Metapolítica y Tradición: por una ciencia tradicional de la política

30.06.2017

Con cierta frecuencia se oye decir que la Tradición, cualquiera que sea, en tanto vía espiritual de realización debe estar separada de la política. A menudo esta postura se defiende con un argumento de conveniencia: quien sigue una vía espiritual no debe 'meterse' en política sino que debe ocuparse exclusivamente de su realización personal.

En ocasiones se va incluso más allá al defenderse lo irreconciliable entre ambos campos bajo la idea general de que la Tradición no puede desempeñar un papel político de algún tipo sin degenerar y traicionarse, lo cual resulta cuanto menos paradójico ya que la Tradición trata justamente de crear un marco comprehensivo para la existencia humana en que todo lo humano quede incluido y sea armónico.

En el fondo consideramos que estas actitudes proceden de un doble error:

una idea reduccionista y errónea acerca de lo político, idea que ha sido creada y extendida precisamente por aquellos que han colaborado en la destrucción de lo político y lo han fagocitado y puesto a su servicio.

un exceso de importancia que se concede en ciertos ambientes al marco esotérico sobre el exotérico, obviándose cuando no despreciando directamente los aspectos exotéricos y sociales que implica toda Tradición auténtica.

Esta actitud de rechazo de lo político, que nos parece cada vez más frecuente en algunos círculos tradicionales, supone una voluntad de no participación en la sociedad que en realidad no tiene nada de tradicional como veremos, y nos parece que muestra la asunción inconsciente de ciertas ideas e influencias claramente anti-tradicionales.

Una voluntad de no participación en lo común o repliegue que, en las circunstancias actuales, dificulta aún más si cabe la pervivencia misma de la Tradición y favorece su adulteración por parte de las numerosas sectas de la new-age, al impedir que la Tradición se muestre a los hombres como es, en cualquiera de sus manifestaciones.

I.

El argumento más habitual para justificar esta posición es que desde el punto de vista espiritual lo político es siempre algo secundario, pues lo primero y más urgente es el trabajo individual. Con frecuencia se cita para apoyar este argumento el pasaje evangélico de Marta y María. Esto en principio puede resultar cierto pero cabría matizar que, siendo secundario, es sin embargo necesario. Y no solo desde un punto de vista social sino también desde el punto de vista particular de cada cual, pues contrariamente a lo que la propaganda nos intenta hacer creer, el individuo no puede desarrollarse sin una red social o comunitaria de algún tipo.

Señalaremos dos argumentos básicos contra estas ideas. El primero es que al replegarse la Tradición y renunciar voluntariamente al mundo se deja libre el campo al adversario anti-tradicional para campar a sus anchas y sembrar su propaganda sin oposición. En la sociedad actual esto es evidente a cualquier observador mínimamente sensato.

Por otra parte el olvido o abandono consciente y voluntario de la posición que el individuo ocupa en su sociedad supone una evidente dejación de responsabilidad para con la propia comunidad - dejación que solo puede provenir de la aceptación del individualismo moderno -, y abandonar a su suerte a los semejantes, conciudadanos con los que se comparte la sociedad y la vida, mejor o peor. Semejante actitud cabe entenderse como una falta de solidaridad, o en otros términos, un pecado contra la Caridad.

La renuncia desde instancias tradicionales a ejercer sus obligaciones en el destino y buen gobierno de su comunidad propicia que la política - en el sentido amplio de la palabra - sea secuestrada por los tecnócratas, los políticos profesionales y por las fuerzas capitalistas, facilitando su progresivo vaciamiento de contenidos así como su reducción al punto de vista economicista propio de la sociedad actual.

Es muy probable que una mayoría de nuestros contemporáneos no preste atención alguna al testimonio emitido desde la Tradición, pero también es seguro que hay quien busca de buena fe sin encontrar la Vía, el camino recto. Y esto en buena medida porque en las circunstancias actuales resulta cada vez más difícil separar el grano de la paja, por ejemplo entre esoterismo y ocultismo, o entre Tradición y new-age, sobre todo para quien sigue estando dominado por la mentalidad profana, incluso aunque esta no le satisfaga por completo. No debe olvidarse que el ámbito de las organizaciones de origen tradicional está particularmente repleto de sectas e imposturas diversas muy peligrosas, como es fácil advertir por ejemplo en el mundo del orientalismo, del Yoga o del Vedanta. Por tanto, toda labor de concienciación que se haga y pueda servir de ayuda a la hora de discriminar puede ser valiosa.

Sin duda las circunstancias actuales no son las más favorables para dar testimonio, pero precisamente por ello es un imperativo más necesario e ineludible para todo aquel que se considere vinculado a la Tradición. En una sociedad como la actual el hombre tradicional debe ante todo ser ejemplar: un ejemplo de que otro tipo humano y otra sociedad son posibles.

II.

Por otra parte, el repliegue es también un error en un sentido estratégico. Además de suponer una muestra de debilidad ante el mundo profano, el repliegue tradicional que dura ya décadas en el caso particular de Occidente, no ha resultado beneficioso en nada. Más bien al contrario. El mundo profano no ha cesado en sus ataques, por el contrario los ha hecho más virulentos, ensoberbecido al percibir la debilidad y la apatía de la Tradición en todos sus aspectos.

Aquí ha sido crucial históricamente la asunción por parte de toda la sociedad - y muy especialmente por parte de los sectores que se dicen conservadores -, de ciertas ideas modernas y progresistas - esto es, encuadradas bajo la superstición del progreso -, inoculadas a lo largo de una propaganda de más de un siglo, a menudo bajo apariencia científica, y que conforman el modo de pensar inconsciente y automático de la mayoría de nuestros conciudadanos.

Nos referimos a ideas y conceptos como 'apolítico', 'aconfesional', 'laico' o 'agnóstico', por poner unos ejemplos que son reiteradamente empleados por parte del discurso del poder. De hecho, un simple ejercicio de observación destinado a advertir desde qué entornos sociales y económicos se promueven ideas como la de lo apolítico, el laicismo o el agnosticismo, debería bastar a cualquiera que no esté en exceso sobresocializado para desconfiar de ellas inmediatamente, pues es de propaganda de lo que se trata.

El caso del concepto de apolítico es el más diáfano para lo que deseamos mostrar: se trata de una falacia instigada desde el poder para que la 'ciudadanía' se desvincule voluntariamente del espacio de lo común. Es decir, se persigue conseguir un repliegue análogo al efectuado por parte de los núcleos tradicionales pero a escala individual.

Además,el concepto de apolítico es una imposibilidad práctica tan obvia que no merece detenerse en ello demasiado tiempo. Digamos que todo espacio social, cultural, económico o de cualquier otro tipo que queda vacío en una sociedad es siempre ocupado por otras fuerzas sociales en un plazo muy breve - en la sociedad occidental actual, estas fuerzas provienen sin excepción de las élites económicas-.

Ni el ente estatal con su ejército de tecnócratas, ni el capital, ni los políticos profesionales dejarán de ocupar ese lugar y ejercer su influencia siempre que les sea posible, de tal modo que todo lo que los ciudadanos delegan en el ente estatal-administrativo - eso que esos mismos ciudadanos desposeídos denominan 'estado de bienestar' -, se convierte de inmediato en un objetivo prioritario para los poderes económicos capitalistas con la pretensión de rentabilizarlo.

En resumen, la idea del 'ciudadano apolítico', cuyo ejemplo más extremo y grotesco es el de reducir la participación política a poner un papel en una urna - lo cual es ante todo y en primer lugar un gesto de sumisión -, es en extremo dañina para todo el conjunto de la sociedad. Renunciando a la política se abandona y cede el espacio de la convivencia y lo común. Y es por esta razón que tales ideas son promovidas desde el poder mismo, sobre todo en lo que respecta a la juventud.

Algo análogo ocurre con la idea de la aconfesionalidad/laicidad del estado, aunque quizá este caso tiene implicaciones todavía más graves porque se renuncia explícitamente desde el estado a proteger a la mayoría, y se cede ese espacio para que otras creencias - ya sean las modernas ideologías o las numerosas pseudo-religiones y sectas new-age - se hagan con él. Y en algunos ambientes se dan ambos casos: una ideologización fanatizada unida a peligrosas prácticas ocultistas.

Todo este espacio se abre precisamente gracias a la defensa de la laicidad, el acostumbrado renegar del pasado y las tradiciones, y el constante recurso a la defensa de la 'libertad individual' como si todo el mundo dispusiera de un criterio infalible para desempeñarse por la vida. La propia abundancia y el éxito de sectas new-age en España desmiente tales fantasías sin necesidad de mayor discusión.

Se puede concluir que bajo el pretexto de la libertad y la tolerancia existe una clara intención de laminar la sociedad y de quebrar sus fundamentos. Como hemos dicho tantas veces se trata de desarraigar al sujeto y dejarle sin tejido social. Y esto se convierte en una certeza indiscutible cuando atendemos a los frutos que todas estas políticas de defensa de 'la libertad individual' han dado.

III.

Todas estas razones se pueden resumir en una sola: la creencia de que la política, es decir la ciencia del gobierno de la Polis, es independiente - incluso en el marco teórico o filosófico -, de cualquier Vía tradicional.

Es en base únicamente a esta idea, a saber, que lo común se puede y debe gobernar y administrar según el modo profano, que nos encontramos tantas y tantas contradicciones ideológico-políticas entre gentes pertenecientes al ámbito tradicional. Aquí vemos hasta qué grado las ideas liberales y modernistas, que podemos resumir como revolucionarias, han penetrado en la mentalidad corriente.

Trataremos de sintetizar los argumentos en contra de esta tesis a continuación.

En la sociedad tradicional no hay lugar para lo profano: todas las actividades humanas son consideradas sagradas. Cuando se pide más espacio para lo profano bajo el consabido argumento de la 'libertad' y los 'derechos' se trata simplemente - y de forma muy consciente -, de ganar posiciones en la demolición paulatina del mundo tradicional.

Este carácter sagrado de los actos - tanto cotidianos como excepcionales - del hombre tradicional, está muy lejos de consistir en el ritualismo exagerado - al modo de las actuales coronaciones de la realeza europea -, tal y como suelen imaginar nuestros contemporáneos, que acostumbran a confundir lo tradicional con el mero folclorismo, que es una especie de reliquia que conserva - cuando lo hace, últimamente ni siquiera eso -, lo más formal y exterior de lo que fuera en algún momento una tradición.

Lo que el carácter tradicional supone o implica es nada menos que una vinculación profunda al Principio Superior, de tal modo que la acción sagrada sitúa a quien la realiza - desde la coronación de un rey a la fabricación de unos zapatos o la construcción de una casa -, en su contexto espiritual y universal. Dicho de otro modo, mediante la acción sagrada – sacrificio -, el microcosmos que es el ser humano se resitúa y se religa con el macrocosmos, macrocosmos que no es el 'mundo' en sentido profano, sino la Totalidad de la existencia universal - la Creación -, implicando por ello todos los niveles y modalidades del Ser. Por medio de la acción sagrada el hombre se re-ordena en el universo y entra en comunión con el resto de la manifestación – Creación -. Es también por esta razón que la acción sagrada crea la comunidad y une al pueblo a un nivel impensable para la mentalidad profana del hombre moderno.

Las consecuencias de lo que decimos para el tema que tratamos resultan obvias. Para la mentalidad tradicional la política no es y no puede ser algo ajeno, independiente o lejano, es por el contrario algo obligado. Y ya hemos indicado en ocasiones que en la sociedad tradicional ningún saber es independiente de los otros y menos aún de los Principios metafísicos que constituyen el fundamento – simbólicamente, el Eje - de dicha sociedad. De modo que una verdadera ciencia de la Política es inseparable de los principios superiores que constituyen su Tradición.

La política en la sociedad tradicional puede entenderse como el medio por el que se construye y funciona una comunidad humana acorde a, y respetuosa con los principios metafísicos sobre los cuales dicha sociedad se funda. Una sociedad en la que, en palabras de Guénon:

Cada cual debe normalmente desempeñar la función a la que está destinado por su propia naturaleza; y no puede desempeñar otra sin que deje de ocurrir por ello un grave desorden, que tendrá repercusión sobre toda la organización social de la que forma parte. [1]

Añadiremos a estas palabras de Guénon una consideración más, a menudo pasada por alto. Una sociedad tradicional es aquella que además de permitir el cumplimiento del swadharma de cada miembro particular - que es exactamente a lo que se refiere Guénon en el párrafo inmediatamente anterior al citado -, garantiza la accesibilidad de las vías de realización adecuadas para aquellos que eventualmente lo demanden y estén naturalmente capacitados. Es obvio que esta condición no se cumple en el mundo de hoy. Por el contrario, cada vez es más difícil encontrar vías iniciáticas efectivas y funcionales. Y aún diremos algo más: este era y es el objetivo último - con frecuencia inconsciente -, de toda la 'revolución moderna', que puede resumirse en esto: cortar la cadena iniciática e impedir el acceso efectivo a la misma de aquellos que se encuentren potencialmente cualificados.

¿Cómo puede entonces alguien vinculado honestamente a una Tradición permanecer al margen de tales acontecimientos? Si se renuncia voluntariamente a dar la batalla, rechazando estar presente en el Foro o Asamblea, ¿cómo pueden entonces estas mismas instituciones o personas - que debieran ser un baluarte y un ejemplo de resistencia ante el avance del punto de vista profano y mercantilista -, quejarse o mostrar su disconformidad por los derroteros que va tomando la sociedad?

Por lo tanto, para los hombres que se consideren vinculados a una vía tradicional la acción política - sin reducir esta en absoluto a su sentido profano y moderno -, es un imperativo. Todo ello sin olvidar que, en un sentido amplio y sagrado, la misma acción ritual es ya en sí una manifestación política.

La razón que se argumenta a menudo de la inevitabilidad de ciertos acontecimientos debido a lo avanzado del ciclo cósmico no nos parece razón suficiente para justificar un repliegue voluntario que parece más bien una anticipación de la derrota.

IV.

Volviendo al inicio de este artículo queremos decir algo más para concluir. Dijimos que la defensa de la Tradición y la acción política eran necesarias incluso desde un punto de vista pragmático, tan propio de nuestra sociedad, donde solo lo rentable a corto plazo es considerado útil.

Pues bien, desde el punto de vista de la Tradición, el marco exotérico cumple la función de anillo protector - no solo metafóricamente -, del núcleo esotérico de esa misma Tradición [2], de tal modo que la destrucción o perversión del exoterismo pone en grave riesgo al mismo núcleo esotérico. Esto no debe perderse nunca de vista.

Ya hemos dicho que este desprecio por el exoterismo y el papel socio-político que puede y debe cumplir la Tradición debe considerarse una intoxicación moderna, e incluso una influencia nefasta de la new-age en las últimas décadas, pues tal idea pone eso que llaman el 'desarrollo personal' del individuo por delante y por encima de su comunidad, que es su contexto y su cosmos vital. Es decir, el yo - precisamente lo que se trata de combatir desde la perspectiva tradicional -, se pone por delante del todo, en este caso la comunidad, es decir, los otros. Un punto de vista a todas luces individualista y egoísta.

Ahora bien, siempre partiendo del hecho de que la disposición personal por la acción política será ante todo una cuestión de temperamento, y por tanto de la naturaleza propia de cada ser - lo que nos remite de nuevo a la idea de swadharma -, la única diferencia asumible en este sentido es aquella que estriba entre la diversidad del punto de vista brahmánico y el punto de vista chatria.

Dicho de otro modo, frecuentemente se oye lamentar, siguiendo sin duda a Guénon, la ausencia de una 'élite intelectual' en Occidente, pero se olvida demasiado a menudo la necesidad de una élite chatria, es decir, político-guerrera, y si la primera puede pasar desapercibida para el hombre corriente, la segunda de ningún modo puede permanecer oculta a la sociedad de la que forma parte.

Quizá no es mal momento para recordar que la principal consecuencia sociopolítica de la existencia de esa élite intelectual y espiritual no es otra que la constitución de las correspondientes élites de las otras dos castas: la chatria y la vayshya. Y ambas élites tienen que estar inscritas de forma activa y coherente en el interior de la sociedad y participar de la misma, siendo la actividad política en tanto gobierno de lo común la actividad propia precisamente de la segunda casta, cosa que a menudo se olvida en favor del mito guerrero.

En resumen, la élite espiritual debe ser una suerte de catalizador que facilite y guíe la acción política transformadora para su sociedad. Pero esto sólo puede hacerlo una 'élite espiritual' que asuma plenamente su función educadora y formadora de manera integral de los sujetos que han de conformar su sociedad.

De lo dicho se concluye que - aunque sea de un modo poco visible -, ni siquiera la llamada 'élite intelectual' puede estar al margen de lo político, tal y como demuestran figuras como San Bernardo, Santa Hildegarda o tantos otros santos de la cristiandad.

La conclusión es que lejos de sentir repugnancia por la cuestión política desde la Tradición es urgente la constitución y formación de una élite política de carácter tradicional así como la creación de una ciencia política tradicional destinada a re-enderezar el colapso social actual, haciendo de la sociedad un microcosmos y que no olvide el valor de lo sagrado.

 

[1] Guénon, R. La iniciación y los oficios. Publicado por vez primera en Le Voile d'Isis (1934) y compilado en Melanges.

[2] Puede describirse según el simbolismo del huevo como la clara y la yema del mismo.