Lucian Blaga y la función katechónica de la estética del campesinado
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Alguien muy observador dijo que a medida que nos movemos desde Europa Occidental hacia Europa Oriental, las cercas se vuelven cada vez más torcidas y la gente cada vez más abierta. Esta situación sorprende a muchos y parece inaceptable desde el punto de vista estético. Sócrates, en su oración a Pan, en el diálogo “Fedro” pide armonía entre lo interior y lo exterior, lo salvaje y lo cultural: “Querido Pan y otros dioses locales, ¡dejadme que e vuelva bello interiormente! Y lo que tengo hacia fuera, que sea armonioso con lo que tengo por dentro”.
Somos rusos, y como nosotros otros europeos del Este, aunque creamos literatura y arte únicos, vemos en nuestros pueblos no un plano, sino abismos metafísicos, rodeados por un espacio de vallas torcidas, chozas desvencijadas, algo que no está completamente arreglado y no se encuentra construido según las líneas rectas.
Una cerca derribada es, por supuesto, una opción extrema. Sin embargo, es significativo que una cuestión similar no solo fuera de preocupación para los rusos.
El entusiasmo de la torpeza
El gran filósofo rumano Lucian Blaga, reflexionando sobre temas similares en el contexto de la cultura rumana, dijo en su obra Spațiul mioritic (espacio miriótico) una serie de interesantes observaciones filosóficas y conclusiones sobre lo que en rumano significa el término stângăcie - torpeza, rusticidad, "curvatura", etc. (literalmente, zurdo).
Por ejemplo, al comparar los pueblos de los rumanos y los sajones de Transilvania ubicados en las mismas regiones, enfatiza que las casas rumanas, a diferencia de las alemanas, "crecen en el paisaje con un entusiasmo incómodo".
“Las casas sajonas se erigen como una sola pared, una al lado de la otra, como soldados. Sus ventanas son altas, no se puede mirar hacia afuera. Cuando los miras, queda inmediatamente claro que la comunidad sajona es "una comunidad racional de personas cerradas, cada una de las cuales tiene escrito en la frente el imperativo categórico de Kant".
“Los pueblos rumanos no se ubican por casualidad, sino que, más naturalmente, surgen de un paisaje tan orgánico que ni siquiera puedes imaginar que no siempre estuvieran donde viven. En la agitación viviente de estos pueblos, sientes la presencia de la imaginación humana, que expande la naturaleza más allá, hacia el reino de la maravilla y los cuentos de hadas”.
“De la casa sajona se espera ver salir una trilladora. De la casa rumana emerge la madre del bosque, Muma Padurii”, dice Lucian Blaga al observa la diferencia entre las casas de los europeos occidentales y orientales.
Evitando la artificialidad
En otro fragmento, Blaga habla de la belleza de la pintura de los iconos populares. Todos, probablemente, se encontraron con la impresión que causa el ícono popular rumano, aunque hay una desviación notable de las normas del arte bizantino en él: desproporción, ingenuidad.
“El rumano realiza en los iconos (sobre vidrio o madera) ... la forma humana y sobrehumana, rodeándose siempre de cierta torpeza y desviaciones de la norma de la perfección, gracias a las cuales el estilo hierático adquiere un espíritu orgánico y vivo”, apunta Blaga. El encanto especial de estos iconos está asociado con alguna interferencia de tendencias polares: el esfuerzo elemental, hierático (sagrado, solemne congelado) no es del todo frío, sino debilitado por el contrapeso de la tecnología orgánica. El virtuosismo científico, que siempre resulta rígido y conformista, seco y estéril, es contrario al instinto artístico de nuestro campesino, como todo lo que es artificial, y parece deliberadamente ignorado”.
Más revelador aún es el fragmento donde Blaga escribe que si bien el campesino rumano prefiere las líneas rectas en la ornamentación, en el arte popular se impone un tabú al uso de dispositivos técnicos que permitan trazar estas líneas.
“Es interesante y destacable que el campesino todavía evita trazar una línea recta a lo largo usando una regla; tanto en el arte textil como en la ornamentación esmaltada, así como en la arquitectura. El uso de una regla, real o imaginaria, no es para nuestro campesino la base para elevar la belleza".
“Considerar un objeto de acuerdo con el criterio del gobernante le parece una perversión, una distorsión de los fundamentos y reglas del arte".
“Por lo tanto, una "línea" trazada por la mano de un artista o arquitecto campesino siempre mostrará ciertas desviaciones de la definición de la línea". La línea siempre representará irregularidades notables: de ahí el aspecto vivo de esta geometría. La línea recta se hace a pulso.
El campesino rumano ama la orientación espontánea de su cultura, la orientación de la cultura ortodoxa, que supera las "formas generalmente orgánicas, que se caracterizan por la severidad de las estructuras cristalinas o por llegar a completar los gestos demiúrgicos", pero le da un aspecto que lo conecta con una vida palpitante.
“En este plano de significados, la torpeza deja de ser embarazosa, subiendo al nivel del significado”, enfatiza Lucian Blaga.
La belleza como katechon
El significado de esta incomodidad, que desde el punto de vista del rumano y digamos no solo del campesino rumano, para el cual la belleza surge en la intersección de lo cultural y lo natural. Está directamente relacionado con el área que en la mitología griega está a cargo del Gran Pan, a quien Sócrates recurre en busca de belleza.
Una línea absolutamente recta es imposible en la naturaleza, desde tal perspectiva es un sacrilegio el cual la conciencia campesina evita deliberadamente
Por lo tanto, las vallas están torcidas, las cabañas están ligeramente torcidas. En la metrópoli del campesinado de Europa del Este, se manifiesta claramente el deseo no solo de limitarse al espacio cultural de Deméter, sino de integrar en ellos las líneas de la naturaleza salvaje, evitando las formas estrictas a cualquier lugar.
Los objetos culturales parecen crecer en la naturaleza, y desde la casa se puede esperar ver emerger el espíritu del bosque. Y esto no es la absorción de lo cultural por lo salvaje, sino su interpenetración.
Por otro lado, una conclusión aún más importante de las observaciones de Blaga se puede sacar si reflexionamos sobre el rechazo intencional de los campesinos al “virtuosismo científico”, desde la línea recta de la que habla el filósofo. Al final, se trata de un rechazo del punto material, del traspaso de lo lógico y matemático al ámbito de la física.
Puede que no sea eficaz, pero es un obstáculo obvio para la cosmovisión de los Nuevos Tiempos, que se basan en la inversión del modelo de Aristóteles y la "deificación" real de la materia.
El campesino, como representante de la hacienda, en una sociedad tradicional más cercana al ámbito de la "física" en su sentido aristotélico original, siente que este tecnicismo y alienación es destructivo para la belleza de este mundo. Él sabe que eso no se puede hacer.
En este contexto, se puede incluso hablar de la función "katechon" (en el sentido en que la ciencia política moderna entiende este término después de C. Schmitt) de esta estética popular. Es uno de los obstáculos para el triunfo de tal comprensión del mundo, donde el lugar de la naturaleza lo ocupa la materia, desmembrada en átomos por la fría conciencia inhumana.