace tiempo en China.

Lo que hace tan sólo unos meses muchos dudaban aún de una teoría conspirativa "populista" y poco realista, hoy en día -a pesar de la discriminación de los medios de comunicación- es cada vez más probable, y el hecho de que incluso los principales dirigentes de la Iglesia Católica se reunieran hace unos días para expresar precisamente esos temores en una carta abierta y para pedir la máxima precaución en vista del riesgo de que surja un Estado mundial que robe la libertad, debería dar que pensar incluso al consumidor menos crítico de los medios de comunicación "políticamente correctos".

Los estados autoritarios podrían presentarse como salvadores

Por consiguiente, aguardo ansiosamente ese llamamiento a una "solución europea" a la crisis del coronavirus, y ello en cooperación con la OMS y con fundaciones privadas como la Fundación Gates – lejos de un sentimiento antieuropeo, porque más que nunca sigo convencido de que sólo podemos encontrar una respuesta satisfactoria a los grandes problemas del mundo moderno apareciendo como una Europa unida, aunque más bien la actual Unión Europea ha mutado en lo contrario de lo que originalmente pretendía defender, y también podría abusar de la solución de la crisis del coronavirus con el fin de ampliar la competencia entre las personas y transformar irreversiblemente a los pueblos occidentales en una asociación mundial dudosa, antidemocrática y oligárquica.

Cuando estalló la crisis hace unas semanas y nuestros conciudadanos europeos en Italia y España se enfrentaron a una de las crisis más graves desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Bruselas guardó silencio y dejó que los estados autoritarios como Rusia o China se presentaran como salvadores de manera publicitaria. Cuando Polonia se convirtió en uno de los primeros Estados de la UE en cerrar sus fronteras, iniciando así una política de cuarentena que hasta ahora se ha visto coronada por un éxito único, la Comisión de la UE expresó su crítica de que el cierre de las fronteras nunca podría ser una solución real al problema.

Pero ahora, cuando el pico de la crisis parece haber pasado y las consecuencias económicas casi incalculables se están haciendo evidentes, las instituciones europeas están dando un paso adelante -como se esperaba- y quieren utilizar la emergencia en su beneficio. Más que nunca, se pide cautela, especialmente cuando se trata de combinar la muy controvertida demanda de vacunación masiva, el uso de vacunas apenas probadas, la transferencia de datos personales y características de identificación a bases de datos accesibles internacionalmente y manipulables arbitrariamente y, por último, la concesión de lo que en realidad son derechos elementales de libertad vinculados a esto. Por consiguiente, Hungría acaba de anunciar que quiere lograr la autonomía en la esfera del desarrollo de vacunas para no depender de las instituciones internacionales y de sus intenciones poco claras; otros países podrían tomar ejemplo de ello.