Un Costanzo Preve para España
Prólogo del libro que recopila textos del filósofo italiano Costanzo Preve, así como de otros autores que reflexionan sobre su vida y su obra, texto recientemente traducido por Carlos Javier Blanco y publicado por Ediciones Fides: De la Comuna a la Comunidad, de Costanzo Preve, 2019.
La obra de Costanzo Preve (1943-2013) es muy desconocida en España y en los demás países de lengua hispana. Muchas circunstancias concurren para que esta oscuridad se cierna sobre nosotros. Ya de por sí, el panorama español está sumido en el fango: el colonialismo cultural anglosajón, el autismo y el cretinismo, así como la dictadura –cada vez más férrea- de lo políticamente correcto. El siglo XX, aun trágico y decadente en cuanto a coyunturas políticas y sociales, es una edad áurea para la filosofía hispana (Ortega, D´Ors, Zubiri, Bueno, Trías…). El Sistema se las ha arreglado para que éstas individualidades no "cuajen" institucionalmente. e impide que la Filosofía con mayúscula se traduzca en forma de programas de reforma de pensamiento y enseñanza. No puede extrañarnos que el mundo académico y editorial ignore a figuras como la del filósofo marxista italiano Costanzo Preve. Se introducen y se traducen autores menores y tendencias pasajeras como cortinas de humo para alejar al estudiante de todo aquel que verdaderamente piensa y reorienta el mapa del pensamiento. Contra las cortinas de humo y contra la calderilla intelectual que nos traen de fuera, traemos a ediciones Fides este rico venero en pensamiento crítico que se llamó Preve.
La introducción de novedades filosóficas europeas es sesgada, unilateral, sujeta a intereses espurios. Y esto ha de aplicarse de manera muy concreta al caso de la tradición marxista.
No fue sino en un lapso muy corto que el marxismo en lengua española pasó de ser una moda y una fuente inagotable de ediciones, traducciones, etc. a convertirse en un pozo seco y un erial. En los últimos años del franquismo era de buen tono, en muchas facultades universitarias de Filosofía, ciencias sociales y humanidades, declararse "marxista". Un día habría que estudiar las sorprendentes ventajas que en plena "dictadura" y en los primeros años de transición otorgaba a un joven licenciado hacer profesión de fe marxista, y citar desde ella a algunos de los Santos Padres barbudos en las tesinas y en sus demás trabajos escolares. Lejos de ser una filosofía llamada a "transformar el mundo", el marxismo fue en España, desde 1965, más bien, un código de pertenencia identitaria que sirvió para posicionarse bien en la universidad o en las asociaciones varias que pronto iban a conformar la partitocracia. Resultó ser de lo más práctico en los ambientes académicos y en bastantes profesiones, no tanto la posesión de carnets de afiliación como el dominio de una jerga y un barniz intelectual (hablar de "proletariado", "lucha de clases", etc.) en orden a ser reconocido por los iguales, por la "izquierda". El régimen autoritario franquista no debió ser "totalitario" si atendemos al elevado número de libros marxistas que circulaban en el país desde los años 60, y si paramos mientes en el gran éxito en la obtención de plazas académicas por parte de aquellos que se autodeclaraban marxistas. Me atrevo a pensar que la "batalla ideológica" de los partidarios del Régimen se perdió definitivamente ante el marxismo en estas fechas. El tradicionalismo, el falangismo, el conservadurismo tecnocrático, etc… no pudieron hacer nada ante el prestigio intelectual del marxismo cuyo músculo se exhibió entre 1965 y 1989. Un prestigio verdaderamente interdisciplinar y global, que era menor en las ciencias naturales y exactas (el "materialismo dialéctico" no fue seguido sino por los más sectarios y los más indocumentados en estas mismas ciencias), pero hegemónico en filosofía, economía, sociología, historia, etc. El Poder del franquismo llevaba años replegándose al refugio cuartelero, a las comisarías, a los despachos ministeriales. El Poder hegemónico (cultural, académico) se descuidó o se abandonó. Y, como diría Gramsci, la izquierda se hizo hegemónica en lo cultural, en lo académico, en el pensamiento político, económico y social. Y dentro de aquella izquierda, hegemónico entre lo hegemónico fue el marxismo aunque, eso sí, dividido en diversas sectas e interpretaciones.
La llamada "Transición" española preparó el terreno a las grotescas mutaciones de la izquierda española, mutaciones que afectaron al marxismo como supuesto corpus unificado de pensamiento dominante en lo cultural, aunque todavía formalmente "opositor" en la política. El marxismo, junto con otras tendencias de la izquierda menos fundamentadas (anarquistas, social-cristianas, socialdemócratas) conservó su prestigio ecuménico mientras existió el Bloque del Este, la URSS y sus satélites, así como China, y mientras la dualidad de dos grandes partidos de izquierda, el PCE y el PSOE (dejando a un lado el enjambre de grupúsculos extremistas) se correspondiera, grosso modo, con las referencias venerables de una III y una II Internacional, respectivamente. Sin embargo esta correspondencia en el fondo no se la tragaba nadie. El PCE bajo el eurocomunismo -el carrillismo- andaba más cerca de la socialdemocracia que del leninismo, mientras que el PSOE previo al caudillaje de Felipe y la inyección de millones de marcos alemanes contantes y sonantes presumía también de contar con intelectuales "revolucionarios" y exegetas del marxismo. La Transición fue también, para la izquierda, un desembarco de antiguos comunistas en el socialismo, a punto de mutar a su vez y abandonar la socialdemocracia (originada en Kautsky, marxista al fin y al cabo). Esa Transición fue una mutación de la izquierda que Preve, desde sus referencias italianas, también nos describe muy bien en algunos de los trabajos que aquí ofrecemos. La mutación de la izquierda se fundó precisamente en sustituir a Marx por el "marxismo", haciendo de la obra del filósofo de Tréveris un engendro irreconocible a partir de añadidos, desfiguraciones y omisiones. Ni la socialdemocracia reivindicada por el carrillismo o por los socialistas tenía nada que ver con el Marx original, ni tampoco el enfoque supuestamente "revolucionario" de los leninistas y de los trotskistas. Pero, posteriormente, ya a partir de la caída del Muro (aunque con raíces en el Mayo Francés del 68) aquel marxismo desfigurado tendría aun que mutar más y más hasta convertirse en "progresismo". Nadie fue capaz, en aquel tardofranquismo ni en la llamada "Transición", de acometer la tarea de depurar higiénicamente la obra y la literalidad textual del Marx filósofo, separándolo de los añadidos, sedimentos y detritus incorporados por la I, II, III y IV Internacionales, por las más variadas sectas de activistas y marxólogos, por las distintas siglas y coyunturas. Preve, hablando sobre la historia del marxismo de su país, Italia, da ciertas claves para una vuelta a un Marx depurado, limpio del polvo y paja con que lo han manchado los propios marxistas. Y lo que dice de Italia (y Francia) valdría en gran parte para España.
Porque ¿quiénes eran esos marxistas de los años 60-70-80? No nos engañemos. La conexión entre los mineros asturianos o los jornaleros andaluces, por ejemplo, en cuanto "contestatarios", sujetos "revolucionarios" por excelencia, y los barbudos profesores y estudiantes de la universidad de Madrid o Barcelona, mayormente pequeño-burgueses o alto-burgueses, era ideal y utópica. Ese supuesto bloque rojo no existía. Los gruesos tomos de El Capital no pueden llegar al fondo oscuro de una mina de carbón de las Cuencas asturianas, ni al sórdido rincón del Cortijo andaluz, pero sí al gabinete de aspirante a catedrático. La manera degradante en que el PSOE se convirtió al "marco" alemán, y la forma, más degradante aún, en que los partidos de observancia y retórica comunista en Occidente se cambiaron de color (del rojo al verde y últimamente al morado) al faltar el Oro de Moscú y al caer el Bloque del Este, no podían presagiar nada bueno. Desde hacía muchos años, mucho antes de la caída del Muro de Berlín: esos "rojos" que empleaban la jerga y la retórica de la lucha de clases, el proletariado y la plusvalía ¿eran verdaderamente "marxistas" o, al menos, "marxólogos"? Nada de nada. Abundaban los socialcristianos, los "curas rojos", y socialistas utópicos de toda laya, además de gentes simplemente liberales o anarquistas de muy pocas lecturas, a quienes la jerga marxista les otorgaba un prestigio que de otra manera carecían, como esa gente de nuestros días que emplean anglicismos técnicos innecesarios para disimular su incultura. En tales ambientes "de izquierda" no tuvo nada de extraño que al hundirse "la referencia soviética", la jerga y el barniz, superficiales por definición, también desaparecieran. Y el doble juego quedó también al descubierto: "somos demócratas", decían, "no como los soviéticos (o los chinos, etc.) pero compartimos el objetivo anti-capitalista y el deseo de implantar el socialismo". En realidad, se trataba de gentes muy diversas que empleaban un mismo código (la jerga sobre la "lucha de clases", la "alienación", etc.) y un mismo ritual (el puño en alto, el himno de La Internacional, etc.), pero nada más.
Costanzo Preve nos dice que ese tipo de marxismo, especialmente el referido a Occidente, y más aún, añado por mi parte, a España, era un "código" identitario de pertenencia. Entonces cabe la pregunta ¿qué diablos era entonces el marxismo, más allá de un código identitario de pertenencia antes de su fulminante desaparición entre 1989 y 1991? ¿Una ciencia? ¿Una filosofía? ¿Una "ciencia ideológica"? (ésta última posición fue la defendida por mí hace unos años). El autor italiano es taxativo: no existe el "marxismo", y lo que existe y se llama de tal manera es antitético al Marx genuino. Lo que existe –y es digno de ser rescatado- es la obra de Marx, y la obra de Marx es lisa y llanamente filosofía. Se trata de una filosofía muy peculiar. Por una parte se trata de una filosofía tradicionalista. Sí, ahí donde lo oyen y lo leen: el de Marx es un tradicionalismo que hunde sus raíces en el pensamiento griego y de manera muy precisa en la visión comunitarista inequívocamente defendida por Platón y Aristóteles. Como buen helenista, nuestro autor ve un continuo entre el zoon politikon aristotélico, y el humanismo claramente comunitario que se transmite a lo largo de los siglos hasta el propio idealismo alemán, especialmente hasta Hegel. Karl Marx, a pesar de sus máscaras y banderas "materialistas" es, a los ojos de Preve, un filósofo idealista clásico, un continuador egregio de la tradición aristotélica-hegeliana, que acomoda su defensa de la comunidad ante las pretensiones disgregadoras, individualistas, anti-civilizatorias del capitalismo en estado creciente de industrialización. Pero advirtiendo de entrada que tales tendencias son mucho más antiguas que el propio capitalismo industrial (y más antiguas que el capitalismo financiero-especulativo y globalizado actual), pues ya estaban presentes como "crematística" en la propia polis griega, y en todo individualismo postrero (en Roma, en el Medievo, en la Edad Moderna, etc.).
Se comprende bien el mensaje de Preve: si a Marx le sustraemos el "marxismo" nos queda la Filosofía humanista y comunitaria, fuertemente tradicionalista, de un discípulo de Hegel. Esta sustracción supone, en realidad, una enorme suelta de lastre, pero, a mi entender, los "marxistas" y comunistas europeos, especialmente los que pertenecen a unas coordenadas muy similares a las nuestras (Italia, Francia, Hispanoamérica) no parecen muy dispuestos a desprenderse de los "michelines".
Un lastre de los principales a la hora de purificar a Marx de la escoria del "marxismo" es el llamado materialismo. Resulta cómico, en nuestras latitudes, el uso obcecado y perseverante de éste término entre tantos marxistas y postmarxistas. Se quiera expresar de una forma más o menos sutil, con neologismos y artificios tomados de la lógica, la matemática, la termodinámica o sabe Dios qué ciencia positiva, lo cierto es que el "materialismo filosófico" (expresión leninista apropiada con desparpajo por Gustavo Bueno y su escuela) es una filosofía trasnochada, fuertemente comprometida con el realismo metafísico, con lo cual, refinamientos aparte, no acaba produciendo sino una versión simplificada del tomismo con retazos de dialéctica. El sentido de seguir hablando de "materialismo" (filosófico) más allá del materialismo ingenuo y ejercido desde las ciencias positivas o desde el positivismo, cobraba todo su alcance en el contexto con una polémica con el llamado materialismo dialéctico, esto es, el corpus de ideas metodológicas y ontológicas (monistas, positivistas, cientifistas) con que se quiso, desde Moscú y sus aparatos ideológicos, "completar" el marxismo. El "materialismo", como suplemento gnoseológico y ontológico del humanismo de Marx no fue más que una recaída en el positivismo. Se sobrevaloraron las ciencias naturales, en gran medida con escarnio y mutilación de la filosofía propiamente dicha, así como en mala conjugación con "ciencias" sui generis o "ciencias ideológicas" como la Historia misma, que son esenciales para la emancipación humana y para el combate contra el individualismo disgregador.
No es esta del "materialismo" una cuestión de meras palabras, ni tampoco una sutileza academicista. La más prometedora renovación-superación del marxismo en España vino capitaneada, en los años tardofranquistas y en los primeros años de democracia formal, por un Gustavo Bueno, verdadero "monstruo" de la Filosofía, de quien me considero discípulo a pesar de mis discrepancias. Bueno, filósofo mucho más relevante que Sacristán, a mi entender, hipertrofió como éste el análisis de las ciencias positivas, análisis entendido como alternativa tanto al materialismo dialéctico soviético como al neopositivismo occidental, desalojando al marxismo de su núcleo humanista. Gustavo Bueno hubiera podido hacer, de una forma explícita, pedagógica, radical, sin tapujos, la misma operación que Costanzo Preve llevó a cabo en Italia y Francia (principalmente), esto es, deshacerse de la ganga "marxista" y conservar al Marx filósofo (y por ende, humanista e idealista). No lo hizo, y se dejó llevar por un camino en todo momento paralelo al del estructuralismo. ¿Y qué significa el estructuralismo con respecto al humanismo? Su negación. Se niega el legado humanista de Marx, y se sustituyen los conceptos, por otra parte meridianos, acuñados por Marx, conceptos que se comprenderán bien siempre que se conozca suficientemente la filosofía clásica y, especialmente la hegeliana, y no se sustituyan por la verborrea esotérica, logicista así como por neologismos inventados.
Cuando el marxismo español andaba buscando su sitio, perdido en el laberinto de los "-ismos", Gustavo Bueno y Manuel Sacristán polemizaron sobre "el papel de la filosofía en el conjunto del saber". Desde el punto de vista declarativo, la postura buenista hubiera sido la más acorde con el pensamiento de Costanzo Preve: la filosofía es un saber sustantivo, no adjetivo, distinto aunque no opuesto al saber de las ciencias positivas. La filosofía es aquella parte fundamental del legado clásico, el legado de Grecia, que nos preserva de la barbarie y que garantiza la racionalidad de la emancipación humana. La filosofía es, de una manera u otra, consustancial al socialismo. Sacristán, por el contrario, adoptó la postura mayoritaria de los marxismos. La realización de la filosofía consiste en su superación-negación, bien a través de las ciencias positivas, bien a través del propio socialismo. La filosofía debería encarnarse, a lo sumo, en un Instituto especializado para científicos-positivos que, una vez dominada su peculiar parcela, se posesionen así de herramientas lógico-formales, metodológicas, epistémicas para una mejor transformación del mundo. Pero este Bueno más próximo a Preve en la defensa polémica de una Filosofía sustantiva (y del marxismo como Filosofía antes que como ciencia), sin embargo se embarcó en una vasta empresa gnoseológica, en la cual se llevaban a cabo las mismas tareas y misiones propuestas por Sacristán. La polémica derivó en una praxis coincidente: ambos "materialismos" post-marxistas, el de Oviedo y el de Barcelona, fueron cientifismos, y el análisis gnoseológico de ciencias particulares ocupó el puesto de una Filosofía emancipadora. Con el "materialismo", no fue de extrañar que la entronización de las ciencias, la cuestión del ateísmo, y las sutilezas logicistas ganaran más y más terreno. En Barcelona, publicaciones del tipo Mientras Tanto dieron cobijo a numerosos "-ismos" de la nueva izquierda, que Preve vincula –con gran acierto- a la tendencia trotskista (IV Internacional): feminismo, ecologismo… así como el llamado "marxismo analítico" anglosajón, quintaesencia del programa de Sacristán. Por el contrario, en el Oviedo buenista, la figura de Marx comenzó a tratarse como "un perro muerto". Es de lamentar que en aquella España de la llamada "Transición" y de los años felipistas, muchos de nosotros no hubiéramos tenido a un Preve.
He aquí que debemos hacer entrar en escena la figura de Althusser, figura clave en la formación del pensamiento preveano y del marxismo occidental, la cual podemos contrastar respectivamente con la de Preve o la de Bueno. Althusser propuso un "corte epistemológico" entre el Marx joven (el autor de los "Manuscritos" de 1848, que es el de la "alienación", el humanista), es decir, un idealista pre-científico, y el Marx maduro, el autor de Das Kapital, un científico, el valioso a los ojos de Althusser. La misma idea del "corte", su crítica y superación fue la empresa ciclópea que el "marxista" Gustavo Bueno acometió, dando luz a su Teoría del Cierre Categorial, pero encogiendo, como encogen los jíbaros las cabezas de sus víctimas, el núcleo verdaderamente jugoso del marxismo del que Bueno había partido, cual es su humanismo comunitarista. Por el contrario, la reacción de Preve, aun admirando y respetando a Althusser, fue negar el "corte epistemológico" no como esquema inválido para una gnoseología, sino como "hecho" en sí, un corte inexistente en cualquiera de los planos posibles: no hubo corte biográfico en Marx, no hubo "dos" Marx, el filósofo idealista y el científico materialista, etc. Preve reivindica con ello la categoría filosófica de alienación (Entfremdung), que no fue inventada por Marx pero sí dotada por él con un contenido económico-tecnológico preciso que no pudo ser conocido por sus predecesores (Hegel, Feuerbach, etc.). Más bien habría que reconocer que la alienación, explícita y representada en el Marx juvenil, sigue presente en el Marx maduro, aunque ejercida e implícita, siendo dicha categoría la que incluso da su razón de ser a los estudios económicos, sociológicos e históricos específicos y positivos que emprendió Marx. Costanzo Preve defiende esta categoría en su carácter medular a lo largo de toda la obra marxiana, como eje que vertebra también el pensamiento "científico" del filósofo Marx en su madurez.
La trampa de querer presentarnos un Marx "científico" y positivo fue la misma por la que cayeron los defensores del diamat y del hismat (materialismo dialéctico y materialismo histórico) de filiación más o menos soviética (leninista, stalinista), al igual que hicieron, otro tanto, el trotskismo o el estructuralismo, es una trampa que ahora resulta fácil de localizar. Querer presentar el humanismo de Marx como una moralina o una nueva religión, con la "Humanidad" como sustituta de Dios, y los "Derechos Humanos" como sucedáneos del Sermón del la Montaña. No faltaron voces que reivindicaban un Humanismo marxista racional. Pero en España, contrariamente, fue grande la alergia a ello por parte de althusserianos o buenistas, a los cuales la propia palabra "humanismo" les puede hacer toser o vomitar. Ciertamente era frecuente que el término "humanismo" se invocara en la izquierda en un tono cuasireligioso y moralizante, pero no filosófico-racional, paradójicamente complementario del cientifismo. Gran parte del marxismo del siglo XX fue un maridaje entre el positivismo (cientista, economicista, etc.) y un moralismo ingenuo, ramplón, pre-filosófico. Esta es la situación que denuncia Preve.
Con esto entramos en otra de las "cruzadas" emprendidas por el marxista Preve contra el marxismo: su carácter de "moral" en el peor sentido de la palabra, el haberse ido tiñendo más y más de "moralina". Ya en sus días, Nietzsche descalificó el socialismo (acaso sin discernir entre el marxista y otros socialismos no marxistas de su época) como una "religión de los esclavos" y más concretamente como un cristianismo secularizado. Recíprocamente (y estas reciprocidades y retruécanos son muy nietzscheanos) el cristianismo aparecido en el Imperio Romano fue para él una especie de "socialismo de la Antigüedad" y los primeros cristianos fueron "el proletariado" resentido contra la aristocracia apegada a la tradición de los viejos romanos. Más allá de la inexactitud histórica de todo esto, lo cierto es que el socialismo y el comunismo heredaron –y no podía ser de otra manera- conceptos teológicos y morales del cristianismo. La propia idea genérica y "enteriza" de Humanidad sólo puede esclarecerse en el contexto teológico, como esencia genérica, el "Género Humano" creado por un Dios Padre a su imagen y semejanza. Nada de esto es extraño, y son hechos por todos conocidos. Lo que casi nunca aparece en las autocríticas marxistas, y en general, en la izquierda, es una impugnación a esta sobredosis de moralina, en contraste con la positividad y el cientifismo con el que antes se investían doctamente los agitadores y los intelectuales de esta bancada ideológica.
La verdad es que, dada la indigencia intelectual y moral de gran parte de la llamada "izquierda" occidental, las cosas no podían suceder de otra manera. Esa izquierda sintió el marxismo como si la "ciencia" de Marx fuera una religión, con tintes proféticos y hasta apocalípticos (el fin del capitalismo sería el fin de la Historia o, al menos de la pre-historia de la Humanidad); de forma complementaria sintieron que todo aquello que no fuera ciencia (análisis de las formaciones sociales, de los modos de producción, de modos diversos de obtención de plusvalía, etc.) sería… moral, y nada más que moral. Una vez que el marxismo como "economía política", como ciencia positiva, quedó poco a poco desacreditado, o resultó demasiado abstruso para las nuevas generaciones de indocumentados "izquierdistas", lo único que restó, como de un limón varias veces exprimido, es una gota de moral o moralina. Eso, y la cáscara de siglas, banderas, puños en alto y liturgias. Con el marxismo moralizante, la lectura directa y la hermenéutica rigurosa de los textos de Karl Marx se eclipsó prácticamente. En España, siguiendo un proceso muy similar al francés y al italiano, esto supuso un disfraz pseudohumanista distinto del altanero marxismo "científico" previo a la caída del Muro o del derrumbe de la URSS: el marxismo vergonzante español que siguió estos derroteros se denominó "Izquierda Unida", años atrás. En la actualidad, desprovisto ya de toda referencia a Marx y pletórico de ideología de género, maurofilia, mundialismo y demás, el engendro se llama "Podemos". Es el ejemplo perfecto en el cual, ante una crisis teológica de los fundamentos ("el marxismo es una ciencia y el Galileo de la Historia fue Marx") sólo queda una moralina neocristiana, en unos casos (recordemos los "curas rojos", las parroquias obreras, etc.) y masónica en otros (republicanismo, retórica de la Fraternidad Universal, religión de los Derechos Humanos), neocristianismo y masonería cada vez más compatibles e indistinguibles entre sí. Aquella Izquierda Unida que escondió su comunismo y sus raíces marxistas-leninistas, fue realmente un invento neocristiano, masónico al que se le fueron añadiendo, los más diversos "-ismos", los ecologismos, los feminismos, los homosexualismos, etc. Y en esas andan.
En el contexto italiano, la sobredosis de "moralina" fue letal para la izquierda, y Preve la describe en varios pasajes que ofrecemos al lector en este volumen. En aquel país también se dio un "hiperhumanismo" de carácter cátaro, ávido de purificar el mundo por medio de una "condena de lo real". Se trató de un marxismo moralista de lo más puritano que, desde las propias coordenadas del marxismo más clásico, podría interpretarse como una hábil maniobra del sistema capitalista y de sus oligarquías para apartar a las clases populares de un conocimiento exacto de las condiciones de explotación y del contexto económico en que el capitalismo neoliberal se iba desarrollando. Propiamente hablando, el marxismo fue desapareciendo de Europa occidental y quedó sustituido por un "izquierdismo" o "progresismo". Ésta difusa izquierda fue el complemento necesario y a la vez opuesto de aquel profesoral marxismo economicista y altamente técnico, sólo apto para mentes debidamente versadas en Economía política y Filosofía. El marxismo positivista y economicista era unilateral, pero lo cierto es que el "vaciado" de la filosofía marxista transmutado en un vago hiperhumanismo desconocedor de los mecanismos de explotación, apropiación, valorización, etc. no pasó de ser un neocristianismo cátaro, una religión de la fraternidad universal, un hipermoralismo degenerado, al que van cayendo, como por acción gravitatoria, toda una serie de "-ismos" que, en lo más profundo, contradicen la raíz comunitarista del pensamiento de Marx, pues son "-ismos" tan reaccionarios como el propio neoliberalismo, y parecen ser, más bien, retoños o subproductos suyos. Así, en España, la coalición Izquierda Unida, hoy desembarcada o absorbida prácticamente- en Podemos, inició el rumbo de ese pretendido agregado de causas individuales y minoritarias, entendidas como una suerte de "rebelión de las minorías" que, de reclamar justamente el derecho a su no discriminación ni persecución pasan a reclamar el derecho al privilegio, cuando no una exaltación supremacista. Preve, haciendo un análisis marxista de la muerte del propio marxismo y su degeneración en la forma "progresista", nos da indicaciones acerca del feminismo diferenciador (y nosotros podríamos añadir toda la llamada Ideología de Género, el homosexualismo, el multiculturalismo impuesto, etc.) como fenómenos enteramente "orgánicos" al capitalismo. Lo que hacen es exaltar el papel de unas minorías, sin duda injustamente oprimidas en el pasado, como supuestos agentes de un cambio que, en puridad, no es otra cosa que un levantamiento de una parte de la comunidad contra otra parte de la comunidad. Estos fenómenos se incardinan en una suerte de ingeniería social que mina poco a poco los últimos bastiones de resistencia popular, incluyendo la propia institución familiar y las bases antropológicas de la misma: la pareja heterosexual monógama, la función reproductora de la pareja y de la familia, la estabilidad conyugal, vecinal y comarcal de las comunidades, su relativa homogeneidad etnocultural, etc. Un capitalismo neoliberal y en proceso de ser omnipotente e incontrolable, que sólo se reproduce y amplía sobre la base de un individualismo feroz y laminador, siempre encontrará obstáculos en este tradicionalismo y en este comunitarismo que, con los textos de Marx en la mano, podría haber servido de muro de contención y resistencia (katehon). Por este motivo, con el auge del poder imperialista de los E.E.U.U. y el traslado de muchos intelectuales europeos de credo marxista a este país, las universidades yanquis se transformaron en verdaderos laboratorios de ideas y en bancos de prueba de teorías y prácticas de ingeniería social con el objeto de dotar a una "nueva izquierda" del poder suficiente para transformar los pueblos dóciles y acomodables a las nuevas formas de dominación. Bajo la excusa de vacunar a las masas "contra el totalitarismo", los filósofos de la Escuela de Fráncfort (Teoría Crítica), sin renunciar al marxismo e incluso escribiendo en nombre de él, apostaron firmemente por transformar al hombre, incluso en su psique inconsciente, con vistas a que la sociedad quedara transformada. El gradual abandono del componente economicista del marxismo por parte de los seguidores de la Teoría Crítica fue, o bien deliberado o bien orgánico y funcional a sus propósitos, pues se vio que muchas de las metas de la anhelada "revolución" eran compatibles con el capitalismo más desatado. Dejar la base y cambiar las superestructuras. Querían un capitalismo que suprimiera la lucha de clases y pusiera el freno a la historia, lograra una Humanidad Universal sin diferencias perceptibles en credo, raza, lengua, valores, sexo… El capitalismo utópico que sólo de palabra, y en cuanto causa remota, es culpable de las "patologías sociales" (machismo, racismo, nacionalismo…) queda así resguardado. A Preve no se le escapa que los E.E.U.U. son el enemigo a batir, pues es la potencia imperial desde la que han partido todas estas desviaciones y virus ideológicos que han convertido al corpus doctrinal de la izquierda en una verdadera patraña y en un inmundo estercolero. Del imperio norteamericano y de sus laboratorios de ingeniería social surgen todas estas temáticas de "luchas de liberación" parciales que sustituyen vergonzosamente la lucha por la defensa de los derechos laborales. Las minorías que se vuelven supremacistas bajo banderas "progresistas" o "marxistas culturales" (antipatriarcales, animalistas, defensores del sexo queer, transformistas, soberanistas) muchas veces son miembros de la élite o pertenecen a las clases más pudientes, confirmándose así la perfecta compatibilidad y reforzamiento mutuo, funcional, entre tales "luchas" y la plutocracia. La izquierda se ha olvidado del marxismo, como se ha olvidado de las clases trabajadoras, de la explotación y de la alienación que sufre la "gente normal" que vive de su trabajo y vive acorde con los cauces tradicionales de la comunidad.
Esta es una de las claves sobre las que poder comprender la amistad y colaboración de Preve con el pensador identitario francés Alain de Benoist. Reproducimos en este libro también un diálogo entre ambas figuras que, pese a las trayectorias con comienzos tan separados (izquierda radical comunista, en un caso, derecha radical identitaria, en el otro) no obstante han confluido en esta defensa del comunitarismo identitario. Dicho sea de paso, y como ya he dejado por escrito en otro lugar, a mí me parece hallar en el "neoderechista" de Benoist más argumentos e ideas cuasimarxistas y anticapitalistas, que en la izquierda utópica y moralizante de nuestros días (como el movimiento "altermundismo", en el 15-M, los "indignados" y en el fruto podrido de todo ello, el partido Podemos). De Benoist y Preve comparten, a su vez, similares posiciones geopolíticas, y hasta el propio interés por la propia ciencia de la Geopolítica. A la izquierda "altermundista" e "internacionalista" de nuestros días la perspectiva geopolítica les resulta del todo ajena, y suelen emplearla como una suerte de "marcador radiactivo" o como una luz roja de alarma para salir a la caza de derechistas peligrosos o de fascistas. La geopolítica es fascista para ellos, pero lo cierto es que buena o mala, todo grupo político o todo pensador poseen un esquema geopolítico y la propia de una izquierda reducida a la condición de progresismo antifascista es muy elemental y nunca fundamentada. Se limita a una ingenua consideración del "Imperio" (los E.E.U.U.) como fuente de todo mal, en torno al cual quieren ver pobres colonias sojuzgadas y una U.E. "opulenta" incapaz de aumentar sus cuotas de solidaridad. Creo que no pueden hacer más que prolongar la visión geopolítica (tan sencilla en apariencia) de la Guerra Fría, y desconocen la revuelta multi-polar que el mapa de fuerzas en el mundo está teniendo lugar. Preve tuvo un papel destacado en esa reaproximación del marxismo a la Geopolítica, y en la denuncia del papel –entre grotesco y colaboracionista- que la izquierda supuestamente más revolucionaria ha desempeñado, haciendo de criados, caniches, y forofos del "intervencionismo humanitario" de los E.E.U.U. en la historia reciente: ataque a Yugoslavia, invasión de Irak y de Afganistán, destrucción de Siria y Libia. En nuestro país pudimos ver el mismo comportamiento pro-yanqui y la misma justificación del intervencionismo yanqui en nombre de la Religión de los Derechos Humanos. Es muy representativo de este estado de cosas el hecho de que los portales donde antaño colaborábamos asiduamente marxistas y marxólogos, como Rebelión o La Haine, se hubieran inflamado cada vez de un anti-americanismo tramposo, montado en torno a la noción de "Imperio" yanqui calcado de los tiempos de la Guerra Fría, pero entendido como Imperio intangible y respetable en la medida en que descabezaba "dictadores sanguinarios" (Hussein, Gadafi…). El hecho de que algunos "ilustres" dirigentes de estos portales de internet, hoy muy cercanos o integrados en Podemos, justifiquen simultáneamente los bombardeos humanitarios sobre Libia, a la vez que extremen la propaganda a favor de la emigración masiva y el separatismo en España, encierra grandes enseñanzas sobre la intervención de ese mismo Imperio en toda una plétora de organizaciones, desde partidos hasta ONGs, convirtiendo a la izquierda en una fuerza anti-comunitaria, servil en el fondo a los propósitos más disgregadores del capitalismo neoliberal.
Costanzo Preve nos deja una herencia impresionante. Fue un hombre que escribió abundantes textos, y esto sin abandonar su faceta de docente y activista político. Erudito en grado sumo, no fue, como él mismo diría, un "citadólogo", esto es, un experto en que rebuscar y colocar citas de Marx, Engels y otros Santos Padres donde más y mejor convenga. Antes bien, Preve fue también un helenista y un historiador de la filosofía que supo ver en este saber racional que es la Filosofía algo más que un "saber de segundo grado" sistematizador y crítico con respecto de los de primero (Bueno) o una "metodología" que coordine las ciencias positivas y las coloque al servicio del pueblo (Sacristán). Menos aun, la filosofía puede reducirse a una "concepción del mundo" presta a ser superada por las ciencias (positivismo, materialismo dialéctico) o un corpus de moral y antropología filosófica previo al advenimiento de la verdadera ciencia social, tras el corte epistemológico (Althusser). Muy por el contrario el marxismo es una Filosofía, y no fundamentalmente una filosofía moral, social, política, o una determinada concepción ética, un "materialismo" (incluido un ateísmo). El marxismo de Marx es, tomando la expresión de G. Lukàcs, una Ontología del Ser Social. La historia ontológica del ser social, especialmente si nos centramos en nuestra Civilización y sus inicios griegos, es una historia que se puede reconstruir como la lucha entre el individuo (átomo, individuum, esto es, no divisible, y la comunidad orgánica, polis). En esa lucha hay constantes y ciclos análogos unos a otros. Por ejemplo, la sofística contra Platón y Aristóteles, o el nominalismo contra el tomismo y el neoplatonismo, en la Edad Media. Ya en tiempos modernos, la lucha se observa en la cruzada antimetafísica de Locke y los empiristas en contra de la "sustancia", reivindicando nuevamente el individualismo, el nominalismo y la perspectiva disolvente. Pero debe advertirse que Preve no hace tal cosa en términos reduccionistas, como tantas veces se practicó desde el sociologismo marxista más ramplón. No es que la idea metafísica de sustancia sea un "reflejo" o un "trasunto" de determinadas relaciones sociales de producción, o que el "individualismo" recurrente en la historia de la filosofía "refleje" la emergencia de una nueva clase burguesa dispuesta a subvertir el mundo tradicional, etc. Si la sustancia de la ontología es para Preve la comunidad, se debe a su misma condición de substrato y estabilidad. La lucha entre la sustancia y la mentalidad funcionalista-nominalista en metafísica es la misma lucha entre la noción de comunidad estable y ordenada, y la noción de mutabilidad y transitoriedad a la que tiende el capitalismo, que es, tendencialmente nihilista y nada quiere conservar, pues solamente la acumulación y la ganancia es lo que le interesa a este modo de producción. Los pueblos de la tierra, cada uno con sus peculiaridades y tradiciones, harán bien en conservar sus rasgos de identidad y harán bien en fortificar defensas y trincheras ante este capitalismo depredador. Particularmente, los pueblos de Europa, los primeros en conocer en sus carnes las garras del capitalismo, también han de saber que se puede retomar el camino y que un tradicionalismo no supone "la vuelta a la Edad de Piedra". El propio capitalismo entendido dialécticamente, como hizo Marx, dio pasos adelante irrenunciables, y esto no es "progresismo". Es irrenunciable la abolición definitiva de la esclavitud y la servidumbre, la igualdad jurídica del hombre y la mujer, la libre elección de la profesión, son irrenunciables los hallazgos de la ciencia y de la tecnología… Tradicionalismo significa en Preve no tanto mirar hacia atrás con nostalgia reaccionaria sino retomar hebras perdidas de momentos clave. Otra Ilustración es posible, por ejemplo. Otra manera de emprender un siglo de las luces que no aniquile los asideros del hombre a su Comunidad. He aquí lo que representa la religión, por ejemplo, para un filósofo como Preve que, por otra parte, era un ateo. El Catolicismo, por ejemplo, lejos de ser la bancarrota moral y el esperpento ultrahumanista que vimos después de Vaticano II, y especialmente con el Papa Francisco, fue, es y será un asidero comunitario, un código de resistencias ante la incesante ingeniería social disolvente, que no quiere reconocer identidades y pertenencias. Ese código de resistencias posee más valor ontológico que todas las monsergas mundialistas, utópicas, que hablan de un "Género Humano" y una "Fraternidad Universal". El hecho de que una familia española, francesa o italiana luche por permanecer unida, o simplemente, permanecer como lo que es, como una familia y no un contrato entre átomos, el hecho de que exista solidaridad basada en el amor entre todos sus miembros, así como solidaridad comunitaria y economía distributista en el entorno inmediato, es más "fraterno" y es más "cristiano" (Preve diría, "comunitarista") que el show televisivo de un Pontífice lavando los pies a unos individuos africanos. Hemos ofrecido el ejemplo de la religión sólo a título de ejemplo de cómo el marxismo ha perdido el norte tratando de coordinarse con "-ismos" del todo abstrusos y estériles, como por ejemplo "ateísmo", "materialismo"… La conjugación que nos propone nuestro autor es muy otra: comunismo y comunitarismo. El comunismo marxista y post-marxista no fue sino un episodio muy determinado de la lucha de clases, lucha la cual no es eterna ni trascendente con respecto de una fase concreta del modo de producción capitalista. Desde hace milenios está en juego la comunidad, y esa debe ser la estrategia de la lucha: la defensa de la comunidad orgánica.
Pero ya se calla el aprendiz. Que hable el maestro.