Rusia y Siria: Diferentes sistemas para diferentes Estados (2ª parte)

31.01.2017

El pasado y presente administrativo de la Federación de Rusia

El análisis histórico lleva la investigación en torno a la discusión sobre el pasado y presente administrativo de la Federación de Rusia. La primera cosa que debería mencionarse es que Rusia actualmente tiene varios tipos nominalmente diferentes de unidades administrativas, aunque solamente una de ellas es esencialmente autónoma. Todas las entidades, sin embargo, son legalmente iguales entre sí en términos de relación con el centro federal, sólo que los autónomos tienen el potencial para un grado de autogobierno y diferentes expresiones de tal cosa, si así lo deciden.

En el orden de los más autónomos a los menos, aquí va una lista de entidades federales de Rusia:

  • Repúblicas (22): Estas entidades tienen su propia constitución, guardan el derecho para que el lenguaje de su nacionalidad titular sea cooficial con el ruso, y su dirigente político solía ser denominado como “presidente” hasta un decreto federal en 2010 enmendando esta terminología.
     
  • Ciudades federales (3): Solamente Moscú, San Petersburgo y Sebastopol cuentan como “ciudades federales”, y son esencialmente áreas metropolitanas con su propio estatus federal equivalente a los Óblast.
     
  • Okrug autónomo (4): Estas formas de gobierno son parte de ciertos Óblast pero simultáneamente son considerados como sus propios sujetos federales.
     
  • Krai (9) – Óblast autónomo (1) – Óblast (46): Estas categorías de unidades administrativas subnacionales son iguales en todos los sentidos, con la excepción de que el Krai es una palabra histórica usada para denotar “fronteras”, pero no tiene diferencias políticas con los Óblast en ningún modo práctico. 

Patrones:

Extrapolando desde el mapa de Rusia, uno puede deducir varios patrones que jugaron un papel en el porqué de las divisiones políticas administrativas internas de Rusia están ubicadas donde lo están.

Como puede verse principalmente por el mapa, los Óblast, que son las entidades federales con menor independencia en Rusia, están concentradas en su mayoría en el histórico núcleo eslavo europeo oriental. El gobierno ruso nunca ha tenido una necesidad para reconocer a estos pueblos unos derechos políticos extra o concesiones nominales/simbólicas porque no preveían que ellos probablemente se levantaran contra el Estado o cayeran bajo influencia extranjera para conseguir derechos extra. Según el Estado ruso se expandía hacia el este y los cristianos ortodoxos eslavos empezaron a migrar en esta dirección (que también corresponde a lo que más tarde se convertiría en la línea férrea del trans-siberiano), los territorios de nueva adquisición tomaron las características administrativas del corazón ruso y de este modo se convirtieron en Óblast tras la formalización de la Unión Soviética en 1922. Las “fronteras” históricas mantuvieron sus designaciones como Krai pero funcionaban del mismo modo que los Óblast, con los Okrug autónomos siendo esencialmente un fruto simbólico cuasi-república de estas entidades. El Óblast autónomo judío tiene su propia historia única y fue concebido por Josef Stalin en 1934 para ser un hogar futuro del pueblo judío y una alternativa anti-imperialista a la colonización sionista de Palestina.

En lo que es más importante poner atención, sin embargo, son los patrones que pueden verse cuando se llega a las casi dos docenas de repúblicas desperdigadas por toda la Federación de Rusia. A estos territorios les fueron reconocidos derechos políticos propios, por encima de sus equivalentes administrativos debido a razones únicas histórico-demográficas, principalmente la preponderancia de uno u otro grupo minoritario etno-confesional distinto del predominante grupo de cristianos ortodoxos eslavos. Este es ciertamente el caso cuando se llega a los musulmanes tártaros en la región del Volga y a sus vecinos fino-úgricos, así como a los compatriotas étnicos de estos segundos en la República de Karelia fronteriza con Finlandia (y que una vez tuvo su propia unión al nivel de República Socialista Soviética entre 1940 y 1956 principalmente con la intención de servir como fundamento estructural a lo que Moscú esperaba que sería la integración post-segunda guerra mundial de la propia Finlandia en la URSS). Los pueblos del Cáucaso norte fueron reconocidos con sus propias repúblicas por razones similares a su diferencia de identidad con el resto de Rusia, con la mayoría de ellos siendo musulmanes excepto los Adigeios y los Osetios del norte. Aún así, la compacta diversidad de identidad entre los diferentes pueblos fue suficiente para convencer a Moscú para reconocerles el estatus de república como un esfuerzo para mantener efectivamente la paz entre los pueblos históricamente inquietos.

Moviéndose hacia el este, el grupo de 4 repúblicas cerca de la frontera mongola con Rusia se debe a la separación de identidad de los pueblos nativos que son mayoritariamente mongoles budistas o chamanistas. En cuanto a los norteños de Komi y Sajá, estas áreas están despobladas en gran parte aunque son ricas en recursos naturales, y sus poblaciones nativas son también seguidoras en su mayor parte de credos chamanísticos. Lo que es particularmente interesante de mencionar sobre muchas de las 22 repúblicas de Rusia es que los eslavos conforman la mayoría demográfica en 9 de ellas (Karelia, Jakassia, Crimea, Buriatia, Komi, Adigea, Udmurtia, Altai y Mordovia), y la minoría más grande en otra (Mari El), significando que casi la mitad de ellas no están étnicamente dominadas por su nacionalidad titular. Puede inferirse que estas áreas representan el riesgo más bajo de experimentar escenarios separatistas futuros, aunque por supuesto algunos peligros podrían ser obviamente concebidos por potencias externas bajo pretensiones engañosas estilo Tíbet/Xinjiang de que “los rusos han destruido sus culturas nativas”, aunque no parece demasiado probable que tenga mucho éxito en materializarse dadas las estrictas medidas de Rusia sobre las “ONG’s” de financiación extranjera.

Problemas

Esto lleva al análisis junto a la discusión de algunos de los problemas inherentes con el reconocimiento de autonomía a algunas de las diferentes repúblicas de Rusia, particularmente aquellas en el Cáucaso norte y el Volga. La Federación de Rusia fue golpeada por una ola de separatismo interno con varias manifestaciones tras la disolución de la URSS en 1991, y esto muy notoriamente tomó la forma de la insurgencia chechena. Es ya bien conocido que tomó a Moscú dos intervenciones federales separadas para sofocar este problema y solamente fue hace algunos años que las autoridades decretaron que la operación estaba siendo suspendida debido a sus éxitos. Las particularidades del conflicto son muchas, pero la idea general tras ellas es que los wahabíes apoyados por las monarquías del golfo [Qatar, Bahréin, Arabia Saudí, EAU, Kuwait] habían desembarcado en el territorio de mayoría musulmana tras 1991 y empezaron a cultivar el mismo extremismo religioso violento que actualmente está asediando Siria.

En muchos modos, uno puede decir que la historia del yihadismo internacional avanzó desde Afganistán a Argelia, Bosnia, Rusia (Chechenia), la provincia Serbio/Yugoslava de Kosovo, Irak, Libia, después Siria, demostrando una clara continuidad estratégica de la agresión inspirada religiosa y asimétricamente por países del golfo contra gobiernos seculares. Chechenia fue especialmente vulnerable a esto porque es una república autónoma periférica en la frontera federal de Rusia, y Moscú dijo en múltiples ocasiones que como resultado de su ubicación, numerosos combatientes extranjeros se habían infiltrado en la república e intentaron convertirla en un refugio seguro de terroristas (y lo mismo puede decirse también de Kosovo respecto a Serbia/Yugoslavia). Esto también terminó ocurriendo con la vecina Daguestán en 1999 y que desencadenó la segunda intervención federal en el Cáucaso norte. La lección para ser aprendida es que sin importar la unicidad histórico-demográfica que puede dar pie a administraciones autónomas dentro de ciertos países, la naturaleza geográfica periférica de estas entidades podría hacerlas vulnerables a interferencias externas que podrían exacerbar aún más los hirvientes conflictos domésticos hasta llegar a una guerra sin cuartel.

La lección es reforzada por el ejemplo de la república de Tartaristán en el Volga, una región rica en recursos y enteramente rodeada por el resto de la Federación de Rusia. A pesar de ser mayoritariamente musulmana y teóricamente igual de predispuesta a la desestabilización ideológica externa como lo era Chechenia, Tartaristán no se sumió en una zona de guerra wahabí, en parte debido al importante hecho de que no colindaba con ningún Estado vecino que pudiera facilitar dicha infiltración. Estando enteramente “rodeada de tierra” por Rusia, fue forzada a alcanzar una acomodación pragmática con Moscú por la cual disfrutarían de una considerable autonomía a cambio de permanecer como parte de la Federación de Rusia y no perseguir la independencia. El resultado es que Tartaristán es ahora uno de los lugares más estables y prósperos en toda Rusia, y mientras que los ingresos por recursos naturales indudablemente tuvieron un papel significante que jugar en esto, el hecho es que su pueblo no sucumbió al salafismo también tuvieron mucho que ver con estar geográficamente aislados de la influencia directa de fuerzas extranjeras hostiles.

Pensamientos en conclusión

El análisis anteriormente mencionado intentó explicar las razones tras las marcos político-administrativos diametralmente diferentes dentro de la Federación de Rusia y la República Árabe siria, destacando la influencia que los factores únicos históricos, demográficos y civilizacionales jugaron en el desarrollo de cada modelo de gobierno interno propio en cada Estado. Ha sido claramente argumentado que la evolución del sistema federal de Rusia es el resultado de aproximadamente dos siglos de progreso en la experimentación e integración de formas de gobierno autónomas en el marco nacional unificado, e incluso entonces, este acuerdo está sufriendo todavía modificaciones ocasionales. Siria puede aprender mucho de esto al reconocer que la “federalización” es un proceso largo y complicado, hecho incluso más enrevesado cuando uno de los pequeños estados auto proclamados colinda con un vecino hostil y podría así, de modo muy fácil, o caer bajo influencia extranjera o ser explotado por dicho país y sus aliados de la OTAN para propósitos agresivos contra la República Árabe Siria.

Es más, debido a las dificultades inherentes en la implementación de las administraciones federales, este modelo no debería verse de ningún modo como una simple panacea para todos los males políticos actuales del país, ya que a diferencia de la URSS que se descentralizó tras una victoria plena del gobierno en la guerra civil post-revolucionaria, Siria en este caso potencial estaría desarrollándose bajo la presión extranjera y sin que Damasco haya asegurado plena soberanía sobre todos los rincones del país tras la guerra internacional que ha sido realizada contra el Estado. Los factores históricos, demográficos y civilizacionales presentes en Siria, todos los cuales están siendo exacerbados en este mismo momento, haciendo de este modo que cualquier decisión para emular superficialmente el modelo de gobernación de Rusia por la “federalización” del país está garantizada para no ser más que la partición interna de facto del Estado y el inicio de un proceso dilatado por el cual los pequeños Estados individuales se moverían progresivamente hacia la senda de la “independencia” plena algún día. Esto no es para decir que el federalismo en o por sí mismo es algo inherentemente negativo, sino que justo funciona bien para Rusia debido a sus circunstancias, y que en consecuencia, sería desastroso para Siria por aquellas mismas razones únicas y exactas.