Sobre Johan Huizinga: El mayor historiador y filósofo holandés

11.06.2020

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Hoy es el cumpleaños del mayor historiador y filósofo holandés: Johan Huizinga.

El trabajo más importante de Huizinga es el famoso libro Homo Ludens. “El hombre que juega". En él, Huizinga presenta una hipótesis extremadamente interesante y profunda sobre el origen de la cultura. Según Huizinga, la cultura proviene del juego. Señala que, para toda la diversidad de sociedades, culturas, sistemas políticos y sociales, todos los pueblos, tribus y civilizaciones que conocemos nacen del juego. Las sociedades donde no habría juegos no existen. El juego es una característica fundamental del hombre como especie. De ahí el nombre del libro Huizinga "Homo Ludens - El hombre que juega".

Incluso los antiguos notaron que, entre todos los seres vivos, solo los humanos pueden sonreír. De ahí una de las definiciones del hombre: animal que ríe: bestia risueña, animal ridens. Amante de las paradojas, Lewis Carroll creó, a partir de esto, la imagen del Gato de Cheshire que sonríe. Pero no hay animales sonrientes, de ahí la sonrisa de Cheshire, que existe incluso cuando el gato ya no está.

Huizinga continúa con la metáfora y le da el estatus de una teoría cultural y sociológica completa. La cultura nace del juego. La cultura es un juego. Y es precisamente la abilidad, el deseo y la capacidad de jugar, la voluntad de jugar, lo que constituye la esencia de la sociedad humana, dice Huizinga.

Es cierto que los animales también tienen un juego en su infancia. Incluso un cachorro pequeño, que juega con otro cachorro, a pesar de sus dientes filosos, su gruñido formidable y sus saltos agresivos, nunca muerde una oreja agresivamente. Muerde, pero no lastima. Causa miedo, pero no hace dañino. Esta es la esencia del juego. El juego, dice Huizinga, es la antítesis de la guerra. Por lo tanto, no hay enemigos en el juego. Y viceversa, no se juega con el enemigo: se lo mata, se lo destruye. Aquí se elimina la convención de la agresión. Pero la guerra no crea cultura. Crea Estados e Imperios. Pero el juego crea cultura. Y la reproduce.

Sin embargo, también se necesitan dos lados opuestos en el juego: dos equipos, o dos fraternidades, o actores y espectadores, porque el teatro también es un juego. Y la música es un juego. Decimos que sí: el actor desempeña este papel. El flautista toca la flauta. El equipo juega fútbol. Además, inicialmente, tanto los músicos como los actores compitieron entre sí: una orquesta contra una orquesta, un escritor trágico contra otro escritor trágico, de esto se nos habla en la historia de la antigua Grecia.

Siempre hay (al menos) dos lados, siempre existe competencia, lucha y confrontación intensa. Pero siempre se coloca en un espacio asignado especial, en el espacio del juego. La esencia de distinguir este espacio, ya sea la escena, el campo deportivo o el lugar de la competencia, se da porque este es el espacio de la cultura. No es la guerra, aquí está el juego. Y el que es capaz de distinguir uno del otro es el hombre. Debido a que es el hombre el que posee el conocimiento profundo del cachorro de que no puedes morder el oído de tu compañero de juego de verdad, esta es la base de su destino y en esto se basa la sociedad. La diferencia entre lo real y el juego crea la personalidad humana. El hombre entiende qué es una convención, qué es un símbolo. Es en el juego que el hombre aprende a sonreír. Una sonrisa es un signo de reflexión, desapego, es un gesto con el que enfatizamos la convencionalidad de lo que contemplamos. Y también dejamos en claro a los demás que conocemos y aceptamos las reglas del juego. No sonreímos ante la guerra. Matamos en ella. Y eso no causa ninguna sonrisa.

Por cierto, en el servicio civil tampoco se sonríe. De ahí la sombría solemnidad de la burocracia, de la que se deriva la morgue. La burocracia es la antítesis de la cultura porque no hay juego en ella. Esta es la guerra congelada, una máquina, un área de muerte victoriosa. No hay nada más estúpido y contradictorio que la expresión "ministerio de cultura", ya se trate del ministerio o la cultura. Eso decía Huizinga. O tal vez simplemente no lo dijo, pero se refería a algo así. Tendía hacia esto.

La capacidad de comprender las estructuras de la convencionalidad, la capacidad de imitar las pasiones, incluida la agresión, el conflicto, el drama, pero con toda la tensión y el voltaje, que no rompe el hilo, que no detiene el flujo de la vida: esta es la base de la vida humana entre todos los individuos. Este es el fundamento de la sociedad. Aquí reina un signo, un símbolo, una indicación de uno al otro y siempre con una parte irónica de convencionalismo. Sin esto, no hay cultura. La percepción demasiado directa del mundo es una propiedad de los idiotas e ignorantes.

Y esto es exactamente lo que sucede cuando, por ejemplo, entre los fanáticos del fútbol, los elementos del juego se convierten en la forma desnuda de la agresión animal. Esta es la destrucción de los fundamentos de la cultura, un descenso por debajo del nivel de un cachorro que juega.

Les deseo lo mejor, este fue el programa de Dugins Guideline sobre Johann Huizinga y el hombre que juega.

El gran filósofo Plotino dijo: solo los juguetes pueden tomar en serio un juego. Espero que entiendan lo que quiso decir.