Por qué ha perdido el Frente Nacional

La impresión que deja esta derrota es la de una victoria política: sólo el FN ofrece una alternativa al sistema.

El Frente Nacional terminó la primera vuelta de las elecciones regionales francesas convertido en el primer partido del país con seis millones de votos, mayoría en seis de las trece regiones y opciones muy sólidas de victoria en al menos tres de ellas. La segunda vuelta ha visto una movilización sin precedentes de todos los recursos de la vida pública francesa, desde todos los partidos de la izquierda y la derecha hasta el 90 por ciento de la prensa, desde el 100 por cien de las cadenas de televisión hasta el Gran Oriente y desde las organizaciones patronales hasta las sindicales, para evitar que el Frente Nacional tocara poder. La izquierda se ha retirado en varias regiones y ha entregado sus votos a la derecha con tal de que no ganara el partido de Marine Le Pen. Bajo la consigna de la “resistencia republicana”, todo el sistema se ha volcado en el combate contra el Frente Nacional. Lo ha conseguido: en la segunda vuelta, el FN, aún subiendo en votos, no gobernará en ninguna región. Y sin embargo, la impresión que deja esta derrota es la de una victoria política: sólo el FN ofrece una alternativa al sistema, sólo el FN representa algo distinto a la conjunción de todas las izquierdas y todas las derechas.

Una ruptura de clase

El Frente Nacional lleva años construyendo su discurso sobre determinados elementos que han construido una auténtica división social: los beneficiarios de la mundialización contra sus víctimas. Esos elementos son, muy nítidamente, la identidad colectiva, la soberanía política, la inmigración y la inseguridad social (lo cual incluye tanto el orden público como la protección laboral). Son estas banderas las que han convertido al FN en el partido mayoritario entre los trabajadores y entre los jóvenes. Y en esta segunda vuelta de las regionales ha seguido siéndolo a pesar del extraordinario bombardeo político-mediático. Jacques Julliard, intelectual de izquierda de larga trayectoria, editorialista de Le Nouvel Observateur durante más de treinta años, ha descrito la situación sin paños calientes: “El voto del Frente Nacional –escribe- representa el sueño ideal de la sociología bipolar del marxismo: la alanza del proletariado y las clases medias contra las clases dirigentes. Y al revés, la ‘resistencia republicana’, como dice Cambadelis (el secretario general de los socialistas), está constituida por los cuadros medios y superiores, los patrones, los “bobós” (pijo-progres), los intelectuales de alta renta (…). El voto al FN es cada vez más una respuesta al desprecio que las elites dispensan hoy al pueblo, y esta ruptura es una ruptura de clase”.

En la segunda vuelta ha habido una participación sensiblemente mayor que en la primera, pero la movilización no ha perjudicado especialmente al Frente Nacional, como vaticinaba la izquierda, sino, precisamente, a la izquierda, y ha beneficiado de manera muy singular a la derecha. Entre una vuelta y otra, las coaliciones de izquierda sólo ha sumado algo más de 200.000 votos –cosa lógica, pues había retirado candidaturas en numerosos lugares para evitar el triunfo del FN-, el partido de Marine Le Pen recibió el apoyo suplementario de 800.000 franceses más hasta llegar a los 6,8 millones –lo cual le confirma como el primer partido del país- y las candidaturas coaligadas de derecha añadieron a su balance nada menos que 3,2 millones de papeletas para alcanzar una cifra total superior a los 10 millones de votos. Marine Le Pen pierde en su región, pero con un 42,2% de los votos. Marion Marechal-Le Pen también pierde, pero con un 45,2%. En un caso y otro, ambas mejoran los resultados de la primera vuelta. Son porcentajes abrumadores. No se puede hacer política en Francia como si el Frente Nacional no existiera o fuera una “perturbación indeseable”.

El que mejor lo vio, hace una semana, fue Sarkozy y obró en consecuencia. Contra la estrategia socialista de diabolización del FN, el ex presidente se apresuró a succionar su voto. Sarkozy, podríamos decir, “ha hecho un De Gaulle”. Como el lector recordará, el general de Gaulle, recién nombrado jefe de gobierno en plena crisis argelina, acudió a la entonces colonia francesa –junio de 1958-, se asomó al balcón de la gobernación general y ante las masas allí reunidas pronunció unas palabras históricas: “Argelinos, os he comprendido. Sé lo que ha pasado aquí. Sé lo que habéis querido hacer y sé que la ruta que habéis abierto es la de la renovación y la fraternidad. Y habéis querido que esto comience por nuestra instituciones, y para eso estoy aquí”. Todo el mundo creyó entender que De Gaulle daba un espaldarazo a la Argelia francesa. Pero, en realidad, ¿qué había dicho? Nada. De inmediato comenzó el proceso para la independencia de Argelia. Lo que ha hecho Sarkozy en estas elecciones ha sido lo mismo. Desde las primeras horas de la noche electoral de la primera vuelta, el líder del centro-derecha se apartó de la estrategia de “unión sagrada” que proponía la izquierda, se dirigió a los votantes del Frente Nacional y les dijo, casi literalmente, lo siguiente: “Os he comprendido. Entiendo vuestra preocupación por la pérdida de soberanía de la nación y por la pérdida de identidad de Francia. Pero habéis votado a la persona equivocada. Yo haré lo que vosotros pedís”. Y el gran truco le ha funcionado. Ahora la cuestión es saber qué hará Sarkozy con esos votos. Es perfectamente posible prever que, como De Gaulle, los empleará para sus propios fines. La gran diferencia es que Sarkozy ya no es dueño de los acontecimientos, sino su esclavo, al igual que Hollande. Ahora, con el presente mapa político, la izquierda está al servicio de la derecha y viceversa, lo cual borrará aceleradamente la identidad de una y otra.

 

Estas elecciones han dibujado un panorama donde todo se va a decidir entre el Frente Nacional y su contrario, sea éste quien sea. En 2016 habrá elecciones legislativas y en 2017 serán las presidenciales. Siempre con el sistema de dos vueltas. Es muy improbable que el Frente Nacional obtenga mayorías. Pero finalmente el mapa político se va a dividir entre el partido de la mundialización, donde entran desde la derecha liberal hasta la izquierda socialista, y el Frente Nacional. La Cosmópolis posmoderna contra la soberanía nacional (y popular). Lejos de los conceptos tradicionales de derecha e izquierda, esta es ya la gran división política que empieza a asentarse en Europa.

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