Las extensiones de la crisis política alemana

04.12.2017

A más de dos meses de las elecciones en Alemania, la fuerza que concentró la mayor cantidad de votos, la Unión Cristiana Demócrata, no ha conseguido hasta hoy alianzas con otras fuerzas para poder así gobernar. De modo que el fracaso de lo que en principio parecía casi un “trámite político”, una coalición de gobierno entre aquella fuerza encabezada por la canciller Angela Merkel y el Partido Verde y el Partido Liberal, ha llevado a Alemania a una situación de crisis en ascenso.

Pero dicha crisis, frente a la que existen varios cursos de posible superación, no implica solo una situación de carácter local, sino que la misma tiene una extensión regional y también global, si bien es verdad que la cuestión local es la central y de cuya resolución dependerá a su tiempo la evolución en las otras dos dimensiones. En cuanto al anillo principal de la crisis, la política en Alemania, hay varias cuestiones que la explican. En primer lugar, es posible que este cuarto mandato encuentre a Merkel con un nivel de desgaste político considerable, una realidad habitual para mandatarios que traspasan la década al frente de un país.

En el poder desde 2006, tal vez los alemanes aspiran a nuevos liderazgos. Que el alto nivel de confianza que mantiene la canciller a nivel internacional, como bien lo confirman los análisis del Centro de Investigaciones Pew Research, no significa que “hacia adentro” suceda lo mismo: de hecho, si así fuera, no habría hoy una crisis producto de la falta de votos para lograr mayoría absoluta (el partido de Merkel y su socia la Unión Social Cristiana de Baviera obtuvieron un 33 por ciento de los votos, cifra que indica una importante caída en relación con las elecciones anteriores), ni tampoco habría demasiados problemas para conformar una coalición.

Acaso es necesario considerar otras cuestiones para comprender la crisis política, por ejemplo, la “socialización” del discurso y práctica de Merkel durante los últimos años, hecho que produjo dos impactos de escala: por un lado, la insatisfacción de los votantes conservadores que se quedaron sin referente ideológico, optando muchos de ellos por el partido Alternativa para Alemania (AfD), la fuerza  nacionalista euroescéptica y crítica en relación con el sensible tema de los inmigrantes; por otro lado, la insatisfacción de los seguidores de la socialdemocracia, que se sienten impotentes ante la falta de ideas y renovación de una fuerza que en otro tiempo concentró un enorme caudal de votos en el país eurocentral.

Es precisamente este segundo impacto el que dificulta una nueva “gran coalición” entre el partido conservador y los socialistas: si bien se trata de una de las posibles “ventanas de salida” de la crisis actual, no pocos socialdemócratas consideran que si ello ocurriera sería la aceleración casi final del declive, sobre todo si la canciller, temerosa del aumento del propio declive, se convierta en una “Merkiavelo”, como la ha llamado Ulrich Beck, y termine por “fagocitar” a aquella fuerza. La importancia de “nuevos” y “viejos temas” también debe ser considerada en la crisis: son precisamente ellos los que han hecho naufragar lo que parecía prácticamente un hecho: la coalición denominada “Jamaica” (por sus colores) entre democristianos, verdes y liberales.

En efecto, la cerrada demanda de estos últimos, principalmente  en materia de impuestos (no continuar asistiendo a los estealemanes) e inmigrantes (prorrogar la moratoria que impide que los refugiados trasladen a Alemania a sus familiares), fue el detonante de la crisis.

Finalmente, el seísmo político que implica el avance de AfD, que ingresa por vez primera en el Bundestag (Parlamento Federal) pero que ya tenía presencia en las asambleas regionales, es un factor de crisis e inquietud. Sin duda, se trata de un elemento considerable, pues cualquier descuido que cometa una eventual alianza política que logre Merkel será capitalizado por la ascendente fuerza nacionalista; fuerza que con inteligencia ha sabido balancear su perfil intransigente con el objetivo de atraer a los descontentos con el “conservadurismo templado” de la mandataria, como así a otros.

La dimensión o extensión regional de la crisis germana implica a la Unión Europea, porque, como bien advierte Hans Kundnani en su difundida obra “La paradoja del poder alemán”, se ha revelado cierta “saturación” de Alemania hacia dentro de la UE y también “hacia fuera”, es decir, en relación con la pertenencia inalterable al atlantismo. El atiborramiento hacia dentro significa que Alemania ya no quiere aceptar condiciones de los “socios de baja velocidad”, es decir, de aquellos países con recurrentes dificultades financio-económicas que “ralentizan” el curso de integración europea. En otros términos: “o se hace o se hace lo que dice Alemania”.

Pero la saturación implica también escalones más altos: la necesidad de que “todos” respetan la fiscalidad, exigencia que incluye a países como Francia, el segundo país de la UE. Por tanto, en retirada Reino Unido y con problemas de números Francia, solo queda “Alemania y los demás”, es decir, aunque no guste, una “Europa alemanizada” en materia de “cumplimiento de las tareas fiscales”.

En cuanto a la saturación “hacia fuera”, en Alemania ha crecido el descontento ante la condición antigeopolítica que implica ser una potencia geoeconómica pero no geopolítica, es decir, el despliegue y fuerza de la economía a nivel regional y mundial no se ve correspondida cuando Alemania debe considerar cuestiones que atañen a su interés nacional, por caso, en relación con actores como Rusia o la misma China, sobre todo a partir de la propuesta geopolítica, geoeconómica y geoenergética que supone la potencial “nueva ruta de la seda”.

De manera que para algunos influyentes sectores resulta casi inconcebible que Alemania, por ser parte del “corsé estratégico” atlanto-occidental, no pueda por sí misma adoptar decisiones en relación con cuestiones que hacen a la edificación de un nuevo orden interestatal, por ahora incierto.

En breve, el sistema político alemán provee varios cursos para zanjar la crisis actual antes de llegar a la última estación, esto es, una nueva convocatoria dentro de los sesenta días. Pero en dicha crisis también concurren cuestiones que van más allá de lo estrictamente político y local. Dichas cuestiones suponen consideraciones sobre el papel de Alemania en la configuración interestatal final del siglo XXI, que exigirá de Alemania definiciones en un campo hasta hoy vedado para ella por la desconfianza de muchos, la geopolítica.