"Soy una cristiana rusa y soy blanca. Soy el pueblo ruso"

21.08.2023

Hace exactamente un año, el 20 de agosto de 2022, el servicio secreto ucraniano perpetró un atentado terrorista asesino contra Darya Dugina, la hija del conocido filósofo ruso Alexandr Dugin. Los explosivos detonaron en su coche, destrozando a la joven. Darya sólo tenía 29 años, era filósofa, periodista y heroica luchadora, y con su muerte se convirtió en mártir de la verdad eterna de la tradición, ortodoxa y metapolítica, que encarna el espíritu y el alma rusos. Educada por Platón, defendía, como su padre, el pensamiento multipolar y una revolución expresada en el alejamiento radical de Rusia del "Occidente colectivo", una ruptura total con el imperialismo globalista, su ciénaga subversiva, su perfidia espiritual y el odio satánico de los fanfarrones globalistas occidentales hacia la Rusia ortodoxa. En toda su persona, esta joven encarnaba la superioridad de la verdad, la bondad y el espíritu sobre el materialismo sin alma y sin Dios. Su camino era el de la lucha metapolítica, que, sin embargo, siempre es también una auténtica guerra a muerte. No sin razón era el lema de su canal Telegram "¡La vida es la guerra en la tierra!", y no sin razón era el lema de su vida: "Soy una cristiana rusa, y soy blanca. Soy el pueblo ruso".

Darya encabezaba desde hacía tiempo la lista de asesinatos de la junta de Kiev por gracia angloamericana, de la OTAN y de la UE. La "Fiesta de la Tradición" a la que asistió con su padre el 20 de agosto fue utilizada por los terroristas ucranianos para golpear sin piedad. En ese momento, el frente se rompió en el mismo lugar donde ella murió, al estallar un coche bomba. Sin embargo, no se trataba de una lucha armada, sino de un asesinato frío, cobarde y ruin para sembrar el terror puro, destrozar a sus padres y poner una marca detrás de su nombre en la lista de la muerte ucraniana. Una vez más, los títeres asesinos del globalismo ultraliberal genocida mostraron sus verdaderos colores y revelaron su naturaleza totalitaria que no se detendrá ante nada. Demasiado patéticos para librar la guerra cultural por la verdad eterna de la tradición y por una civilización multipolar de los pueblos a un nivel espiritual y metapolítico en el que serían irremediablemente inferiores a Darya, recurrieron al único medio que conocen a la perfección: El terror y el asesinato. Al hacerlo, extinguieron la vida de una joven que aún no había podido fundar una familia por sí misma, pero que había dedicado toda su existencia a la lucha por la verdad ortodoxa cristiana y la libertad de los pueblos y su cultura.

El movimiento euroasiático y la visión multipolar forjada por el padre de Darya, Alexandr Dugin, dirigida contra el unipolarismo, las corporaciones multinacionales y el ultraliberalismo del posmodernismo occidental, representan hoy el Gran Despertar en la lucha por la libertad de los pueblos y las civilizaciones contra el Nuevo Orden Mundial anglosajón, demoníaco y satánico en todos los sentidos de la palabra. Puede describirse sin exageración como la batalla final entre el Katechon y el Anticristo. Esta lucha tiene como objetivo un nuevo Imperio europeo de naciones y regiones desde Lisboa hasta la costa oriental rusa en el Pacífico, en el que las naciones, regiones, civilizaciones y culturas sean liberadas de la hegemonía del imperialismo estadounidense, de las travesuras masónicas de los señores del dinero de Davos, de criaturas como los clanes Rockefeller y Rothschild, George Soros, Bill Gates y cualesquiera que sean sus nombres.

Para Darya Dugina, el monstruo totalitario del "Occidente colectivo" no era sólo un frente antirruso, sino un polo geopolítico hostil contra el que Rusia libraba una guerra justa en el este de Ucrania, habitado por una mayoría de rusos, por hablar con Santo Tomás de Aquino. Para ella estaba claro que lo que está ocurriendo ahora en el Donbás es un "acontecimiento" (Heidegger) y, según sus propias palabras, "una manifestación de la esencia rusa en la historia". Así entregó su amor, ya que aún no se le había concedido la oportunidad de fundar una familia propia, a sus padres, a su fe cristiana y al pueblo ruso.

Su trágica muerte deja por un lado una herida profunda y dolorosa, pero por otro es una fuerte motivación para que los enemigos del turbocapitalismo y del ultraliberalismo luchen por la creación de un mundo multipolar y por la independencia geopolítica y económica de Europa. Darya también nos enseñó a abandonar definitivamente la diástasis actual en nuestras propias filas, a enfrentarnos a las gélidas estructuras depredadoras capitalista-tecnocráticas, a la destrucción de la familia tradicional y a los blasfemos delirios transhumanistas de los partidos liberales, que avanzan hacia un grotesco neoconservadurismo, para oponernos con valentía y firmeza, para insuflar nueva vida a nuestra extinta fuerza vital, para superar lo degenerado, caótico y pervertido que nos aleja de la naturaleza humana que nos dio nuestro Creador, para vivir y morir fielmente y reencontrarnos así con la fuente de nuestro origen divino. Cuando pensamos hoy en Darya Dugina, deberíamos recordar también nuestra propia mediocridad, nuestro abatimiento, nuestras pusilánimes disputas y divagaciones internas, nuestra falsa tolerancia en tiempos de olvido escatológico y nuestra incapacidad para reconocer de forma realista el trágico estado del ser humano moderno, sin tradición, sin raíces y atomizado, y cómo habría respondido esta valiente joven. Ella nos diría, daos cuenta por fin y sentid lo que es esencial, no dejéis de luchar, cada uno en su puesto. No se crean las mentiras y calumnias de sus medios de comunicación y canales obligatorios, que son incluso peores y más sucios que las actividades antipopulares de sus gobiernos... Sí, es posible que no ganen esta eterna batalla contra el mal tan fácil y rápidamente como imaginan en sus sueños, pero si no luchan, ¡ya han perdido!

A pesar de sus asesinos, tan patéticos como crueles, Darya sigue viva en nuestros corazones y recuerdos. Muerte - ¡dónde está tu aguijón! Infierno - ¡¿dónde está tu victoria?!

Traducción: Enric Ravello Barber