Los bloques continentales contra la hegemonía oceánica: la dialéctica de la geopolítica
La geopolítica es “la conciencia geográfica del Estado” (1). Y el Estado es una comunidad de personas que existe dentro de un espacio definido o incluso una civilización que posee fronteras claras; en este caso podemos hablar de un “Estado civilización” (2) – utilizando el concepto de Weiwei Zhang – como lo son China o, hasta cierto punto, Rusia. Para el geopolítico alemán Karl Haushofer (1869-1946), la geopolítica no es ni de derechas ni de izquierdas, sino que es una ciencia al servicio de la humanidad en su conjunto y la cual fomenta el entendimiento entre los pueblos. El objeto de estudio de Haushofer es “las grandes conexiones vitales que el hombre actual tiene con el espacio actual” y su objetivo es “la integración del individuo en su entorno natural y la coordinación de los fenómenos que vinculan al Estado con el espacio” (3). El objetivo de esta disciplina es también y, sobre todo, dotar a los políticos responsables de las herramientas intelectuales necesarias para tomar decisiones y emprender acciones eficaces.
Lo que vemos hoy, sin embargo, es que existe una geopolítica china, una geopolítica rusa y una geopolítica estadounidense, pero que no existe una geopolítica europea, ya que la integración del Viejo Continente fue gracias al glacis estadounidense. E incluso si Estados Unidos se retirara de Europa, no existiría una geopolítica europea, sino una geopolítica francesa, alemana, italiana, etcétera. Los Estados europeos han perdido frente a Washington toda soberanía e incluso el derecho a elegir a sus amigos y enemigos. “Mientras un pueblo exista en el ámbito de lo político, debe, aunque sólo sea en el caso más extremo —pero, sobre cuya existencia decida por sí mismo— determinar la distinción entre amigo y enemigo. Ahí radica la esencia de su existencia política. Si ya no tiene la capacidad o voluntad de hacer distinción, deja de existir políticamente. Si un extranjero le dice quién es su enemigo y contra quién se puede o no combatir, entonces ya no es un pueblo políticamente libre” (4). Este otro sistema político es la Unión Europea y la OTAN, dirigidas por Estados Unidos.
Si la política es el ámbito de la distinción entre amigo y enemigo, la geopolítica es el ámbito de la alianza y la confrontación entre los Estados. La geopolítica aplicada es también, ante todo, la gestión por parte de una autoridad política de su espacio, es decir, el espacio de su pueblo. Esto último significa asegurar sus fronteras y mantenerse lo más lejos posible de cualquier amenaza que pueda suponer cualquier Estado, ejército u organización hostil. Para Karl Haushofer, el concepto de geopolítica es “uno de los instrumentos políticos más útiles y más finos que existen que ayudan a registrar y medir la distribución del poder en el espacio y la superficie de la tierra: una herramienta para comprender el juego de fuerzas que afecta a nuestro presente y a nuestro futuro; utilizando esta herramienta podemos poner en juego y superponer casi sin lagunas los factores descriptivos espaciales de la geografía política y los factores descriptivos temporales de la historia cotidiana en sus resultados para comprender la fuerza transformadora dinámica del día y del momento” (5).
Enemigos estructurales: tierra/mar, imperio/hegemón
La Antigüedad vio el nacimiento de los Estados y los grandes modelos de poder geopolítico, los cuales evolucionaron técnicamente, pero mantuvieron su esencia. La oposición entre imperio terrestre y hegemonía marítima es permanente y continua hasta nuestros días dando forma a la estructura de la geopolítica mundial. Las guerras entre Esparta y Atenas, y posteriormente entre Roma y Cartago, resonaron en conflictos posteriores de la Edad Media y la Modernidad: Inglaterra contra Francia, Inglaterra contra Rusia, Inglaterra contra Alemania y actualmente Estados Unidos contra Rusia. Las constantes geopolíticas se extienden a lo largo de un periodo histórico muy dilatado. Desde un punto de vista geopolítico y jurídico, más o menos desde el siglo XVI, hemos vivido en un mundo conformado por dos órdenes espaciales opuestos: el del mar abierto y el de la tierra firme. “La ordenación mundial centrada en Europa, surgida en el siglo XVI, se desdobló así en dos ordenaciones globales distintas, o sea de la tierra y del mar. Por primera vez en la historia de la Humanidad, la oposición entre tierra y mar se convierte en fundamento universal de un Derecho global de Gentes. Ahora ya no se trata de cuencas marítimas delimitadas como el Mar Mediterráneo, el Mar Adriático o el Mar Báltico, sino de todo el globo terrestre, geográficamente medido, y los océanos mundiales… Aquí se enfrentan, pues, dos ordenaciones universales y globales que no pueden ser adaptadas a la relación entre derecho universal y derecho particular. Cada una de estas ordenaciones es universal. Cada una de ellas tiene su propio concepto de enemigo y guerra y botín, pero también de libertad. La gran obra decisiva del Derecho de Gentes de los siglos XVI y XVII culminó así en un equilibrio entre tierra y mar, en una contraposición de dos ordenaciones que, en su correlación sujeta a tensiones, llegaron a determinar el nomos de la tierra...” (6).
Desde entonces y hasta finales del siglo XX, el equilibrio de poder se inclinó a favor de las potencias marítimas, a saber, el Imperio Británico y su heredero estadounidense. El hundimiento del poder continental tras la Reforma protestante, que debilitó tanto a la Iglesia romana como al Sacro Imperio Romano Germánico, condujo a la expansión hegemónica a largo plazo de las talasocracias angloamericanas y al sometimiento de la Europa continental. Las consecuencias de la salida de Europa del escenario de la historia, al igual que el nacimiento del mundo multipolar, fue percibida por ya en los años 1930/40 por algunos visionarios que se adelantaron a su tiempo. En su correspondencia con Nicolaus Sombart entre 1933 y 1943, Carl Schmitt escribió que: “Los verdaderos competidores hoy en día son Rusia y Estados Unidos. Europa está fuera de juego. Tocqueville se dio cuenta de ello hace cien años. Pero la idea misma de dominación mundial también es cosa del pasado. Lo que viene es un nuevo Nomos de la Tierra, un nuevo orden geográfico. Tenemos que pensar en términos planetarios, en términos de una revolución geográfica planetaria. Lo que está surgiendo ahora es un orden de ‘grandes espacios’” (7).
La actual guerra entre Rusia y la OTAN en Ucrania es el resultado de esta tensión entre potencias terrestres y marítimas. La guerra que Rusia libra hoy es clásica, en el sentido de que combate allí donde hay poblaciones rusófonas en los territorios del antiguo imperio ruso. Lucha en su zona natural de influencia, no al otro lado del mundo. Es una guerra del siglo XIX, típica de las potencias terrestres, comparable a la de Prusia, que luchó para reunificar (parcialmente) a las poblaciones germánicas dispersas por parte de Europa. Rusia también está librando una guerra para asegurar su zona de influencia geopolítica, que está siendo invadida por Estados Unidos a través de la OTAN. Podemos remontarnos a la Antigüedad para encontrar este tipo de guerra limitada librado con la intención de preservar o ampliar una zona de influencia que coincide con una zona de seguridad que permite trazar una línea geográfica más allá de la cual la vida del propio Estado se ve amenazada.
En la primera mitad del siglo III a.C., cuando Roma unificó Italia, vio amenazada su costa Este en tirrena por Cartago. Hacia el 280 a.C., Cartago ocupó Lipara, en las islas Eolias, un puesto de observación clave en la desembocadura del estrecho de Mesina. En el 270 a.C., Roma reconquistó Rhegium, frente a Sicilia, y desde entonces controló el estrecho de Mesina, una de las dos principales vías de comunicación entre las cuencas oriental y occidental del Mediterráneo. Cartago, que había intentado sin éxito impedir que Roma unificara la península itálica, ahora quería al menos cerrar el acceso de Roma a Sicilia, clave de la hegemonía colonial cartaginesa. Podemos trazar un paralelismo con la secuencia histórica que comenzó cuando Vladimir Putin llegó al poder a principios de la década de 2000. Mientras Rusia se reconstituía y reforzada su Estado, se vio amenazada por Estados Unidos, el Cartago de los tiempos modernos, dentro de sus fronteras (la guerra de Chechenia) y fuera por el avance de la OTAN en su zona de influencia y seguridad. Para afirmarse como potencia regional, Roma se vio obligada a salir de la península itálica y enfrentarse a Cartago, del mismo modo que Rusia salió de sus fronteras para enfrentarse a la OTAN en Ucrania. En ambos casos, la guerra era inevitable. O bien la potencia terrestre se quedaba dentro de sus fronteras y dejaba que la potencia marítima la atacara en su territorio, a riesgo de verse acorralada o incluso desaparecer, o bien emprendía acciones militares para asegurarse una zona de influencia más amplia que le proporcionara una protección duradera. Los intereses de Cartago, que residían en el control militar, político y comercial del Mediterráneo, chocaban frontalmente con los intereses vitales de Roma, que necesitaba asegurarse una zona de influencia y protección. Cartago intentaba contener a Roma, igual que los estadounidenses hacen con Rusia. Los cartagineses querían utilizar Sicilia como puente para atacar Italia al igual que los estadounidenses están utilizando Ucrania como cabeza de puente contra Rusia. Rusia, como Roma en el pasado, está a la defensiva, pero responde al ataque de un enemigo, Estados Unidos, que está fuera del alcance de su ejército. Roma destruyó Cartago con tal de reducir su amenaza a nada. Rusia sólo puede destruir a Estados Unidos a costa de un intercambio nuclear catastrófico para la humanidad. Mientras tanto, Estados Unidos amenaza las fronteras de Rusia utilizando a los ucranianos y europeos. Los estadounidenses libran una guerra internacional contra Rusia sin tener que implicarse oficialmente. La asimetría militar en perjuicio de Rusia es extraordinariamente significativa. Pero la asimetría en este conflicto no es exclusivamente militar. Rusia está librando una guerra tradicional, convencional y limitada por su propia naturaleza. Incluso nos atreveríamos a decir que la ofensiva rusa está limitada por la propia naturaleza de Rusia. Estados Unidos está librando una guerra fuera de sus límites, es decir, una guerra cuyo ámbito de acción ya no es exclusivamente militar, sino también civil, económico, jurídico y social. La guerra sin límites es la guerra total. Y es a este ataque total al que Rusia se enfrenta desde hace muchos años.
Esto ha llevado a la formación de bloques geopolíticos continentales como reacción a la hegemonía de la talasocracia: China/Rusia frente al hegemón angloamericano Ha nacido el orden de los grandes espacios, conocido como mundo multipolar, y que está compuesto por grandes potencias que agrupan diversas naciones con tal de formar bloques geopolíticos. La unipolaridad sólo duro un breve momento durante el cual se reconstituyeron los poderes de Rusia y de China. En resumen, se trató de un malentendido histórico. Este breve periodo de unos veinte años fue interpretado por algunos estadounidenses como el fin de la historia, que significaba la hegemonía planetaria estadounidense. El siglo XXI no será únicamente el siglo de la multipolaridad, sino también el siglo en el que el centro de gravedad del planeta se desplaza hacia el Este, hacia el corazón continental del mundo, en detrimento de las talasocracias periféricas. Se trata de una inversión fenomenal del equilibrio de poder a escala histórica y mundial. Los grandes recursos energéticos (petróleo, gas, por no hablar de las materias primas), y las mayores potencias económicas y militares son antes que nada Estados continentales que controlan grandes extensiones de tierra y se alían con numerosos Estados a través del vasto territorio del África. Estados Unidos y el resto del mundo occidental representan el 25% de la población mundial y se enfrentan al 75% restante, que hoy en día se agrupa en torno a las dos potencias continentales: Rusia y China. Esto marca el fin de la era talasocrática. Hace más de un siglo, Halford John Mackinder (1861-1947) advirtió al Imperio Británico del peligro que representaba el poder terrestre ruso en el sentido de que la potencia continental tenía más posibilidades de triunfar sobre los poderes marítimos sin importar que tan ingeniosa fuera la diplomacia de estos últimos.
Quienes se sorprenden ante el acercamiento chino-ruso simplemente ignoran las constantes y los fundamentos de la geopolítica. El Pacto Molotov-Ribbentrop, concluido en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, se justificó por la necesidad de que las dos potencias terrestres, Alemania y Rusia, se acercaran y formaran un “bloque” contra las potencias marítimas angloamericanas, a pesar de sus diferencias ideológicas. El error fatal de Adolf Hitler fue romper este pacto, para regocijo de británicos y estadounidenses, que pudieron así librarse, con un coste mínimo, de un Estado poderoso que se extendía por el centro de Europa: “Sólo después de haber expuesto sus planes de conquista en el Este a los principales jefes militares, Hitler encontró la resistencia de los círculos tradicionales, de los que el general Beck era un destacado representante” (8). Estos círculos tradicionales pretendían restaurar una Alemania fuerte y su hegemonía según el modelo clásico.
Los dirigentes chinos y rusos, que tienen una fuerte conciencia histórica, no cometerán el error de separarse. Tanto más cuanto que la doble política estadounidense de contención frente a Rusia y China obliga a estos dos países a mantenerse unidos. Dado que el globo es un campo de batalla en el que “los Estados compiten por el dominio del mundo” (9), la guerra de Ucrania puede interpretarse como una continuación de la política euroasiática de Rusia para asegurar su control continental. Es lo que tradicionalmente se conoce como “pacificación” al estilo romano. El apoyo de Pekín a Moscú es, por lo tanto, comprensible; el Imperio del Centro necesita que Europa y Asia estén pacificadas para que sobreviva su proyecto de la nueva Rutas de la Seda. Así que Rusia está haciendo un trabajo necesario a ojos de China. Lo sorprendente hoy en día es que el realismo geopolítico alemán ha sido adoptado por rusos y chinos. De hecho, Karl Haushofer escribió en 1940: “Incuestionablemente, el mayor y más importante cambio en la política mundial de nuestro tiempo es la formación de un poderoso bloque continental que abarca Europa, el Norte y el Este de Asia. Pero no todas las grandes formaciones y configuraciones de este tipo surgen de la mente de algún estadista, por grande que sea, como aquella famosa diosa griega de la guerra transfigurada en apariencia. Las personas informadas saben que tales formaciones se preparan durante un largo período de tiempo” (10)
La política euroasiática no es, de hecho, un proyecto ideado originalmente y ad hoc por unos cuantos dirigentes, sino el fruto de la necesidad, de la fuerza de las circunstancias históricas. La alianza euroasiática sigue un principio que nos viene de la antigüedad, de la época del nacimiento del Estado romano: “Fas est ab hoste doceri” (Es un deber sagrado dejarse enseñar por el enemigo). Karl Haushofer escribió en 1940. “Cuando nacen formaciones políticas importantes, el adversario suele tener ya un agudo instinto de lo que le amenaza, un sentimiento premonitorio que un notable sociólogo japonés, G. E. Vychara, atribuye a todo su pueblo, y que le permite ver los peligros que vienen de lejos. Tal característica nacional tiene un valor incalculable. Todo el mundo se asombrará al saber que quienes primero vieron en el horizonte la posibilidad de tal bloque continental, cargado de amenazas para la dominación mundial de los anglosajones, fueron los dirigentes ingleses y estadounidenses, en una época en que nosotros, en el seno del Segundo Reich [1871-1918], aún no nos habíamos formado una imagen de las posibilidades que podrían resultar de una unión entre Europa Central y la potencia dominante de Asia Oriental [N. D.A.: se refiere a Japón] a través de la inmensa Eurasia” (11).
Lord Palmerston (1784-1865), político británico y dos veces Primer Ministro, dijo durante una crisis ministerial en 1851: “por muy desagradables que sean ahora nuestras relaciones con Francia, debemos mantenerlas, porque en el trasfondo se cierne una Rusia que puede unir Europa y Asia Oriental, y solos no podemos hacer frente a semejante situación”. Homer Lea (1876-1912), aventurero y escritor estadounidense, escribió un libro sobre el ocaso de los anglosajones en el apogeo del Imperio Mundial Británico. En él decía que el fin de la dominación inglesa podría llegar cuando Alemania, Rusia y Japón unieran sus fuerzas. Por lo tanto, está claro que los cerebros de Vladimir Putin y Xi Jinping no idearon la política de acercamiento chino-ruso. Es una reacción a la geopolítica de los angloamericanos, a la que han bautizado como “política de la anaconda” con la cual sujetar, asfixiar y aplastar a las naciones (12). Podríamos decir que se trata de una relación dialéctica, una amenaza que obliga a los Estados continentales a formar grandes y poderosos espacios para obstaculizar la política de la anaconda. El objetivo estratégico angloamericano de separar a Alemania y Rusia no es nada nuevo. Hoy, Washington destruye los gasoductos que unían a ambos países, y ayer, en 1919, cuando Alemania estaba de rodillas y desarmada, los angloamericanos temían la colaboración germano-rusa y propusieron “que, a costa de un grandioso traslado de los habitantes de Prusia Oriental a Occidente, Alemania sólo tuviera acceso a la orilla occidental del Vístula, únicamente para que Alemania y Rusia ya no pudieran encontrarse directamente” (13).
El Tratado de Rapallo, firmado el 16 de abril de 1922 por Alemania y la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, supuso una gran decepción para el inglés Mackinder y su escuela. La nueva Ruta de la Seda china, que une en a la oriental China con Europa occidental mediante una ruta esencialmente continental, ha reavivado un viejo temor angloamericano. Recientemente, la doncella italiana al servicio de Washington, Giorgia Meloni, sacó a Italia de la Nueva Ruta de la Seda china. Además, recordemos que el historiador y geopolítico estadounidense Brook Adams (1848-1927) vio en la posibilidad de una vasta política ferroviaria transcontinental con terminales que se extendían desde Port Arthur hasta Tsing-tao (dos puertos del este de China), la posibilidad de una unidad germano-rusa para dominar el este de Asia y que cualquier intento de un bloqueo británico o estadounidense, incluso de ambos a la vez, no sería capaz de contener. Todo esto lo estamos viendo hoy. La política de sanciones estadounidenses contra una Rusia respaldada por China y las otras grandes zonas del mundo multipolar (BRICS) es inútil. Incluso sin Europa, que Washington ha logrado separar de Rusia, la alianza continental euroasiática ya está derrotando a los angloamericanos política, militar y económicamente. La ruptura ruso-europea provocada por los estadounidenses está empujando a Rusia aún más hacia otro continente rival, África, donde los chinos ya están bien establecidos. Todo esto es gracias a los vasos comunicantes de la geopolítica. Estados Unidos vive de las ganancias geopolíticas que logró desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En particular, el control de Europa y Japón. La política continental para contrarrestar la contención angloamericana debe llevarse a cabo sin contar con la participación de estos dos actores, tomando en cuenta un gran número de grandes y medianas potencias, como India, Irán, Indonesia, Sudáfrica y Brasil. Además, África se está inclinando hacia Oriente en detrimento de Occidente.
¿Con qué fin?
Pero la fuerza de atracción económica de los poderes continentales podría en algún momento romper la dependencia de Japón y Europa del judeo-protestantismo angloamericano, eso si primero no se produce una guerra mundial (es decir, un enfrentamiento directo entre las grandes potencias). Porque si bien Estados Unidos fue una vez una potencia económica atractiva, hoy ofrece a sus vasallos recesión, pobreza, saqueo de sus industrias, guerra y humillación continua. Los dirigentes europeos están atrapados entre un abismo que los enfrenta a sus amos, la oligarquía occidental, la cual arrastra a sus países al abismo, y la revuelta de sus pueblos, que se oponen a esta política de muerte. Por su parte, Rusia está esperando a cosechar los beneficios de la guerra de desgaste contra Occidente hasta que la paciencia de los pueblos de Europa llegue a su límite. La presión rusa sobre los gobiernos europeos no es virtual, sino real. La capacidad de resistencia y los recursos de los rusos son muy superiores a los de Occidente. Todo lo que Moscú tiene que hacer es prolongar las hostilidades y el agotamiento industrial europeo hasta que sus pueblos no puedan soportar más los efectos económicos.
En cuanto a Japón, ha mostrado un pragmatismo típico de su cultura. Tokio se negó a sacrificar su economía por las necesidades estratégicas de Estados Unidos: “Estados Unidos ha reunido a sus aliados europeos en torno a la idea de limitar las compras de crudo ruso a 60 dólares el barril, pero uno de los aliados más cercanos de Washington en Asia está comprando ahora petróleo a precios superiores a ese tope. Japón consiguió que EEUU aceptara esta excepción, alegando que la necesitaba para garantizar el acceso a la energía rusa. Esta concesión demuestra la dependencia de Japón de Rusia en materia de combustibles fósiles, lo que, según los analistas, ha contribuido a la reticencia de Tokio a seguir apoyando a Ucrania en su guerra contra Rusia” (14). Los estadounidenses se enfrentan a una situación difícil. Están exigiendo obediencia ciega a sus vasallos en contra de sus intereses vitales. Tirar demasiado fuerte de la cuerda de la sumisión acabaría por romperla. La situación geográfica de Japón, cerca de los dos gigantes geopolíticos que son China y Rusia, puede empujarle finalmente a un acercamiento con Pekín y Moscú para encontrar un modus vivendi. La necesidad de hidrocarburos para su potente industria es vital para Japón y Tokio no puede permitirse hacerse el harakiri por una guerra que no tiene nada que ver con él. La realidad del equilibrio de poder es clara, entre una minoría demográfica a escala mundial que lleva a cabo una política económica y militar mortífera, y las grandes potencias de la tierra que disfrutan de un auge económico y que trabajan para estabilizar el gran continente, existe una diferencia clara.
Notas:
1. Karl Haushofer, De la géopolitique, Fayard, 1986, p. 24.
2. https://www.lajauneetlarouge.com
3. Karl Haushofer, De la géopolitique, p. 25.
4. Carl Schmitt, La notion de politique, 1932, Champs, 2009, p. 91.
5. Karl Haushofer, De la géopolitique, p. 105.
6. Carl Schmitt, Le nomos de la Terre, 1950, Publication universitaire de France, 2001, p. 172.
7. Nicolaus Sombart, Chronique d’une jeunesse berlinoise (1933-1943), Quai Voltaire, Paris 1992, trad. D’Olivier Mannoni, pp. 322-323. Citado por Alain de Benoist, prefacio a Terre et mer de Carl Schmitt, 1942, 2022, Krisis, p. 57.
8. Jean Klein, prefacio a De la géopolitique de Karl Haushofer, p. 29.
9. Karl Haushofer, De la géopolitique, p. 27.
10. Karl Haushofer, De la géopolitique, p. 113.
11. Karl Haushofer, De la géopolitique, p. 114.
12. Karl Haushofer, De la géopolitique, pp. 114-115.
13. Karl Haushofer, De la géopolitique, pp. 115-116.
14. « Japan Breaks With U.S. Allies, Buys Russian Oil at Prices Above Cap », The Wall Street Journal, 02/04/2023. https://www.wsj.com
Fuente https://strategika.fr
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera