Lev Tikhomirov: Los principios de una monarquía trascendental
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Durante la mayor parte del período soviético el Logos de Apolo y sus respectivos defensores fueron desterrados o simplemente no existieron dentro de Rusia. Sin embargo, al interior de la inmigración blanca sí existieron ecos de este Logos, por lo que su destino fue muy diferente al que enfrentaron sus seguidores en Rusia. Dentro de la URSS casi no existieron rastros del Logos de Apolo, mientras que al interior de la inmigración blanca este Logos fue siempre periférico, porque en ella prevalecieron siempre las tendencias liberales y democrático-burguesas que no fueron sino una continuación de la ideología dominante que prevaleció en Rusia tras la abdicación de Nicolás II sucedida en febrero de 1917. No obstante, el Logos de Apolo se manifestó en tres vertientes distintas que llegaron a ser muy influyentes y conocidas:
1. El monarquismo,
2. La filosofía ortodoxa y
3. La muy peculiar filosofía de los euroasiáticos que fueron los continuadores de muchas de las ideas de los eslavófilos rusos.
Hasta más o menos 1917, el monarquismo y la autocracia eran fenómenos cotidianos y evidentes para todos los rusos, por lo que siempre fueron considerados como algo “natural”. Muy pocas veces estos fenómenos llegaron a convertirse en objetos de reflexión filosófica o de discusión y debate. A medida que aumentaba la influencia de las ideas democrático-liberales y occidentalizadoras dentro de la sociedad rusa, comenzaron a surgir tendencias que buscaban limitar el poder de la monarquía por medio de la Constitución e incluso movimientos políticos que clamaban su abolición. Pero ellos no afectaban para nada la esencia del sistema monárquico. Los continuos ataques en contra de la monarquía obligaron a los conservadores y representantes de la “reacción” a contraatacar a estos movimientos. Aun así, en la mayoría de los casos, estas discusiones se limitaban a consideraciones formales acerca de la preservación de la tradición, la protección del orden y los beneficios prácticos que proporcionaba una administración unipersonal de una sociedad tan compleja y con un territorio tan vasto como lo era la sociedad rusa.
La excepción entre todos los defensores muy superficiales de la monarquía fue el filósofo Lev Tikhomirov (1852-1923), quien era en sus orígenes un Naródnaya Volia (1). En su juventud fue un acérrimo crítico del zarismo y un populista revolucionario, aunque posteriormente cambió de opinión y se volvió un defensor de la monarquía. Dado que en un principio perteneció a un grupo que era directamente opuesto a las ideas de la existencia de la monarquía, su posterior conversión lo llevó a reconstruir las bases del sistema monárquico, es decir, la ideología que caracterizaba a la monarquía y que tanto los oponentes como los partidarios de la misma habían pasado por alto en la mayor parte de sus polémicas (siendo casi todas muy superficiales y fragmentarias). En sus comienzos, Tikhomirov fue uno de los principales ideólogos de la organización Naródnaya Volia y por esa razón defendió en muchas ocasiones el regicidio. Sin embargo, posteriormente cambio de ideas y publicó un manifiesto donde expresaba su arrepentimiento frente a todo lo que había escrito antes. Esto lo llevó a convertirse en uno de los principales representantes del pensamiento conservador ruso durante la última etapa del gobierno de los Romanov.
Dentro del conservadurismo, Tikhomirov acabó por acercarse muchísimo a las ideas de Konstantin Leontiev, siendo el principal representante del Logos de Apolo en su vertiente estatista. Tikhomirov también defendió la necesidad de no solo preservar el sistema monárquico, sino también la Duma, que, junto con el Zemsky Sobor (2), eran, según él, los elementos más importantes de la sociedad tradicional rusa. No obstante, buscó también una nueva fundamentación para la monarquía desde la base de principios metafísicos y religiosos.
Sus ideas terminaron por plasmarse en su libro La Estatalidad Monárquica, que tenía como propósito el trazar la historia de los orígenes del sistema monárquico mediante una visión panorámica de su aparición desde Roma y Bizancio hasta el nacimiento del Imperio ruso. El libro investiga la lógica del desarrollo de la monarquía, identifica igualmente sus conexiones y la transformación de las estructuras e instituciones sociopolíticas. También intenta revelar las ideas que sustenta la monarquía sobre que es la persona, la ley, la ética, etc. Tikhomirov examinó muy particularmente todos los detalles de la historia misma del sistema monárquico ruso que tiene sus inicios en los príncipes de Kiev llega hasta la dinastía de los Romanov. En esto sigue a todos los principales teóricos del conservadurismo ruso que, desde los eslavófilos hasta Leontiev, habían sostenido esta tesis. El trabajo de Tikhomirov es el primer análisis completo, de corte sociológico e histórico, del monarquismo como sistema sociopolítico al interior del mundo ruso. Resulta bastante interesante que la sociología se encuentre indisolublemente ligada con la filosofía y la religión en estos análisis, lo cual le da una importancia conceptual bastante significativa a su perspectiva. Todo esto hace de Tikhomirov el primer y mejor teórico del monarquismo ruso.
La filosofía monárquica de Tikhomirov parte de la idea de un equilibrio entre la libertad y el orden, el cual esta basado necesariamente en la jerarquía y, por lo tanto, en la sumisión. En este sentido, y siguiendo las ideas K. Aksakov (3), Tikhomirov distingue nítidamente entre la dimensión personal y la dimensión social. El ser del individuo tiene como fundamento la libertad y ese debe ser su camino. En esta dimensión la ley funciona mediante la voluntad y la elección moral. La dimensión social es antes que nada movida por los principios jerárquicos los cuales requieren la restricción de las libertades individuales, o al menos de los elementos que no tienen nada que ver con su esencia. El mismo problema fue resuelto desde una perspectiva diferente cuando se estableció la distinción entre la “ley” y la “verdad” (es decir, entre el Estado y la Iglesia) o, en la sociología de L. Dumont que, desde ideas muy distintas, establece las diferencias entre el holismo y el individualismo.
Tikhomirov escribe lo siguiente:
“El orden es el primer y más importante principio que debe existir en una sociedad cuando esta apenas está naciendo (…)
El orden es lo primero que necesitan las personas para poder vivir socialmente. Con tal de crear ese orden, es necesario que el poder, que somete todo a la coerción, haga que los deseos personales arbitrarios se sometan a las normas generales conocidas y que vinculan a los otros.
Por lo tanto, el poder es algo necesario”.
La sociedad (como un todo holístico y político) solo puede ser jerárquica y vertical según piensa Tikhomirov. Todo ello obviamente crea una forma de simetría fundamentalmente expresada en la idea de que existe alguien que manda y alguien que obedece. Esto siempre existe en toda clase de organización política. Sin embargo, la jerarquía entre las personas en cuanto individuos siempre será cualitativamente diferente a otras clases de organización (como la que existe en el reino de los minerales, las plantas, los animales, etc.) las cuales se crean a partir de un tipo especial de sujetos: los portadores de la libertad. Tikhomirov opina que este principio fundamental surge de la teología ortodoxa que afirma el axioma de que Dios creo a los hombres para que fueron libres tal y como Él lo es, pero, a diferencia de Dios, los hombres no son omnipotentes. Por lo tanto, la jerarquía que existe entre las personas no es solo fruto del poder vertical o la subordinación, sino que también es la expresión del libre albedrío que busca alcanzar un objetivo metafísico mucho más alto y que Tikhomirov llama la verdad. Con tal de afirmar eso Tikhomirov se basa en otro ideólogo conservador K.P. Pobedonostsev (1827-1907). La “verdad” es antes que nada el telos del ser humano: es todo aquello a lo que aspira. El telos determina igualmente la orientación filosófica y religiosa del ser humano. La “voluntad de verdad” es el eje central de la existencia humana. Es un principio que se refleja tanto en lo personal como en la vida comunitario. En la dimensión personal este afán por la verdad se manifiesta en la libertad moral y la búsqueda del conocimiento, mientras que en la dimensión social legitima profundamente la organización de la comunidad, que podría ser considerado como un medio de acceso a la verdad, pero a nivel de un todo. Tikhomirov dice que:
“Solamente cuando nos relacionamos con esta realidad superior, con la verdad, es cuando llegamos a conocer que es la justicia, porque solamente lo que es verdadero es justo. Solo así somos capaces de respetar la ley mediante las fórmulas de la justicia”.
Tikhomirov sostiene que el Estado es la expresión de esta voluntad de verdad. El Estado tiene como fundamento ontológico la misma naturaleza del hombre y esa naturaleza está ligado de forma indisoluble a la libertad. Tikhomirov, siguiendo el espíritu de la filosofía científica de la Modernidad y, sobre todo, de F. Bacon (1561 – 1626), cree que la libertad consiste en ser independiente de toda determinación que ejercen sobre el hombre las fuerzas naturales externas. Y para realizar efectivamente esta libertad, es necesario crear el Estado. Sin embargo, esta actitud materialista, que está muy en consonancia con el Leviatán de T. Hobbes (1588-1679), cambia cualitativamente cuando Tikhomirov introduce muchos elementos de la teleología ortodoxa: querer liberar al hombre de las distintas determinaciones ejercidas por la naturaleza y las fuerzas externas no tiene como fin maximizar los placeres corporales y minimizar el sufrimiento, sino que antes que nada se trata de facilitar su relación con el Creador frente a las determinaciones y distracciones externas. Mientras que en la filosofía política de la Modernidad encontramos como fin el hedonismo, Tikhomirov más bien defiende el ascetismo monástico ortodoxo. Por lo tanto, el Estado no es concebido como “el menor de los males” según las ideas liberales, sino como una forma de vida pública que posee un objetivo y una misión moral de carácter religioso. La idea de justicia no es concebida como un cálculo racionalista, sino como un esfuerzo por alcanzar una perfección ética. La verdad superior (religiosa, moral), que está basada en la libertad, no rechaza para nada la ley del Estado, sino que es su base ontológica. O al menos se considera que la armonía entre la verdad y la ley, entre lo interno y lo externo, es la que debe determinar idealmente la estructura política (normativa). Tal sistema, solo puede ser encarnado por la monarquía según piensa Tikhomirov.
Tikhomirov dice que existen tres clases de monarquías:
1. La monarquía despótica,
2. La monarquía absolutista y
3. La monarquía autocrática.
La primera se refiere a la dictadura, la cual es generalmente un estado temporal de conmoción caracterizado por la introducción de leyes extraordinarias frente a una amenaza externa, en estos casos se hace necesario la movilización política urgente impulsada desde arriba. Si esta clase de monarquía no encuentra una justificación real, entonces se convierte en una forma de despotismo. Por lo tanto, esta clase de monarquía se aleja por completo del individuo y de la verdad moral ya que la disminución de las libertades individuales no es compensada, ni siquiera teóricamente, por ningún telosespiritual superior. En otras palabras, en esta clase de despotismo no existe ni la verdad ni la justicia, no existe ninguna misión real. Se trata de la forma menos humana de gobierno donde recae todo el poder en un solo hombre. Posteriormente, el filósofo y jurista conservador alemán K. Schmitt (1888 – 1985) llamaría a esta forma de gobierno la “dictadura soberana”. Esta clase de monarquía es el modelo defendido por los sistemas políticos europeos y occidentales de la Modernidad temprana como los de Hobbes, J. Bodin (1530 – 1596) y N. Macchiavello (1469 – 1527).
La monarquía absolutista es mucho más estable y se basa en la sucesión dinástica. Cualitativamente existe un mayor contenido de “verdad” en este sistema que en el despotismo, ya que existe la unidad y la solidaridad entre el gobernante y los subordinados, pero, al igual que en el despotismo (donde no existe la unidad ni la solidaridad), no encontramos en ese sistema una dimensión trascendental. Tikhomirov explica:
“El absolutismo, tanto en el sentido del concepto como en los hechos históricos, significa la defensa de un poder que fue creado de la nada, que se sostiene por su propia voluntad y que es independiente por sí mismo, no depende de nadie y es incondicionado. Cuando el pueblo termina por fusionarse con el Estado, entonces el poder estatal, que expresa la autocracia del pueblo, se vuelve absoluto. Esta no es una forma de gobierno, sino una especie de característica o propiedad de la misma”.
Para Tikhomirov, el absolutismo consiste no en la “absolutización” del poder del monarca, sino en el inmanentización de este último que es transformado en una especie de verdad estatal. En las teorías de la filosofía política moderna, este sistema se corresponde con la “monarquía ilustrada” defendida por muchos de los liberales de Europa occidental.
Pero Tikhomirov sostiene que la única monarquía verdadera es la autocracia, pues en ella encontramos una sociedad organizada desde un punto de vista vertical y que no solo esta predeterminada por un sistema de relaciones de poder de carácter mundano, sino que está conectada con un principio celestial y una organización vertical trascendental inspirada por una verdad religiosa de carácter metafísico. La autocracia tiene una naturaleza religiosa, ya que tiene como misión unir el Cielo y la Tierra con tal de establecer una teleología social donde el hombre alcanza un principio de verdad trascendental. En esta definición la monarquía es ante todo una institución religiosa, ética, moral e incluso soteriológica. La obediencia en este sistema puede compararse a la renuncia a la voluntad personal que encontramos en el ascetismo monástico y cuya recompensa es la manifestación de la luz de la Voluntad Divina dentro de todos aquellos que participan en ella. De acuerdo a todo lo anterior podemos decir que la autocracia es una institución de carácter apolíneo, holístico y orientada hacia el Cielo, la cual encarna no solo un sistema que restringe de forma pragmática la libertad en nombre de conseguir alcanzar algunos de los objetivos prácticos más comunes, sino que es la apoteosis de la libertad humana en la medida en que desea orientarse hacia un ser superior: obedecer a Dios.
Por supuesto, todo ello determina la figura del monarca. Desde la perspectiva autocrática el Zar es el arquetipo del ser humano, cuya esencia es la libertad que obedece al cielo. No es tanto un modelo individualista como de carácter antropológico, donde todos sus miembros componen un organismo colectivo orientado hacia Cristo. Fue así como la tradición ortodoxa y bizantina entendieron la naturaleza del Emperador-Basileus. Y en este punto Tikhomirov coincide con Leontiev, quien consideraba que los rusos son los herederos del bizantinismo.
Solo siguiendo esta idea es posible construir de forma jerárquica las instituciones y los patrimonios de la sociedad. Cuanto más alto se está en la jerarquía más cerca se está del Zar y más comprometido se está con la sociedad, ya que el Zar no es únicamente un individuo, sino precisamente un ser social. Si definimos el poder de este modo, podemos decir que este es directamente proporcional al grado de responsabilidad que tiene una persona con respecto a la defensa de la verdad universal, y es esta defensa la que legitima tanto el liderazgo como la subordinación. Las clases altas como la aristocracia, la nobleza, etc… no obedecen ciegamente al Zar, le obedecen porque antes que nada porque él es el punto antropológico donde se condensa la esencia del ser humano y donde uno puede encontrar la “verdad”. Así que la esencia y la personalidad del Zar siempre se halla mucho más comprometida con la vida pública que la esencia y la personalidad de las clases bajas. Por lo tanto, la personalidad de los soberanos existe para hacer cumplir los intereses del Estado y no los intereses particulares. Mientras descendemos a los niveles más bajos de la sociedad, encontramos que la individualidad se hace cada vez más dominante. Eso es proporcional a la disminución de la autoridad y tiene como contrapartida facilitar nuestro nivel de responsabilidad. Un ciudadano común es ante todo responsable de sí mismo y de su familia, por lo que su poder disminuye, pero aumenta su libertad personal.
Este es el modo en que surge la jerarquía dentro de la autocracia: su modelo es muy semejante a la estructura que tiene el Estado ideal de Platón: el orden material es un reflejo de los rayos que provienen de las ideas celestiales. La jerarquía social es un buen reflejo del grado de concentración que tiene el ser en una persona de acuerdo a su estatuto: esto es llamado por Platón como el Uno (Ἕν), mientras que la filosofía política ortodoxa lo llama Dios…
Tikhomirov intenta revivir los principios fundamentales que sustentan la ideología monárquica del bizantinismo desde una dimensión metafísica. Al mismo tiempo, siguiendo el espíritu de los eslavófilos, él consideró que la Iglesia no debía estar sometida al Estado (algo que desde la época de Pedro el Grande se convirtió en una realidad política cotidiana), por lo que sostuvo que era necesario restaurar el patriarcado. Esta idea de Tikhomirov llegó a interesarle en algún momento a P. Stolypin (1862 – 1911), a quien fue muy cercano, y también a Nicolás II, quien puso en práctica varias medidas que se inspiraron en Tikhomirov.
Tikhomirov consideraba que el Zemsky Sobor era muy importante, incluso llegó a afirmar que era un componente indispensable de la organización política y que estaba llamado a desempeñar un papel destacado en la instauración de una nueva etapa histórica, ya que era la expresión más particular y original de la voluntad de verdad rusa. Es en el Zemsky Sobor donde debe legitimarse la autocracia como sistema religioso y moral, y no solo como institución dinástica que existe simplemente por inercia. El Zemsky Sobor termina por darle al Estado una dimensión moral que lo convierte en la expresión de la voluntad colectiva de todas las personas que siguen la fe ortodoxa.
Por otro lado, el zemstvo (4), según Tikhomirov, debe ser la institución por excelencia del autogobierno local, el lugar donde la clase campesina y los artesanos resuelven los problemas locales que no requieren de una intervención superior de la autoridad estatal. Mediante esta transformación de los estamentos en corporaciones que tienen un carácter libre, pero jerárquico, Tikhomirov esperaba evitar la amenaza de una revolución social, ya que todos los estratos de la sociedad estarían representados de forma armoniosa por un modelo autocrático y trascendental que contaría con una dimensión ética y soteriológica. En la práctica, Tikhomirov incluso intentó organizar un movimiento sindical y obrero propio que tenía como consigna luchar por la justicia y los derechos de los trabajadores, pero que no estuviera opuesto a la monarquía, sino que intentaría más bien influenciarla con tal de legitimar su propia autoridad.
La investigación de Tikhomirov de los aspectos sociológicos y jurídicos de la autocracia lo llevaron a definir el concepto de “nación” como categoría política. Los eslavófilos rara vez llegaron a usar este término nacido en Europa occidental y que es de origen burgués: “nación” significa antes que el conjunto de los ciudadanos individuales que poseen derechos y responsabilidades políticas. Los eslavófilos siempre prefirieron hablar del pueblo, del campesinado o de la Tierra. K. Aksakov enfatizó muchísimo que era necesario excluir al campesinado del proceso politización moderna, es decir, no se debía seguir el camino occidental de crear una nación a partir de los individuos. Tikhomirov dice lo mismo de forma explícita, aunque su definición de nación no es muy clara:
“La nación, es decir, el pueblo, es un conjunto de tribus unidas de forma indeleble por elementos materiales o morales (…) Precisamente, es este conjunto de familias, clanes, comunidades, corporaciones, clases sociales, que están más o menos unidos a la sociedad y a la “Tierra”, de donde surge la necesidad de crear un Estado, es decir, una alianza superior que no se construye mediante el interés privado o grupal, sino mediante el interés general de todos aquellos que igualmente abrazan su existencia y que quieren asegurar, gracias a su unión, su propia existencia”.
Es obvio que en esta definición se terminan combinando todas las características atribuidas al Estado, al igual que a la sociedad tradicional y a los sistemas políticos de la Modernidad, ya que se habla tanto de los “grupos étnicos” como de las “clases”, etc. Tikhomirov utiliza el concepto artificial de “nación” (de origen europeo y occidental y que describe una realidad política surgida debido al nacimiento de la burguesía, el cual se reflejó a nivel internacional con la instauración del sistema de Westfalia, aparecido en 1648 como resultado de la Guerra de los Treinta Años), pero incluye dentro de él elementos que pertenecen a un sistema considerado obsoleto y no occidental que es fundamentalmente diferente y que habla de las personas, de las tierras, las propiedades, etc. Quizás es por es que Tikhomirov propone el reservar el reconocimiento del estatus político y los derechos únicamente a la población ortodoxa rusa, mientras que habla de la necesidad de concederle derechos individuales solamente a los extranjeros que viven en el Imperio. Todo esto se traduce en una especie segregación de carácter nacionalista. A pesar de que Tikhomirov intentó darle al concepto de “nación” un significado particular, incluyendo dentro de su definición los elementos que pertenecen al “nacionalismo” occidental y a los proyectos políticos occidentales, es posible distinguir claramente en esta definición estos problemas, lo cual debilita el significado metafísico de las ideas que defiende y lo aleja de las principales intuiciones que sostenían los eslavófilos o Leontiev, así como de la idea de un Imperio sagrado, donde la actitud hacia la ciudadanía política se encuentra mucho más matizada y, esto es lo más importante, se evita la formalización y el reconocimiento excesivo del individuo como sujeto al que se le atribuyen derechos, mientras que el concepto de “nación” – de una forma u otra en todas las fases de su evolución – siempre presupone precisamente estos derechos. Encontraremos posteriormente de forma incluso más clara y evidente esta misma contradicción en otro teórico del monarquismo: Ivan Ilyin (1883 – 1954), quien escribió la mayoría de sus obras en el exilio después de la derrota de los ejércitos blancos en la Guerra Civil.
Lev Tikhomirov no fue solamente un teórico del monarquismo, sino que intentó hacer realidad muchas de sus ideas. Además, propuso algunas iniciativas en el campo de la política eclesiástica, incluso le propuso al movimiento monárquico varios proyectos relacionados con las reformas sobre el trabajo, incluso llegó a influir hasta cierto punto en las reformas agrarias de Stolypin, que iban dirigidas a destruir a las comunidades rurales. Tikhomirov, que no se oponía directamente a las comunidades rurales, propuso preservar ciertos de sus principios: si bien sus reformas no estaban relacionadas con la tenencia conjunta de la tierra, si defendió la preservación de las estructuras de autogobierno local. Con esto pretendía salvar de su destrucción a la centenaria cultura campesina rusa. Stolypin aceptó parcialmente estas enmiendas. Además, Tikhomirov señalo el hecho de que la mayoría del proletariado urbano que existía en Rusia desde principios del siglo XX no tenía un carácter permanente, sino estacional. Los proletarios iban a las ciudades venidos desde el campo y realizaban solamente trabajos temporales, pero conservaban sus parcelas y sus tierras. Tikhomirov decía que se debía tener en cuenta estas circunstancias con tal de facilitar los vínculos de los trabajadores con su propio entorno campesino nativo. Todo esto debía hacer parte de la política del Estado.
No obstante, Tikhomirov fue perdiendo progresivamente sus esperanzas en el régimen político de los Romanov y desestimo que estos fueran capaces de instaurar una autocracia (ideal) con todas las condiciones que requería y que estuviera basada en los principios fundamentales de su filosofía.
Si bien simpatizó con la política de Alejandro III (1845-1894), la cual incluso despertó su entusiasmo y lo llevó a abandonar la Naródnaya Volia para convertirse en al monarquismo, su actitud hacia Nicolás II fue más bien fría y su escepticismo creció contantemente hasta el punto en que la abdicación del ultimo Zar no llegó a sorprenderlo: siempre fue consciente de que el régimen era incapaz de llevar a cabo las reformas revolucionario-conservadoras que se necesitaban para preservar su estructura, algo que vio con mucha claridad y amargura. Además, fue testigo de la falta de comprensión de la monarquía de la urgencia de estas reformas, por lo que sospecho que el zarismo estaba condenado al fracaso.
La escatología monárquica y la Iglesia de Filadelfia
El pesimismo histórico de Lev Tikhomirov se encontraba muy estrechamente relacionado con otra de las ideas centrales de su filosofía: el profundo interés que tenía por la escatología. Su otra gran obra, Los fundamentos religiosos y filosóficos de la historia, esta dedicada a buscar el significado de la historia humana. Tikhomirov interpretó el desarrollo de la historia mundial según las ideas sostenidas por la Ortodoxia y que tenían especialmente una amplia resonancia en los círculos místicos y hesicastas de los staretz (ancianos) rusos y atónitas. Para Tikhomirov, la totalidad del mundo moderno representaba la fase final de la historia mundial, ya fuera que esta coincidiera con la llegada del Anticristo o con un periodo posterior que fuera inmediatamente anterior a la manifestación del Hijo de la Perdición. Tikhomirov llegó a interpretar en términos apocalípticos las catástrofes sufridas por la política del Zar, la aguda degradación de la burocracia y el caos que surgió en todos los círculos gubernamentales después de la muerte de Stolypin. Vio en ello el prefacio de algo más. En realidad, su obra Los fundamentos religiosos y filosóficos de la historia puede ser considerada como una especie de escatología social.
Sin embargo, con tal de definir claramente sus ideas acerca del fin del mundo, Tikhomirov deseaba revisar el conjunto total de la historia, ya que era a partir de esta totalidad que era posible descubrir el verdadero significado del tiempo en el que vivía. Tikhomirov termina por adherirse a la versión clásica de las ideas de su época. Comienza hablando de la cultura pagana, interpretándola a la manera cristiana como simple “adoración a la naturaleza” y como una falta de conocimiento con respecto a un Dios Único. Luego pasa a exponer el igualmente el nacimiento del judaísmo y su monoteísmo que culmina con la aparición de Cristo. Para la conciencia ortodoxa la aparición del cristianismo es la culminación de todo el proceso histórico y, por lo tanto, la historia se divide en dos tiempos: uno antes de Cristo y otro después de Cristo.
Tikhomirov tiene como principal tarea explicar, por medio de la reconstrucción histórica, la aparición de la Modernidad, que a sus ojos es algo opuesto al cristianismo y se define como una época de apostasía (traición) caracterizada por ser una continuación y una parcial resurrección de todas las herejías de la Antigüedad que tienen un origen puramente pagano, precristiano y que se desarrollaron paralelamente al cristianismo como un medio de distorsionarlo y pervertirlo. Tikhomirov le presta mucha atención al judaísmo, tanto al del Antiguo Testamento (en el contexto en que apareció la idea de la Encarnación) como al posterior (que nunca aceptó a Cristo). También hace una descripción general del Islam. Tikhomirov cree que el paganismo de la Antigüedad sobrevivió al monoteísmo (el judaísmo, el cristianismo y el Islam) y, habiendo penetrado dentro de las enseñanzas monoteístas, luego se convirtió en el origen de varias de las herejías y movimientos místicos posteriores como el gnosticismo, la Cábala, el sufismo, etc.
Sin embargo, el fortalecimiento de los dogmas cristianos y la difusión de la cultura cristiana hicieron del monoteísmo religioso y a su filosofía un elemento dominante en Occidente durante muchos siglos. Por supuesto, Rusia puede ser incluida aquí como un Estado cristiano. Pero incluso durante la Edad Media continuaron existiendo estas viejas herejías que estaban arraigadas en el paganismo, y fueron esas herejías, escribe Tikhomirov, las que sentaron las bases que permitirían la aparición de la civilización del Anticristo, que no es otra que la civilización europea surgida con los Nuevos Tiempos. Durante el Renacimiento y en los comienzos de los Nuevos Tiempos, estas herejías pasaron de ser una enseñanza oculta, “esotérica” y “mística”, a ser públicas, mientras que las sociedades secretas y otras estructuras ocultas comenzaron a empujar al cristianismo hacia la periferia. Esto es lo que podemos llamar la decadencia de Occidente: el paganismo de la Antigüedad derrotó al cristianismo cuando surgió la Modernidad, haciendo de sus ideas y principios los dogmas que ahora regían a la sociedad.
Para Tikhomirov, el ocultismo o la teosofía contemporánea parecía ser el descendiente directo de las antiguas herejías, además de ser el verdadero trasfondo satánico del mundo moderno. Las teorías científicas eran simplemente una continuación de este mismo satanismo, pero encubierto bajo la forma del materialismo, el evolucionismo, el mecanismo, la democracia, el liberalismo, etc.
Es desde esta perspectiva que Tikhomirov restaura la estructura del tiempo según una perspectiva ortodoxa y con ello hace la génesis del Anticristo, señalando cada una de sus etapas y el modo en que este va invadiendo el mundo hasta hacerse con el control de toda la existencia humana. La interpretación de Tikhomirov de todo el proceso histórico es como una especie de círculo vicioso que comienza con la civilización pagana, después viene una etapa intermedia y luego llega el Apocalipsis que lo destruye todo. En la etapa intermedia la esencia del mundo y del hombre es transformada por la venida de Jesucristo. Después de su venida, la Iglesia terrenal comienza a luchar contra el paganismo, tanto fuera como dentro de sí misma, pero pierde poco a poco esta batalla hasta que la semilla de mostaza que representa a la Iglesia muere. La Modernidad y el Occidente “progresista” resultan ser, por lo tanto, el momento en que renacen los sistemas del paganos precristianos más antiguo. Lo último a lo que conduce ese paganismo latente que ha conseguido resucitar es a la llegada del Anticristo que es una especie de triunfo teleológico de las “falsas creencias”, es decir, el triunfo del “mesías de los paganos”.
Después de la muerte de Cristo, y siguiendo la escatología ortodoxa, Tikhimirov divide el tiempo en siete etapas que se corresponden con las 7 Iglesias que son mencionadas en el Apocalipsis.
1. La Iglesia de Éfeso corresponde a la época apostólica.
2. La Iglesia de Esmirna se refiere al período de persecución de los cristianos y de los mártires.
3. La Iglesia de Pérgamo es la Iglesia del Imperio.
4. La Iglesia de Tiatira es el periodo donde domina el cristianismo y el Estado cristiano, el cual se puede asimilar a la Edad Media.
5. La Iglesia de Sardis simboliza el comienzo de la decadencia del cristianismo y el inicio de la Modernidad europea.
6. La Iglesia de Filadelfia es el breve periodo donde se restaura el cristianismo antes de que se acabe el ciclo.
7. La Iglesia de Laodicea corresponde a la venida del Anticristo.
Para Tikhomirov resultaba muy importante descubrir cuál es el lugar que ocupaba Rusia y la monarquía rusa en esta periodización del tiempo. Si Occidente ya había entrado en el periodo de dominación correspondiente a la Iglesia de Sardis desde hacía varios siglos, entonces Rusia, que había permanecido fiel a los principios antiguos, siguió siendo parte de la Iglesia de Tiatira. Pero este proceso histórico del cambio de los siete siglos es inexorable y Tikhomirov ve claramente como se va extinguiendo la Iglesia de Tiatira en Rusia, por lo que seguiría el dominio de la Iglesia de Sardis. Además, su propia experiencia personal como activista revolucionario y sus viejos llamados al regicidio y el derrocamiento de la monarquía lo hacen conocer la naturaleza profunda de la Iglesia de Sardis. El espíritu de Sardis forma parte de su experiencia existencial y personal: es el nihilismo conscientemente y totalmente demoníaco.
Si la era de Laodicea se refiere al futuro, que llegará muy pronto, cuando tendrá lugar la llegada plena y total del Anticristo, lo más problemático de esta periodización sigue siendo la época de la Iglesia de Filadelfia. Es la defensa de esta época la que Tikhomirov busca hacer realidad mediante su defensa de un monarquismo voluntarista e incluso revolucionario (revolucionario conservador), ya que su misión no es tanto defender la Iglesia de Tiatira (la sociedad tradicional) frente a la inexorable ofensiva de la Iglesia de Sardis, sino en dar un salto hacia adelante y superar esta etapa subversiva (como lo hizo Tikhomirov gracias a su conversión política y espiritual), con tal de contribuir a crear un nuevo orden que sea impuesto por la Iglesia de Filadelfia que, aunque dure poco tiempo, será una restauración plena e ideal del orden político y de la religión ortodoxa en todo el sentido de la palabra: es la verdadera autocracia.
Este es el monarquismo de la Iglesia de Filadelfia, el cual no busca regresar o proteger el pasado, sino ir hacia el futuro. Para ello se apoya en la voluntad como medio de revivir en una forma completa el contenido mismo de la Tradición, y eso es lo que defiende Tikhomirov. De hecho, con ello estamos ante la imagen monárquico-ortodoxa del Sujeto Radical, cuya versión poético-gnóstica nos fue presentada por Nikolai Gumiliov.
Totalmente inmerso en sus ideas escatológicas, Lev Tikhomirov creía en la inevitabilidad de la revolución bolchevique, ya que según su perspectiva histórica lo único que podía esperarse que sucediera en esta etapa era la llegada del Anticristo o la de sus precursores encarnados en la Iglesia de Sardis.
La obra final de Tikhomirov, la cual escribió en la víspera de su muerte, cuando había iniciado el período soviético, se titula Los últimos días, cuyo guion del Apocalipsis puede ser descrito como una especie de ficción donde se hace referencias a muchas realidades de su época. Después del triunfo del socialismo, la humanidad se divide en 10 Estados que están permanente en guerra (son los 10 cuernos de la Bestia del Apocalipsis). Al final la humanidad se cansa de las interminables guerras y el caos en que vive y reconocen como su jefe a un judío estadounidense perteneciente a una organización masónica. Este judío se llama Antíoco Mason, que es apoyado por ciertas corrientes del judaísmo (particularmente por el Kol Yisrael Haberim), y es considerado el príncipe de la paz. Mason se las arregla para seducir a la mayoría del planeta, luego expulsa al Papa de Roma y hace de Jerusalén la capital de un Estado mundial. A partir de eso momento, “Antíoco el Masón”, el Anticristo, comienza a prepararse para asaltar el Cielo.
A sus planes se oponen todos los cristianos fieles a la Iglesia de Filadelfia, así como algunos musulmanes y ciertos movimientos judíos, que se niegan a reconocer su autoridad. La obra acaba con una descripción casi literal de los acontecimientos que son expuestos en el Apocalipsis, la batalla del Armagedón, la derrota del Anticristo y la Segunda Venida de Cristo. Tikhomirov muere pensando en la Iglesia de Filadelfia, que fue la inspiración de todos sus libros y de todas las cosas que hizo en su vida.
Notas del Traductor:
1. Naródnaya Volia (Наро́дная во́ля, ‘Voluntad del Pueblo’) fue una organización revolucionaria rusa de inicios de la década de 1880.
2. El Zemski Sobor fue el primer parlamento ruso del tipo de los estados feudales, en los siglos XVI y XVII. El término traducido literalmente es la «Asamblea de la Tierra».
Podía ser convocado tanto por el zar, por el patriarca o por los boyardos de la Duma. Las tres clases sociales que participaban en la asamblea eran:
- La nobleza y los altos funcionarios, incluyendo a los boyardos de la Duma.
- El santo Sobor, o alto clero de la Iglesia ortodoxa.
- Representantes de los comerciantes y habitantes de las ciudades (tercer estado).
El primer Zemski Sobor fue convocado por el zar Iván IV el Terrible en 1549. Durante su reinado se llevaron a cabo un gran número de reuniones, y se convirtió en un instrumento habitual utilizado para aprobar grandes leyes o para decidir temas controvertidos.
3. Konstantin Sergeyevich Aksakov (10 de abril de 1817 – 19 de diciembre de 1860) fue un crítico y escritor ruso, uno de los primeros y más importantes representantes de los eslavófilos. Escribió obras de teatro, crítica social e historias del antiguo orden social ruso. Su padre Sergey Aksakov y su hermana Vera Aksakova eran escritores, y su hermano menor, Ivan Aksakov, fue periodista.
4. Zemstvo (Ruso: Земство) fue una forma de gobierno local instituido durante las grandes reformas liberales realizadas en el Imperio ruso por el zar Alejandro II de Rusia. La idea de este sistema fue desarrollada por Nikolái Miliutin. Las primeras leyes sobre los zemstvos se promulgaron en 1864. Tras la Revolución de octubre de 1917 el sistema de zemstvos fue abolido y sustituido por el de soviets o consejos obreros provinciales. El sistema de autogobierno del Imperio ruso estaba formado en su nivel más bajo por el mir y los vólosts, y en un nivel inmediatamente superior por las 34 Gubérniyas de la vieja Rusia, los distritos electorales y las asambleas provinciales.