Las elecciones estadounidenses decidirán el destino del mundo
El 5 de noviembre del 2024 se celebrarán las elecciones presidenciales de Estados Unidos y ellas tendrán una importancia muy grande para todo el mundo. El resultado de estas elecciones decidirá no solo el destino de los Estados Unidos e incluso de Occidente, sino también el destino de toda la humanidad. Nuestro planeta se encuentra al borde de una guerra nuclear, incluso de una Tercera Guerra Mundial entre Rusia contra los países de la OTAN, y es precisamente por eso que el próximo mandatario de la Casa Blanca decidirá el camino que seguirá la humanidad. Tomando en cuenta todo lo anterior, es importante que demos un vistazo a los dos candidatos de estas elecciones y reflexionemos sobre sus posiciones y agendas.
Empecemos por Biden, quien es mentalmente débil y muestra claros signos de demencia senil. Sin embargo, por extraño que parezca, Biden es solo una fachada, un disfraz detrás del cual se ocultan las élites políticas del Partido Demócrata que actualmente gobiernan Estados Unidos y que han llegado a un consenso de que Biden es su candidato. Según ellos, Biden podría gobernar incluso estando muerto y ello no cambiaría nada su agenda. Los demócratas tienen tras de sí a todos los globalistas (a veces denominados como “gobierno mundial”) que agrupa tanto al Estado Profundo estadounidense como a las élites liberales europeas y mundiales. Ideológicamente, Biden es globalista, es decir, su proyecto busca unir a toda la humanidad bajo un gobierno conformado por élites tecnocráticas liberales que buscan la abolición de la soberanía de los Estados-nación y la mezcla absoluta de los pueblos y los credos. Este proyecto es una especie de nueva Torre de Babel. Por supuesto, los cristianos ortodoxos y tradicionalistas de otras confesiones ven este proyecto como la antesala de la “venida del Anticristo”. Los globalistas como Yuval Harari, Klaus Schwab, Raymond Kurzweil y Maurice Strong hablan abiertamente de la necesidad de sustituir a los humanos por la inteligencia artificial y los ciborgs, además de la abolición del género y las etnias que ya ha sido proclamada por las sociedades occidentales. Biden no tiene voz y voto en este proyecto, ya que de él no depende la toma de decisiones, sino que únicamente cumple el papel de representante autorizado que gobierna en nombre del globalismo internacional.
Biden depende políticamente del Partido Demócrata que, a pesar de la enorme diversidad de sus posiciones e incluso la existencia en su seno de figuras radicales de extrema izquierda y antiglobalistas como Bernie Sanders o Robert Kennedy, ha llegado a la conclusión de que es necesario apoyar al actual mandatario para mantenerse en el poder. Además, el hecho de que Biden este cada vez más impedido no les asusta, ya que quienes realmente dirigen al partido son gente muy joven y bastante lucida que no tiene nada que ver con Biden. Y es aquí a donde llegamos a un punto importante: detrás de Biden existe una ideología muy extendida alrededor del mundo y esta ideología es la que siguen la mayoría de las élites políticas y económicas liberales en un grado u otro. El liberalismo se encuentra profundamente arraigado, a nivel planetario, en la educación, la ciencia, la cultura, la información, la economía, los negocios, la política e incluso la tecnología. Biden es solo un punto de convergencia hacia el cual tienden todas las redes globalistas y lo mismo se aplica al Partido Demócrata de los Estados Unidos, que es la encarnación política de tal ideología. Los demócratas estadounidenses se preocupan cada vez menos y menos por sus ciudadanos y, en cambio, desean mantener su predominio a cualquier precio, incluso a costa de casar una nueva guerra mundial (librada contra Rusia y China). En cierto sentido, los demócratas incluso están dispuestos a sacrificar a los propios Estados Unidos, lo cual resulta extremadamente peligroso.
La agenda globalista de quienes apoyan a Biden es igualmente enarbolada por los círculos neoconservadores estadounidenses. Los neoconservadores son, en su mayoría, antiguos trotskistas que conservan su odio contra Rusia y que creen que la revolución mundial únicamente será posible tras la victoria final del capitalismo, es decir, del Occidente global a nivel mundial. Por lo tanto, los neoconservadores han pospuesto el objetivo de la revolución proletaria hasta que por fin el capitalismo globalista y el Occidente liberal triunfen definitivamente. Los neoconservadores son ante todo halcones que defienden a ultranza la unipolaridad, abogan por el apoyo absoluto a Israel y el genocidio de Gaza. También existen neoconservadores entre los demócratas, pero la mayoría de ellos se encuentra en las filas de los republicanos y representan el polo opuesto a las ideas de Trump. En cierto sentido, son la quinta columna de los demócratas y Biden en el Partido Republicano.
Finalmente, tenemos que tener en cuenta al Estado Profundo (Deep State) estadounidense. Se trata de una cúpula no partidista que está compuesta por los altos funcionarios del gobierno, burócratas influyentes y las principales figuras que dirigen los servicios de inteligencia y militares de los Estados Unidos, siendo una especie de “guardianes” del orden estatal. El Estado Profundo de los Estados Unidos tiene una vertiente demócrata y otra republicana: los demócratas se concentran en el dominio global y la difusión del liberalismo a escala planetaria, mientras que los republicanos tienen como objetivo el fortalecimiento de Estados Unidos como superpotencia y hegemón que dirige la política mundial. Ambas estrategias no son mutuamente excluyentes, sino que tienen objetivos parecidos que únicamente varían en sus medios. El Estado Profundo es el garante de que ambas corrientes sigan este camino, encargándose de variar el énfasis que se da a uno u otro dependiendo del momento, pero en ambos casos manteniendo la inmutabilidad del sistema.
Es por eso que muchos se han dado cuenta que el círculo que rodea a Biden refleja con exactitud los intereses y valores que la alta burocracia estadounidense tiene. Biden tiene a su favor muchos factores para conservar el poder, desde la ideología globalistas hasta los intereses del Estado Profundo y el apoyo de las grandes corporaciones financieras, la prensa mundial y los monopolios económicos. Su debilidad personal y su demencia senil han obligado a muchos de estos actores a respaldar la presidencia de Biden por medio de acciones antidemocráticas. De hecho, Biden dijo en uno de los mítines de su actual campaña que “es hora de poner la libertad por encima de la democracia”. Esta frase no puede ser atribuida a un desliz de Biden, sino que se trata de un programa de los globalistas. Una guerra abierta con Rusia le dará a Biden los motivos legales para cancelar las elecciones y de ese modo repetir el truco de Zelenski en Ucrania. Lo mismo se aplica a Macron en Francia – que acaba de sufrir una derrota aplastante por parte de la derecha en las elecciones parlamentarias europeas – y Scholz en Alemania, que también han comenzado a perder apoyo popular, por lo que pueden optar por hacer lo mismo. Los globalistas occidentales están considerando seriamente declarar la dictadura directa y abolir la democracia. La victoria de Biden, o el mero hecho de que este permanezca en el poder, serán un desastre para la humanidad. Su victoria alentará a los globalistas a seguir construyendo una Nueva Torre de Babel y la continua influencia de un gobierno mundial que, en el peor de los casos, continuará escalando los conflictos violentos ya existentes y creando otros nuevos. Biden significa la guerra, una guerra sin fin y sin restricciones.
Detrás de Donald Trump encontramos fuerzas políticas muy diferentes, ya que su candidatura es una alternativa tanto al gobierno de Biden como al de los globalistas. El primer mandato de Trump estuvo marcado por una serie de escándalos continuos. Las instituciones estadounidenses se negaron a aceptarlo y no descansaron hasta verlo sustituido por Biden. Sin embargo, Trump, a diferencia de Biden, es alguien activo, carismático, impulsivo y fuerte. Como individuo, Trump esta en buena forma, es apasionado, enérgico y lucido, a pesar de su edad. Además, mientras que Biden es un hombre de equipo y esta al servicio de los círculos globalistas, Trump es un solitario que encarna el sueño estadounidense del éxito personal: un narcisista y egoísta que al mismo tiempo es un político hábil y ganador.
Trump es un seguidor de las ideas de los conservadores estadounidenses clásicos (no de los neoconservadores), que a menudo son denominados como paleoconservadores. Los paleoconservadores son defensores del aislacionismo de los padres fundadores, el cual queda plasmado en el eslogan de Trump “¡Estados Unidos primero!” También queda claro que los paleoconservadcores son defensores de los valores tradicionales, la familia compuesta por un hombre y una mujer, la fe cristiana y la preservación de las normas morales y familiares que han dado forma a la cultura estadounidense. Los paleoconservadores son defensores en política exterior de un fortalecimiento de la soberanía de los Estados Unidos (el lema de campaña de Trump es “Hacer a los Estados Unidos Grandes Nuevamente”, Make America Great Again) y reducir la interferencia de su país en la política de otros países siempre y cuando no atenten contra la seguridad o los intereses del suyo. En otras palabras, la ideología de Trump es completamente opuesta a la de Biden y aunque esta ideología es muy anterior a Trump, a menudo es llamada como “trumpismo”. Vale la pena señalar que electoral y sociológicamente esta ideología es seguida por la mayoría de los estadounidenses, especialmente aquellos que viven en los Estados del centro y que se encuentran lejos de las costas. El estadounidense promedio es conservador y tradicionalista, aunque su cultura individualista lo hace indiferente a la opinión de los demás, incluida la de las autoridades. La creencia de los estadounidenses en su propia fuerza individual también los hace escépticos frente al gobierno federal, que es considerado como una limitación para sus libertades. Fue precisamente apelando a este estadounidense de a pie, y no a las élites políticas, financieras y mediáticos de los Estados Unidos, lo que llevó a Trump al poder en el 2016.
Ahora bien, el Partido Republicano esta dividido entre paleoconservadores y neoconservadores. Los neoconservadores están del lado de Biden y de quienes lo apoyan, mientras que las ideas de Trump van en contra de las suyas. De hecho, lo único que comparten es las declaraciones de grandeza de los Estados Unidos y el deseo de reforzar su poder en esferas como la militar y la económica. Por otro lado, los neoconservadores, como antiguos trotskistas, han conseguido crear varios laboratorios de ideas que cabildean en la alta político de los Estados Unidos, además de infiltrar varias organizaciones existentes. En cambio, a los paleoconservadores ya no les quedan instituciones de pensamiento serias. Solo hay que recordar como Buchanan se quejaba en la década de 1990 que los neoconservadores habían secuestrado el Partido Republicano y habían expulsado a la periferia a los políticos más tradicionales. Esta es precisamente la bomba interna que tendrá que desactivar Trump. No obstante, las elecciones son muy importantes para los políticos republicanos y los congresistas, senadores y gobernadores de este partido conocen de sobre la enorme popularidad que Trump tiene entre el electorado, por lo que muchos de ellos apoyan a Trump por razones pragmáticas. Esto explica el peso que tiene Trump al interior de los candidatos presidenciales republicanos y se aplica no solo a los paleoconservadores republicanos, sino también a los republicanos pragmáticos que saben que Trump es la clave para llegar al poder. Lamentablemente, los neoconservadores seguirán siendo muy influyentes dentro de la administración de Trump y a este último le será imposible romper con ellos.
Otro tema que tenemos que tener en cuenta es la actitud fría y distante que el Estado Profundo tiene hacia Trump. Para los altos puestos burocráticos estadounidenses Trump era un advenedizo e incluso un marginado que recibió el respaldo del populismo y las clases tradicionales de los Estados Unidos, consideradas como peligrosos por parte de ellos. Trump tampoco fue respaldado por las instituciones estadounidenses, de ahí sus conflictos con la CIA y los servicios de inteligencia que empezaron prácticamente cuando asumió la presidencia en el 2017. El Estado Profundo claramente no siente simpatía por Trump, pero, al mismo tiempo, no puede ignorar su popularidad entre la población y su deseo de fortalecer a los Estados Unidos no contradice para nada los intereses fundamentales del mismo. Es incluso posible que Trump obtenga un gran apoyo por parte del Estado Profundo, pero su temperamento político no es adecuando para ganar adeptos, pues prefiere las actuaciones impulsivas y espontaneas confiando en su propia fuerza para salir victorioso. Eso es lo que atrae a los votantes estadounidenses que lo ven como un arquetipo de algo que les resulta culturalmente apelante. Si Trump consigue, contra todo pronóstico, ganar las elecciones presidenciales del 2024, es posible que su relación con el Estado Profundo cambie significativamente, pues se darán cuenta que su popularidad no es un accidente, sino algo más. Por lo que el Estado Profundo intentará establecer una relación sistemática a su alrededor.
Es muy probable que los globalistas que siguen al débil Biden intenten deshacerse de la figura fuerte de Trump durante las elecciones y evitar a toda costa que llegue a convertirse nuevamente en presidente. La cantidad de métodos que se pueden usar para lograr esto va desde el asesinato, pasando por el encarcelamiento, la organización de disturbios y protestas hasta llegar a un golpe de Estado o una guerra civil. Incluso es posible que la Tercera Guerra Mundial estallé al final del gobierno de Biden. Debemos tomar en cuenta todos estos escenarios y, dado que los globalistas cuentan con el apoyo del Estado Profundo, cualquiera de estas opciones podría darse.
Sin embargo, supongamos que el populismo de Trump se imponga y llegue a convertirse en presidente: tal victoria, por supuesto, afectará a toda la política mundial. En primer lugar, el segundo mandato de un presidente estadounidense que se guía por esas ideas demostrará que se trata de un patrón y no de un accidente “desafortunado” como afirman los globalistas. Además, su triunfo significaría que la unipolaridad no solo es rechazada por los partidarios de la multipolaridad – Rusia, China, los países musulmanes –, sino también por los propios estadounidenses y ello asestará un duro golpe a las redes tejidas por las élites liberales globalistas en todo el mundo. Lo más probable es que sus redes no se recuperen de semejante golpe. Incluso es posible que Trump se convierta en el detonante que de forma a un nuevo mundo multipolar donde los Estados Unidos ocuparán un lugar importante, pero no hegemónico. “Estados Unidos volverá a ser grande”, aunque con ello nos referimos a un Estado-nación soberano y no a una potencia mundial. También debemos tener en cuenta que los conflictos actuales desatados por los globalistas no van a detenerse automáticamente: las propuestas de Trump para que Rusia ponga fin a la guerra en Ucrania serán realistas, pero no dejarán de ser duras. Además, Trump seguirá apoyando las políticas de Israel en Gaza y no será menos agresivo que Biden, especialmente porque Trump ve a Netanyahu como un hombre de derechas afín a sus ideas. A esto debemos agregar que la política de Trump para con china serán duras y no dudará en expulsar las empresas chinas que operan en Estados Unidos.
No obstante, la principal diferencia entre Trump y Biden subyace en que el primero se concentrará en los intereses nacionales de Estados Unidos y seguirá una política racional, centrada en el realismo en las relaciones internacionales, por lo que privilegiará el pragmatismo del equilibrio de poder y de recursos. En cambio, la ideología globalista que respalda a Biden será totalitaria e intransigente. Para Trump un apocalipsis nuclear es inaceptable, mientras que para Biden y, sobre todo, para quienes gobiernan la Nueva Babel, todo esta en juego, por lo que su comportamiento es no solo lunático, sino impredecible. Finalmente, Trump es un jugador duro y desafiante, pero racional y que busca su beneficio. Por el contrario, Biden y sus seguidores simplemente están dementes. Las elecciones estadounidenses de noviembre del 2024 nos darán a saber si la humanidad puede seguir existiendo o no. Nada más ni nada menos que eso.
Fuente: https://ria.ru/20240619/
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera