¿Rebelión o revolución?

11.10.2024

Las reflexiones que siguen distan mucho de ser exhaustivas y exploran todos los aspectos que pueden adoptar los términos altamente políticos de «rebelión» y «revolución», incluso en el simple nivel de su definición. El único objetivo de este documento es aclarar, de manera didáctica, lo que se entiende por estos dos términos. Por lo tanto, este documento sólo tiene una función preliminar y nada más.

Una rebelión no es necesariamente la continuación de un levantamiento, ni tampoco la caída del régimen político en el poder, considerado tiránico o injusto. Una revolución, por el contrario, derriba el régimen vigente y/o vuelve a un statu quo anterior (que es lo que el término significa en realidad etimológicamente) y, sobre todo, se deshace del lastre acumulado en las fases decadentes del régimen abolido, donde las élites dominantes, eficientes y protectoras al principio de su trayectoria histórica, se han vuelto progresivamente ineficientes, tiránicas, injustas y autoindulgentes. Debido a estos defectos ya no les permiten gobernar. Comienza entonces el proceso de renovación de las élites: la vieja élite ya no genera consenso (que inicialmente era del 80%) y la nueva, que sólo contaba con un capital de simpatía del 20%, según los criterios teorizados por Vilfredo Pareto, erosiona la masa del 80% de apoyo consensual con el que contaba la élite en declive para obtener finalmente una masa equivalente a ese consenso de cuatro quintos: el proceso llega a su fin y comienza una nueva era (que, a su vez, llegará a su fin cuando se acabe su tiempo).

Una rebelión puede provenir de una espontaneidad deletérea, marcada por la incapacidad de designar claramente al enemigo, como fue la agitación duradera de los chalecos amarillos, por eminentemente simpática que fuera frente a una república que ahora sólo tomaba medidas contrarias al interés general.

Una rebelión se caracteriza también por la falta de fundamentos doctrinales, es decir, de claridad de espíritu, de intuición fértil (Hegel decía que había que fusionar las dos cosas) y de memoria histórica. Esta espontaneidad un tanto anárquica, esta carencia doctrinal y esta amnesia conducen a una falta de organización, acentuada hoy en día por la desaparición del servicio militar hace más de treinta años y, en consecuencia, de oficiales de reserva integrados en la vida civil y capaces de dirigir un movimiento que sustituya a las élites en decadencia (la circulación de las élites según Vilfredo Pareto). Parece que la supresión del servicio militar y de todas las formas de servicio civil obligatorio, esenciales para la estructuración de la personalidad en los albores de la edad adulta, fueron medidas favorecidas por las élites que preveían su quiebra.

Para compensar la triple falencia de la espontaneidad sin resultados, la deficiencia doctrinal y la falta de organización, ¿qué modelos e ideas debemos volver a poner en primer plano y difundir en nuestro entorno (familiar, profesional, asociativo)?

En primer lugar, hay que reflexionar sobre la distinción marxiana (y no marxista) entre «socialismo científico» y «socialismo utópico», dándonos cuenta, por supuesto, de que esta distinción, teorizada en el siglo XIX, requiere considerables aggiornamenti consistentes, en particular, en basar el realismo político (definido por Marx, Engels y Lenin como «materialismo») ya no en la física newtoniana de principios del siglo XIX, sino en la física posterior al descubrimiento del segundo principio de la termodinámica, que señala que puede haber entropía general y, por lo tanto, entropía en el sistema, tanto si ese sistema es el vigente, convertido en tiránico y postulado como «burgués» por los marxistas, como si es el instaurado por los propios revolucionarios (como demuestra la esclerosis de la Unión Soviética) o por los neoliberales desde 1979 (como demuestra la reacción general en las sociedades occidentales desde la crisis de 2008).

El hecho físico de la entropía, y la presencia potencial de entropía en los sistemas políticos, que son sistemas vivos y variables en todas las direcciones posibles, contradice la visión lineal/vectorial de la historia propia de las sociedades liberales del siglo XIX, visión que los militantes y revolucionarios marxistas no descartaron y adoptaron obstinadamente. A la idea de entropía de la física de Heisenberg, podemos añadir:

  1. la del físico Ernst Mach, teorizando la posible emergencia, en cualquier momento, de nuevas probabilidades (con resultados heterogéneos y no del todo previsibles) capaces de trastornar la linealidad imaginaria, judeocristiana y gnóstica de la historia, típica de la mentalidad de la burguesía y de las simplezas lineales del marxismo-leninismo, y
  2. las del revolucionario ruso Alexander Bogdanov, que se burlaba de la divinización marxista-leninista de la «Materia» (vista únicamente desde la perspectiva de la física newtoniana) y predecía que esta hipersimplificación filosófica conduciría a la futura Rusia soviética a la esclerosis.

Lenin, en Materialismo y empiriocriticismo, arremetió contra Mach y Bogdánov con la vehemencia de un cura amargado. Un «socialismo científico» hoy o, más exactamente, una «alternativa política científica», debe fundir: 1) la severidad de Marx y Engels con respecto a los «utopismos» socialistas y anarquistas que sólo conducen a fantasías infructuosas y 2) la visión de Mach y Bogdánov sobre la no linealidad uni-vectorial del tiempo, sobre la posibilidad siempre presente de la imprevisibilidad, de probabilidades que no se pueden captar de antemano, del contragolpe y la entropía (incluso dentro de nuestra propia red de asociaciones). 

Un proceso revolucionario serio, puesto en marcha tempranamente por asociaciones metapolíticas, no puede conformarse con utopías infructuosas, coterráneos hippies, comunidades de género con infinidad de categorías sociosexuales, como si nuestras complejas sociedades pudieran ser equivalentes a falansterios fourieristas posmodernos, etcétera. Pero tampoco debe repetir, por devoción irracional y risible, las rigideces del discurso leninista, derivadas de su divinización de una «Materia» percibida únicamente como inerte, sin entropía potencial, que no alberga ninguna probabilidad imprevisible: la realidad está viva, la vida está llena de imprevistos, puede resultar trágica, por lo que el «revolucionario político-científico» de la era postmoderna, que es la nuestra, debe incorporar a sus estrategias la posibilidad de tales riesgos, riesgos que pueden surgir tanto en los periodos triviales como en los trágicos por los que atraviesa su comunidad política, su Ciudad. Su modelo es el «Spoudaïos» de Aristóteles, cuyo pensamiento es flexible, a la vez razonable e intuitivo, y cuyo estilo de vida es ascético.

Por lo tanto, el «revolucionario político-científico de la época posmoderna» debe dotarse constantemente de una comprensión clara de las relaciones sociales que impregnan su ciudad, para poder realizar los análisis oportunos y sugerir las medidas necesarias. En el contexto de la decadencia de las sociedades europeas actuales, esto significa proporcionar un análisis claro de los efectos nocivos del neoliberalismo, la ideología dominante en Occidente desde que Thatcher llegó al poder en el Reino Unido en 1979.

Las distintas asociaciones a las que pertenecerán estos «revolucionarios político-científicos» deberán promover análisis genealógicos/arqueológicos del fenómeno neoliberal, acompañados de análisis igualmente claros de la penetración en el tejido social de las «perturbaciones ideológicas» (Raymond Ruyer) difundidas por el poder hegemónico de turno, que es el principal enemigo y no el «aliado y protector» (como creen las «almas bellas»).

Dos obras recientes son interesantes a este respecto y merecen ser leídas, comentadas y completadas:

  1. El libro del autor alemán Frank Bösch sobre los fenómenos inyectados en nuestras sociedades occidentales (que se han vuelto «occidentalistas», aunque involuntariamente) desde 1979: el neoliberalismo (que llegó al poder en Londres con Thatcher), el retorno de la religión y la manipulación del radicalismo islámico (regreso de Jomeini a Teherán), luego la explotación del radicalismo islámico suní contra los soviéticos en Afganistán, el advenimiento de la línea ideológica ecologista (con la hipotética explosión de la central nuclear de Three Miles Island en Estados Unidos y la aparición del movimiento Verde en Alemania, con la inmediata eliminación de los ecologistas tradicionalistas dentro del propio movimiento y el inicio del desmantelamiento total de la independencia energética del país a través del virulento movimiento contra las centrales nucleares), el fenómeno de los boat people como primera manifestación de movimientos migratorios provocados y controlados, que culmina hoy en lo que Renaud Camus denomina la «gran sustitución».

Ninguno de los fenómenos problemáticos activados en 1979 ha encontrado solución hoy en 2023: el neoliberalismo ha dislocado completamente nuestras sociedades, paso a paso, con actores diferentes cada vez, pero obedeciendo a un programa fijado de antemano desde las primeras reuniones del Club de Roma en 1975; el neoliberalismo ha dado el poder a los sectores financiero y bancario, de ahí la preponderancia absoluta de BlackRock y GAFAM sobre el conjunto del Gros-Occident (para utilizar la expresión de Guillaume Faye) o de la Americanosfera.

El integrismo islámico, en sus diversas formas (salafista, wahabista, fraternalista, etc.) sigue siendo una constante, a pesar de la reacción en Siria, Egipto, Irak y Sinkiang, donde el nacionalismo militar árabe ha reaccionado como debía y donde las autoridades chinas no se han dejado engañar.

Este fundamentalismo siempre puede reactivarse, en particular para incendiar los suburbios y los barrios rojos de las ciudades europeas, de Malmö a Barcelona y de Nantes a Berlín.

El ecologismo ha alcanzado hoy sus verdaderos objetivos en Alemania, ya que si el país no restablece muy rápidamente su total independencia energética (con gas ruso y combustibles nucleares rusos y kazajos), corre el riesgo de una implosión total y definitiva, arrastrando a la catástrofe a todo el resto de Europa, a pesar de que ello deleitará a ciertos soberanistas de París o Varsovia.

La explotación de la migración forzosa como consecuencia de las guerras iniciadas por Estados Unidos ha crecido desmesuradamente desde el asunto de los boat people, que casualmente reunió al liberal Raymond Aron y al payaso existencialista Jean-Paul Sartre con la bendición de André Glucksmann (¿una producción mediática?). Con Merkel este problema alcanzó su punto culminante en 2015, no sólo en Alemania sino en toda Europa. El poder neoliberal encuentra en este variopinto grupo de seres humanos mano de obra barata para trabajos de mierda y para poner en marcha un proceso de reducción general de los salarios reales.

Los ecologistas, que se adornan con todas las virtudes morales, apoyan este fenómeno, esta vez destruyendo no sólo la industria sino todo el tejido social y, al mismo tiempo, implosionando las estructuras de seguridad social (que habían sido ejemplares en Alemania), lo que no es del agrado de los neoliberales.

Un análisis «político-científico» de nuestra realidad política actual exige, pues, conocer, divulgar y difundir una genealogía de las perturbaciones ideológicas en el poder: forjar un relato alternativo, destinado a arruinar el relato neoliberal-ecológico-inmigracionista dominante nacido en 1979 y que explique ciertas convergencias como, por ejemplo, la pareja parlanchina y mediática formada por el thatcherista flamenco Guy Verhofstadt y el festivo permisivo Daniel Cohn-Bendit, avatar del Mayo 68 parisino y jefe de los Verdes alemanes y franceses.

Este dúo muestra claramente que existe una convergencia entre neoliberalismo y ecologismo, entre neoliberalismo y festivismo. Y que esta convergencia no es necesariamente reciente, sino que está en el orden del día desde hace mucho tiempo, desde su programa inicial.

  • El segundo libro para releer y reflexionar es No Society de Christophe Guilluy. El título de esta precisa obra, muy útil para articular nuestras «buenas obras», está tomado de una frase enjundiosa de Thatcher: «There is no society». Con ello, la Dama de Hierro quería decir que sólo había «individuos», que debían salir adelante por sí mismos o morir si no lo hacían. Pero más allá de este simple y extremadamente sucinto alegato a favor del individualismo absoluto, había un deseo maníaco y feroz de deconstruir, desentrañar y aniquilar el tejido mismo de todas las sociedades occidentales en primer lugar y luego de todas las sociedades del planeta.

Este horrible escenario casi se ha completado hoy: Macron, coronado con el título de «Thatcher francés», está cumpliendo el deseo de la Dama de Hierro, menos de una década después de que pasara de la vida a la muerte. Este logro macroniano va acompañado de un «radicalismo societal» sin precedentes y el cual Thatcher no pudo articular como líder de un partido llamado «conservador». Los desvaríos societales y de género de Thatcher son más eficaces que los discursos de la ex Primera Ministra británica para desentrañar las sociedades.

El utopismo actual ha rechazado todo análisis (científico), con la diferencia de que este utopismo ya no se autodenomina «socialista», sino que procede de un cóctel de neoliberalismo, ecologismo difuso, sexismo, festivismo, posmodernismo, etcétera. Para Guilluy, es el mundo de arriba, el de las élites (neoliberales en este caso), el que ha abandonado la idea aristotélica, clásica, helénica y romana del «Bien Común», sumiendo a los países de la americanósfera, incluidos los Estados Unidos, en un caos donde todo se percibe como relativo, transformable a voluntad a pesar de lo naturalmente dado, y donde todos los logros de la civilización son denunciados como contrarios a un moralismo sin límites. No sólo hay «disociedad» (Marcel Decorte), también hay «a-sociedad» («No hay sociedad»). Con Thatcher, todo el tejido social, todas las comunidades, de la clase obrera británica implosionaron y desaparecieron.

Los estragos ya no se limitan a la clase obrera del mundo industrial nacido en el siglo XIX. Ahora se extienden a todas las categorías sociales que solemos agrupar bajo el vago epígrafe de «clase media»: el declive es palpable en todas partes. Sin embargo, Guilluy es optimista e imagina que el poder blando de las clases trabajadoras acabará obligando a las «clases superiores», el «mundo de arriba» como él las llama, a aceptar los deseos del pueblo o a desaparecer. Está claro que no será fácil. Y actividad metapolítica y política es más importante que nunca.

La desintegración de nuestras sociedades avanza por todas partes. El primer acto revolucionario, si no queremos quedarnos en meras rebeliones, es deconstruir sistemáticamente las narrativas del hegemón y su poder blando y combatir sin piedad a través de textos, discursos y vídeos las ideas transmitidas por los servidores internos del hegemón que mantienen los síntomas y los males de la decadencia.

Es necesario un análisis claro de la situación macroeconómica en la que se encuentra hoy la UE para desplegar un discurso desafiante en la más evidente de las concreciones: el poderoso complejo de poder blando que ha fusionado ecologismo, neoliberalismo, festivismo y sexismo (por nombrar sólo algunos) ha sumido a nuestros países en una peligrosa precariedad: la energía barata ha desaparecido, en consonancia con la decidida voluntad del hegemón de hundir a sus aliados que son sus principales competidores, y esta energía barata no es sólo el gas ruso sino también los combustibles nucleares kazajos y rusos.

Los Verdes alemanes, con Annalena Baerbock y Robert Habeck, apoyan las posiciones norteamericanas, arruinando el país de antemano durante muchas décadas: estos hechos tienen una historia, la del despliegue de estas perturbaciones ideológicas en nuestras sociedades durante más de cuatro décadas, de modo que actualmente vivimos bajo un régimen «anarco-tiránico»: Hegel veía en la tiranía la «tesis» y en la anarquía la «antítesis», a las que había que oponer una síntesis basada en la justicia (por ejemplo, el justicialismo de los argentinos de Perón) y la «libertad ordenada» (el ordo-liberalismo alemán opuesto al liberalismo anárquico de las escuelas anglosajonas). Hoy, la situación es diferente: la tiranía y la anarquía han hecho causa común contra la «síntesis» de orden y justicia que se está gestando, la gestación que reclama Guilluy y que cree detectar en las convulsiones de la sociedad francesa contemporánea. Hay que hablar de estos temas. Sin cesar. Los que no lo hacen o no hablan lo suficiente o hablan de temas sin importancia, son lo que Hegel llamaba «almas bellas». El «alma bella» no sólo tiene miedo a comprometerse, sino también a decir las cosas sin rodeos. Se caracteriza por su «debilidad ante la realidad».

El resultado de la genealogía de la mala gestión que nos ha conducido a la anarco-tiranía actual es que podemos identificar a nuestros enemigos y a los agentes de influencia del hegemón (Verdes, Jóvenes Líderes Globales, ONG patrocinadas por Soros, etc.). El enemigo queda así designado, como recomiendan Carl Schmitt y Julien Freund. Nos corresponde a nosotros forjar y difundir un vocabulario despreciativo y denigrante para retratar al enemigo, que tendremos que machacar sin descanso. En este marco ofensivo, el enemigo que me niega y quiere mi desaparición está muy presente, a diferencia de los cenáculos de «almas bellas» que quieren «dialogar» o «debatir» con todos y con cualquiera para hacer cualquier cosa que sólo conducirá a la nada.

Los fundamentos doctrinales, extraídos de Aristóteles, de las tradiciones romanas (tacitistas, como dicen los pensadores españoles), de la revolución conservadora, de Carl Schmitt, de las escuelas italianas (Pareto, Mosca) y de los inconformistas de los años 30, necesitan afinarse y aclararse, para preparar, cada día que los dioses nos den, los arietes que derribarán la anarco-tiranía. Junto a esta ofensiva, que nos distingue de las «bellas almas» vegetativas y vaticinantes, hay que proponer una renovación política equilibrada y alternativa, basada en el ideal griego e incluso en los ideales olvidados de La Citadelle de Antoine de Saint-Exupéry.

Las propuestas de renovación política deben respetar las estructuras de la sociedad, heredadas de la historia, y desarrollar, contrariamente al «No hay sociedad» de Thatcher, un ideal comunitario a la vez natural, rural y tradicional fuera de las metrópolis (por ejemplo, en la Francia periférica según Guilluy) y urbano, sindicalizado y profesional en las ciudades y centros industriales. La tercera función de las sociedades tradicionales ha crecido y se ha diversificado considerablemente, pasando de los cuarenta oficios de la Bruselas del Antiguo Régimen a la infinidad de oficios y funciones productivas de hoy en día, oficios y funciones que inciden en la solidificación de la ciudad (como lo veían Clausewitz y Saint-Exupéry). Los modelos argentinos, teorizados durante la época peronista, en particular por Jacques de Mahieu (que no se preocupaba simplemente de hipotéticos escandinavos perdidos en el continente americano) y perseguidos con perseverancia y dedicación por nuestro amigo el Prof. Alberto Buela, merecen una mirada en este ámbito, y volveremos sobre ellos más adelante.

Estos modelos argentinos y la tradición aristotélica (¡Yvan Blot!) postulan una organización socioeconómica eficaz en la línea de lo que reclamaba el Tat Kreis alemán bajo la República de Weimar y cuyos avatares conservaron toda su pertinencia en la época del milagro económico de los años sesenta. Se trata de modelos que están en contacto con la realidad y no al margen de la sociedad, en cuyo caso estaríamos ante un «comunitarismo utópico», paralelo al «comunitarismo multicultural» de la ideología dominante, un «comunitarismo utópico» que merece tanto sarcasmo por nuestra parte como el que Marx y Engels dirigieron al «socialismo utópico».

Sin embargo, el despliegue de esa lucha metapolítica y el deseo de devolver a nuestros pueblos un «ideal de comunidad» chocan con desventajas que antes no existían o existían, pero en menor medida. Nuestras sociedades están mucho más desarticuladas de lo que lo estaba la clase obrera en tiempos de Marx. El efecto del «No hay sociedad» denunciado por Guilluy. La ausencia durante más de treinta años del servicio militar, un aprendizaje de la convivencia entre clases y la desaparición progresiva del escultismo a gran escala, ha dañado al sexo masculino, lo ha desorientado y lo ha vuelto incapaz de organizar una rebelión, por no hablar de una revolución: basta con ver la actitud de los manifestantes frente a las fuerzas del desorden de Macron en Francia y la de los serbios de Kosovo frente a los soldados italianos y húngaros de la OTAN, a principios de junio de 2023. Vivimos, nos dice Eric Sadin, en la era del individuo-tirano: ese ser sin sustancialidad que arregla, ordena, cambia los hechos, con los que se topa, y sus estilos de vida según sus humores y fastidios. Tales personalidades son volubles, incapaces de constancia y duración, criaturas hechas para vivir en la «posverdad».

La sociedad actual está marcada por un mal uso de las redes sociales: nuestros contemporáneos, incluso los jóvenes, se quedan en casa, delante de sus pantallas, mientras que esta actitud no es nada buena para los viejos como yo. La antigua actitud de ir al bistró a intercambiar tarjetas, vaciar tazas y comentar la actualidad social, económica y política era más constructiva. Pero hay que avanzar con los tiempos. Prepararse para la revolución significa maximizar el uso que podemos hacer de las técnicas existentes, incluso si nos horrorizan e incluso si vemos que secan las virtudes esenciales (en el sentido romano del término). Esta es la lección que nos enseñó Ernst Jünger en Tempestades de acero, en sus reflexiones sobre la tecnificación de la guerra y en El trabajador.  La informática, las superautopistas de la información de las que tanto se alardeó a finales de los 90, permiten, por el momento, difundir una ideología alternativa en oposición radical a la ideología dominante y a lo políticamente correcto y, de hecho, sustituir a la prensa bajo las órdenes financiadas por la todopoderosa economía.

El escéptico honesto (¿o conspiracionista?) que se cultivaba leyendo cada día la prensa de su elección y comentándola con sus amigos debe convertirse ahora en el escéptico-complotista honesto de la era post-verdad, que debe ingerir al menos cuatro artículos alternativos al día, según sus intereses, y compartirlos de las diversas formas que ofrece la World Wide Web. Se trata de compartir, no de hacer clic en «Me gusta» como la inmensa mayoría de los zombis posmodernos. El compartir en comunidad debe apostar por la viralidad, el inicio de un polo de reactividad que se transformará en sentimiento de rebelión, las rebeliones en una corriente prerrevolucionaria, antesala de una revolución que dejará de lado a las almas bellas y eliminará al enemigo (en todas sus variantes instaladas en nuestras sociedades desde el fatídico año 1979). Esta revolución ya no será utópica.

Forest-Flotzenberg, junio de 2023.  

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera