Necesitamos crear un lenguaje soberano
La narrativa es una categoría filosófica que debemos tener en cuenta, pues es una de las ideas más importantes de la filosofía postmoderna. Esta idea proviene de la lingüística estructural, es decir, del estructuralismo formulado por el lingüista Ferdinand de Saussure quien diferenciaba entre el discurso y el lenguaje. Esta división sigue vigente aún hoy. Por lo tanto, ¿qué es el lenguaje? El lenguaje es un ente basado en reglas. Nosotros no hablamos el lenguaje, sino que lo usamos. Además, el lenguaje no existe por sí mismo, sino que se encuentra consignado en los diccionarios y libros, siendo el paradigma de las narrativas y discursos que hacen parte de nuestro diario vivir que se encarna en la comunicación, el vocabulario, la sintaxis y las leyes gramaticales. Las narrativas que existen dentro del lenguaje son infinitas, pero el lenguaje es un todo único.
La soberanía espiritual, cultural y civilizacional – de lo cual habla el presidente Vladimir Putin en sus discursos – se hace cada vez más imperativa para nosotros. Es por esa razón que debemos crear un lenguaje soberano en el que puedan expresarse millones de narrativas y no detenernos en la construcción de una única narrativa soberana como lo hacemos ahora. Si el lenguaje se vuelve soberano, entonces el discurso – por extensión – será soberano. Es imposible crear un discurso soberano sobre Rusia usando el lenguaje liberal y globalista de Europa occidental. Usar semejante lenguaje al corto plazo con tal de realizar objetivos inmediatos puede ser útil, pero a la larga resulta fatídico. Lo que debemos hacer es destruir el lenguaje del Occidente colectivo y desprendernos de sus nudos lo más pronto posible. De lo contrario, una vez que desaparezca la cortina de humo creada por las narrativas soberanas volveremos a ser absorbidos por el lenguaje de Occidente.
Creo que la élite rusa sigue precisamente está estrategia: se limitan a usar una narrativa soberana para al poco tiempo desdecirse y volver a adoptar el lenguaje de nuestros enemigos. “Nosotros entendemos el lenguaje del globalismo y lo único que queremos es que nos den una cuota de poder dentro de este orden globalizado”. Eso significa que nosotros no estamos preparados para asumir el reto de crear un lenguaje soberano y ellos sí. El problema radica principalmente en que hemos sido recortados y mutilados por Occidente en todas nuestras dimensiones. Seremos derrotados por Occidente si seguimos usando su lenguaje: es por esa razón que, aunque lo queramos o no, lo entendamos o no, estamos obligados a crear un lenguaje soberano. Rusia es una civilización muy diferente a la civilización occidental y también se diferencia de las civilizaciones orientales como la china o la islámica. Sin duda podemos decir que somos una civilización igual de importante que la occidental o la china y es por esa razón que debemos crear un lenguaje soberano y no una narrativa soberana.
En caso de que creemos este lenguaje soberano, entonces todo lo que digamos usándole será, por definición, soberano. Será este lenguaje soberano, y no la narrativa soberana, la que deberán utilizar de ahora en adelante los presentadores de televisión, la educación, la comunidad académica, las ciencias humanas, las ciencias naturales y en general todos nuestros saberes. Todos los grandes científicos, desde Schröedinger hasta Heisenberg, sabían que la ciencia natural era un lenguaje. Es por eso que necesitamos crear el lenguaje de esta civilización, un lenguaje único, nuestro. Hasta ahora no lo conocemos y no hablamos este lenguaje, el único que hablamos es una especie de ingles simplificado que ha moldeado la terminología de nuestros expertos y con el cual funcionan nuestros iPhones y nuestras tecnologías, tal y como pasa con nuestros cohetes. Lo cual nos lleva a concluir que, a pesar de que estas tecnologías sean producidas por los rusos, la estructura de sus procesadores y códigos de funcionamiento proceden de un paradigma ajeno al nuestro.
Es un gran reto el que tendremos que enfrentar y nuestras autoridades a penas han comenzado a darse cuenta de ello. Por extraño que parezca, el pueblo ruso parece estar mucho mejor preparado que la élite para asumir esta tarea. Cuando el poder intenta comunicarle al pueblo lo que debe hacer, este último reinterpreta las ordenes que vienen desde arriba a su manera: eso pasó con el “comunismo”, luego con el “liberalismo” y ahora con el “patriotismo”. El pueblo piensa algo muy distinto a las narrativas que usa el poder para expresarse y no siguen los juegos lingüísticos que la élite, contantemente dispuesta a unirse a Occidente, tiende a asumir.
Nuestra tarea consiste precisamente en cambiar el lenguaje que la élite rusa utiliza. Lo primero que debemos hacer es establecer los parámetros de este nuevo lenguaje soberano. ¿Cuáles son estos parámetros? Principalmente, el hecho de que tenemos una concepción muy diferente del hombre. Cada cultural y lenguaje tienen una concepción distinta del ser humano. En el Islam y China también tienen una concepción diferente de la humanidad. En Europa occidental conciben que el ser humano debe convertirse en una criatura sin género definido dominado por la inteligencia artificial, una especie de mutante o ciborg liberado de toda identidad colectiva – la religión, la nación, la comunidad y el sexo – que finalmente acabe por abandonar su humanidad. Este es el lenguaje que utiliza Europa occidental. Por su parte, los chinos tienen una forma muy diferente de concebir al hombre y en el Islam lo que prima es la relación que tiene el hombre con Alá, relación que no debe ser entendida como libertad humana individual. El Islam tiene una concepción antropológica muy diferente que moldea la vida de millones y millones de personas. En general, estos pueblos parecen adoptar lo modelos occidentales, pero la realidad es que no los comprenden o los interpretan de una forma muy diferente, usando un lenguaje que está muy arraigado dentro de ellos. Lo mismo sucede en la región del Volga o el Cáucaso Norte donde cada pueblo tiene un lenguaje particular que los hace inmunes a Occidente. Esto mismo se aplica a la India, África y América Latina, cada uno de estos lugares cuenta con su propia idea del ser humano.
Es por eso que debemos pensar cual es la idea que tenemos del ser humano los rusos. Esta idea del ser humano la encontramos en la literatura de Dostoievski y en la filosofía rusa de Florenski, los eslavófilos, Soloviov y Berdiaev: el hombre ruso es, antes que nada, el hombre comunitario. Para nosotros el hombre es, antes que nada, familia, clan, nación, relación con Dios o persona. No un individuo sino una persona. Es por esa razón que somos incapaces de asimilar las directivas del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, pues tenemos una visión muy diferente del ser humano. Para el Tribunal Europeo de Derechos Humanos lo que prima es la ideología liberal occidental y el derecho liberal que considera al hombre como individuo, pero nosotros tenemos una concepción muy diferente basada sobre nuestro propio lenguaje. Ahora bien, ¿podemos siquiera imaginar los enormes cambios que se producen en las ciencias humanas y las humanidades con solo analizar a profundidad la concepción del ser humano que existe en nuestra civilización eurasiática? Tal análisis implica una reescritura y una reconsideración de toda nuestra sociología, antropología, politología y psicología. Tuvimos una filosofía propiamente rusa a finales del siglo XIX y principios del XX, pero es necesario que creemos una idea rusa particular que nos diferencie del resto de la humanidad y que tenga un lenguaje particular.
Lo segundo que debemos hacer es crear una idea del mundo que sea propiamente nuestra. Sin duda eso es muy difícil, especialmente porque creemos que las ciencias naturales son universales y neutrales, aunque en realidad giran solamente alrededor de Occidente. La visión del cosmos que tiene Occidente fue asumida por nosotros de forma inconsciente durante la Modernidad y nos ha llevado a ignorar el resto de visiones del mundo que pueden existir. El cosmos ruso es más parecido al europeo medieval que al occidental moderno. Podríamos decir que este cosmos ruso se expresó en las investigaciones científicas de pensadores como Nikolái Fiódorov y Konstantín Tsiolkovski, que eran vanguardistas en el ámbito de las ciencias naturales y desarrollaron intuiciones fundamentales sobre la estructura de la realidad desde una perspectiva muy interesante. Lo mismo sucede con respecto a las ciencias humanas: es imperativo recuperar nuestra tradición filosófica y deshacernos del lenguaje liberal que las domina. El hombre ruso debe convertirse nuevamente en el centro de todo y de ese modo seremos capaces de crear un nuevo lenguaje. Por supuesto, crear un nuevo lenguaje para las ciencias naturales es una tarea muy ardua y ni siquiera hemos comenzado a realizarla. Queda mucho por hacer en este sentido.
Por ahora, asumamos que el verbo es acción y eso significa que tenemos una concepción de la acción muy diferente a la de Europa occidental. Nuestra concepción de la acción es más cercana a la praxis aristotélica que a la techné moderna. Esto último lo podemos encontrar en la filosofía de Sergei Bulgakov sobre la causa común: los rusos no hacen las cosas como las hace el resto del mundo. La noción aristotélica de que la praxis es el resultado de la libre creatividad de un artista y no la ejecución técnica realizada por un agente externo se ajusta más a nosotros que a las ideas occidentales. Esta idea filosófica moldea nuestra economía y la hace única. Nuestra ciencia y nuestra praxis también son diferentes. Además, asumir esto implica que nuestra ética no se ajusta a una visión pragmática, utilitarista y optimista, sino que aspira a un propósito superior. Realizamos nuestras acciones pensando en lo bueno, lo bello y lo justo.
En conclusión, será imposible cambiar la narrativa de nuestro país con tal de enfrentar los retos que tenemos por delante sin antes cambiar nuestro lenguaje.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera