San Miguel, icono guerrero del Sujeto Radical

24.01.2023

El arquetipo angélico de la Insurgencia

Si, desde un punto de vista fenomenológico, observamos qué tiene en común la figura de San Miguel Arcángel con la del Sujeto Radical, llegaremos sin duda a la conclusión de que se trata del fenómeno de la Insurgencia. Hablamos aquí de insurgencia y no de insurrección, que históricamente sigue siendo en muchos casos un acto de rebelión dado por emergencias que ya no satisfacen las necesidades básicas o privan drásticamente de las libertades individuales y sociales sin previo aviso, un fenómeno típicamente de autodefensa social, circunscrito, local, sin un verdadero liderazgo ideológico y político capaz de enfrentarse a las instituciones o derrocarlas.

Tampoco nos referimos al espíritu teórico y metapolítico de la Insurgencia, vista como una estrategia a largo plazo, un método desestructurador y, finalmente, un movimiento del pueblo capaz de derribar drásticamente un poder desigual de opresión civil e injusticia social, en el que subyace una dirección ideológica clandestina o al menos de oposición al Sistema, que pasa progresivamente del ejercicio de las reglas democráticas al de la lucha violenta, armada y no convencional.

El valor propio de la Insurgencia como fenómeno que aquí queremos esbozar sintéticamente, viene dado en cambio por la constitución ontológica propia del arcángel Miguel, el Ser angélico fiel a la Divinidad, que, puesto a prueba por la misma Divinidad que deja al descubierto el Trono elige libremente la fidelidad al Trono, se presenta ante el Trono para defender la omnipotencia de la Divinidad, se levanta contra Lucifer y los ángeles que prevarican del Trono, y entabla un combate furioso junto con los ángeles que han permanecido fieles para hacer caer del Cielo a los prevaricadores.

Desde un punto de vista fenomenológico, por tanto, podemos señalar cuatro momentos que caracterizan dinámicamente el tema del Alzamiento: la prueba de la tentación, la elección de la fidelidad, el ímpetu del Alzamiento, la vehemencia de la lucha destinada a la propia salvación (aspecto soteriológico) y la victoria segura (aspecto teleológico). Estos cuatro momentos también forman ciertos periodos inherentes a la historia personal de cada Sujeto Radical, que ya hemos descrito en artículos anteriores y que recordaremos brevemente aquí.

El sujeto radical y su doble negro, el doppelganger

Tras su concepción inconsciente en el líquido amniótico del Chaos, en el seno de la Tradición, durante la fase de permanencia existencial en el nihilismo interior posmoderno, exacerbado por su rechazo de la sociedad posmoderna líquida que le conduce a la marginación social y a menudo económica y política, el Sujeto Radical ve su nacimiento real en el momento en que su conocimiento intelectual de la Tradición se convierte definitivamente en una opción de vida, una comprensión integral, una voluntad de poder al servicio de la Tradición. Pero precisamente porque la Tradición es esencialmente el retorno del Orden Divino al mundo, está claro que el Orden Divino presupone una Divinidad, la proponente de este Orden. De ahí que, en una escansión más o menos larga del orden temporal, en la conciencia del Sujeto Radical, en el fondo de su alma, se abra una puerta hacia lo Superior, se desvele el "espíritu", esa estancia del alma humana donde lo Divino se hace presente, y donde percibe intuitivamente, de diferentes maneras y para él, esa Presencia viva que habla a su conciencia y le pide que la siga.

La Divinidad también revela intuitivamente el camino que el Sujeto Radical deberá seguir para convertirse en un ardiente guerrero guardián del fuego de la Tradición, es decir, su kénosis, ese descenso a los infiernos que le conducirá a la purificación de su yo, a la aniquilación de su egocentrismo, de su egoísmo, de su narcisismo, para que en él resplandezca y reine su alma purificada, es decir, el Ser, su verdadera naturaleza como imagen de la Divinidad. Llegados a este punto, el Sujeto Radical es puesto a prueba: es libre de elegir si seguir la voz y la luz de lo Divino y, así, proceder valientemente al salto en el descenso de los infiernos; o si perseguir la voz de su propia carne, vivir narcisistamente las pequeñas satisfacciones humanas de su luz reflejada y, así, ponerse al servicio consciente del señor del mal, retrocediendo y sumergiéndose en el líquido de la Postmodernidad, para vivir como el "doble negro", el "doble" del Sujeto Radical del que nos habla Aleksandr Dugin:

"Como último acto, el posmodernismo disuelve en el hombre, la sociedad, la cultura y la historia todo lo que podría ser presa de elementos externos: el tiempo, la formación, el cambio y la materialidad. Sólo el elemento más puro y eterno no es tocado por este proceso: éste es el Sujeto Radical. Aquí nos encontramos con un nuevo problema. El posmodernismo es el dominio del simulacro, de las copias sin originales (Baudrillard). Como resultado, todos los fenómenos y criaturas son sustituidos, clonados y replicados a través de la virtualización y digitalización global del Ser. Por ello, es necesario discernir los simulacros, saliendo de su radio de acción. La culminación de esta acción metafísica ve aparecer un doble negro del mismo Sujeto Radical. La identificación del Anticristo, de su ontología y antropología, pasa del plano religioso al filosófico, cultural, social y político.  De ahí el título ruso del libro: El sujeto radical y su doble, que hace referencia a la figura de la Sosia, el Doble Negro, un desarrollo de la famosa metáfora de Antonin Artaud sobre la naturaleza del teatro. Esta cuestión no se reduce a identificar la naturaleza infernal de la civilización actual, a analizar las condiciones del Kali Yuga. Más bien, el problema del Anticristo requiere la interiorización de la Nueva Metafísica, así como de todos los demás aspectos relacionados con el "tradicionalismo del Sujeto Radical". El problema del doble, como simulador esencial, adquiere una centralidad absoluta". (A. Dugin, Teoría y fenomenología del sujeto radical, AGA 2019, p. 34),

Tratemos ahora de comprender un poco más profundamente el momento fenomenológico de la tentación y su superación como precursor de la Insurgencia, vista como constitución ontológica y movimiento metafísico de lucha contra el mal por parte del Sujeto Radical, reservándonos el derecho de analizar en otro artículo los otros tres momentos fenomenológicos que le siguen y que fueron nombrados anteriormente, a saber, la elección de la lealtad, el impulso de la Insurgencia y la vehemencia de la lucha.

A este respecto, de estos mismos momentos, sólo esbozaremos los siguientes puntos que se desarrollarán más adelante. A. La elección de la fidelidad: la tentación es una prueba de fidelidad; la fidelidad es una elección basada en la verdad y la confianza; la fidelidad es un acto de amor; la fidelidad es el principio de la desintegración del egoísmo y la práctica del altruismo. B. El ímpetu de la Insurgencia: La Insurgencia es el impulso metafísico y la voluntad de poder contra el mal; la Insurgencia es la constitución ontológica y etnobiológica del Sujeto Radical; la característica principal de la Insurgencia es la represión del diálogo interior con la tentación y el mal. C. La vehemencia de la lucha: la lucha contra el mal es ante todo violencia contra uno mismo; la lucha contra el mal es violenta, continua, interminable hasta el Retorno del Rey venidero; el único deseo y la única esperanza del Sujeto Radical debe ser la lucha por sí misma.

La prueba de la tentación

La naturaleza de la tentación del Sujeto Radical, como humano, es diferente de la tentación a la que fueron sometidas las huestes angélicas, pero es similar y, por tanto, no sustancialmente diferente. La tentación de los ángeles fue conquistar el trono de Dios para ser iguales a Dios, despreciando así su papel de criaturas. El profeta Isaías describe así la tentación y la caída de Lucifer: "¿Cómo es que caíste del cielo, Lucifer, hijo de la aurora? ¿Cómo es que fuiste abatido, señor de las naciones? Y sin embargo pensaste: Subiré al cielo, sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono, habitaré en el monte de la asamblea, en los confines del norte. Subiré a las regiones superiores de las nubes, me haré igual al Altísimo. Y en lugar de eso has sido arrojado al infierno, a las profundidades del abismo". (Isaías 14: 12-15). La naturaleza de la tentación angélica es, por tanto, en esencia, un acto de orgullo que no quiere reconocer la verdad de ser una criatura angélica y no un Creador, lo que se manifiesta en un intento de prevaricación y la consiguiente adquisición de un poder ilegítimo. La inteligencia de la condición angélica, además, preveía el conocimiento perfecto de la naturaleza divina y la imposibilidad de llegar a sustituir a Dios, pero, como nos enseñan los Padres de la Iglesia, su rebelión, su "Non serviam", se produjo cuando Dios les reveló la encarnación del Verbo y no aceptaron que un Dios-Hombre pudiera ser superior a ellos.

Así, resumiendo y dando un orden lógico al acontecimiento de orden teológico, podemos resumir su dinámica del siguiente modo: 1. Dios revela su intención de crear al ser humano Hombre y Mujer; 2. Dios revela su intención de que su Verbo se encarne en un Hombre a través de una Mujer; 3. Dios deja el Trono al descubierto para poner a prueba a los Ángeles; 4. Una parte de las huestes angélicas (los Padres de la Iglesia afirman que un tercio) no acepta la voluntad divina y se rebela, tratando de derrocar el Trono; 5. El Arcángel Miguel, a la cabeza de los ángeles fieles, entabla una furiosa lucha contra Lucifer y sus seguidores y los sume en las profundidades del abismo. Hasta ahora la teología...

Por otra parte, desde un punto de vista filosófico, de la observación de tal relato se deduce el rechazo metafísico de la autoridad verdadera, buena y legítima (Moderno), así como el rechazo antropológico de la paternidad, por tanto, de la familia y de la propia vida humana (Postmoderno). La afirmación de Dugin es clara aquí, cuando cita la Tabula Smaragdina de Hermes Trismegisto, que afirma la coexistencia de lo que ocurre en el Cielo con lo que ocurre en la Tierra -añadamos- en los propios tiempos históricos de la humanidad: "Es cierto sin falsedad, cierto y muy cierto, que lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo para hacer el milagro de la cosa única".

Por otra parte, la naturaleza de la tentación a la que está sometido el Sujeto Radical, desde un punto de vista teológico, es similar a la de los Ángeles pero no igual, en la medida en que tiene en cuenta el oscurecimiento de la conciencia que se produjo con la caída original, y es un tema que puede abordarse con los conocimientos y herramientas que ofrece la antropología mística. Aplicando el esquema metahistórico duginiano (Premoderno - Moderno - Postmoderno), aprendemos que la Postmodernidad ha llevado a la perfección la muerte de Dios y, por tanto, su exclusión de la vida social e individual que comenzó con la era de la Modernidad. La tentación a la que necesariamente debe exponerse el Sujeto Radical es por tanto también, en esencia, un acto de orgullo que no quiere reconocer la verdad de ser una pura criatura imagen de la Divinidad y no la Divinidad misma, que se manifiesta en un intento de excluir la Divinidad de la propia interioridad, de una consecuente adquisición de luz oscura (aurora luciferina) y de un falso poder de orden mágico-teúrgico, que da lugar así a su Doble negro, el Doppelganger. De ello se deduce que, desde un punto de vista filosófico, el Doppelganger va más allá del rechazo metafísico de la autoridad y del rechazo antropológico de la paternidad, sino que se califica categóricamente como un rechazo metafísico de lo Divino y se cuantifica como un odio metafísico exterminador de la Tradición y la Creación.

Dinámica de la tentación a la luz de la antropología mística

Tras su concepción y su nado sin conciencia en el seno de la Tradición, en el momento de su nacimiento, el Sujeto Radical percibe y ve poco a poco la misma Tradición, es decir, el Orden Divino, en su esplendor y plenitud y decide así hacer de ella la razón de su vida, pero esta elección no representa aún la "opción fundamental", que necesita una prueba, una tentación para que pueda hacer una elección de tipo inmutable.

En este periodo neonatal, la comprensión que el Sujeto Radical tiene de la Tradición dentro de su alma/conciencia se vuelve cada vez más espiritual y sapiencial: invade cada fibra de su ser, descubre vivencialmente la realidad de su alma y de su existencia en la que está inmerso, oye la voz de la Divinidad que le habla a su alma a través del espíritu. La Divinidad, por tanto, a través del espíritu, que es esa parte constitutiva del alma abierta a lo Alto, revelada por la Divinidad misma y necesaria para percibir su voz y sus intuiciones divinas, hace que el alma misma perciba su alteridad, es decir, su ser "Totalmente Otro" con respecto al alma, tanto personal como impersonalmente.

Posteriormente a tales acontecimientos, debido a la fidelidad del alma, la Divinidad provoca una ruptura espiritual en el alma misma, así el alma tiene una experiencia de satori (visión intuitiva de la esencia luminosa de su propia naturaleza), el Brahman transmite al Ātman un torrente de su luz eterna, Dios Padre comunica al alma la percepción viva de ser su imagen de luz (precisemos su imagen, no su semejanza, que presupone la vida sobrenatural de la gracia, es decir, la amistad con Dios que nos ha sido dada por la sangre de Cristo). El principal efecto del alma en las experiencias de satori es ver desaparecer la percepción psicológica de su propia individualidad, el alma "se siente Dios" y en algunos casos el alma misma sigue pronunciando la palabra "Yo Soy" ininterrumpidamente, quedando totalmente absorbida por ella.

Y es precisamente después de estas experiencias sublimes cuando el alma es puesta a prueba: la Divinidad hace que el alma se dé cuenta de que estas experiencias no son más que un puro regalo para liberarla en el doloroso camino de la kenosis, de la purificación en el descenso a los infiernos al que está destinada, necesario para destruir el egoísmo, la máscara y el narcisismo del "yo" para hacer surgir en todo su esplendor la luz divina de su alma, del "Sí mismo" que, como el cuerpo y la mente, es prisionero de la asfixiante garra de los vicios capitales.

En este punto el alma se enfrenta a una elección, su opción fundamental, así como a la tentación muy fuerte de detenerse en la fruición del satori - que, en cualquier caso, se irá enrareciendo cada vez más hasta desaparecer. El alma, conmocionada y puesta a prueba, debe elegir entre permanecer infantilmente apegada al don recibido dándose mil justificaciones de orden intelectual, creyéndose una encarnación de la Divinidad y su Avatar, o confiar en la Divinidad misma mediante una fe apoyada en la razón y el abandono total a su voluntad. En este discriminante, en este sí o no a lo Divino, en el sentido sobrehumano de esta tentación, quedará marcado para siempre el destino del alma elegida: o será plenamente ese Sujeto Radical destinado a convertirse en el guardián del fuego sagrado de la Tradición y en su ardiente guerrero, o será el doble, el doble negro, el mono del mismo Sujeto Radical, seguidor del Anticristo y de sus hordas infernales.

El drama de esta prueba, de esta tentación, no debe desanimarnos. Como dijo San Agustín: "Dos amores han fundado, por tanto, dos ciudades: el amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios ha engendrado la ciudad terrenal, el amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo ha engendrado la ciudad celestial. Una -la ciudad terrenal- se glorifica a sí misma, la otra -la ciudad de Dios- se glorifica en Dios; una está dominada por el ansia de dominar, la otra por el deber de servir; una en su poderío ama su propio poder, la otra lo pone en Dios; una, necia creyéndose sabia, no ama a Dios, la otra, dotada de verdadera sabiduría, rinde el debido culto al Dios verdadero". (De civ. Dei 14, 28). Por lo tanto, quien es elegido para ser un Sujeto radical no puede dudar de qué lado estar y a qué lado pertenecer.

Concluyamos, siguiendo el estilo, con una exhortación de Aleksandr Dugin, para que el Sujeto Radical, habiendo superado la prueba de la autodeificación, la tentación autocomplaciente de Lucifer, se esfuerce por un nuevo comienzo del Orden Divino en el mundo, de ahí el triunfo de la Tradición para un nuevo orden imperial multipolar:

"Los clásicos del tradicionalismo y de la revolución conservadora han descrito las estrategias y los métodos de una revuelta contra el mundo moderno. Este mundo, sin embargo, casi ha dejado de existir, sustituido por el mundo posmoderno. Hablando en El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, de las "grietas en la Gran Muralla" y de la apertura del Huevo del Mundo desde abajo, René Guénon anticipó el problema metafísico de la Gran Parodia, es decir, lo posmoderno. Evola, con Cabalgando el tigre y su idea del hombre diferenciado, indicó la instancia que resistirá la prueba de la disolución final. Moeller van den Bruck propuso a los conservadores que luchaban contra la revolución dirigirla, asignándole otro fin: la resurrección de lo Sagrado. Hoy, en el proceso de transición al posmodernismo, es necesario dar el siguiente paso: desarrollar una estrategia de rebelión contra el mundo posmoderno, adaptando el tradicionalismo a las nuevas condiciones históricas y culturales; no tanto para resistirse a los cambios que se están produciendo, sino para ser profundamente conscientes de ellos, para intervenir en el proceso asignándole una dirección radicalmente distinta. El objetivo no es tanto la victoria como la propia batalla. Si se prepara correctamente y se libra contra el verdadero enemigo, esta guerra será ya una victoria. Así comienza la era del Sujeto Radical. A juzgar por ciertos indicios, los primeros en captarlo fueron precisamente los herederos directos de los "hombres diferenciados", los seguidores del héroe de la gran guerra contra el espíritu de la modernidad: Julius Evola". (A. Dugin, op. cit. p. 35).

Con la bendición del Príncipe de la Milicia Celestial, San Miguel Arcángel. Quis ut Deus? ...

Fuente

Traducción de Enric Ravello Barber