Manifiesto del Gran Despertar
Great Reset
Los 5 puntos del príncipe Carlos
Durante el 2020, el fundador del foro económico de Davos, Klaus Schwab, y el Príncipe Carlos de Gales proclamaron el nuevo rumbo de la humanidad: lo llamaron the Greath Reseat, la “Gran Reconstrucción”.
El plan que ha sido anunciado por el Príncipe de Gales consta de cinco puntos:
1. Conquistar el imaginario de la humanidad (estas transformaciones sólo ocurren cuando la gente realmente las quiere);
2. Lograr la recuperación de la economía que se ha hundido debido al desastre causado por la pandemia del COVID-19, esta recuperación económica debe conducirnos hacia el “desarrollo sostenible”. Es necesario inventar otras estructuras productivas que sean sostenibles, ya que las estructuras actuales han tenido un efecto nocivo sobre el medio ambiente del planeta;
3. Crear una economía mundial que no dependa del petróleo, lo cual será conseguido mediante el encarecimiento de los precios del petróleo con tal de romper las resistencias del mercado;
4. Impulsar nuevamente la ciencia, la tecnología y la innovación con tal de que sirvan para el progreso humano. La humanidad está a punto de conseguir un avance radical que cambiará todas nuestras ideas sobre lo que es posible y de lo que puede beneficiarnos para crear un futuro sostenible;
5. Cambiar la estructura por medio de la cual se hacen las inversiones económicas. Es necesario aumentar la proporción de “inversiones verdes” y crear puestos de trabajo dedicados al campo de las “energías verdes”, la economía cíclica y la bio-economía, desarrollar el ecoturismo y las infraestructuras públicas “verdes” (1).
El desarrollo sostenible es el concepto más importante que creo el Club de Roma. Es una teoría que está basada a su vez en otra teoría que habla sobre “los límites del crecimiento” y según la cual la superpoblación del planeta ha llegado a un punto crítico (lo que implica la necesidad de reducir las tasas de natalidad).
El hecho de que la palabra “sostenible” sea utilizada en el actual contexto de la pandemia del Covid-19, que según algunos analistas debería conducirnos a una disminución del total de la población, ha generado toda clase de respuestas nivel mundial.
Las ideas de la Gran Reconstrucción pueden resumirse del siguiente modo:
– la gestión de la conciencia de la población a escala mundial, lo cual está haciendo la “cultura de la cancelación” por medio de la introducción de la censura en las redes sociales controladas por los globalistas (punto 1);
– transición hacia una economía ecológica y rechazo de las estructuras industriales creadas por la Modernidad (puntos 2 y 5);
– la integración de la humanidad en el 4º orden de la economía (tema que fue abordado en la anterior reunión de Davos), es decir, la sustitución progresiva de la mano de obra por los ciborgs y la introducción de la Inteligencia Artificial avanzada a escala planetaria (punto 3).
La idea central alrededor de la que gira la “Gran Reconstrucción” es la continuación del proceso de globalización y el fortalecimiento de la misma después de haber experimentado una serie de fracasos como la presidencia conservadora y anti-globalista de Donald Trump, la creciente influencia del mundo multipolar (impulsados por China y Rusia), el ascenso de los países islámicos (Turquía, Irán, Pakistán, Arabia Saudita) y el descenso de la influencia de Occidente.
Durante el Foro de Davos, todos los representantes de las élites liberales globales declararon su deseo de movilizar sus estructuras en vísperas de la elección presidencial de Biden para llevar a la victoria en los Estados Unidos a los demócratas, que son los aliados de su nuevo programa de gobierno.
La implementación
La Gran Reconstrucción comienza con la victoria de Biden.
Los líderes mundiales, los jefes de las principales corporaciones (las Big Tech, los Big Data, las Grandes Finanzas, etc.) se han unido y movilizado con tal de derrotar a sus oponentes: Trump, Putin, Xi Jinping, Erdogan, el Ayatollah Jamenei y muchos otros. Este proceso comenzó con el robo de la victoria de Donald Trump mediante el uso de las nuevas tecnologías que quieren “conquistar el imaginario” (párrafo 1), la introducción de la censura en Internet y los votos fraudulentos por medio del correo.
Ahora que Biden está en la Casa Blanca significa que los globalistas han comenzado a implementar los otros puntos de su agenda.
Esta agenda afectará todos los campos posibles: los globalistas quieren volver a tener el mismo poder que tenían antes de que aparecieran Donald Trump y los otros polos de la creciente multipolaridad. El control mental (a través de la censura y manipulación de las redes sociales, el seguimiento concienzudo y la recopilación de datos) y la introducción de las nuevas tecnologías van a jugar un papel clave en todo esto.
La epidemia del Covid-19 les ha proporcionado el pretexto perfecto. Usando como cobertura la crisis sanitaria global, la “Gran Reconstrucción” espera cambiar drásticamente la estructura por medio de la cual las élites globalistas mundiales contralan a la población del planeta.
La posesión presidencial de Joe Biden, junto con los decretos que ha firmado (los cuales han anulado prácticamente todas las decisiones de Trump), significan que el plan ya ha comenzado a ser implementado.
En su discurso acerca del “nuevo” rumbo que tomaría la política exterior de los Estados Unidos, Biden expresa las principales líneas que sigue la política globalista. Este rumbo solo puede parecer “nuevo” – aunque solo en parte – con respecto a la política exterior de Trump. Pero Biden simplemente está anunciando un retorno al anterior curso de las cosas:
– anteponer los intereses mundiales a los intereses nacionales;
– fortalecer las estructuras del Gobierno Mundial y sus distintas ramificaciones por medio de organizaciones supranacionales globales y estructuras económicas;
– fortalecer las estructuras de la OTAN y cooperar con todas las fuerzas y regímenes globalistas;
– promover y profundizar los cambios democráticos a escala global, que en la práctica son:
1) La intensificación de la presión sobre los países y regímenes que rechazan la globalización, como lo son Rusia, China, Irán, Turquía, etc.;
2) El fortalecimiento de la presencia militar de los Estados Unidos en Oriente Medio, Europa y África;
3) La financiación de toda clase de inestabilidades y “revoluciones de color”;
4) El uso generalizado de la “demonización”, el “desplazamiento” y el ostracismo en las redes sociales (cancel culture) contra todos los que se resistan, para así eliminar a aquellos que se adhieren a un punto de vista diferente al de los globalistas (ya sea que vivan en el exterior o en los EE.UU.).
Así que el nuevo curso de la Casa Blanca es endurecer su propio discurso liberal y no entablar ningún diálogo igualitario con nadie, siendo incapaces de tolerar la menor objeción en su contra. El globalismo ha entrado finalmente en una fase totalitaria y eso hace muy probable la posibilidad de que estallen nuevas guerras, incluida los grandes riesgos que implican una Tercera Guerra Mundial.
La geopolítica de la “Gran Reconstrucción”
La Fundación para la Defensa de las Democracias (Foundation for Defence of Democracies), la cual expresa la posición de los círculos neoconservadores de los Estados Unidos, publicó hace poco un informe que contiene una serie de recomendaciones para Biden y que señalan que las principales luchas de Trump fueron:
1) la radicalización del enfrentamiento contra China,
2) el aumento de la presión sobre Irán.
Estos dos puntos son muy positivos y Biden debería continuar fortaleciendo estos dos pilares de la política exterior.
Por otro lado, los autores del informe condenan otras acciones de la política exterior de Trump como:
1) buscar la desintegración de la OTAN;
2) acercarse a los “líderes de regímenes totalitarios” (China, la RPDC y Rusia);
3) hacer un “mal” negocio con los talibanes;
4) retirar las tropas estadounidenses de Siria.
En un contexto geopolítico, la “Gran Reconstrucción” significa una combinación entre “promover la democracia” con una “estrategia agresiva neoconservadora de dominación a gran escala” (que es el principal vector de la política “neoconservadora”). Al mismo tiempo recomiendan a Biden continuar y fortalecer el enfrentamiento contra Irán y China, pero también reanudar la lucha en contra de Rusia. Y para ello es necesario fortalecer la OTAN y ampliar la presencia estadounidense en todo el Oriente Medio y el Asia Central.
Los partidarios de la “Gran Reconstrucción” consideran a Trump, Rusia, China, Irán y algunos otros países islámicos como los principales obstáculos en su camino.
Por lo tanto, los proyectos medioambientales y las innovaciones tecnológicas (principalmente la introducción de la inteligencia artificial y la robotización) deben ser combinados con una creciente política militar agresiva en el exterior.
Una breve historia de la ideología liberal: la globalización como culminación de este proceso
El nominalismo
Si queremos comprender de forma clara qué significa exactamente, a un nivel histórico, la victoria de Biden y el “nuevo” curso que sigue Washington para implementar la “Gran Reconstrucción”, debemos antes que nada mirar la historia completa que ha llevado a la aparición de la ideología liberal y para ello es necesario buscar sus orígenes. Solamente así seremos capaces de apreciar en toda su plenitud la gravedad de la situación en la que vivimos. La victoria de Biden no es un episodio accidental en la historia, sino el anuncio de que los globalistas han iniciado un contraataque para evitar la agonía de un proyecto fallido. Es un acontecimiento bastante serio. Biden y las fuerzas que representa son la encarnación y la culminación de un proceso histórico que se remonta a la Edad Media y el cual ha alcanzado su madurez en los tiempos modernos. Esto se correlaciona con el surgimiento de la sociedad capitalista y hoy en día ha alcanzado su etapa final, pero teóricamente se puede esbozar desde sus mismos principios.
Las raíces del sistema liberal (=capitalismo) se remontan al debate escolástico acerca de los universales. Esta disputa dividió a los teólogos católicos en dos campos: algunos reconocieron la existencia de lo general (la especie, el género, los universales), mientras que otros consideraron que solo existían cosas concretas e individuales completamente aisladas y los nombres de esas cosas eran generalizaciones que fueron interpretadas como sistemas de clasificación que tenían un origen puramente externo a los objetos, siendo los nombres un “sonido vacío” … Aquellos que estaban convencidos de la existencia de una realidad común que abarcaba a todos los seres, eran seguidores de la tradición clásica de Platón y Aristóteles. Ellos fueron llamados “realistas”, es decir, aquellos que reconocían la “realidad de los universales”. El representante más destacado de todos los “realistas” fue Tomás de Aquino y, en general, la tradición de los monjes dominicos.
Los partidarios de la idea de que sólo las cosas aisladas y los seres individuales eran reales fueron llamados “nominalistas”, del latín nomen, “nombre”. La idea de “no duplicar la esencia” de las cosas se remonta precisamente a uno de los principales defensores del “nominalismo”, el filósofo inglés Guillermo de Ockham. Incluso antes de él, John Roscelin defendió ideas muy similares. Y aunque los “realistas” ganaron al principio y las enseñanzas de los “nominalistas” fueron consideradas como un anatema, la filosofía de Europa Occidental – especialmente durante los Nuevos Tiempos – siguió el camino que trazo Ockham.
El “nominalismo” sentó las bases para el surgimiento del liberalismo tanto en lo ideológico como en lo económico. El nominalismo consideraba al hombre como un individuo y nada más. Al mismo tiempo creía que todas las formas de identidad colectiva (la religión, el Estado, etc.) debían ser abolidas. Asimismo, sostenía la propiedad privada como algo absoluto, ya que las cosas concretas existen de forma separada y de eso modo era muy fácil atribuir una propiedad a uno u otro propietario individual.
El nominalismo prevaleció principalmente en Inglaterra, se generalizó en los países protestantes y gradualmente se convirtió en la principal matriz filosófica de la Modernidad. Se expresó tanto en la religión (la relación individual del hombre con Dios) como en la ciencia (el atomismo y el materialismo), la política (sentó las bases de la democracia burguesa), la economía (el mercado y la propiedad privada), la ética (el utilitarismo, el individualismo, el relativismo, el pragmatismo), etc.
El capitalismo: primera fase
El nominalismo es el origen desde donde históricamente surge el liberalismo que proviene desde Roselin y Ockham hasta Soros y Biden. Dividiremos este proceso histórico en tres etapas con tal de exponerlo más claramente.
La primera fase consistió en pensar la religión desde el punto de vista del nominalismo. La identidad colectiva de la Iglesia, tal y como era entendida por el catolicismo (y en mayor medida en la ortodoxia), fue reemplazada en el protestantismo que creía en una serie de individuos separados que de ahora en adelante tenían la libertad de interpretar las Sagradas Escrituras usando solamente su razón individual, mientras que rechazaban cualquier forma de tradición. Muchas de los aspectos esenciales del cristianismo – como los sacramentos, los milagros, los ángeles, las recompensas del más allá, el fin del mundo, etc. – fueron cuestionados y descartados ya que no cumplían con los “criterios racionales” necesarios.
La Iglesia como “cuerpo místico de Cristo” fue destruida y reemplazada por diferentes organismos particulares creados horizontalmente mediante la libre elección de sus miembros. Esto dio lugar a la aparición de muchas sectas protestantes rivales. En Europa y especialmente en Inglaterra, donde el nominalismo dio sus mayores frutos, este proceso terminó por ser frenado, pero las formas más radicales de protestantismo escaparon hacia el Nuevo Mundo y crearon en esa tierra su propia sociedad. Posteriormente aparecieron los Estados Unidos una vez que este luchó contra su propia metrópoli.
Paralelamente a la destrucción de la Iglesia como “identidad colectiva” (como elemento “común” a todos), comenzó la abolición de los estamentos. La jerarquía social, que estaba compuesta por los sacerdotes, la aristocracia y los campesinos, fue reemplazada por “un ciudadano” indefinido: ese es el significado original de la palabra “burgués”. La burguesía eliminó a todos los otros estamentos de la sociedad europea. El burgués era la representación del “individuo” por excelencia: un ciudadano que no podía ser definido ni por el clan, la tribu o la profesión, pero que poseía propiedad privada. Y esta nueva clase social comenzó a remodelar toda la sociedad europea.
Además, fue abolida la unidad supranacional que consideraba a la Santa Sede y al Imperio Romano de Occidente como una forma de “identidad colectiva”. Este orden fue reemplazado por una serie de Estados nacionales soberanos que eran una especie de “individuos políticos” en el campo internacional. Después de que acabó la guerra de los 30 años, la Paz de Westfalia consolidó este orden de los Estados nacionales.
A mediados del siglo XVII, el sistema de producción burgués, el capitalismo, empezó a desarrollarse en Europa Occidental.
La filosofía que justificaba este nuevo orden social fue primero planteada por Thomas Hobbes y luego desarrollada por John Locke, David Hume e Immanuel Kant. Adam Smith aplicó los principios del liberalismo a la economía y con ello sentó las bases del liberalismo como ideología económica. De hecho, el capitalismo es una implementación sistemática del nominalismo y ha adquirido el carácter de una cosmovisión total y coherente. El significado de la historia y del progreso fue concebido como un proceso de “liberación del individuo de todas las formas de identidad colectiva” hasta alcanzar los límites del mismo.
Al llegar el siglo XX, después de haber sucedido las conquistas coloniales, el capitalismo de Europa occidental se había convertido en algo global. El nominalismo prevaleció en la ciencia y la cultura, en la política y la economía, en el pensamiento cotidiano de las personas de occidentales y de toda la humanidad, esto último sucedió principalmente por la fuerte influencia que ejerce sobre todos los pueblos el pensamiento occidental.
El siglo XX y el triunfo de la globalización: la segunda fase
En el siglo XX el capitalismo enfrentó una serie de nuevos desafíos que no tenían nada que ver con las formas habituales de identidad colectiva de carácter religioso, estamental, profesional, etc., sino que se trataba de teorías artificiales e igualmente modernas (como lo era el liberalismo) que rechazaban el individualismo en favor de nuevas formas de identidad colectiva justificadas conceptualmente.
Los socialistas, socialdemócratas y comunistas se opusieron al liberalismo defendiendo la clase como una forma de identidad colectiva y llamaron a los trabajadores de todo el mundo para que se unieran con el fin de derrocar el poder de la burguesía mundial. Esta estrategia resultó ser eficaz y en algunos países grandes, que no se habían desarrollado industrialmente, triunfaron las revoluciones proletarias. Esto no paso en Occidente, incumpliéndose las profecías que había hecho el fundador del comunismo Karl Marx.
Paralelamente a la agitación comunista, pero esta vez en Europa Occidental, llegaron al poder varias fuerzas nacionalistas radicales. Pero ellas defendían la idea de la “nación” o de la “raza”, oponiendo al individualismo liberal una identidad “compartida” y “colectivo”.
Los nuevos oponentes que intentaron luchar contra el liberalismo ya no tenían nada que ver con formas de inercia del pasado, como había sucedido en momentos anteriores, sino que representan proyectos modernos que habían surgido en Occidente. Pero estos proyectos fueron construidos sobre el rechazo del individualismo y el nominalismo. Este rechazo fue claramente entendido por muchos de los teóricos del liberalismo, principalmente por Hayek y su alumno Popper, quienes consideraban que los “comunistas” y los “fascistas” eran por igual “enemigos de la sociedad abierta”. Y llamaron a una guerra a muerte contra estas dos ideologías.
Utilizando de forma táctica a la Rusia soviética, el capitalismo logró vencer a los regímenes fascistas, culminando su derrota ideológica con el fin de la Segunda Guerra Mundial. El comienzo de la “Guerra Fría” que enfrentó a Occidente contra Oriente finalizó en los últimos años de la década de 1980 con la victoria del liberalismo sobre el comunismo.
Con ello, el proyecto de liberar al individuo de todas las formas de identidad colectiva y la instauración de una “ideología progresista” liberal sobre el resto del mundo pasan a una nueva etapa de desarrollo. En la década de los noventa, varios de los teóricos del liberalismo empezaron a hablar del “fin de la historia” (F. Fukuyama) y del “momento unipolar” (C. Krauthamer).
Es aquí donde somos testigos de que el capitalismo entra en su fase más avanzada: la globalización. En realidad, fue en este momento cuando en los Estados Unidos las ideas globalistas triunfaron al interior de las élites gobernantes, esta estrategia fue esbozada durante la Primera Guerra Mundial por los 14 puntos de Wilson. Pero después de haberse acabado la Guerra Fría, estas ideas terminaron por unir a la élite de los partidos políticos Demócrata y Republicano por medio de los “neoconservadores” …
El género y el post-humanismo: la tercera fase
Tras la victoria sobre su último enemigo ideológico – el socialismo –, el capitalismo fue por fin capaz de acercarse a su objetivo final. El individualismo, el mercado, la ideología de los derechos humanos, la democracia y los valores occidentales habían triunfado en todo el mundo. Parecía que sus objetivos se habían cumplido por completo y que ya no existía ningún oponente serio o un sistema alternativo que pudiera confrontar al “individualismo” y al nominalismo.
Durante este período, el capitalismo entró finalmente en una tercera fase. Sin embargo, después de ver más de cerca el proceso de desarrollo social y después de derrotar a todos sus enemigos externos, los liberales descubrieron dos formas más de identidad colectiva. Primero que nada, descubrieron el género. El género es igualmente una forma de identidad colectiva como lo es lo masculino o lo femenino. Por lo tanto, la siguiente etapa del liberalismo es la destrucción del sexo como algo objetivo, esencial e irrevocable.
Así que ellos exigieron la abolición del género al igual que la de todas las demás formas de identidad colectiva anteriores que ya eran obsoletas y ya habían sido destruidas. De ahí la aparición de las políticas de género y el hecho de que la categoría del sexo se haya convertido en algo “opcional” y que depende de la elección individual. Nuevamente nos encontramos frente a una forma de nominalismo: ¡¿por qué debería existir una doble denominación para los géneros?! Una persona puede ser reducida a un individuo y el género es algo que puede ser elegido de forma arbitraria, del mismo modo en que cada uno puede elegir que religión, profesión, nación y forma de vivir puede tener.
Las políticas de género comenzaron a ser promovidas por la ideología liberal precisamente en los años noventa, justo después de haber conseguido vencer a la URSS. Por supuesto, aún existían adversarios externos que se interponían en el camino de las políticas de género, especialmente los países que debido a la inercia aún poseen ciertos restos de la sociedad tradicional, los valores familiares, etc., así como los círculos conservadores que todavía existen dentro de Occidente. La lucha contra los conservadores y los “homófobos”, es decir, contra aquellos que son defensores de la visión tradicional de la existencia de los dos sexos, se ha convertido en el nuevo enemigo de todos los seguidores del progresismo liberal. Gran parte de la izquierda ha terminado por unirse a esta agenda, reemplazando sus antiguos objetivos anticapitalistas con toda una serie de políticas de género y la protección de los inmigrantes.
Gracias a la institucionalización de las normas referentes a la política de género y el éxito alcanzado por la migración masiva, se ha conseguido la atomización de la población de los países occidentales (algo que encaja muy bien en la ideología de los derechos humanos, que parte de la idea de que solo existe el individuo y no se debe tenerse en cuenta su origen cultural, religioso, social o nacional), pero ahora se hace evidente que los liberales quieren dar un paso más y desean eliminar por completo a la humanidad.
Después de todo, la humanidad también es una identidad colectiva, lo que significa que es algo que debe ser superado, abolido y demolido. Todo esto sucede debido al nominalismo: el “hombre” no es otra cosa que un nombre, una idea mental sin contenido, una clasificación arbitraria y, por lo tanto, no es algo seguro. Solo existen los individuos, y no la humanidad, el hombre o la mujer, la religión o el ateísmo. Nosotros podemos elegir cualquiera de esas identidades.
El último paso que deben dar los liberales, después de cientos de años de haber seguido este camino, es reemplazar a las personas, aunque de forma parcial, con los ciborgs, las redes comandadas por la inteligencia artificial y los productos creados por medio de la ingeniería genética. Ya que el género es algo opcional, es lógico pensar que también es opcional el seguir siendo humanos.
Este proyecto ya ha sido anticipado hasta en sus mínimos detales por el post-humanismo, el posmodernismo y la filosofía del realismo especulativo. Mientras tanto, la tecnología hace cada vez más posible que esto suceda en el futuro. Los futurólogos y los partidarios de la aceleración de los procesos históricos (los aceleracionistas) ven muy positivamente este futuro donde la Inteligencia Artificial adquirirá parámetros básicos muy similares a la inteligencia humana. Ellos lo llaman la Singularidad y esperan que suceda dentro de 10 o 20 años.
La última batalla del liberalismo
Es precisamente en este terrible contexto en el que debemos situar la victoria de Biden en los Estados Unidos. Esto es lo que significa la Gran Reconstrucción o el lema “Reconstruir Todo Mejor”.
En la década del 2000, los globalistas tuvieron que hacer frente a toda una serie de desafíos que no eran de orden ideológico sino de orden “civilizacional”. Desde finales de los 90, prácticamente no quedaba ninguna ideología que pudiera desafiar globalmente al liberalismo, al capitalismo y al globalismo. Todos esos principios fueron aceptados por todos o casi por todos los países en mayor o en menor grado. Sin embargo, los procesos de implementación del liberalismo y de las políticas de género, así como la abolición de los Estados nacionales a favor de la implantación de un Gobierno Mundial, terminaron por ser frenados debido a varios acontecimientos.
En primer lugar, la Rusia de Putin empezó a reclamar su independencia, ya que Rusia todavía poseía una gran cantidad de armas nucleares y tenía una larga tradición histórica de oponerse en contra de Occidente. Igualmente, se habían conservado en la sociedad una gran parte de las tradiciones del pueblo.
China, un país que participaba activamente en la globalización y realizaba una gran cantidad de reformas liberales, no tenía mucha prisa en implementar esas ideas en su sistema político, por lo que conservó su Partido Comunista y rechazó el liberalismo político. Además, bajo la presidencia de Xi Jinping, comenzaron a aumentar las tendencias nacionalistas de la misma política china. Beijing ha utilizado de forma estratégica las necesidades del “mundo libre” para poder alcanzar sus intereses nacionales e incluso reforzar su propia civilización, lo cual no hacia parte de los planes de los globalistas.
Los países islámicos continuaron luchando contra la occidentalización y, a pesar del bloqueo y la presión que sufrieron, consiguieron mantener (como en el caso del Irán chiita) sus políticas anti-occidentales y anti-liberales. La política de los Estados sunitas más grandes, es decir, de Turquía y Pakistán, se hizo cada vez más independiente de Occidente.
Además, en Europa comenzó una ola de movimientos populistas que crecieron debido al descontento de los europeos autóctonos frente a la inmigración masiva y las políticas de género. Las élites políticas de Europa permanecieron completamente subordinadas a la estrategia globalista (como queda claro al ver el Foro de Davos o leer los informes teóricos que presentan Schwab y el Príncipe Carlos), pero las sociedades europeas empezaron a resistirse y, en algunas ocasiones, incluso acabaron por rebelarse abiertamente en contra de sus gobiernos, como sucedió con las protestas de los chalecos amarillos en Francia… En algunos lugares, como en Italia, Alemania o Grecia, varios partidos populistas llegaron a ser parte del parlamento.
Finalmente, en el año del 2016, Donald Trump logró convertirse en presidente de los Estados Unidos y comenzó a hacer todo clase de críticas directas y duras en contra de la ideología, la práctica y los objetivos globalistas, siendo apoyado por casi la mitad del pueblo estadounidense.
Todas estas tendencias anti-globalistas se convirtieron, a los ojos del globalismo, en una imagen ominosa: la historia de los últimos siglos, que había sido determinada por la aparente instauración de los valores sustentados en el nominalismo y el liberalismo, comenzó a ser cuestionada. No se trataba para nada de la caída o el cuestionamiento de un determinado régimen político, sino del rechazo mismo del liberalismo como tal.
Incluso los mismos teóricos del globalismo fueron capaces de ver que algo andaba mal. Esa fue la razón por la cual Fukuyama abandonó sus tesis acerca del “Fin de la Historia” y propuso que se reforzara la existencia de los Estados nacionales, pero bajo el dominio de élites liberales que pudieran preparar a las masas para que finalmente aceptaran la transformación de la humanidad en una post-humanidad, incluso mediante el uso de métodos bastante duros. Otro globalista, Charles Krauthammer, afirmó que el “momento unipolar” había terminado y que las élites globalistas ya no podían esperar seguir dominando.
Los representantes de las élites globalistas han pasado estos últimos 4 años viviendo en estado de pánico e histeria. Por lo que se hizo necesario sacar de la presidencia de Estados Unidos a Donald Trump, ya que era una cuestión de vida o muerte para el globalismo. Si Trump hubiera permanecido en el cargo, se hubiera producido el colapso irreversible del proyecto globalista.
Pero Biden consiguió, por las buenas o las malas, expulsar a Trump de la presidencia y demonizar a todos sus partidarios. Desde ese momento comenzó la Gran Reconstrucción. Sin embargo, no es un proyecto nuevo: se trata únicamente de una reactualización de las ideas progresistas modernas que surgieron en la civilización europea occidental y que son interpretadas según el espíritu de la ideología liberal y la filosofía nominalista. Ya falta muy poco por hacer: el individuo debe ser liberado de las últimas formas que faltan de la identidad colectiva mediante la abolición del género y la instauración de un paradigma post-humanista.
Los éxitos alcanzados por las altas tecnologías, la integración de las sociedades a las redes sociales (que las élites liberales están contralando ahora mismo de forma rígida y abiertamente totalitaria) y el desarrollo de métodos que monitorean e influyen en las masas han conseguido cumplir varios de los objetivos de la globalización.
Sin embargo, para cumplir estas metas es necesario acelerar (y dejar de prestarle atención a las quejas) con tal de despejar el camino que llevará al Fin de la Historia. Todo esto implica que la salida de Donald Trump del poder es solamente el primer paso para deshacerse de todos los obstáculos que faltan.
Por fin somos capaces de comprender el gran problema histórico que estamos enfrentando. Por fin podemos hacernos una idea clara de que es la “Gran Reconstrucción”. Es el comienzo de la “última batalla”. Los globalistas en su lucha por instaurar el nominalismo, el liberalismo, la liberación del individuo y la sociedad civil se consideran a sí mismos como los “guerreros de la luz” que llevan a las masas hacia el progreso, liberan al mundo de toda clase de prejuicios milenarios, crean nuevas oportunidades y, probablemente, serán quienes consigan hacer la inmortalidad física una realidad por medio de los milagros obtenidos por la ingeniería genética.
Para los globalistas, todos aquellos que se oponen a este sueño son los representantes de las “fuerzas de las tinieblas”. Y según esta lógica, los “enemigos de la sociedad abierta” deben ser tratados de acuerdo a sus crímenes. “Si el enemigo no se rinde, entonces será destruido”. Y el enemigo es todo aquel que cuestione cualquiera de las manifestaciones del liberalismo, el globalismo, el individualismo y el nominalismo. De ahora en adelante esta será la nueva ética que va instaurar el liberalismo.
No es algo personal. Todos tienen derecho a ser liberales, pero nadie tiene derecho a no ser liberal.
La división al interior de los Estados Unidos: el trumpismo y sus enemigos
El enemigo intermo
En un contexto mucho más limitado y reducido que toda la historia general del liberalismo desde la aparición de Ockham hasta la llegada de Joe Biden, podemos situar la victoria de los demócratas sobre Trump en su enfrentamiento por la Casa Blanca en el invierno del 2020-2021, como un evento que tiene una gran importancia ideológica, principalmente debido a todos los eventos que se han desarrollado al interior de la sociedad estadounidense.
Tras la caída de la URSS y el comienzo del “momento unipolar” durante la década de los 90 del siglo XX se produjo la desaparición de todos los opositores externos del globalismo liberal. Al menos, ese parecía ser el caso y por ello se declaró de forma optimista el “Fin de la Historia”. Aunque esa predicción resultó ser muy prematura, Fukuyama simplemente se preguntaba si de hecho el futuro había culminado y por eso seguía al pie de la letra la interpretación liberal de la historia y, por lo tanto, aunque hizo algunas modificaciones, su análisis era en todo caso correcto.
Toda la humanidad adoptó, de una forma u otra, las leyes que había establecido la democracia liberal: el mercado, las elecciones libres, el capitalismo, el reconocimiento de los “derechos humanos”, las normas de la “sociedad civil”, la administración tecnocrática, además de su deseo de unirse al desarrollo y a la implementación de las altas tecnologías (especialmente las digitales). Si alguien sigue rechazando la globalización, es más bien por culpa de la inercia y porque no ha sido lo suficientemente “bendecido” por el progreso liberal.
En otras palabras, no se trata de una oposición ideológica, sino solo de un estorbo molesto. Las diferencias entre las civilizaciones se irían borrando gradualmente. El capitalismo, que había sido adoptado tanto por China como por Rusia y el mundo islámico, tarde o temprano llevaría a la implantación de procesos de democratización política, debilitamiento de la soberanía nacional y conducirían, en última instancia, a la adopción de un sistema planetario, es decir, un gobierno mundial, ya que no existen de ahora en adelante luchas ideológicas y todo se reduce a una cuestión de tiempo.
Fue en este contexto que los globalistas intentaron aplicar todas las pautas posibles con tal de alcanzar las metas de su programa: la abolición de todas las formas residuales de identidad colectiva. Esto lo intentaron lograr principalmente con la promoción de las políticas de género, así como también por medio de la intensificación de los flujos migratorios que estaban diseñados para terminar de erosionar la identidad cultural de las sociedades occidentales europeas y estadounidenses. Por lo tanto, el principal objetivo de los globalistas iba dirigido a transformar los países occidentales.
El “enemigo interno” comenzó a manifestarse dentro de Occidente como la suma de todas las fuerzas que se rebelaban en contra de la destrucción de la identidad sexual, además de los remanentes de las tradiciones culturales que existían (impulsadas por la migración) y el debilitamiento cada vez más acentuado de la clase media. El horizonte futuro post-humanista promocionado por la teoría de la Singularidad y el reemplazo de los seres humanos por la Inteligencia Artificial empezaron a inspiraron cada vez más miedo. Filosóficamente, no todos los intelectuales han aceptado las paradójicas conclusiones a las que ha llegado el posmodernismo y el realismo especulativo.
Además, ha surgido una clara contradicción entre las masas occidentales (que viven bajo las viejas ideas que promovía la Modernidad) y las élites globalistas (que luchan a toda costa por acelerar el progreso social, el liberalismo cultural y tecnológico). Por lo tanto, surgió dentro de la civilización Occidental una especie de dualismo ideológico que dividía sus sociedades. Así que los enemigos de la “sociedad abierta” ahora eran parte de la misma civilización occidental. Se trataba de todos aquellos que rechazaban las conclusiones más radicales del liberalismo y no aceptaban en absoluto ni las políticas de género, ni la inmigración masiva, ni tampoco la abolición de los Estados nacionales o la desaparición de la soberanía.
Esa creciente resistencia que iba apareciendo fue denominada generalmente como “populismo” (o “populismo de derecha”) que era una continuación de la ideología liberal que promovía el capitalismo y la democracia liberal, pero que interpretaba estos “valores” y “programas” desde la perspectiva de la vieja Modernidad y no desde los puntos de vista de la nueva Posmodernidad.
La libertad fue interpretada desde la posibilidad de sostener cualquier punto de vista y no siguiendo las normas de la corrección política. La democracia fue interpretada como el gobierno de la mayoría. La libertad de poder cambiar de sexo fue combinada con la libertad de permanecer fiel a los valores familiares. La voluntad de aceptar a los migrantes que expresaban el deseo de demostrar su capacidad de integrarse a las sociedades occidentales fue interpretado de una manera estrictamente diferente a la aceptación universal de todos sin distinción y que era normalmente acompañada de un mea culpacontinuo donde los países ricos que los acogían se disculpaban por su pasado colonialista.
Poco a poco, este “enemigo interno” de los globalistas llegó a alcanzar grandes proporciones y una poderosa influencia. La vieja forma de democracia desafió a la nueva.
Trump y el levantamiento de los desechados
Este proceso culminó con la elección de Donald Trump en el 2016. Trump ha construido su agenda sobre esta división que existe al interior de la sociedad estadounidense. La candidata de los globalistas – Hillary Clinton – llamó descaradamente a todos los partidarios de Trump “enemigos internos”: depplorables, es decir, gente “patética”, “lamentable” o “inútil”. Estas “entidades insignificantes” acabaron eligiendo a Donald Trump en contra de estas políticas.
Por otra parte, Trump anunció su deseo de “drenar el Pantano”(drain the Swamp), es decir, acabar con la estrategia globalista del liberalismo y “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”(Make America great again). Debemos prestarle mucha atención a las palabras “otra vez” (again). Trump quería antes que nada regresar al tiempo de los Estados nacionales y dar varios pasos atrás en el curso de la historia tal y como la entendían los liberales. Era una forma de enfrentar al “buen ayer” contra el “globalismo de hoy” y el “post-humanismo del mañana”.
Los siguientes 4 años del gobierno de Trump se convirtieron en una verdadera pesadilla para los globalistas. Durante estos 4 años, los medios de comunicación al servicio del globalismo acusaron a Donald Trump de toda clase de pecados, incluido el de trabajar “para los rusos” (que persistían en sus débiles intentos de rechazar el nuevo “mundo feliz” que se les había ofrecido) y el de sabotear el fortalecimiento de las instituciones supranacionales que culminarían en la formación de un Gobierno Mundial, sin hablar de que impedía la promoción de los desfiles del Orgullo Gay.
Todos los enemigos de la globalización liberal fueron considerados como un solo grupo en el cual se encontraban Putin, Xi Jinping, algunos líderes islámicos e igualmente – ¡solo basta ver la propaganda en su contra! – al mismo presidente de los Estados Unidos de América, quien era el hombre más poderoso del “mundo libre”. Los globalistas vieron esto como un desastre y no descansaron hasta que Trump fue finalmente derrocado por medio del uso de revoluciones de colores, disturbios manipulados por los globalistas, votos falsos y métodos de conteo de votos que solo eran aplicados en contra de otros países y regímenes despreciados por los Estados Unidos.
Los globalistas únicamente fueron capaces de sentirse tranquilos una vez que retomaron el control de la Casa Blanca y nuevamente aplicaron… su antiguo programa. Pero para ellos la “reconstrucción” (build back) significa volver al “momento unipolar” y eso significa retornar a un mundo pre-Trump.
El trumpismo
Trump llegó al poder en medio de una ola populista en el 2016, lo cual no ha podido conseguir ningún líder europeo. Eso convirtió a Trump en un símbolo de la oposición en contra del liberalismo globalista. Aunque no era una alternativa ideológica, sino solamente una resistencia desesperada frente a las últimas conclusiones a las que había llegado la lógica y la metafísica liberal (nominalismo). Trump no quería eliminar el capitalismo o la democracia, sino solo aquellos elementos que estaban alcanzando la etapa final de su implementación gradual y más radical. Sin embargo, su lucha fue suficiente como para establecer un antes y un después dentro de la sociedad estadounidense.
El fenómeno del “trumpismo”, que en muchos sentidos supera por mucho a Donald Trump como individuo, se ha convertido en parte de una ola de protestas mundiales frente a la globalización. Pero resulta obvio que Trump nunca siguió alguna especie de ideología. Sin embargo, a su alrededor se formó un bloque de oposición al globalismo. La conservadora estadounidense Ann Coulter, que escribió un libro titulado En Trump confiamos, luego reformuló este nombre y dijo “confiamos en el trumpismo” (2).
No se trató tanto de Trump como de la confrontación entre las fuerzas representadas por él, que luchaban contra el globalismo, lo que finalmente se convirtió en el núcleo ideológico del trumpismo. Trump, como presidente, no siempre estuvo a la altura de la tarea que le fue encomendada. Y mucho menos fue capaz de hacer algo parecido a “drenar el Pantano” o vencer al “globalismo”. Pero, a pesar de que no cumplió sus metas, si consiguió convertirse en el representante de todos aquellos que se habían dado cuenta o que sentían sobre ellos el peligro que implicaban la vinculación entre las élites globalistas con las Grandes Finanzas y las Grandes Empresas Tecnológicas.
Fue bajo esas banderas que el trumpismo tomó forma. Steve Bannon, un intelectual estadounidense conservador, fue muy importante en ese proceso, ya que consiguió movilizar en apoyo de Trump a amplios sectores de la juventud y también a varios movimientos conservadores dispersos. Bannon también se ha inspirado en varios escritores antimodernistas, como Julius Evola, por lo que su oposición al globalismo y al liberalismo tiene raíces filosóficas profundas.
El trumpismo también contó con el apoyo de varias personalidades paleoconservadoras – aislacionistas y nacionalistas – como lo fueron Peter Buchanan, Ron Paul, así como partidarios de una filosofía antiliberal y antimodernista (fundamentalmente anti-globalista), que habían sido desterrados a la periferia a partir de la década de 1980 por neoconservadores (globalistas de derecha) como Richard Weaver y Russell Kirk.
Los representantes de la organización virtual QAnon se convirtieron en la expresión práctica de las movilizaciones masivas a favor de “Trump”, que convirtieron todas las críticas en contra del liberalismo, los demócratas y los globalistas en una teoría conspirativa que se difunde en las redes sociales mediante toda clase de acusaciones y revelaciones de que los globalistas están involucrados en escándalos sexuales, pedofilia, corrupción y satanismo.
Los partidarios de QAnon son fieles a sus intuiciones acerca de la naturaleza siniestra de la ideología liberal (que se hizo evidente en sus últimas etapas actuales y en su triunfante difusión global), dándole a los estadounidenses promedios y a la conciencia de las masas un análisis de la realidad (las masas estadounidenses no gustan de hacer una profunda reflexión filosófica o ideológica). Mediante esta plataforma, QAnon consiguió ampliar grandemente su influencia, pero al mismo tiempo la crítica al liberalismo adquirió rasgos muy grotescos.
Fueron los partidarios de QAnon quienes, como vanguardia conspirativa del populismo de masas, dirigieron las protestas del 6 de enero hechas por los partidarios de Trump que estaban indignados por el robo de las elecciones, lo que culmino en la irrupción del Capitolio. El asalto terminó en un fracaso y únicamente consiguieron darle a Biden y los demócratas una excusa para que demonizaran nuevamente al “trumpismo” y a todos los oponentes de la globalización y en el hecho de que de ahora en adelante cualquier conservador será equiparado con un “extremista”. Después de estos acontecimientos, siguieron una serie de arrestos y los más coherentes entre los “nuevos demócratas” propusieron que era necesario despojar a los seguidores de Trump de todos sus derechos sociales, incluida la posibilidad de comprar boletos de avión.
Dado que las redes sociales son monitoreadas regularmente por los funcionarios de la élite liberal, no fue muy difícil recopilar la información de casi todos los ciudadanos estadounidenses y sus preferencias políticas. Así que la llegada de Biden a la Casa Blanca se encuentra determinada por el hecho de que el liberalismo posee ahora mismo características abiertamente totalitarias.
De ahora en adelante, todo lo que sea identificado como trumpismo, populismo, protección de los valores familiares o cualquier indicio de conservadurismo y desacuerdo hacia las posturas globalistas y liberales serán consideradas casi como un crimen en los Estados Unidos, además de que serán equiparadas en todas sus manifestaciones a un discurso de odio y al “fascismo”.
Sin embargo, el trumpismo no se esfumó con la victoria de Biden. Trump obtuvo más de 70.000.000 en estas últimas elecciones.
Y eso deja entrever que el trumpismo no se acabará con la derrota de Donald Trump. La mitad de la población estadounidense es ahora parte de la oposición radical al sistema y los trumpistas más consistentes hacen parte del núcleo que resiste en contra de la globalización, estando ellos en las entrañas mismas de la ciudadela del globalismo.
Un proceso muy parecido esta ocurriendo en los países europeos, donde los movimientos y partidos populistas son cada vez más conscientes de que se han convertido en disidentes que han sido privados de todos sus derechos y que se ven sujetos a una persecución ideológica abierta por parte de la dictadura globalista.
Aunque los globalistas (que han vuelto a recuperar el poder de los Estados Unidos) les gustaría pensar que los últimos 4 años no fueron más que una “molestia en el camino”, y aunque deseen declarar que su victoria es un “retorno a la normalidad”, la realidad objetiva dista bastante de parecerse a las tranquilizadoras ilusiones que promueven. No solamente los países que poseen una identidad civilizacional muy diferente a la suya se han movilizado en su contra y rechazado su ideología, sino que también la mitad de la población occidental, que poco a poco se ha ido dando cuenta de la gravedad de su situación, ha comenzado a buscar una alternativa ideológica a sus propuestas.
Biden tendrá que enfrentar todos estos obstáculos ahora que ha asumido la presidencia de los Estados Unidos. Los Estados Unidos están ardiendo bajo los pies de los globalistas. Y este hecho hace que la “batalla final” adquiera una dimensión bastante especial. Ya no se trata de una confrontación entre Occidente y Oriente, ni tampoco de los Estados Unidos y la OTAN contra todos los demás, sino de los partidarios del liberalismo contra toda la humanidad, incluida una parte de la humanidad que ahora habita el territorio de la civilización occidental, pero que cada vez se encuentra más alienada de las élites globalistas. Este será uno de los frentes más importantes de esta lucha …
Individuum y dividuum
Antes que nada, es necesario que aclaremos un punto muy importante. Hemos planteado que para el liberalismo la historia es la liberación progresiva del individuo de todas las formas de identidad colectiva. Por lo tanto, la meta final de este proceso lógico que lleva hasta sus últimas consecuencias el nominalismo será la transición hacia el post-humanismo y el futuro reemplazo de la humanidad por una civilización dominada por las máquinas: un mundo post-humano. Este es el resultado final del individualismo absoluto llevado hasta sus límites.
Pero es aquí donde la filosofía liberal choca de frente con una gran paradoja. La liberación del individuo de toda identidad humana (que es una de las razones de la implementación de las políticas de género, las cuales transforman de modo consciente y deliberado al ser humano en un monstruo depravado) no garantiza de ninguna manera que aparecerá algo nuevo – ¡según la lógica del progreso! -, pues la criatura que surja de este proceso seguirá siendo un individuo.
Además, el desarrollo de las redes de la tecnología informática y la ingeniería genética, como también de la ontología orientada hacia los objetos como culminación de las ideas del posmodernismo, nos conducen lógicamente a pensar que la “nueva criatura” que va aparecer no será un “animal”, sino una “máquina”, siendo eso lo que de ahora en adelante se entenderá por “inmortalidad”: esta inmortalidad será proporcionado seguramente por medio de la preservación artificial de los recuerdos personales (que son bastante fáciles de recrear).
Frente a esto, el individuo futuro, como objetivo final del liberalismo, será incapaz de asegurar que la meta del progreso fue llevarlo a la manifestación de su propia individualidad. El ser futuro del liberalismo, en teoría, no es, por lo tanto, el individuum, un ser “indivisible”, sino el dividuum, es decir, un ser divisible y constituido por muchas partes que pueden ser sustituidas. En definitiva, ser trata de una máquina compuesta por muchas partes intercambiables.
A lo largo de la historia de la física teórica se ha ido produciendo un cambio de la teoría de los “átomos” (es decir, de las “unidades indivisibles que componen la materia”) hacia la teoría de las partículas, que rechaza la idea de la existencia de que las “partes existen como un todo” y sostiene que las “partes pueden existir sin el todo”. De este modo, el individuo también puede ser descompuesto en partes cuyos componentes pueden ser re-ensamblados o no ser ensamblados, como si fueran bio-bloques usados para la construcción. Este es la razón por la que la ciencia ficción moderna promueve todas esas imágenes de un futuro habitado por mutantes, quimeras y monstruos (futuro que, en cierto sentido, anticipa la creación de estos seres).
Los posmodernistas y los realistas especulativos han estado preparando el terreno para reemplazar la idea del cuerpo humano como un todo integral con un “parlamento de órganos” (B. Latour). El individuo, como unidad biológica, se convertirá en otra cosa y acabará por transformarse totalmente una vez que llegue a encarnar esa esencia.
La interpretación del liberal del progreso de la humanidad termina con la inevitable abolición de la misma humanidad.
Eso es lo que sospechan vagamente todos aquellos que se han embarcado en el camino de luchar en contra de la globalización y el liberalismo. Y aunque QAnon y sus descabelladas teorías conspirativas y antiliberal distorsionan muchísimo las cosas, dándole a sus ideas características grotescas que los liberales pueden refutar muy fácilmente, un análisis y descripción sobrio y objetivo de la realidad resulta ser mucho más terrible que cualquiera de las alarmantes y monstruosas anticipaciones que hacen los movimientos conspirativos.
La Gran Reconstrucción es de hecho un plan para eliminar a la humanidad, porque esa es la conclusión lógica a la que el “progreso” histórico desde un punto de vista liberal nos lleva: la idea de liberar al individuo de todas las formas posibles de identidad colectiva no puede sino tener como resultado que el individuo finalmente desaparezca.
El Gran Despertar
El Gran Despertar: un grito en la noche
Ahora abordaremos la tesis simétricamente opuesta a la Gran Reconstrucción: el Gran Despertar (Great Awakening).
Este eslogan fue usado por primera vez por los anti-globalistas estadounidenses, en especial por el presentador del canal de televisión alternativo Infowars, Alex Jones, quien fue sometido a una fuerte censura globalista y tuvo que desplazarse a las redes sociales durante la primera etapa de la presidencia de Donald Trump. Luego, este lema fue usado por los activistas de QAnon. Resulta muy importante que esto sucediera en los Estados Unidos, donde desde hacía mucho existía una gran desconfianza de los populistas en contra de las élites globalistas. Los populistas consiguieron que su presidente gobernara durante 4 años, aunque sometido a toda una cantidad de trabas administrativas y con un horizonte ideológico muy limitado.
Los mismos anti-globalistas, que carecen de un bagaje ideológico y filosófico serio, por lo menos fueron capaces de captar la esencia de los procesos más importantes que se estaban desarrollando en el mundo moderno. El globalismo, el liberalismo y la “Gran Reconstrucción” son la expresión de los planes de las élites liberales que quieren llevar a cabo sus planes hasta el final, además de que están dispuestos a usar cualquier método necesario incluyendo la dictadura total, la represión a gran escala y las campañas de desinformación, ya que cada vez encuentran una mayor resistencia y un mayor número de consciencias dispuestas a luchar contra sus designios.
Alex Jones siempre termina sus programas diciendo: “¡You are Resistance!”, “¡Ustedes son la Resistencia!” Además, tanto Alex Jones como los activistas de QAnon no poseen una ideología clara. En ese sentido son los verdaderos representantes de las masas populares, esos “desechables” a quienes Hillary Clinton humillaba con tanta facilidad. Ahora mismo, los “desechables” han despertado, pero ellos no son los oponentes ideológicos del liberalismo, ni tampoco los enemigos del capitalismo o los adversarios de la democracia Tampoco son conservadores. Son antes que nada personas de a pie, personas normales, gente común y corriente. Pero… son las personas que quieren ser personas y seguir siendo humanas. Es decir, que quieren defender la libertad, el género, la cultura y seguir honrado sus lazos concretos con su Patria, con el mundo que las rodea y con las personas que los apoyan.
El Gran Despertar no tiene nada que ver con las élites y los intelectuales, sino con la gente corriente, con las masas y los ciudadanos normales. Y ese Despertar no tiene que ver con un análisis ideológico. Es una reacción espontánea de las masas (poco competentes en términos filosóficos), pero que se han dado cuenta de forma vivida y repentina (como lo hace el ganado antes de que sea asesinado) de que su destino ya lo decidieron los gobernantes y que en el futuro ellos no existen.
El “Gran Despertar” es algo espontáneo, inconsciente, intuitivo y hasta ciego. No se trata de ninguna manera de una comprensión, conclusión o de un análisis histórico profundo. Como vimos en las imágenes de la toma del Capitolio, los activistas del trumpismo y los miembros de QAnon parecen encarnar a los personajes de los cómics o a los superhéroes de las películas de Marvel. Las teorías conspirativas son la enfermedad infantil del anti-globalismo. Pero también se trata del comienzo de un proceso histórico fundamental: es el momento donde surge un polo de oposición claro al curso mismo de la historia como ha sido comprendida por los liberales.
Por lo tanto, no debemos darle un significado ideológico al “Gran Despertar”: no se trata de un conservadurismo fundamentalista (religioso), tampoco se trata de una forma de tradicionalismo o de crítica marxista del capital, ni muchos menos de una protesta anarquista que simplemente quiere la acción por la acción. El “Gran Despertar” es antes que nada algo que tiene un carácter más orgánico, espontáneo y tectónico. Es el momento en que la humanidad misma repentinamente toma consciencia de que su final está por llegar.
Y es por eso que el Gran Despertar es tan importante. Precisamente, esta rebelión surge al interior de la civilización donde el crepúsculo del liberalismo es más fuerte: los Estados Unidos. Es un grito que proviene del centro mismo del infierno, de ese lugar donde se ha gestado el negro futuro que nos va engullir.
El Gran Despertar es la respuesta espontánea de los seres humanos contra el Gran Reinicio. Por supuesto, uno puede ser escéptico sobre eso, pero las élites liberales, especialmente ahora, controlan totalmente los pilares de nuestra civilización.
Esas élites administran las finanzas globales y pueden hacer cualquier cosa usando el dinero, desde emisiones ilimitadas de bonos hasta fraudes que involucran a las estructuras y los instrumentos de las altas finanzas.
Además, controlan la maquinaria militar estadounidense y a los aliados de la OTAN. Biden ha prometido fortalecer nuevamente la influencia de Washington dentro de estas estructuras que casi se habían desintegrado en los últimos años.
Casi todos los gigantes de las altas tecnologías se encuentran controlados por los liberales: las empresas de computadoras, los iPhones, los servidores, los teléfonos y las redes sociales están estrictamente dominadas por varios monopolios que forman parte del globalismo. Esto significa que los Big Data, es decir, toda la información que existe sobre casi toda la población de la tierra, tienen un solo y único propietario.
La tecnología, los centros de investigación, la educación mundial, la cultura, los medios de comunicación, la medicina y los servicios sociales están en sus manos.
Los liberales que hacen parte de los gobiernos y círculos de poder de cualquier país forman parte de las redes planetarias que están al servicio del globalismo.
Aquí podemos incluir también a los servicios especiales de los países occidentales y sus agentes de influencia en los regímenes que se les resisten. Ellos han sido reclutados o sobornados para que cooperen voluntariamente o por la fuerza con tal de que trabajen para los globalistas.
En una situación como esta, uno se pregunta: ¿cómo es que los partidarios del “Gran Despertar” podrán levantarse exitosamente en contra del globalismo? ¿Cómo es que sin recursos serán capaces de enfrentar efectivamente a la élite mundial? ¿Qué armas pueden usar? ¿Qué estrategia deben seguir? Además, ¿qué ideología tienen? Los liberales y globalistas de todo el mundo están unidos y comparten una idea común, un objetivo común y siguen una única meta, mientras que sus oponentes se encuentran dispersos no solo en una multitud de sociedades diferentes sociedades, sino que tampoco se encuentran unidos dentro de su misma sociedad.
Por supuesto, estas contradicciones al interior de las filas de la oposición se ven agravadas aún más por las élites gobernantes, que habitualmente dividen a las masas para poder gobernarlas. Así que los musulmanes se oponen a los cristianos, la izquierda contra la derecha, los europeos contra los rusos o los chinos, etc.
Pero el “Gran Despertar” está sucediendo no debido a esta situación, sino a pesar de esta situación. La humanidad misma se está alza en contra del liberalismo: el hombre como eidos, el hombre como ser comunitarios, como identidad colectiva se enfrenta al liberalismo en todas sus formas: orgánicas y artificiales, históricas y nuevas, orientales y occidentales.
El “Gran Despertar” apenas ha iniciado. Ni siquiera ha comenzado todavía. Pero el hecho de que tenga un nombre y de que este nombre apareció en el epicentro mismo donde han sucedido todas las transformaciones ideológicas e históricas, los Estados Unidos, y en medio del dramático contexto de la derrota de Trump, junto con el desesperado asalto al Capitolio y la creciente ola de represión liberal, seguido de la represión totalitaria – tanto en la teoría como en la práctica – impuesta por los globalistas, sin duda tendrá (probablemente) una importancia decisiva en el futuro.
El “Gran Despertar” versus la “Gran Reconstrucción”: esto resume el levantamiento de la humanidad en contra de las élites liberales que gobiernan hoy en día. Además, se trata de la lucha del Hombre contra su enemigo eterno, que no es otro que el enemigo mismo de la raza humana.
Precisamente porque existen quienes proclaman el “Gran Despertar” (por muy ingenuos que parezcan sus pensamientos) somos capaces de decir que no todo está perdido y que existe por fin un núcleo duro alrededor del cual se está configurando la creciente resistencia de las masas ante el proyecto de los Liberales. No solo eso, también podemos observar que esta resistencia ha comenzado a movilizarse. A partir de ahora empieza la historia del levantamiento mundial contra la “Gran Reconstrucción” y todos sus partidarios.
El “Gran Despertar” es un destello de la conciencia de esta resistencia ahora que hemos llegado al umbral de la Singularidad. Es la última oportunidad que tenemos para tomar una decisión acerca del contenido y el camino al que nos llevará el futuro. El hecho de que los seres humanos y los individuos sean sustituidos por nuevas entidades no es algo que puede imponerse por la fuerza y decidirse desde arriba. Las élites pueden, en todo caso, seducir a la humanidad, aprovecharse de su buena voluntad y crear este futuro, pero eso debe hacerse con el consentimiento de todos. El Gran Despertar, por el contrario, es un “¡No!” rotundo.
Tampoco podemos decir que este es el final de la guerra y ni siquiera es la guerra en sí. Este conflicto ni siquiera ha comenzado. En cambio, podemos decir que este conflicto nos da la posibilidad de que inicie un nuevo capítulo de la historia humana.
Por supuesto, el Gran Despertar no está preparado para esta lucha.
Hemos sido testigos de que en los Estados Unidos todos los opositores del liberalismo – tanto Trump como los trumpistas – están dispuestos a rechazar las últimas consecuencias de la democracia liberal, pero ellos no están dispuestos a hacer una crítica radical en contra del capitalismo. Simplemente defienden el ayer y el hoy contra el siniestro mañana que se nos avecina. Carecen, por lo tanto, de un horizonte ideológico real. Están tratando de conservar las etapas anteriores de la democracia liberal y del capitalismo en contra de sus formas más futuristas y avanzadas. Lo cual es en sí mismo contradictorio.
La izquierda moderna también es incapaz de superar los límites de su crítica al capitalismo, especialmente porque comparte con el capitalismo una comprensión materialista de la historia (Marx estaba de acuerdo con el hecho de que se implantara el capitalismo mundial y de ese modo este fuera superado por el proletariado mundial) y también debido a que en los últimos tiempos los movimientos socialistas y comunistas han comenzado a trabajar para los liberales: la izquierda ha abandonado la lucha de clases contra el capitalismo y se dedica a proteger a los inmigrantes, las minorías sexuales y a luchar contra un “fascismo” imaginario.
Los derechistas, por su parte, solo se concentran en sus Estados y culturas nacionales, sin ser capaces de ver que otros pueblos y civilizaciones enfrentan desesperadamente situaciones tan adversas como las de ellos. Las naciones burguesas, que surgieron en los albores de la Modernidad, son solamente los primeros pasos que dieron nacimiento a la civilización burguesa posterior. Esta civilización burguesa está destruyendo y liquidando todo lo que creó ayer, pero usa las identidades nacionales con tal de mantener a todos los que luchan contra el globalismo fragmentados y enfrascados en conflictos sin sentido.
Por lo tanto, existe el “Gran Despertar”, pero este no posee una base ideológica. Sin embargo, este acontecimiento tiene un significado verdaderamente histórico, y no es un fenómeno efímero y puramente periférico. Es necesario que le proporcionemos lo más pronto posible una base ideológica. La base ideológica de este movimiento debe ir más allá de las ideologías políticas que nacieron al interior de la Modernidad occidental. Adoptar cualquiera de esas ideologías implica que estaremos automáticamente atrapados en las redes que dieron nacimiento al capitalismo.
Eso implica que para poder crear una plataforma ideológica para el triunfo del “Gran Despertar” en los Estados Unidos debemos ir mucho más allá de la sociedad estadounidense y de la historia estadounidense, que es demasiado corta. Debemos encontrar nuestra inspiración a otras civilizaciones mucho más distantes. En primer lugar, debemos recurrir a las ideologías antiliberales que aparecieron en Europa. No obstante, esto no será suficiente, porque junto con la deconstrucción del liberalismo, debemos encontrar la forma de cooperar con las diversas civilizaciones que existen en el mundo, ya que su diversidad está muy lejos de agotarse en los límites alcanzados por la civilización occidental: esta última es la fuente de las principales amenazas que hoy enfrentamos, no por nada, en la ciudad suiza de Davos, ha proclamado el inicio de la “Gran Reconstrucción”.
La internacional de pueblos versus la internacional de las élites
La Gran Reconstrucción quiere crear un mundo unipolar con tal de que nazca un globalismo no-polar donde las élites por fin tengan un carácter internacionalista real y su influencia se esparza por todo el planeta. Es por eso que el globalismo implica igualmente la destrucción de los Estados Unidos como país, Estado y sociedad. Los trumpistas y los partidarios del Gran Despertar han sido capaces de darse cuenta de eso de forma intuitiva. Biden es el fin de los Estados Unidos y este veredicto implica el fin de todos los demás países.
Ahora bien, si el “Gran Despertar” quiere salvar a los pueblos y a las sociedades, primero debe convertirse en un movimiento a favor de la multipolaridad. Así que de ninguna manera se trata de la salvación de Occidente o de la salvación de todos los demás pueblos frente a Occidente. Se trata antes que nada de la salvación de la humanidad, tanto de la humanidad occidental como de la humanidad no occidental frente a la dictadura totalitaria de las élites liberales y capitalistas. Los pueblos de Occidente y de Oriente no serán capaces de realizar esto por sí solos. Deben actuar todos juntos. El “Gran Despertar” es la internacional de los pueblos que se enfrenta a la internacional de las élites.
La multipolaridad es parte de su esencia y uno de los principios estratégicos clave del Gran Despertar. Solamente en la medida en que todos los Estados, culturas y civilizaciones que existen en el planeta se unan seremos capaces de reunir las fuerzas suficientes para resistirnos a la “Gran Reconstrucción” y sus planes de hacer realidad la Singularidad.
Pero en este caso, el panorama del inevitable conflicto final resulta mucho menos desesperado que antes. Si observamos con cuidado todo lo que puede contribuir a crear las pautas para el “Gran Despertar”, entonces la situación se torna un tanto diferente. Una Internacional de los Pueblos es una categoría realista desde cualquier punto de vista y está lejos de ser una utopía o una abstracción. Además, somos ahora mismo testigos de la facilidad y el enorme potencial que tienen estas fuerzas para luchar contra la “Gran Reconstrucción”.
Para dejar claro cuáles serán los actores de esta lucha, enumeremos brevemente cada uno de los aliados del “Gran Despertar” a escala planetaria.
La guerra civil americana: debemos elegir nuestro bando
En los Estados Unidos contamos con el apoyo del trumpismo. Y aunque Donald Trump perdió las elecciones, eso no significa que él se halla rendido y resignado ante el robo fraudulenta de su victoria, ni tampoco se han rendido los 70 millones de estadounidenses que lo siguen, ya que ellos no se van a sentar calmadamente frente a la dictadura de los liberales. Eso no sucederá. A partir de ahora, existen dentro de los Estados Unidos una poderosa y numerosa fuerza (¡la mitad de la población!), que se siente amargada y desesperada frente al totalitarismo liberal que se les está imponiendo. Esta población anti-globalista lucha en medio de la clandestinidad. La distopía orwelliana de la novela “1984” se ha hecho por fin realidad, pero no en un régimen comunista o fascista, sino en uno liberal. Sin embargo, como nos han mostrado las experiencias del comunismo soviético y de la Alemania nazi, siempre existe espacio para que se desarrolle una resistencia en contra de estos regímenes.
Los Estados Unidos se encuentran al día de hoy en una situación parecida a una guerra civil. Los bolcheviques liberales han tomado el poder y sus oponentes han sido arrinconados e incluso estuvieron a punto de convertirse en una oposición ilegal. Si tomamos en cuenta que esto incluye a 70 millones de personas, podemos ver que se trata de un hecho de extrema gravedad. Por supuesto, está oposición se encuentra en un estado de dispersión y confusión gracias a las medidas punitivas que les han impuesto los demócratas y los nuevos usos totalitarios de las tecnologías desarrolladas por las Big Tech.
Pero aún es demasiado pronto como para cancelar culturalmente al pueblo estadounidense. Resulta claro que todavía existen bastantes fuerzas en su interior y la mitad de la población estadounidense está dispuesta a defender su libertad individual a cualquier precio. Entonces, la verdadera disyuntiva es esta: Biden o la libertad. Por supuesto, los liberales intentarán derogar la Segunda Enmienda y desarmar a la población, ya que esta es cada vez menos leal a las élites globalistas. También es muy probable que los demócratas intenten liquidar el sistema bipartidista, introduciendo un gobierno unipartidista fiel al espíritu de su actual ideología. Se trata de una forma de bolchevismo liberal.
Pero una Guerra Civil nunca tiene un desenlace que sea conocido de antemano. La historia siempre está abierta y la victoria es posible para cualquiera de los bandos, especialmente si la humanidad termina por darse cuenta de lo importante que es la victoria de la oposición estadounidense para vencer al globalismo. Sin importar nuestra posición con respecto a los Estados Unidos, Donald Trump y los trumpistas, debemos apoyar al bando del Gran Despertar que existe dentro de los Estados Unidos. Salvar a los Estados Unidos del globalismo y ayudarlo a volver a ser grande nuevamente hace parte de nuestra misión común.
El populismo europeo como superación de la división entre la derecha y la izquierda
En Europa tampoco hemos visto el final del fenómeno conocido como el populismo antiliberal. Aunque el peón del globalismo francés, Macron, ha conseguido contener las violentas protestas de los “chalecos amarillos”, y los liberales italianos y alemanes han conseguido aislar y bloquear a los partidos de derecha y a sus líderes, impidiéndoles asumir el poder, el populismo parece imparable. El populismo es el “Gran Despertar”, pero es el “Gran Despertar” con características europeas.
Este otro polo de resistencia ha conseguido realizar una serie de reflexiones ideológicas sumamente importantes. Las sociedades europeas son mucho más activas ideológicamente que la sociedad estadounidense y, por lo tanto, las tradiciones políticas con las que se identifican tanto la derecha como la izquierda, y sus contradicciones inherentes, son mucho más agudas.
Son estas contradicciones entre la derecha y la izquierda las que utilizan las élites liberales para asegurar sus posiciones políticas en los países de la UE.
Sin embargo, el odio al liberalismo crece en ambos bandos: la izquierda los define como los representantes de las grandes empresas y los explotadores que han perdido todo escrúpulo moral. Mientras que la derecha los ve como los causantes de una inmigración masiva artificial, los destructores de los últimos vestigios de los valores tradicionales, de la cultura europea y los sepultureros de la clase media. Además, la mayor parte de los populistas, tanto de derecha como de izquierda, han dejado de lado sus ideologías tradicionales (las cuales ya no satisfacen las necesidades históricas de la población) y expresan nuevos puntos de vista bajo otras perspectivas que resultan muchas veces contradictorias y fragmentarias.
El hecho de que los populistas rechacen cualquier ideología – como lo son el comunismo ortodoxo y el nacionalismo – resulta positivo: eso le da a los populistas una base de apoyo nueva y mucho más amplia. Pero también es su punto débil.
Sin embargo, el aspecto más problemático del populismo europeo no es tanto el proceso de desideologización que está sufriendo, sino el hecho de que sigue persistiendo un profundo rechazo entre la izquierda y la derecha como un remanente histórico de épocas pasadas.
La formación de un nuevo polo europeo que este a favor del “Gran Despertar” debe en primer lugar solucionar estos dos problemas ideológicos: primero, debe superar definitivamente la división entre la izquierda y la derecha (es decir, el rechazo de las ideas “anti -fascistas” y la artificial cortina de hierro “anticomunista”). En segundo lugar, es necesario construir un verdadero populismo – un populismo integral – como modelo ideológico independiente, que debe tomar las banderas de una crítica radical del liberalismo y su última etapa: el globalismo. Al mismo tiempo, el populismo integral debe combinar las exigencias en favor de la justicia social con la preservación de la identidad cultural tradicional.
Si se logran estas tareas entonces el populismo europeo será capaz de alcanzar la masa crítica que requiere para ser efectivo (algo de lo que actualmente carece, debido a las luchas internas entre los populistas de derecha e izquierda, que dedican mucho de su tiempo y esfuerzo a enfrentarse mutuamente) y por fin podrán convertir a Europa en uno de los polos más importantes del “Gran Despertar”.
China y su identidad colectiva
Los enemigos de la “Gran Reconstrucción” cuentan con otro punto de apoyo significativo: la China moderna. Sí, China se ha aprovechado de la globalización como un modo para fortalecer su economía. Pero China nunca ha aceptado el espíritu ideológico mismo de la globalización, el liberalismo, el individualismo y el nominalismo. China ha tomado de Occidente todas las cosas que la fortalecían, pero ha rechazado todo lo que la debilita. Es un juego bastante peligroso, pero hasta ahora China ha tenido éxito en sus apuestas.
De hecho, China es una sociedad tradicional con una larga historia y una identidad estable. Ella tiene claramente la intención de seguir manteniendo esta identidad en el futuro. Esto es especialmente cierto en el caso de la actual política del líder de China, Xi Jinping, quien está dispuesto a hacer compromisos tácticos con Occidente, pero solo para hacer que crezca y se fortalezca la soberanía y la independencia de China.
Es un mito el creer que los globalistas y Biden están aliados con China. Tanto Trump como Bannon creen abiertamente en esta colaboración, pero eso es más bien fruto de una estrechez en su propio horizonte geopolítico y el resultado de un profundo malentendido con respecto a la esencia de la civilización china. China va a continuar promoviendo sus objetivos geopolíticos y fortalecerá las mismas estructuras del multipolarismo. De hecho, China es el polo más importante del “Gran Despertar” y eso nos queda claro una vez que vemos las cosas desde el punto de vista de una internacional de los pueblos. China es un pueblo que posee una identidad colectiva distintiva. No existe para nada en China algo parecido al individualismo y, si existe, es una anomalía al interior de la cultura. La civilización china es antes que nada el triunfo de la especie, el género, el orden y la estructura sobre cualquier forma de individualismo.
Por supuesto, el Gran despertar no debe reducirse a la realidad China. No debe ser uniforme; después de todo, cada nación, cada cultura, cada civilización tiene su propio espíritu y su propio eidos. La humanidad es muy diversa y únicamente puede sentirse amenazada como un todo en el momento en que enfrenta a una amenaza muy grave que quiere liquidarla. Y eso es exactamente lo que está sucediendo con la Gran Reconstrucción.
El Islam versus la globalización
Otro de los enemigos del “Gran Despertar” son los pueblos islámicos. Es un hecho bastante obvio que el globalismo liberal y la hegemonía occidental son rechazados radicalmente por la cultura y la religión islámica. Por supuesto, durante el auge del colonialismo europeo, muchos de los Estados islámicos se encontraron bajo el poder y la influencia económica de Occidente, lo que los hizo caer dentro de la órbita del capitalismo. Pero prácticamente en todos los países islámicos existe un rechazo muy profundo con respecto al liberalismo y especialmente en relación al liberalismo globalista de hoy.
Esto rechazo se manifiesta tanto en movimientos extremistas (el fundamentalismo islámico) como en corrientes mucho más moderadas. En algunos casos sucede que los movimientos religiosos o ciertos individuos políticos se convierten en los representantes de ideas antiliberales. En otras ocasiones son los Estados quienes asumen esta misión. En cualquier caso, las sociedades islámicas se encuentran muy preparadas ideológicamente para hacer frente de forma sistemática y activa a la globalización liberal. El proyecto de la Gran Reconstrucción no contiene nada que pueda incluso atraer, aunque sea desde la teoría, a los musulmanes. Así que el mundo islámico en su conjunto es sin duda otro de los grandes polos del “Gran Despertar”.
De todos los países islámicos, son el Irán chiíta y la Turquía sunita los que se oponen más radicalmente a la estrategia globalista. Al mismo tiempo, si en Irán la principal motivación son las ideas religiosas que hablan del cercano fin del mundo y de la última batalla (donde el principal enemigo, el Dajjal, es reconocido sin ninguna ambigüedad como Occidente, el liberalismo y el globalismo), Turquía es más bien influida por consideraciones pragmáticas que tienen el objetivo de fortalecer y preservar la soberanía nacional como también el deseo de asegurar la influencia turca en el Medio Oriente y el Mediterráneo Oriental.
La política de Erdogan (que se aleja poco a poco de la OTAN) sigue las tradiciones nacionales de Kemal Ataturk y las combina con el objetivo de desempeñar el papel de líder de todos los musulmanes sunitas. Ambos objetivos solamente los puede cumplir oponiéndose a la globalización liberal, la cual busca tanto la secularización completa de las sociedades como el debilitamiento y, finalmente, la abolición completa de los Estados nacionales. La concesión de la independencia política a los pequeños grupos étnicos es considerada por los globalistas una fase intermedia de este proceso. Esta política es desastrosa para Turquía, especialmente debido a la existencia de los kurdos, quienes buscan activamente su independencia.
El Pakistán sunita, cuyo Estado combina tanto una política nacionalista como islámica, también se está alejando de los Estados Unidos y de Occidente.
Y aunque los países del Golfo son mucho más dependientes de Occidente, cuando los examínanos detenidamente descubrimos que el Islam árabe, y aún más el Islam de Egipto (otro Estado importante e independiente del mundo islámico), resultan ser sistemas sociales que no tienen nada que ver con la agenda globalistas y están naturalmente predispuestos a ponerse del lado del Gran Despertar.
Todo este proceso se ve obstaculizado por las contradicciones que existen entre los mismos musulmanes y que son hábilmente utilizadas por los centros de poder de Occidente y el globalismo: estas contradicciones no solo enfrentan a los chiítas contra los sunitas, sino que también hacen parte de toda clase de conflictos regionales entre los mismos Estados sunnitas.
El “Gran Despertar” podría convertirse en una plataforma ideológica para la unificación del mundo islámico en su conjunto, ya que la oposición a la “Gran Reconstrucción” es un imperativo incondicional de casi todos los países islámicos. Esta realidad nos permite partir de que la oposición a la estrategia de los globalistas será el denominador común de todos los países islámicos. La conciencia despierta del “Gran Despertar” nos permitiría, dentro de ciertos límites, eliminar las graves contradicciones locales que existen entre todos nosotros y contribuir a la formación de otros polos de resistencia al globalismo.
La misión de Rusia es estar a la vanguardia del Gran Despertar
Finalmente, debemos decir que Rusia está llamada a convertirse en el polo más importante del “Gran Despertar”. A pesar de que Rusia ha sido parcialmente influida en todas sus etapas históricas por la civilización occidental – como sucedió durante la época de los zares quienes aceptaron la Ilustración o bajo el gobierno de los bolcheviques que implantaron una ideología occidental, pero especialmente después de 1991 cuando la sociedad fue occidentalizada a la fuerza – ha sido capaz de conservar, desde la antigüedad hasta hoy, su identidad como sociedad rusa, por lo que siempre ha visto con gran desconfianza a Occidente y especialmente sus ideas liberales y globalistas. El nominalismo es profundamente ajeno a los mismos fundamentos del pueblo ruso.
La identidad rusa siempre ha privilegiado lo colectivo sobre lo individual: ya fuera el género, la especie, la iglesia, la tradición, el pueblo, el Estado o incluso, durante la época comunista, la identidad (muy artificial por lo demás) de la clase. Todas estas han sido formas de identidad colectiva opuestas al individualismo burgués. Los rusos han rechazado obstinada y continuamente el nominalismo en todas sus formas. Y esta ha sido la esencia que une al período monárquico con el soviético.
El fallido intento de que Rusia se integrase a la comunidad global durante la década del 90 del siglo XX, y sobre todo debido al fracaso de las reformas liberales, han servido para convencer a la sociedad rusa de que el globalismo y las actitudes y principios individualistas son completamente ajenos a los rusos. Esto ha determinado la política conservadora y soberanista de Putin. Los rusos, tanto de derecha como de izquierda, rechazan la “Gran Reconstrucción”. Los rusos la rechazan porque consideran que este proceso es ajeno a sus tradiciones históricas, a su identidad colectiva y a la forma en que interpretan la soberanía y la libertad del Estado como el valor más alto de todos. Este es un rasgo fundamental de la civilización rusa, que existe desde hace largo tiempo, no es para nada un capricho momentáneo.
Este rechazo instintivo hacia el liberalismo y la globalización se ha ido agudizando durante los últimos años, especialmente ahora que el liberalismo ha revelado algunas de sus características más repulsivas. Las posiciones de Trump despertaron una cierta simpatía en la sociedad rusa y, al mismo tiempo, provocaron un profundo disgusto hacia los liberales.
La actitud de Biden hacia Rusia es bastante diferente. Biden y las élites globalistas consideran que Rusia es el enemigo por excelencia de su civilización, ya que este país se niega obstinadamente a aceptar el progresismo liberal mientras que defiende ferozmente su propia soberanía e identidad política.
Por supuesto, la Rusia de hoy carece igualmente de una ideología completa e integral que podría convertirse en una seria amenaza para la “Gran Reconstrucción”. Además, las élites liberales rusas siguen dominando la cúspide de la sociedad, siendo todavía bastante fuertes e influyentes, mientras que las ideas, teorías y métodos liberales son enseñados en los campos de la economía, la educación, la cultura y la ciencia. Esto debilita el potencial de resistencia de Rusia, desorienta a la sociedad y crea las bases para que se produzca un crecimiento de las contradicciones internas. Pero en general, Rusia es el más importante – ¡y quizás el principal! – polo del “Gran Despertar”.
Es a esto a lo que ha conducido precisamente toda la historia de Rusia, que parte de la convicción interior de que los rusos jugarán un papel muy importante y decisivo en el drama que se desarrollará en el Fin de los Tiempos y en el Fin de la Historia. Pero es precisamente este final (en su peor versión) el que quiere instaurar el proyecto de la Gran Reconstrucción. La victoria del globalismo, el nominalismo y el inicio de la Singularidad significarían el fracaso de la misión histórica rusa, no solo de su misión futura, sino también de su pasado. Después de todo, el significado de la historia rusa está dirigido hacia el futuro, en tanto que el pasado no fue sino una preparación para este futuro.
Es por esta razón que el papel que jugará Rusia en este futuro no puede reducirse a solamente participar activamente en el “Gran Despertar”, sino que Rusia debe estar a la vanguardia de todo este proceso, proclamando imperativamente la creación de una “internacional de los pueblos” que debe luchar contra el liberalismo como la peor plaga del siglo XXI.
El despertar de Rusia: el Renacimiento Imperial
¿Qué significa para Rusia el “despertar” en sí? Significa antes que nada la restauración completa de su misión histórica, geopolítica y de su civilización. Es decir, que nos convertiremos en uno de los polos de este nuevo mundo multipolar.
Rusia nunca ha sido “solo un país” y mucho menos “uno de los muchos países europeos”. Y aunque compartimos una misma raíz con los pueblos de Europa, que está arraigada en la cultura grecorromana, Rusia ha seguido durante toda su historia un camino único y especial. Esto camino se refleja en nuestra firme e inquebrantable elección por continuar el legado de la ortodoxia y el bizantismo, lo cual predeterminó, en muchos sentidos, nuestro alejamiento de la historia de Europa occidental que eligió el catolicismo y más tarde el protestantismo. En los tiempos modernos, esta profunda desconfianza hacia Occidente se reflejó otra vez en el hecho de que no fuimos tan afectados por el espíritu de la Modernidad que promovía el nominalismo, el individualismo y el liberalismo. Incluso en los momentos en que tomamos prestados ciertos elementos e ideologías occidentales, lo hicimos en la medida en que estos contenían críticas que rechazaban las ideas dominantes – el liberalismo y el capitalismo – que se habían desarrollado en la civilización de Europa Occidental.
Lo Oriental, el Turanismo, también tuvo un gran impacto en la identidad de Rusia. Como han demostrado los filósofos euroasiáticos, incluido el gran historiador ruso Lev Gumilev, el dominio del Estado mongol de Genghis Khan se convirtió para los rusos en el fundamento más importante para la organización centralizada de tipo imperial y este acontecimiento predeterminó en gran medida nuestro ascenso como pueblo soberano a partir del siglo XV, cuando la Horda de Oro se derrumbó y la Rus Moscovita ocupó su lugar en el espacio del Noreste de Eurasia. Esta continuidad en la geopolítica de la Horda condujo naturalmente a la poderosa expansión de nuestra influencia en tiempos posteriores. Y en todos estos momentos Rusia no solo defendió y afirmó sus intereses, sino también sus valores.
Entonces Rusia es la heredera de dos imperios que colapsaron aproximadamente al mismo tiempo durante el siglo XV: el bizantino y el mongol. El imperio se ha convertido en nuestro destino. E incluso en el siglo XX, a pesar de las radicales transformaciones que impusieron los bolcheviques, Rusia siguió siendo un Imperio, aunque esta vez fue un imperio soviético.
Todo esto significa que nuestro despertar es impensable sino volvemos a cumplir nuestra misión imperial, la cual es inherente a nuestro destino histórico.
En términos de su estructura de valores, esta misión histórica es completamente opuesta al proyecto globalista de la “Gran Reconstrucción”. Y es natural que esperemos que los globalistas hagan todo lo que esté a su alcance para evitar un renacimiento imperial de Rusia. En consecuencia, debemos impulsar este Renacimiento Imperial. No con tal de imponer a todos los demás pueblos, culturas y civilizaciones la verdad rusa y ortodoxa, sino para revivir, fortalecer y proteger la identidad de otros pueblos y ayudar a esos otros pueblos en la medida de lo posible a revivir, fortalecer y proteger su propia identidad. Después de todo, los partidarios de la “Gran Reconstrucción” no solo buscan destruir a Rusia, aunque en muchos aspectos nuestro país es el principal obstáculo para la implementación de muchos de sus planes. Esta es nuestra misión: ser el “katechon”, el que “retiene”, aquel que previene el triunfo del mal sobre el mundo.
Sin embargo, a los ojos del globalismo, el resto de las civilizaciones, culturas y sociedades tradicionales también están sujetas a este proceso de desmantelamiento, re-ensamblaje y transformación en una especie de masa cosmopolita indiferenciada y planetaria que en un futuro cercano será reemplazada por nuevas formas de vida, por organismos posthumanos mecánicos o híbridos. Por lo tanto, el despertar imperial de Rusia será la señal que preceda el levantamiento universal de todos los pueblos y culturas en contra de las élites liberales globalistas. Al haber revivid como Imperio, como Imperio Ortodoxo, Rusia será un ejemplo para otros Imperios: el chino, el turco, el persa, el árabe, la India y también para Latinoamérica, África y… Europa. En lugar de estar bajo el control de un único “Imperio” globalista promocionado por la Gran Reconstrucción, el despertar ruso debería dar nacimiento a muchos imperios, reflejando y encarnando toda la riqueza de las culturas, tradiciones, religiones y sistemas de valores humanos.
Hacia la victoria del “Gran Despertar”
Si sumamos el apoyo del trumpismo en Estados Unidos, el populismo europeo (tanto de derecha como de izquierda), China, el mundo islámico y Rusia, además de la gran civilización de la India, el despertar de los países de América Latina y la definitiva descolonización del África, así como en general todos los pueblos y culturas de la humanidad, no seremos por tanto un grupo de personas marginales, dispersas y confundidas, tratando de disputarle algunos aspectos a las poderosas élites liberales que nos llevan a todos nosotros a una matanza final, sino que seremos un poderoso frente que incluirá muchos actores con diferentes escalas de poder: desde grandes potencias con una economía planetaria y armas poderosas, hasta fuerzas políticas, religiosas y sociales influyentes, además de numerosos movimientos.
El poder de los globalistas, después de todo, se basa en la sugestión y los “milagros negros”. No gobiernan por medio del uso del poder real, sino mediante el uso de ilusiones, simulacros e imágenes artificiales que están tratando de imponer obsesivamente a la conciencia humana.
Al fin de cuentas, la “Gran Reconstrucción” es la consigna de un puñado de ancianos globalistas completamente degenerados y que se encuentran al borde de la demencia (como lo son Biden, el maléfico Soros o el gordo burgués Schwab) y la escoria marginal y pervertida que les sigue. Estos últimos fueron seleccionados al azar para demostrar como unos pocos pueden hacer carrera a la velocidad de la luz sin tener capacidades reales. Por supuesto, los liberales dominan las bolsas de valores y las imprentas, además de que también controlan a los estafadores de Wall Street y los drogadictos de Silicon Valley. A esta elite globalistas están subordinados hombres disciplinados e inteligentes, sin hablar de generales que dirigen un ejército obediente. Pero esto es insignificante en comparación con la humanidad, con las personas que han trabajado y pensado con el espíritu. También es insignificante frente a la profundidad de las instituciones religiosas y la inmensa riqueza de las culturas.
El “Gran Despertar” es ante todo el momento en que hemos comenzado a intuir la esencia de la estrategia mortal – asesina y al mismo tiempo suicida – del “progreso”, tal como la entienden las élites liberales globalistas. Y si entendemos esto, entonces seremos capaces de explicárselo a otros. Aquellos que están despiertos pueden y deben despertar a todos los demás. Y si lo logramos, entonces la “Gran Reconstrucción” no solo no sucederá, sino que un juicio justo descenderá sobre todos los que quisieron destruir a la humanidad, primero espiritualmente y después materialmente.
Notas:
1. Los 5 puntos del “Great Reset” del Príncipe Carlos en inglés son:
- To capture the imagination and will of humanity – change will only happen if people really want it;
- The economic recovery must put the world on the path to sustainable employment, livelihoods and growth. Longstanding incentive structures that have had perverse effects on our planetary environment and nature herself must be reinvented;
- Systems and pathways must be redesigned to advance net zero transitions globally. Carbon pricing can provide a critical pathway to a sustainable market;
- Science, technology and innovation need re-invigorating. Humanity is on the verge of catalytic breakthroughs that will alter our view of what it possible and profitable in the framework of a sustainable future;
- Investment must be rebalanced. Accelerating green investments can offer job opportunities in green energy, the circular and bio-economy, eco-tourism and green public infrastructure.
2. Ann Coulter. In Trump We Trust: E Pluribus Awesome! New York: Sentinel, 2016.