Sobre la independencia y el separatismo anti-español
Desde las playas del Mediterráneo hasta el mar de Cantabria, un fantasma recorre los pueblos y ciudades de los distintos lugares de España: es el fantasma del separatismo y de la guerra civil que amenaza con amputar y lacerar el cuerpo de la nación española. Una vez más se alzan en el horizonte las banderas de franjas rojas, amarillas y púrpuras, mientras desde los parlamentos y centros de poder se llama al separatismo, la independencia y la autonomía. Este proceso de fragmentación y destrucción de la madre España no es nuevo y de hecho puede retrotraerse a episodios muy anteriores a la guerra civil que enfrentó al bando de los republicanos y nacionalistas a finales de la década de los años treinta del siglo pasado.
Es bien sabido que el alma española fue forjada en medio de las luchas entre los diferentes pueblos que invadieron la península ibérica. Sin embargo, después de la caída del Imperio romano, hubo dos instituciones inamovibles que fundaron los visigodos: la primera fue la monarquía hereditaria y la segunda fue la implantación definitiva del cristianismo en el territorio español (primero arriano y luego católico a partir de la conversión de Recaredo). Estas dos instituciones han permanecido inamovibles en la historia del pueblo hispano hasta ahora.
La primera de ellas, la monarquía, ha sido parte de la historia política de España desde su fundación. Empezando por el imperio de los reyes Visigodos en el siglo VI después de Cristo, pasando por los distintos reinos del norte de la península hasta la unificación de las coronas de Castilla y Aragón. El legado de la monarquía española trajo consigo una época de grandes luchas que crearon a un pueblo aguerrido, austero, sacral y combativo que logró expulsar al Islam de Europa, contener el avance de la reforma protestante y vencer la peligrosa expansión e implantación del comunismo en los países del Occidente europeo. En cuanto a la religión católica, siempre fue fomentada como una característica connatural al bravo e indomable pueblo ibero que vio en el Dios trinitario de la fe cristiana la verdad divina que contempla las realidades trascendentes; tanto es así que Felipe II, en la introducción de las Leyes de Indias, asimila el alma española al legado verdadero de la Santa Iglesia Católica: “Dios nuestro Señor por su infinita misericordia y bondad se ha servido de darnos sin merecimientos nuestros tan grande parte en el señorío de este mundo… y deseando esta gloria de nuestro Dios y Señor, felizmente hemos conseguido traer al gremio de la Santa Iglesia Católica Romana las innumerables gentes y naciones que habitan las Indias Occidentales, islas y Tierra Firme del mar Océano, y otras partes sujetas á nuestro dominio.” (1). Estos dos elementos le dieron a España su posterior solidez histórica y consagraron la unidad nacional.
El proceso de descomposición de la identidad de España comenzó con la introducción de las peligrosas ideas de la Ilustración y el triunfo del absolutismo Borbón sobre la monarquía orgánica de los Habsburgo. Es precisamente en el siglo XVIII cuando comienzan a llegar a la corte y de los círculos intelectuales las perjudiciales ideas del iluminismo europeo que habían estropeado las relaciones del hombre con Dios y las del hombre con el hombre. La mayoría de los filósofos ilustrados sostenían que no era posible el conocimiento de las realidades divinas y que la jerarquía natural entre los hombres era producto de la injusticia, dejando como única base moral el utilitarismo económico y político. De este modo, poco a poco, el influjo atronador del gran vecino del francés empezó a calar hondo en las costumbres y los pensamientos de la aristocracia y la intelectualidad española, hasta el punto que este ambiente Ilustrado contamino por completo la relación que tenía España con sus territorios de Ultramar y, desde entonces, nunca ha dejado de aflorar en el suelo nacional de España.
Es bien sabido, que los próceres de la independencia hispanoamericana bebieron del cáliz envenenado de las ideas Ilustradas y quisieron hacer realidad las vanas utopías de los pensadores del otro lado del Atlántico. Fue así como la relación de señorazgo entre la madre España y las colonias terminó por verse como una relación de explotación, subordinación y saqueo. A este falso coctel de ideas volátiles y revolucionarias siguió una cruel matanza entre hermanos que termino en la declaración de la guerra a muerte de Bolívar, el auge de las logias masonas, la intervención inglesa tanto en la Península Ibérica como en las patrias americanas y la disolución del imperio español en múltiples naciones.
Con el tiempo, la conjuración anti-española, que según el arzobispo de Toledo Juan Martínez Guijarro se remonta a la expulsión de los marranos en el siglo XVI, no ceso de crecer hasta explotar. España fue injuriada en todos los órdenes: culturales, sociales, políticos y económicos. Fue entonces cuando surgieron las distintas plataformas que han venido minando su unidad a costa del poder de muchos otros. La Ilustración atea, el nacionalismo romántico, el anarquismo utópico y finalmente el marxismo soviético, sin hablar del nordicismo puritano debilitaron nuestros pueblos y los hundieron en la catástrofe social. Cada una de estas fuerzas en las ideas se encarnó en una fuerza política: primero en los ejércitos de la Independencia, luego en las guerras civiles liberales contra la Iglesia y los terratenientes conservadores, finalmente adquirió la forma de las guerrillas socialistas. A todo esto, se sumó la coaptación de las élites hispanoamericanas por el anglicismo tanto británico como norteamericano.
Ahora nuestros pueblos se hunden en la Babel sin límites de la postmodernidad, donde el tribalismo anárquico del nacionalismo neomarxista, el indigenismo y la anomia igualitaria han hecho estragos en nuestras naciones. Se ha perdido cada vez más la referencia de lo hispánico, mientras que las características de vida postmodernas se riegan como una mancha de aceite en el cuerpo social. La unidad religiosa se fragmenta en el pentecostalismo sectario mientras la unidad política se convirtió en servilismo pronunciado o en rebelión incandescente. Al final, las Españas, tanto europeas como hispanas se han fragmentado en regionalismos sin causa y separatismos insulsos, mientras la globalización neoliberal, masónica y anárquica se extiende y revienta nuestras raíces comunes.
- Las Leyes de Indias, Biblioteca Judicial, Tomo Primero, Madrid, 1889