Un orden que brota del presente caos. Misión de la Hispanidad

19.06.2020

El orden es un bien. Hay un tipo de unidad en el mundo que se llama, de la manera más clásica, la "unidad de orden". Que haya unidad es un bien. Unidad en una pareja novios y esposos, y unidad en una familia. Unidad entre los vecinos y en los amigos. Unidad en la patria. Quien aspira al bien, aspira con ello y por ello a la unidad. Y todos lo hacemos, todos apetecemos el bien aun cuando muy a menudo la voluntad se nos tuerce y erramos en la elección y en la trayectoria.

El desorden es un mal. El desorden viene causado por una o varias voluntades diabólicas. El adversario siempre es representado, en las más sólidas cosmovisiones y teologías, como un retador, un sembrador de cizaña, un creador de división.

El mundo moderno es, por definición, el reino del sembrador de cizaña. Este mundo en que vivimos hoy es, de la manera más exacta, un mundo satánico. Si hubo costuras, desgárrense éstas. Si se creó cemento y argamasa para edificar, deshágase y derríbese lo que con tanto esfuerzo ha costado levantar. Así piensa y actúa "lo moderno". El mundo moderno, al menos en Occidente, es la ruina sobre ruina de aquella gloria que fue, un día, la Civilización Cristiana.

La Civilización Cristiana es llamada, comúnmente, "Edad Media". No hubo puente ni medianía –en realidad- entre la Antigüedad pagana y el mundo moderno, un mundo neopagano y capitalista. Fueron los ilustrados quienes impusieron tal imagen, inventada y falsa, la imagen de un puente o túnel oscuro entre el mundo clásico y el moderno, túnel que también fue llamado "medievo". Pero lo cierto es que el medievo es el origen de una Civilización Cristiana, un resplandor cultural, una luz de la que venimos nosotros los europeos. La Civilización Cristiana nace de las ruinas y la hez desbordante del mundo grecorromano, que ya se encontraba -tiempo ha- en estado decrépito y alienante. De sus pseudomorfosis(estructuras muertas que encorsetan una nueva cultura naciente, al decir de Spengler) brotará el nuevo mundo cristiano, sintetizando de forma única y esplendente las culturas de los pueblos celtas, latinos, helenos, germanos y eslavos. A partir de las ruinas del siglo VI d.C. se alzó un nuevo orden, medio bárbaro, medio clásico, una promesa de Nuevo Imperio, una Roma restaurada.

La restauración del Derecho romano, y la edificación del concepto de persona por obra de la Iglesia y de la racionalización del feudalismo germano, crearon las bases de lo que hoy llamamos Europa. Nada fue Europa durante siglos, más allá de una barahúnda tribal, sino la ascendente Civilización Cristiana. Esta alcanzó sus más altas cotas con el arte románico y después el gótico, con el saber escolástico y la institución de la universidad. A su vez, la necesaria bicefalia entre un poder eclesiástico y otro laico, el Papa y el Emperador, dio origen a esa consustancial forma de ver la existencia en el europeo: ajeno a toda teocracia, el poder espiritual posee responsabilidades terrenales, pero, recíprocamente, el poder imperial asume la pesada carga de defender la fe común y proteger a los pueblos y a las gentes por encima de poderes "próximos", nobiliarios o eclesiales, encaminando armónicamente al rebaño a un plano superior, salvífico. El Sacro Imperio, como idea, es la perfección sintética del feudalismo y del derecho romano, una unidad de opuestos: los poderes se subordinan a uno supremo que no es de cariz despótico, a la manera oriental, sino "suave" y arbitral. El Sacro Imperio es la visión confederal y subsidiaria de una unión de Estados comprometidos en una fe (y modo de vida) común, congruente, una comunión, alianza respetuosa de las personalidades propias de cada ciudad autónoma, de cada territorio, de cada reino o principado. El Emperador como figura arbitral e ideal, no es un monarca más, es el punto más alto de todo un sistema ordenado de poderes subsidiarios. La Civilización Cristiana expresa, bajo la idea del Sacro Imperio y de la bicefalia Iglesia/Estado, la más profunda esencia de lo que luego habrá de ser el modo de vida europeo: no una teocracia sino una visión espiritual de la existencia en la cual tanta misión sacra toma para sí el monje como el caballero. De hecho, la síntesis misma del monje-caballero se dio en las más diversas órdenes militares, no sólo los templarios y demás órdenes de la Cruzada en Tierra Santa, sino las órdenes hispanas de la Reconquista. La pérdida de la "caballería" en Europa, en favor del soldado mercenario, es correlativa a la pérdida de la misión civilizadora y del espíritu de cruzada del religioso, y tales pérdidas señalan el declive de Europa. Como síntomas que anunciaban el desplome de hoy. Únicamente esa continuidad estricta de la Edad Media se dio en la Hispanidad. La Hispanidad fue, como ya señalé en diversos artículos, el katehon, el dique de contención de esa terrible decadencia que se dio en llamar Modernidad. 

Cuando se dice que la Hispanidad salió derrotada, no se mira la Historia en sus ondas más largas. Un proyecto civilizador se mide en milenios, no obstante, y es un proyecto se le escapa de las manos al historiador especialista; este es campo más bien para el Filósofo de la Historia, para el hacedor de una Ontología y Morfología de la Historia.. Es cierto que la Historia, como ciencia positiva, maneja las centurias y las décadas como algo propio de su oficio, como segmentos donde se puede acumular y clasificar el material. Pero el Sino, como diría Spengler, no queda adecuadamente recogido en tan pequeños envases. La Hispanidad todavía puede ser reconstruida, pues lleva su Sino, a pesar de los deprimentes tiempos en que el español de ambos hemisferios vive hoy. Mientras derriban estatuas de Colón o niegan la existencia misma de don Pelayo, mientras se ataca a la propia lengua de Cervantes en la península, se la proscribe y denigra, o mientras separatismo e indigenismo juntan sus manos para perpetuar una Leyenda Negra cada vez más desacreditada, la Hispanidad, siguiendo su Sino, continúa siendo una idea broncínea, peligrosa en sí misma a los ojos de los guardianes del "progresismo" políticamente correcto. Sobre ella volvió Ramiro de Maeztu, y después Gustavo Bueno o Elvira Roca. En la actualidad, José Alsina la redefine dentro de la IV Teoría Política, y, en otro sentido, Ernesto Ladrón de Guevara apuesta también por ella en sus últimas obras. Es una idea demasiado grande como para caer en el olvido o en el abandono. Es una idea netamente espiritual, que en sí poco tiene que ver con un "nacionalismo español". Éste, calco de un jacobino concepto de Estado-Nación, sólo pudo ser horma para una Francia que no hizo más que amputarse a sí misma y, de paso, mutiló a más de media Europa. Por el contrario, la Hispanidad alude a un proyecto civilizador, espiritual, imperial, podríamos decir. 

Se trata de recoger todo el legado clásico que una Hispania tan romana como celtogermánica pudo absorber a la caída del Imperio, y re-crearlo con denuedo en su guerra de liberación contra el moro. A la par que, guerreando y recobrando el suelo, el español del medievo marcha en comunión con el Occidente cristiano, para cuyo contacto los reyes asturianos crearon la más maravillosa "autopista del conocimiento", el Camino de Santiago. Lo mejor del "renacimiento medieval" (Escolástica, Universidad, arte Gótico) fue prolongado –por decirlo así- en la España Imperial, con el vigor aumentado por la Reconquista. Francisco Suárez o la Escuela de Salamanca pudieron servir de luminarias para un Occidente que ya se oscurecía en el XVI por momentos con sus pequeñas teocracias puritanas, sus milenarismos evangelistas, su fanatismo retrógrado y su materialismo de usurero y explotador. 

Siglos de recopilación y depuración de la filosofía griega y la cultura patrística, siglos de síntesis del derecho romano (y de su hijo legítimo, el visigótico), siglos de diálogo y confrontación con la filosofía no cristiana, conocida de primera mano en Toledo y otras ciudades hispanas…pusieron a las Españas a la cabeza del pensamiento cristiano.

Nos quieren enseñar hoy que un Nuevo Amanecer surge con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, ese parloteo en torno a una Humanidad abstracta llevado a cabo todavía con el olor a pólvora en los documentos, y la radiactividad de las bombas arrojadas en 1945 flotando por los aires. Los Derechos de la persona y los Derechos de Gentes ya alumbraron todo Occidente (Europa y América) en el siglo XVI, defendidos (imperfectamente, como ocurre con todo lo humano) y teorizados por la única nación que estaba capacitada humana, intelectual, históricamente, para ello: la Hispanidad. 

El Sino de la Hispanidad es dar una respuesta filosófica (que incluye la metapolítica) al caos y deterioro actual. Mientras arden las calles y se pretenden derribar ídolos, hemos de pensar en reconstruir y en crear. La destrucción es sólo una fase de esa partera de la Historia. Engendrar y dar Vida a algo nuevo, en cambio, es lo que abre paso a esa misma Historia.