Sentido metapolítico del castellano o español

08.08.2017

Como despedida del 2008 el El País  de España en la edición argentina publicó un artículo a doble página en el centro del diario firmado por Tereixa Constenla titulado “El español, un filón huérfano de prestigio”, en donde se vuelcan una sarta de mentiras a designio que sublevan al más calmo.

Este artículo confirma el título del último libro del pensador español Fernando Sánchez Dragó Si habla mal de España… es español  que a su vez viene de un viejo verso de Joaquín Bartrina que decía así:

Oyendo hablar a un hombre, fácil es
acertar dónde vio la luz del sol;
si os alaba Inglaterra, será inglés,
si os habla mal de Prusia, es un francés,
y si habla mal de España, es español".

Hablando con amigos colombianos que en esos días nos visitaron recordábamos que tanto en sus escuelas como en las nuestras nos enseñaban que la lengua que hablábamos era el castellano y que el término español designaba  la nacionalidad de los nacidos en España.

Pero la fuerza de las cosas hace que hoy, Internet mediante, se hable de español para referirse a nuestra lengua y no al castellano. En general, en España, Europa y los Estados Unidos se habla de lengua española y en Hispanoamérica de lengua castellana. Para el caso de esta conferencia los términos son intercambiables.

Pero la estulticia, para decirlo elegantemente, de los  que  hablan de su lengua, que es también nuestra lengua[1], es que lo hacen de manera menguada, recogiendo los argumentos de nuestros históricos enemigos políticos: los angloparlantes.[2]

La primera de las razones falsas argumentada por la autora es que “el español es la cuarta lengua más hablada del mundo, detrás del chino, del inglés y del hindi”. Esto, como salta a las claras es falso de toda falsedad, pues el castellano es hablado por 240 millones en América del Sur (incluidos los 20 millones que lo hablan en Brasil), 45 millones en Estados Unidos, 68  millones en América Central y Caribe, y 130 millones en México. Lo hablan 1 millón en Guinea Ecuatorial, Israel y Europa Oriental;  45,9 millones en España, 10 millones en Filipinas [3] y alrededor de 2 millones en Marruecos[4] más 3 millones en el resto del mundo, lo que suma un total de 547 millones de hispano hablantes, con lo cual se desmienten totalmente las cifras divulgadas por el artículo de marras. En este racconto no tenemos en cuenta que el número de estudiantes que lo aprenden en Estados Unidos son algo más de ocho millones, número que supera la población de Cataluña.[5] El aprendizaje del español en las universidades de la Costa Este, es decir, entre los wasp, se disparó estos últimos años.

El castellano, patrimonio común a españoles, americanos y a algunos africanos y asiáticos, es la primera de las lenguas habladas en el mundo, pues el inglés no llega a 400 millones[6] y el chino no es un idioma sino 129 a la vez, de los que se destacan el mandarín, idioma oficial desde la revolución cultural de 1966, el wu, el cantonés o yué, el min, el jin, el xiang, etc.) cuyas diferencias entre sí son mayores de las que existen entre el castellano y el portugués. Pues si a sumar fuéramos- julio de 2017- nosotros contabilizaríamos juntos la bicoca de 831 millones. (Brasil: 211,5 millones; Mozambique: 29,5 millones; Angola: 26,6 millones;  Portugal: 10,5 millones, Timor Oriental: 1,2 millones; Macao: 600 mil; Goa: 1,6 millones; Santo Tomé y Príncipe: 195 mil; Guinea Bissau: 1,9 millones; Cabo Verde: 550 mil).   

Además, esto que estamos afirmando no es ninguna novedad, porque buscando en Internet hay muchas páginas que muestran que el castellano es el segundo idioma hablado del mundo, pero estas páginas no hacen la distinción que hacemos nosotros entre las distintas lenguas que se hablan en China.

Bueno, y si así fuera vaya y pase, pero de ahí a afirmar que está en un cuarto lugar y tan lejos en millones de hablantes como sostiene el artículo de El País es una mentira ex profeso y una falta de respeto a los millones que lo hablan y no fueron tenidos en cuenta.

La segunda falsedad es que “el español es la lengua de 18 países”. Solo en América somos 19 países, a saber: Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. En Europa está España y en África, Guinea Ecuatorial y lo que queda de la República Saharaui. De modo tal que no son 18 los países de lengua castellana sino 22. No es pequeño  el error cuando se comete sobre cifras tan menudas y precisas, lo que denota una intención para desviar y desvirtuar los datos objetivos y reales. Y así a renglón seguido afirma “la gallega”[7] que “no tenemos datos confiables del español pero si del inglés”. Lo que confirma que la que no es confiable es la autora y el diario que le publica con los datos que maneja y tergiversa.

Y para fundamentar su tesis de que el español padece de una capitis diminutio congénita trae la opinión de un compatriota suyo, Antonio Muñoz Molina, alguien que dirigió  el Instituto Cervantes de Nueva York, quien afirma suelto de cuerpo: “soy escéptico sobre la futura relevancia social, cultural y política del español veamos sino la escasa calidad de la TVE Internacional nada que ver con la parrilla exterior de la BBC de Londres”.

Otra falsedad más, la Televisión Española Internacional (cualquiera que tenga TV por cable lo puede apreciar) es de una calidad poco común y superior a la media de los canales internacionales alemanes, franceses, italianos o ingleses que, en general, gastan su tiempo en programas de entretenimientos y musicales.

El problema de los canales internacionales de noticias no es el mayor o menor apoyo tecnológico que, en general, es parejo para todos sino la producción de sentido de las noticias que se levantan y las que se dejan pasar sin más. Y en esta “producción de sentido” la Televisión Española Internacional adopta “el sentido” de las cadenas anglo-norteamericanas. Y esto es lamentable, pues a ojos vista se ha producido una nefasta  “americanización” de esta televisora.

No es quejándose de “la escasa calidad” como se supera la calidad sino haciendo y produciendo calidad. Si el español no sirve como lengua mediática no es por el castellano en sí, sino por la incapacidad de sus usuarios.

En este sentido el trabajo a contrario sensu  de su objetivo principal que lleva a cabo el Instituto Cervantes es lamentable. En su momento le tocó el turno a la directora del Instituto, Carmen Cafarell, quien muy suelta de cuerpo afirmó al presentar el Anuario el español en el mundo que “en Brasil el español ocupa el cuarto puesto como lengua extranjera en dura competencia con el italiano y el chino mientras que el francés y el alemán retroceden en sus posiciones”.  ¿Pero quién asesora a esta señora, los ingleses? Esto es una mentira ex profeso, es una mentira a designio.

Vamos a responderle palabra por palabra para que no queden dudas. En Brasil el español no es considerado una lengua extranjera sino una lengua cohabitante con el portugués. La cohabitación de ambas lenguas se prueba y se ve en el hecho que en las universidades del Brasil no exista profesor que no hable el castellano. Incluso en bastas regiones del sur del país – Río grande do Sul, Santa Catalina y Paraná – se lo habla popularmente como portuñol, ningún turista tiene necesidad de traductor. En Brasil lo hablan muy bien veinte millones de brasileños.

La segunda observación es que el español no está cuarto en la enseñanza de lenguas extranjeras sino primero puesto que es obligatoria su enseñanza en todas las escuelas del país, tal como lo estableció el gobierno de Lula en el 2007, reemplazando los acuerdo que había firmado Francois Mitterand con Sarney privilegiando la enseñanza del francés allá por los años 80. Se acaba de crear la Universidad del Mercosul/sur cerca de la triple frontera entre Brasil. Argentina y Paraguay donde la enseñanza es indistintamente impartida en ambos idiomas.

La directora Cafarell tendría que tomar nota de lo que está ocurriendo en Brasil y sus planes de proyección suramericana para luego emitir un juicio medianamente serio. El esfuerzo ciclópeo del gobierno de Itamaraty para transformase en el representante del los intereses de la América del Sur lo lleva a privilegiar la enseñanza del español por sobre cualquier otra lengua. Lo lleva incluso a proponer a la Academia brasileña de letras la eliminación de los idiotismos del portugués (por ejemplo, la cerilla) que lo alejan del castellano para que se haga más comprensible nuestra lengua por parte de ellos.

La directora termina sosteniendo la vieja tesis de la Ilustración francesa utilizada por los enciclopedistas enemigos de España, que “el español no es una lengua científica”. Son las mismas tesis que sostenían, que en América los indios no son fuertes porque no tienen barba o nuestros pumas son menos peligrosos que los leones porque no tienen melena. Las tesis de de Paw y el conde de Boufon, las tesis de Hegel y de tanto ilustrado suelto de los siglos XVIII y XIX.

Estos carajos, otro epíteto no se me ocurre, no tienen ni siquiera en cuenta los esfuerzos ciclópeos de un Ramón Cajal, de un Alberto Gaviola, de un Cecilio del Valle, de un Rey Pastor, y de tantísimos científicos e investigadores de primer nivel mundial que han fijado nomenclaturas científicas de todo tipo y en todos los campos. Incluso en Internet, ¿no se le ocurrió siquiera pensar a la directora quien dispuso que fuera la arroba (@), la cuarta parte de un quintal,  el signo fundamental de los correos electrónicos? Ni que decir que el castellano puede como todas las lenguas romances nominar y denominar perfectamente por sí toda la nomenclatura científica que por convención es griega y latina.

Cualquiera que haya estudiado seriamente griego y latín, nuestra larga experiencia avala lo que decimos, sabe que los que hablamos castellano tenemos una ventaja exponencial en el aprendizaje y manejo de estas lenguas respecto de los franceses, ingleses o alemanes. Tanto en la escritura pero sobre todo en la pronunciación que se torna en ellos casi ininteligible. Por  ejemplo, un francés pronuncia maximum  “maximó”, un inglés “máximu” y un alemán “maxíma”, ninguno de ellos “máximum” como debe ser pronunciado el término.

El último filósofo que tuvo España, don Gustavo Bueno, sostenía cuando estuvimos en Oviedo allá por el 2012, que el concepto de nada logra su expresión más acabada en lengua española.

Si poco sabemos qué es lo que sucede en nuestra Argentina menos podemos conocer sobre aquello que sucede en España, pero todo indica, y ya van varios años que venimos siguiendo esa política pusilánime sobre el castellano, que a las autoridades del Instituto Cervantes mas valdría tenerlas por enemigas que por amigas.

Es de lamentar, es una verdadera pena que las escuálidas arcas del Estado español se vean menguadas por funcionarios que no cumplen con su tarea, o lo que es peor aún, realizan una tarea a la inversa de la propuesta.

Plagiando a Rubén Darío les decimos: Tened cuidado funcionarios. ¡Vive la América española!. Hay mil cachorros sueltos del León Español.

Por supuesto, que ni una palabra siquiera a la dimensión antiimperialista del castellano como lengua de pueblos oprimidos por el imperialismo anglo-norteamericano.[8] Porque para “los gallegos” como el presidente Rajoy el imperialismo no existe, por ello se jacta de imponer el inglés como segunda lengua en todas las escuelas, mientras que un sindicalista pobretón como Lula, reemplazó al inglés por el castellano como enseñanza obligatoria en todas las escuelas primarias y secundarias del Brasil. Claro está, unos renuncian a la capitalidad de un mundo que habla su propia lengua en homenaje a la lengua de sus enemigos históricos y otro quiere asumir la capitalidad de una ecúmene, la iberoamericana, que habla casi la misma lengua suya. En unos hay y se denota un esfuerzo gigantesco por instalarse con un lugar en el mundo y en otros una desidia producto de la autodenigración que los lleva a un seguro suicidio.

Por último, ¿tienen derecho españoles como la directora y el diario El País a bastardear temas importantísimos como lo es la lengua oficial de 20 países, más allá de España? No, no tienen ningún derecho porque es un tema delicado, valioso y que involucra los sentimientos de más de 547 millones de personas. Eso sí, tienen la obligación de tratar “seriamente” el tema de nuestra lengua común porque no se puede renunciar gratuitamente a una capitalidad de la lengua que, aunque no la quieran ejercer, les corresponde, al menos, históricamente.

El músico que competía con Mozart, Salieri se queja a Cristo y arroja el crucifijo al fuego diciendo: Toma, esto es lo que te mereces, porque me diste la vocación pero no los talentos. Todo indica que España marcha al revés de Salieri, tiene los talentos y tantos y tan grandes que posee, pero parece ser que no tiene la vocación de tomar el toro por las astas y ocupar un lugar de liderazgo en un mundo al que pertenece raigalmente y que le pertenece desde el fondo de la historia y desde el corazón de nuestros pueblos.

Modificado, el viejo proverbio podemos afirmar que: Dios le da pan a quien no quiere usar los dientes.

El poder de una lengua es el poder de aquellos que la hablan

Cuando hablamos hoy del lenguaje y de la lengua, tema sobre el que hay miles y miles de trabajos escritos, sabemos que sigue vigente la enseñanza de Guillermo Humboldt, que cada idioma fomenta un esquema de pensamiento y unas estructuras mentales propias. Dime en que idioma te expresas y te diré cómo ves el mundo.

Así los hablantes modelan una lengua y ésta modela la mente proyectando un modo de pensamiento que adquiere su expresión máxima en las identidades nacionales o regionales.

En el caso del español, éste es expresión de unas veinte identidades nacionales consolidadas.

Pero la lengua no es aquella aprendida, no es la segunda lengua. La lengua como lugar de poder es la asumida existencialmente. Y así podemos comprender cómo siendo 56 los países francófonos y 22 los hispano parlantes, tenga el castellano mayor peso internacional que el francés.

Es que de los 56 países franco parlantes, solo tres o cuatro han asumido el francés vitalmente, el resto lo usa por conveniencia. En general, para pedir créditos a la metrópoli.

Con el inglés pasa algo parecido pero en menor medida, porque el peso poblacional de los anglo parlantes es mayor (USA, Inglaterra, Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda), no obstante la mayoría de los países que han declarado el inglés como idioma oficial, 59 en total, utilizan de hecho, infinidad de lenguas locales, que reducen la expresión de lo nacional en inglés. En Nigeria o en la India ¿en qué expresa la identidad nacional el inglés, declarado idioma oficial? En nada.

Entonces, afirmamos que la lengua es un instrumento de poder cuando es asumida existencialmente, de lo contrario es un simple vehículo de comunicación como lo es el inglés en los aeropuertos.

En este sentido, el castellano como lengua occidental tiene una ventaja infinita respecto del inglés y del francés. Pues aun cuando supera al inglés, su máximo competidor, en más de ciento cincuenta millones de hablantes, posee la infinita ventaja que es efectivamente, la lengua oficial de veintidós naciones.

Si a ello le sumamos la proximidad lingüística del portugués (Brasil, Portugal, Mozambique, Angola et alii) se constituye una masa crítica de 831 millones de personas que pueden comunicarse entre sí sin mayor esfuerzo y, lo que es más importante, con estructuras mentales similares.

Esto no es un chiste, ni una anécdota, es un dato geopolítico de crucial importancia para comprender el mundo actual en profundidad.

Es incomprensible como de 31 Estados (22 hispano parlantes y 9 luso parlantes) no haya uno, al menos, que tenga una política internacional de defensa de la expresión lingüística luso-castellana. Salvo el mencionado caso de Brasil, que al sentirse una isla lingüística en América adoptó una política pro lengua española.

Por otra parte, es incomprensible que los teóricos franceses, tan sutiles para otros asuntos, no se hayan apercibido que “la mayor presencia del español como lengua de trabajo internacional, garantiza una mayor presencia del francés, frente al inglés”.

En este campo específico estamos rodeados de un hato de ineptos. Ineptos que como el “rey cazador de elefantes” sostienen en la última cumbre Iberoamericana de Cádiz que somos cuatrocientos millones los hispano parlantes o como las autoridades del Instituto Cervantes que sostienen que somos 450 millones de castellano hablantes en el mundo y, para colmo de errores, que es la segunda lengua después del inglés: stultorum infinitus numerus est.

Más allá del rey Borbón y del Instituto Cervantes los usuarios habituales del castellano se han metido en el corazón del imperio talasocrático y así suman en USA, 45 millones. Este hecho bruto, real e indubitable ha hecho exclamar al estratega Samuel Huntington en  El Reto Hispano, uno de sus últimos trabajos: “los estadounidenses están aceptando que se convertirán en dos pueblos, con dos culturas (anglo e hispana) y dos lenguas (inglés y español)…. Por primera vez en la historia de Estados Unidos, cada vez hay más ciudadanos (sobre todo negros) que no pueden conseguir el trabajo o el sueldo que sería de esperar porque sólo pueden comunicarse en inglés… Si la expansión del español como segunda lengua de EE UU sigue adelante, con el tiempo podría tener serias consecuencias para la política y el gobierno”.

El español progresa en los Estados Unidos porque hubo un cambio de mentalidad en los inmigrantes quienes en los años 50 se obligaban solo a hablar inglés, mientras que ahora es más conveniente ser bilingüe, porque ello ofrece mejores posibilidades de hallar trabajo.

Además el castellano es un idioma pluricéntrico, pues a diferencia del inglés o el francés donde Londres y París se han constituido como centros de poder lingüístico, Madrid no tiene vocación de centralidad lingüística.

Es hora que nuestros gobiernos asuman una política internacional de la lengua. Que el español sea utilizado como lengua de trabajo de ámbito mundial. Informaciones recientes nos dicen que hoy en China el castellano es la lengua extranjera más estudiada. Que en Brasil el español no es considerado lengua extranjera en las universidades, pues su uso profesoral es habitual. Que Nueva York es prácticamente bilingüe. Que no hay un millón de hispano parlantes en Filipinas sino alrededor de diez millones o más. Sobre esto último vale un ejemplo, cuando el Papa Francisco visitó Manila comenzó hablando en italiano y al percatarse del silencio de la multitud los saludó en español, la explosión de alegría de la inmensa masa que lo fue a recibir fue estruendosa. A partir de ese momento dio todos sus discursos en castellano. En fin, contamos en definitiva con un instrumento geopolítico y metapolítico poderosísimo que no está explotado.[9] Como afirma el muy buen pensador chileno Sergio Carrasco C. “al castellano le falta la firmeza que corresponde a su realidad”. (Carta personal 28/11/12).

¿Cuándo se tomará una decisión internacional en castellano?

En estos días, con motivo de la edición de las obras de nuestro maestro, José Luís Torres (1901-1965), el fiscal de la década infame, la misma editorial me regaló los escritos políticos de Manuel Ugarte (1875-1951), que editó hace unos meses. Dos pensadores nacionales, de dos generaciones distintas, que estuvieron en los albores de la primera guerra por la independencia económica de la Argentina. Aquella que llevaron a cabo miembros de generación de 1910 y que siguieron hombres de la generación del 25.

De su relectura más allá de las agudas observaciones, Ugarte fue el gran viajero político del centenario por todos los países hispanoamericanos exhortando a la unión continental, nos surgió una pregunta: ¿hace cuántos años que no se toma una decisión política en el orden internacional en castellano? ¿Hace cuánto tiempo que una decisión política tomada en castellano no afecta al orden internacional?

Manuel Ugarte se desgañita en 1912 cuando realiza su primer viaje a Nueva York. Se exalta cuando recorriendo los países hispanoamericanos observa que: “Mientras las colonias inglesas afianzan su vida y se aprestan a ejercer una acción mundial, las colonias españolas se agotan en luchas estériles y olvidan todo anhelo internacional”[10].

Así, desde 1810 a 1824 (batalla de Ayacucho, última de la guerra de la independencia) nos desangramos para caer en manos de los ingleses y su comercio. Desde 1825 a 1850 nos matamos en las guerras civiles fratricidas, para consolidar el poder anglo-francés sobre Nuestra América. Desde 1850 a 1910 llevamos a cabo un modelo de explotación de nuestros pueblos que sólo sirvió para la creación de oligarquías locales. Desde 1910 a 2017 entregamos, salvo breves períodos excepcionales, todas nuestras decisiones y con ellas todo el manejo de nuestros recursos al Tío Sam.

El problema es que toda la política hispanoamericana se limitó y se limita a la política interna de nuestras republiquetas, la de las luchas estériles de que habla Ugarte. Nuestras guerras son siempre guerras civiles que nos desangran y licuan nuestros mejores esfuerzos. No pudimos superar la política de cabotaje, la política parroquial, la política pueblerina.

Nunca nos hemos dado, ni como países aislados y menos en conjunto, una política internacional. Lo que más hemos hecho han sido negocios internacionales, sobre todo a partir de la venta de artículos primarios y commodities.

Esta política menuda que es la única que hemos practicado los pueblos hispanoamericanos, y es la que en estos últimos doscientos años nos llevó a la inmovilidad internacional y a aceptar lo decidido de antemano por los grupos o lobbies del poder mundial.

Ugarte da a ello una razón poderosa que no hemos leído en ningún otro autor: “Frente al imperialismo, hemos representado la inmovilidad, y la inmovilidad en política internacional como en la guerra, equivale a la derrota.” [11]

No faltará alguno que nos reclame: ¿pero cómo, San Martín y Bolivar no lucharon por la unidad continental?. ¿No hicieron lo mismo, aunque en menor medida, Morazán en Centroamérica y Rosas en Suramérica? ¿Y los intelectuales del centenario como García Calderón, Ugarte o Bunge no propusieron uniones aduaneras y políticas? ¿Y Perón no creó el ABC allá por los años cincuenta y el proyecto sindical Atlas para la unidad de nuestra América? ¿Alfonsín y Sarney no crearon el Mercosur en 1991? ¿No se creó en 2004 la Comunidad suramericana de naciones? ¿No se creó también en ese año el Banco del Sur? ¿No ha sido la última creación la Unasur en el 2008?

Pero por qué no han prosperado ni prosperan ninguna de estas iniciativas? Existe acaso una capitis diminutio de los pueblos hispanoamericanos respecto de los ingleses? O acaso la falla se encuentra en nuestros dirigentes y en su incapacidad de previsión?

Vamos a intentar una respuesta simple.

En nuestra opinión toda decisión de peso en política internacional tiene que contar con un “arcano”. Es imposible hacer o incidir en política internacional sin contar con un núcleo duro que sostenga la decisión,  pues toda gran decisión en política internacional afecta intereses contrapuestos. No existe en ninguna de estas últimas creaciones suramericanas una voluntad política expresa de consolidar un poder autónomo respecto de los lobbies internacionales. Y lo más grave es que no existe el arcano, como secreto profundo. Se comete la estulticia de avisar previamente a aquellos que van a ser afectados por nuestras medidas, de las decisiones que vamos a tomar. Por ejemplo, se invita en la constitución más íntima de la Comunidad suramericana de naciones, del Banco del sur y de la Unasur a participar a Inglaterra y Holanda a través de Guyana y Surinam.

Los agentes del imperialismo, como el Diablo no descansan, y así insisten y propugnan por todos los medios apoyados en la nueva teoría de la dominación “la de los derechos humanos por consenso”, que la Comunidad suramericana y la Unasur no se entiendan sólo en castellano sino que además, por respeto a las minorías, utilicen el quichua, el aymará, el guaraní, el inglés, el holandés, el portugués, el mapuche. Un mecanismo pensado para esterilizar lo poco que se pueda hacer.

Si nosotros no asumimos el castellano como lengua antiimperialista en Suramérica estamos liquidados, estamos fritos. De ello se da cuenta la dirigencia del Brasil para quien ya no es una lengua extranjera sino de uso diario, sobre todo en los centros de decisión política, así como en las universidades y centros de estudio e investigación.

Como será el peso de nuestra lengua que los ingleses y norteamericanos siguen sosteniendo el mito que el inglés es el idioma más hablado del mundo cuando hace ya, un cuarto de siglo, que el español lo ha superado en hablantes. (Como dijimos hoy existen menos de 400 millones de angloparlantes contra 547 millones de hispano parlantes, a los que si sumamos los luso hablantes se hace una masa de casi 831 millones de hispano parlantes).

Estos son los datos brutos e incontrastables, su interpretación aviesa e intencionada es ideología de dominación.

Si resumimos vemos que existen tres elementos que van en contra de cualquier tipo de integración regional de los países hispanoamericanos: a) los dos señalados por Ugarte: la luchas intestinas estériles y la inmovilidad internacional. b) la carencia de un arcano en el núcleo de la decisión política y c) la anulación del medio común de comunicación como es una sola lengua.

Estos tres elementos hacen que se tienda a la construcción de un espacio de poder como “una región abierta”, lo que se presenta como una contradicción en sí misma, pues estamos introduciendo la penetración imperialista en su propio seno.

Así estamos logrando lo contrario de lo propuesto pues en nombre de la integración regional los negocios que se hacen  benefician a las multinacionales y las medidas bancarias y financieras al imperialismo internacional de dinero. Un verdadero hierro de madera al decir de Heidegger. 

Regresando a la respuesta del subtítulo podemos afirmar que la última vez que se tomó una decisión en castellano con cierta incidencia en el orden internacional fue la invasión a Malvinas en 1982 pero claro, le faltó lo esencial para conmover el orden internacional: el arcano, pues los ingleses sabían de antemano lo que se les venía encima.

La manipulación internacional del castellano    

Hace ya bastante tiempo[12] que nos venimos ocupando de la relación entre lenguaje, política y poder. Primero llamamos la atención sobre los falsos datos que se manejan respecto del uso internacional del castellano a pesar de las evidencias que cualquiera puede encontrar en los distintos buscadores de Internet sobre cifras, regiones y calidad de los hablantes.

Esta operación internacional es gravísima porque ha formado sobre el tema un esquema de pensamiento único que hace que se repita siempre desde los centros de producción de sentido, como son los mass media, una mentira a designio: “el español es la tercera o cuarta lengua más hablada en el mundo”

Luego, la divulgación de cifras y datos falsos las reproducen los Institutos de la lengua, como el Cervantes, llenos de becarios y pocos estudiosos, que copian como un espejo opaco, que imita e imita mal, aquello que publican los diarios. Hemos llegado al colmo que estos datos embusteros los repitió el mismísimo ex Rey de España. 

La baba ideológica que son estas sucesivas Cumbres Iberoamericanas son la prueba más palpable de la estulticia de este personaje internacional, cuando afirmó engolado en esa sabiduría chata de monarca designado a dedo: “el español es hablado por casi 400 millones de personas”, con lo que dejó de lado a, por lo menos, según los datos que mostramos, a ciento y pico de millones de súbditos y ex súbditos.

En un segundo momento[13]  llamamos la atención acerca de la relación entre lenguaje y poder afirmando que: “el poder de un idioma depende del poder que tienen aquellos que lo hablan”. Si los políticos, empresarios, intelectuales, científicos, financistas y agentes sociales de habla hispana no comienzan por preferirse a sí mismo y su modo de expresión lingüística no hay instalación posible del castellano como lengua internacional de trabajo.

Pero, por otra parte, estos mismos agentes tienen que tener algo que decir de auténtico y propio, y  en este sentido hay que tener en cuenta la aguda observación del filósofo escocés Alasdaire MacIntayre cuando afirma que “un lenguaje comienza a ser aprendido por otra tradición lingüística distinta, cuando tiene algo nuevo u original que brindar” [14](Cfr.: Justicia y racionalidad, cap. XIX: tradición y traducción, Eunsa, Barcelona, 1997).

El mecanismo es, mutatis mutandi, siempre el mismo, se le quitan como ha hecho el ex Rey de España hablantes al español y se aumentan los del inglés. Se denosta y critica el nivel intelectual y científico de los hispano parlantes en función de la mayor jerarquía de los hablantes en inglés. Se bastardea la propia lengua castellana afirmando, sin pruebas, que carece de los instrumentos técnico-lingüísticos para poder expresar adecuadamente los avances informáticos y científicos de la actual sociedad. Se coloniza el castellano con términos traídos del inglés con razón o sin ella con lo que se logra el achatamiento del nivel expresivo propio.

La salida de esta lamentable situación la podemos  barruntar  leyendo la carta personal ese buen investigador, Quintín Racionero: “Muy bueno tu artículo sobre Lenguaje y Política. Ya que ninguna iniciativa puede esperarse de los políticos, tampoco será razonable esperarla de aquellos eventos que organizan los políticos. O sea, que de las grandes conferencias internacionales sobre el español, los diversos fastos sobre la coordinación de las academias latinoamericanas, las actividades del Instituto Cervantes y demás parentela sabemos que nada va a salir. En estas circunstancias, ¿por qué no tomamos la iniciativa nosotros mismos --por ejemplo: los filósofos, quiero decir, los no comprometidos con las subvenciones oficiales--, nos juntamos un buen día en algún lugar de nuestro mundo hispanohablante y empezamos a dar caña? Un abrazote, Quintín” (24/9/10). ¡Contundente!. Se nota que es más filósofo que nosotros porque en cuatro líneas explicó lo que nosotros en cinco artículos previos.

Hablando de filosofía, recuerdo el esfuerzo enorme que le constó al filósofo venezolano Ernesto Maíz Vallenilla junto con otros de lengua castellana, lograr que sea aceptada la lengua española como lengua filosófica y así poder presentar en los Congresos Internacionales de filosofía las distintas ponencias también en castellano. ¡Escuchen: Esto ocurrió recién en 1983 ¡ Como anécdota puedo contar que a propósito de ese Congreso, el XVIII  mundial de filosofía realizado en Canadá, tuvimos que presentar una ponencia en francés Le protreptique: esquisse de lecture sur l`idée d´ordre natural, porque no se aceptaban hasta ese año ponencias en español.

Como observación geopolítica podemos decir que siendo el inglés el idioma del imperialismo talasocrático que rige hoy en el mundo, el español que fue un idioma imperial [15] aunque no imperialista, es la lengua que mejores y mayores posibilidades de oposición eficaz brinda. No sólo porque está ya instalada con 45 millones de hablantes en el interior, en el área pivote o heartland del imperialismo sino porque ocupa todo su patio trasero o backyard. Al respecto debemos recordar nuevamente el trabajo de Samuel Huntington, denominado El Reto hispano donde afirma que en Estados Unidos existen hay dos pueblos, dos culturas y dos lenguas que no son compatibles, pues expresan cosmovisiones diferentes.

Saquen ustedes sus conclusiones y piensen si hay o no una batalla lingüística que dar. Y así al hombre hispano le recordamos la enseñanza del mayor sociólogo brasileño, Gilberto Freyre, cuando afirma: “lengua y cultura hispánica no se refiere tan sólo a los valores de un pasado de gloria, sino a las posibilidades de un futuro de aventura hispánica”.[16]

Mientras que lector europeo de lengua francesa, portuguesa, rumana e italiana le reiteramos nuestra intuición: el avance del castellano como lengua de trabajo internacional es el avance de sus propias lenguas.[17]

El español como categoría metapolítica, esto es, como una gran categoría que condiciona el accionar político concreto, tiene que ser estudiado como tal en el mundo contemporáneo y reivindicado por los suyos en el manejo del “arcano” y de la “decisión política”.

La guerra semántica

Es sabido que el uso y manejo de los términos y las palabras encierra la forma de expresar un pensamiento o un sentimiento, que, al final, determina una forma de ser y vivir. Es por ello que afirma el adagio: quien no vive como piensa termina pensando como vive. Esta identidad entre ser y pensar que exige la sana ética es la que viene a transformar hoy la guerra semántica.

Si los medios masivos de comunicación, y los periodistas a su servicio, se han transformado en los nuevos filósofos de la sociedad de consumo, en los que hacen el discurso de la sociedad en su conjunto, nos imponen los términos y las designaciones, nosotros, el pueblo llano, estamos soportando una agresión semántica. Así cuando nos hablan de pent house en lugar de ático; de Estado Islámico en lugar de Daesh, como los buenos árabes lo designan; de América Latina en lugar de Iberoamérica, de libertad de vientres en lugar de aborto; de hombre de color en lugar de negro; de no vidente en lugar de ciego; de abusador en lugar de violador; de hombre y mujer en lugar de varón y mujer; de email en lugar de correo electrónico; de parking en lugar de estacionamiento y de miles y miles de términos trastocados y malversados, podemos afirmar que estamos padeciendo una guerra semántica.

El gran poeta Leopoldo Marchal afirmó: no olvides que cuando se elige un nombre, se elige un destino. Y esto se aplica no solo a los nombres de personas sino para la designación de las cosas y las situaciones, sean políticas o personales.

Hoy desapareció como por arte de magia el término revolución en los discursos políticos; la palabra gente reemplazó a la de pueblo y género reemplazó a mujer. Las palabras generadores en el uso y comprensión de texto han sido reducidas de 80 a 15. Y esto  por sugerencia de un famoso educador mundialista como Paulo Freire, con lo cual estamos produciendo semi analfabetos.

Aristóteles define al hombre por la palabra: zwon logon ecwn= el animal que ejerce la palabra. Pues por ella nosotros sabemos quiénes somos y qué son las cosas. La palabra nos revela a nosotros mismos (el psicoanálisis, la confesión) y nos revela el mundo exterior, la naturaleza de las cosas que conocemos a través de la definición. Pues definir es delimitar algo en lo que es.

La palabra abre un mundo y, al mismo tiempo, limita ese mundo cuando lo hace comprensible. Esta es la riqueza que nos viene a robar la guerra semántica que padecemos.

Esta guerra semántica tiene un antecedente ilustre que fue Federico Nietzsche cuando afirmó que: no existen hechos, sino interpretaciones. Porque negó la existencia de alguna verdad o conocimiento permanente o indubitable ya que todo depende de aquel que interpreta.

Al negarle a la palabra la capacidad de designar caemos en un relativismo nihilista en donde todo se mide, como dice el refrán, de acuerdo al cristal con que se mire.

Es por eso que un gran filósofo como Hans Gadamer le respondió: la hermenéutica es no creer en ninguna traducción sino en interpretar la palabra viva. Así en la  recuperación del uso genuino de las palabras y de los términos estará la tarea de todos aquellos que no quieran ser reducidos de hombres a homúnculos en esta guerra semántica.

buela.alberto@gmail.com
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Rajoy: "lo único importante es la economía y que mi hija hable inglés"


[1] Ocho de cada diez hablantes estamos allende el Atlántico.

[2] Por si no lo saben tres mil criollos colombianos al mando de Blas de Leso derrotaron a la armada inglesa de veintitrés mil hombres al mando de Vermont en 1741 en Cartagena de Indias y criollos argentinos al mando de Santiago de Liniers derrotaron también a los ingleses en 1806 y 1807 en Buenos Aires. El enfrentamiento con Inglaterra viene de lejos.

[3] Sin contar los que hablan el tagalo o el chabacano que, por ejemplo, cuando saludan dicen: kamustá= cómo está y así tiene unas 8000 palabras en castellano. Claro está, que no haban como nosotros pero cuando el Papa Francisco estuvo en Filipinas habló todo en español, porque se percató que hablando italiano no le entendía nadie.

[4] El Instituto Cervantes sostiene que son solo 6.586 personas

[5] Lafuente, Fernando R.: El idioma es el petróleo de España, diario ABC, 1/3/2013

[6] Nigeria con 191 millones que declara el inglés como lengua oficial reconoce 510 lenguas vivas. El inglés es “coto exclusivo de una pequeña minoría”, afirma Google.

[7] En Argentina es costumbre denominar a todos los españoles “gallegos”, pero no en forma peyorativa sino por brevitatis causa. Lo cual nos evita entrar en una polémica infinita, que nos es extraña, como la interminable entre los distintos regionalismos españoles, que se nos hace incomprensible.

[8] Nos llegó una carta del un gallego a pie firme, Don Alfonso Paz González, que nos dice: “En Galicia se ataca continuamente el idioma nacional o castellano. Pretenden que las clases en los colegios y universidades sean en gallego. Los padres se oponen alegando el problema que tendrán sus hijos si se les ocurre matricularse en otra universidad fuera de Galicia, pero ellos tiran hacia delante a sabiendas que el gallego aportuguesado, si algo destacó literariamente, ha sido los lloriqueos de Rosalía de Castro y alguno más, pero no resuelve nada a una región de emigrantes como esta. (carta personal, Ourense, 29/12/2008).

Con ocasión de estos trabajos y buscando datos en Internet me llamó la atención que las peores páginas sobre el castellano están en catalán. Es lamentable, porque el catalán les puede servir a los catalanes para expresar sus sentimientos más profundos y los matices más hondos de sus ideas, pero a nadie más. De la misma manera como les sirve el lunfardo a los 14 millones de habitantes de Buenos Aires, pues una cosa es decir "chamuyar" y otra muy distinta es decir "hablar". Pero la lengua con funcionalidad política e ideológica frente al mundialismo, la homogeneización cultural y la globalización es para nosotros de estirpe hispana el castellano, y el que no entiende esto, no entiende nada.

[9] Merece ser mencionado acá el Movimiento internacional lusófono dirigido por Renato Epifanio, con quien estuvimos, y que desde el 2008 trabaja en la difusión y normalización del portugués en  los ocho Estados que lo tienen como lengua oficial (Portugal, Brasil, Mozambíque, Angola, Sao Tomé e Príncipe, Timor Oriental, Guinea Bissau, y Cabo Verde) y en los cuatro enclaves (Macao, Goa, Damao, Dadra y Diu) que suman un total de 251 millones de personas. Es que la expansión del portugués beneficia al castellano como la de éste a aquél, pues forman un mismo katechon al avance del inglés. Los franceses tendrían que apercibirse de este beneficio colateral, pero no están en condiciones ni intelectuales ni espirituales de hacerlo. En este sentido es notable el esfuerzo de la inteligencia italiana profunda, que maneja el castellano de suyo, sin dejar de lado la expresión riquísima de la lengua del Dante.

[10] Ugarte, Manuel: El destino de un continente, Bs.As., ed. docencia, 2008, p. 191

[11] Op. cit. p.173

[12] Lenguaje y política, revista Disenso Nº 7, Buenos Aires, otoño 1996

[13] Lenguaje y política II, en Internet

[14] McIntayre, A: Justicia y racionalidad, cap. XIX: tradición y traducción, Eunsa, Barcelona, 1997)

[15] Es dable notar que España no fue un imperialismo que solo busca el dominio y la explotación de los pueblos sometidos sino que fue mas bien un Imperio, pues usufructuó pero dejó una cultura con su lengua, religión e instituciones políticas. Hablando con propiedad España fue un Reino. América propiedad del Rey y nosotros súbditos de la corona.

[16] Freyre, Gilberto: A propósito de lo hispano y su cultura, Cuadernos del Ateneo, Bs.As. 1969

[17] Un filósofo italiano de primerísimo nivel como don Erico Berti de Padova observó sabiamente: en las comunicaciones internacionales y académicas no es necesario dejar de hacerlo en italiano cuando se realizan en Francia, España, Portugal o Iberoamérica, no olvidemos que somos primos hermanos.