¿Dónde encuentro la brújula metapolítica?
por Carlos X. Blanco
Tengo en mis manos el libro de un tal Jean-Patrick Arteault: Por una brújula metapolítica y otros ensayos identitarios. El libro ha salido publicado, muy recientemente, en el sello editorial Letras Inquietas, y cuenta con un prólogo muy sabroso a cargo del pensador navarro don Fernando José Vaquero Oroquieta.
“Un tal” Arteault he escrito arriba, y no con ánimo peyorativo, como se suele hacer al anteponer esas dos palabras a un nombre propio. “Un tal” que conlleva mi desconocimiento sobre la identidad del autor. Se trata de un pseudónimo, como la propia edición advierte. Todo lo que podemos llegar a saber es que Arteault encubre el nombre de un escritor, historiador y activista francés, seguramente muy ligado al movimiento de la llamada ND (Nueva Derecha) y más en concreto, al ramal “identitario” -europeísta y neopagano- de la formación Tierra y Pueblo (liderado por P. Vial).
La obra podría enmarcarse dentro de la muy extensa producción de la Nueva Derecha. Hay una bibliografía enorme de y sobre esta “herejía” anti-liberal, supuestamente nacida en torno al GRECE, centro liderado al principio por gentes como Faye, de Benoist, Vial, Steuckers, etc. Centro de muchas herejías, de él brotó el etnonacionalismo europeo. La versión “identitaria”, de la que me ocuparé a continuación, posee un padre fundador más antiguo y explícito que los nombrados: ese padre fue Dominique Venner.
Orientaciones de primer orden ya inscritas y visibles en el pensamiento de Venner, las encontramos en este ensayo de Arteault: la historia de los europeos, más allá de sus diferencias recíprocas, es una historia que se quiere hacer remontar ¡30.000 años! Por supuesto, Venner, al igual que el autor de este ensayo que hoy comentamos, defendió una suerte de nacionalismo europeo. Como todo nacionalismo, el mito fundador ha de llevarse muy atrás en el tiempo, y mucho más allá de las evidencias, cuanto más atrás y cuanto más allá tanto mejor para el discurso nacionalista. Así, nacionalismo es el de esos vasquistas alucinados que hablan de su pueblo “como el más antiguo de Europa”, o nacionalismo español es el de don Claudio Sánchez Albornoz, tan admirado por mí en tantos puntos, cuando hablaba de esencias y caracteres españoles en la propia Prehistoria peninsular, o hacía referencias -risibles y contraevidentes- a la supuesta españolidad de los indígenas celtíberos o de los andalusíes mahometanos del medievo…
El etnonacionalismo europeísta de Arteault, en esa línea “identitaria” va también mucho más atrás en el tiempo, en una edad auroral de pueblos “alboeuropeos” [sic], prehistóricos, megalíticos, de piel blanca, que luego experimentaron la mezcla con los invasores indoeuropeos conformando éstos, de manera mucho más decisiva, las diversas tonalidades y variantes de la Europa blanca que, según parece, están a punto de perderse. Pero esta manera de presentar las cosas es muy desafortunada. Los problemas de Europa no se pueden formular ni resolver por medio de coloraciones de piel ni sustratos étnicos aborígenes. El problema que aqueja ahora a Europa es el derivado de su colonización cultural, de la relajación moral y la pérdida de significación geopolítica en un mundo multipolar.
Todo nacionalismo, tanto el de campanario y txapela, como el “imperial” y europeísta, corre el riesgo de deformar la Historia o devorar la ciencia histórica misma, rebajándola al nivel de mentira propagandística. Sólo la Historia veraz, científica, puede ser de ayuda para la salvación de una comunidad humana, en este caso, la comunidad de pueblos y naciones europeas, colonizadas a varios niveles, todos ellos letales: americanización anglosajona neoliberal, afro-islamización y, finalmente, hoy en día, la nueva colonización llamada digitalización. Esas colonizaciones se están dando entrecruzadas, poseen orígenes comunes (económicos en gran medida, emanados de la herejía anglo-holandesa del capitalismo del siglo XVII o “modernidad”) y nada tienen que ver, en sí mismas, con los colores de la piel de la gente, con las razas o las sangres.
Lo valioso de libro no reside, precisamente, en sus referencias a los pueblos “alboeuropeos” o en su utópico neopaganismo. Respecto a este último, por cierto: si no puedo divisar en el horizonte próximo un “Renacimiento Espiritual” que devuelva a los jóvenes de Europa a los brazos de la Iglesia (católica o protestante), llenando los templos, mucho menos veo en lontananza un retorno a cultos druídicos, odinistas, olímpicos o jupiterinos… Todo esto es para mí pura fantasía escapista. Pero, que conste, respeto mucho el trabajo arqueológico y folclorista que rescata nuestro pasado pre-cristiano y que busca un reencuentro con las raíces. Siempre es bueno y necesario. Coincido, por tanto, con Daniel Cologne [Elementos para un nuevo nacionalismo y la ilusión marxista, Letras Inquietas, 2021] en este punto: la crítica de la Nouvelle Droite neopagana, dirigida de esa manera al cristianismo es grosera y excesiva. El cristianismo no ha envenenado a Europa, antes bien, el cristianismo la ha rescatado de la barbarie, incluida la barbarie mahometana, en numerosas ocasiones históricas. La religión de Cristo no siempre se ha comportado como una religión de esclavos, resentidos e impotentes, sino como una “superestructura” llena de impulso en sí misma (baste recordar la Reconquista, las Cruzadas, el Descubrimiento, el Imperio Hispánico…). Las locuras y excesos de Nietzsche, junto con otros ingredientes voluntaristas y poco científicos de su legado, son vicios intelectuales que se han transmitido a las bases de una parte importante de los “identitarios” europeos, y constituyen un lastre para articular una defensa de esa civilización común, la europea, defensa que debe contar con filosofía y una ciencia histórica rigurosas.
Pero no todo es crítica. Algunos ensayos del libro de Arteault son sumamente interesantes, aunque merecerían un más amplio desarrollo. Por ejemplo, su visión sobre los orígenes del wahabismo, ese veneno que, infectando a los países mahometanos, extiende su letalidad a nuestras patrias europeas. Un wahabismo creado por los Estados Unidos, verdadero monstruo “occidental”, disfrazado bajo el turbante, que lanza sus zarpazos a su propio creador. Es muy certero y contundente el rechazo al “occidentalismo” esto es, al imperialismo anglosajón, causa próxima de todo el declive de los pueblos europeos, y resorte necesario para entender nuestra falta de entendimiento con civilizaciones ajenas. El “occidentalismo” es la clave para comprender la invasión migratoria que sufrimos y la ausencia de una verdadera unión geopolítica europea, que nunca será plena ni auténtica sin la gran Rusia, tanto la europea como la siberiana.
Hay otra parte excelente en el libro, y es la referida al análisis del Sistema de Poder, muy inteligentemente analizado: un Sistema en red, sin cabeza ni núcleo visible, que controla “Occidente”, y al que es difícil atacar dada su invisibilidad. Sistema que se coordina con unas oligarquías regionales (es decir, supranacionales) y nacionales adaptadas o colaboradoras, y unos regímenes que, si caen o mutan, esto se debe explicar –cada vez más- por los designios últimos de las oligarquías y del Sistema. Que los europeos sean hoy en día los seres humanos más dominados y arrasados ideológicamente, con el “sistema inmunitario” seriamente dañado por las acciones del Sistema y de la Oligarquía, es un dato inquietante, y que este texto pone de relieve.
Una buena lectura, que nos invita a pensar. Como siempre, pensar en contra o a favor. Pero queda muy claro que hay que pensar leyendo: pensar es obligado para pasar a la defensa y a la acción.
Fuente: https://latribunadelpaisvasco.com/art/15993/donde-encuentro-la-brujula-metapolitica