La vigencia de la tercera posición
Una defensa de las particularidades nacionales ante el auge de los ideales cosmopolitas.
Introducción
En este trabajo abordaremos un concepto ligado a la historia política de la Argentina. Concretamente el que enunciara por primera vez el General Perón en el año 1947: la Tercera Posición. Durante aquella época, en la segunda posguerra mundial, el mundo estaba marcado por el enfrentamiento Este-Oeste que polarizaba el sistema internacional en dos bloques antagónicos que se disputaban la hegemonía de los asuntos internacionales. Esta hegemonía se buscaba a través de una típica proyección de las políticas de poder que llevaban a cabo dos potencias, los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Lo que intentaremos es responder a la pregunta de si la Tercera Posición, como concepto político, puede tener validez en la actualidad. Es decir, si la Unión Soviética con su caída dio por finalizado el mundo bipolar y con ello la confrontación dialéctica derecha-izquierda o capitalismo-comunismo, ¿sigue teniendo vigencia la Tercera Posición? Pero incluso algo más importante: en caso de que esa pregunta tenga una repuesta afirmativa, ¿tiene alguna importancia si así fuera?
Durante la bipolaridad los Estados Unidos se presentaban a sí mismos como los abanderados del denominado “mundo libre” y su proyección ideológico-política encarnaba la promoción de la democracia liberal, la economía de libre mercado y la defensa de las libertades individuales como principio y fin de un nuevo orden internacional. Este país polarizaba a buena parte de los Estados occidentales, y a través del Plan Marshall ayudó a reconstruir el viejo continente durante la segunda mitad de los años cuarenta dentro del planteo de que Europa occidental era el primer cinturón de su seguridad nacional.
Por su parte la Unión Soviética se presentaba como la vanguardia de la lucha revolucionaria del proletariado internacional contra el capitalismo. A pesar de funcionar como un auténtico Estado —con todos los atributos de poder que posee tal tipo actor, como el territorio, fuerzas militares, población, etc.— exportaba ideológicamente la doctrina marxista que movilizaba voluntades desde una perspectiva ideológica clasista (y por ende no propiamente estatal) hacia el interior de las sociedades, en particular las de los países en vías de desarrollo.
Es en este contexto que, en Argentina, país de la periferia de Occidente, el General Perón lanza como alternativa la Tercera Posición con el objeto de evitar entrar en esa polarización. El supuesto básico en que se fundamentaba tal idea era que no había una necesidad estratégica que obligara a enrolarse de modo fatalista en uno u otro lado de la contienda. Por el contrario, era posible tener una política exterior independiente al margen de la dialéctica capitalismo-comunismo generando márgenes de maniobra soberana respecto de ambos bloques.
Para el entonces Presidente argentino la postura tercerista no tenía sólo una definición por la negativa —el no aceptar uno u otro bloque— sino también una definición por la positiva, presentando una fundamentación conceptual de la Tercera Posición como propuesta. Esto es lo que se desarrollará a través de la revisión del pensamiento de Juan Domingo Perón en distintos escritos, conferencias, libros, etc.
El orden internacional post caída del muro de Berlín nos presenta un escenario muy distinto de aquel de la segunda posguerra mundial y aun de la Guerra Fría en general. Este último período lo podemos ubicar entre 1945 y 1989 y, como se dijo, se vio marcado por el enfrentamiento Este-Oeste, mientras que el actual orden, ya sin la URSS, lo podemos ubicar comenzando en 1991 cuando los EEUU emergieron como la única superpotencia global.
En este trabajo expondremos cómo razonaba Juan Perón las expresiones derecha e izquierda. Para eso rastrearemos los fundamentos ideológicos con los que identificaba conceptualmente ambos términos e intentaremos rastrear el modo diverso en que encarnaron en sendos bloques políticos durante la bipolaridad. Luego, para saber si esos conceptos siguen vigentes, deberemos poder ubicarlos en la actualidad tratándolos de identificar de manera precisa a nivel teórico.
Sin embargo no basta con definir y ubicar lo que debe entenderse por derecha e izquierda. También es preciso saber si el propio concepto de Tercera Posición tiene un núcleo duro identificable y empíricamente realizable en el orden político que sirva como alternativa ideológica práctica y operativa. Para eso la relectura de ciertos textos de Juan Perón se nos presentan como el sostén inexcusable para una eventual clarificación doctrinal.
En síntesis: intentaremos dilucidar si en el contexto de la actual globalización existe un continuum ideológico que contraponga la díada derecha-izquierda por lo que deberemos ubicar qué es lo que tales términos tienen característico dentro de la historia de las ideas, al menos según Juan Perón. En un segundo momento deberemos ubicar lo constante a nivel doctrinal en el término Tercera Posición y eventualmente poder discernir si puede seguir contraponiéndose válidamente frente a aquella díada, teniendo en cuenta que Perón sostenía que los términos derecha e izquierda, no obstante sus diferencias, comparten una misma raíz en cuanto al materialismo y al extremismo reduccionista.
El objetivo de este trabajo es rescatar un concepto político que sirve para orientar la política exterior de los Estados. La Tercera Posición, en efecto, es útil para identificar ciertos factores de poder que adversan al interés nacional y ofrece un marco conceptual que genera alternativas posibles y prácticas en las opciones de política exterior, identificando amenazas y proponiendo decisiones viables tanto en lo doméstico como en lo internacional. Y esto sea que esas amenazas se presenten como proyecciones de poder de otros Estados o por actores no estatales. Partiremos del presupuesto de que la política internacional se moviliza principalmente por intereses nacionales (a veces en coincidencia con intereses globales o trasnacionales) y no por opciones ideológicas reduccionistas. Afirmamos que la política internacional es la consecuencia de relaciones de poder y no de expectativas morales.
Por todos estos motivos, sostenemos que el concepto estudiado sirve en materia de política exterior, ya que orienta los esfuerzos estatales en el sentido de incrementar el poder nacional enfocándose la mirada en la constitución agonal de las relaciones internacionales. La política esencialmente conlleva conflicto de intereses y es por eso que, siguiendo a Carl Schmitt (2006), se puede y se debe ubicar en primer lugar al “enemigo” a la hora de vertebrar la propia ubicación. El reconocimiento y ubicación de la enemistad es el factor primero a tener en cuenta a la hora de trazar las propias metas. Esa distinción es la que le da explicación a la política y al ejercicio de poder, y es el fundamento del cual dependen las ulteriores decisiones en el ámbito público. La Tercera Posición viene en ayuda del esfuerzo de distinguir al Enemigo.
En resumen, este trabajo está orientado a i) evaluar la vigencia del concepto Tercera Posición para una mayor comprensión de “lo político”, tanto a nivel doméstico como a nivel internacional, en el actual contexto de la globalización; ii) explorar el contenido doctrinario de la Tercera Posición profundizando el conocimiento de las fuentes discursivas enunciadas por Juan Perón; iii) detectar los elementos teóricos que los defensores de la democracia liberal y el libre mercado han actualizado teniendo en cuenta el proceso de la globalización y, por último, iv) identificar la ubicación ideológica de los denominados “nuevos actores sociales” dentro del arco de ideas que se da con posterioridad a la Guerra Fría.
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Hacia una comprensión de los términos derecha e izquierda
Cuando Perón enuncia la Tercera Posición sostiene que este concepto nace como alternativa enfrentada a otras dos, de allí que su propuesta sea denominada “tercera”. No obstante, también realizó la distinción a partir de una identificación de esas dos coordenadas ideológicas a partir de los términos derecha e izquierda, términos que recibieron múltiples definiciones en la Ciencia Política a lo largo del siglo XX.
Ahora bien, más allá de las múltiples definiciones, quedaba en claro, al menos durante el transcurso de la bipolaridad (y aún en el período de entre guerras), que tanto la derecha como la izquierda tenían su ubicación en sendos bloques de poder: la derecha estaba caracterizada por el capitalismo y la democracia liberal, y la izquierda por la Unión Soviética y el marxismo leninismo. Ante esta situación, y teniendo en cuenta que la Tercera Posición nace precisamente como un intento de alternativa alejado de la confrontación bipolar, es que Perón enuncia una idea con sus propias fuentes teóricas, como veremos en el transcurso del trabajo.
Pero comencemos por distinguir los fundamentos ideológicos de ambas posiciones antes de entrar a la propuesta peronista, puesto que la Tercera Posición posee su propia ladera crítica y propositiva con respecto a ambas. Esos fundamentos debemos conocerlos claramente para comprender mejor el porqué de una opción alejada de ellas.
1.1 El liberalismo
Por el lado del liberalismo, podemos encontrar su nacimiento como una respuesta al absolutismo de los monarcas europeos de los siglos XVII y XVIII, y originado durante el período de la Ilustración. Ideas nacidas al calor del ascenso de la burguesía que pretendía ampliar su participación en el ámbito político, y con el objeto de lograr la mayor libertad de acción posible en materia de comercio, éstas se basaban en una visión que ponía a la razón en el centro de la vida del hombre. Partiendo de su supremacía absoluta a la hora de lograr inteligir la realidad, se desechaban otros tipos de acceso al conocimiento como la autoridad y la tradición.
El ser humano, apelando a su libertad individual y guiado por la “luz” de la razón, lograba acceder a las leyes de la naturaleza por sus propios medios reflexivos, lo que le permitía una autonomía verdadera en el uso de su voluntad y el ejercicio pleno de su libertad. El hombre, sostenían los racionalistas, no necesita de otra autoridad o institución exterior para penetrar en los misterios de la naturaleza y el universo. Bastaba con hacer caso a la consigna de Kant —uno de los principales referentes de la Ilustración— de sapere aude[1] (atrévete a saber) para lograr un conocimiento real pero sobre todo útil de la realidad.
De esta visión de un individuo autónomo capaz de conocer leyes universales sólo apelando a su razón, se derivarían como consecuencia una serie de postulados prácticos aplicables a la vida social una vez llegada la burguesía al poder político. Así se establecería el concepto de ciudadano por el de súbdito, de república (democracia luego) por sobre el de monarquía, el de economía libre por sobre la centralizada. Tanto en lo político como en lo económico se descansaba sobre un presupuesto: el hombre libre apelando a su interés podía, merced al conocimiento racional, operar en el mundo teniendo cualquier factor exterior como contingente.
Así, las instituciones colectivas estarían subordinadas en orden a su propio desempeño y autonomía dándoles el individuo legitimidad en tanto y en cuanto sirvieran al interés personal. El Estado, por ejemplo, para los liberales nacía de un contrato voluntario, creado con el sólo objeto de resguardar sus fines en materia de vida, seguridad y propiedad, alejándose así de un hipotético estado de naturaleza. Toda estructura externa al hombre no debía impedir el libre desempeño en la búsqueda de sus objetivos, que podía el individuo lograr por sí mismo si no se le impedía obtener perfecta información. En este caso, racionalmente tomaría la mejor decisión entre todas, maximizando así su beneficio. Para Rawls, en su obra Liberalismo político, el funcionamiento de los sistemas políticos se basa en el principio de cooperación siempre y cuando haya reglas públicamente reconocidas (…) cada participante puede aceptar (el funcionamiento de ese sistema) razonablemente, siempre y cuando todos los demás también lo acepten, (y una) idea de ventaja o bien racional (1993, 40).
En lo político nació la democracia liberal. Un sistema donde todos los individuos son tomados como iguales y libres a la hora del ejercicio de sus derechos políticos y civiles. Para el liberalismo no debía existir el súbdito sino el ciudadano: un hombre dotado de derechos y garantías que no aceptara otra autoridad que no sea la nacida de su reconocimiento y elección, teniendo él mismo la posibilidad de expresarse libremente, y pudiendo postularse y acceder a los cargos públicos en igualdad de condiciones con otros ciudadanos también tenidos por libres e iguales.
También para ser ciudadano[2] deben respetársele las libertades civiles políticas y sociales: en lo civil, libertad de persona, de expresión, de asociación, de pensamiento y de religión. Lógicamente postulados fundamentales serían el derecho a la propiedad y a establecer contratos válidos.
En lo político, el derecho a participar en el ejercicio del poder pudiendo ser elector o presentándose para ser elegido a cargos públicos. La necesidad de poder tener organizaciones que defiendan intereses particulares de la sociedad daría nacimiento a los modernos partidos políticos como única forma de representación política, y a la formación de parlamentos para el libre debate de “doctrinas comprensivas razonables” —como las llama Rawls— entre políticos, como representantes de la “voluntad general” (1996).
En el aspecto social-económico, del liberalismo se derivaron reclamos relativos a estándares mínimos de bienestar económico, herencia social, libre ejercicio del comercio con la menor cantidad de trabas de agentes exteriores como el Estado, ya que tanto en las regulaciones como en lo concerniente al pago de impuestos y tasas, según el liberalismo, se coartaba la auténtica libertad en materia de maximización de beneficio. Para Adam Smith la sociedad, en definitiva, se auto regula en el largo plazo aun dejando librados a los individuos atendiendo sólo a su interés.
Con el tiempo estas ideas encarnarían en sistemas e instituciones que aún persisten: la democracia liberal en lo político y el capitalismo en lo económico. En cuanto a la democracia, dando por supuesto el concepto de ciudadanía, debe tener ciertas características para ser denominada liberal: monopolio representativo a partir de los partidos políticos, elecciones libres, regulares y secretas en igualdad de validez para todos los ciudadanos. El sistema político debe basarse en mecanismos que limiten el ejercicio del poder, para lo cual se creó la división de poderes en ejecutivo, legislativo y judicial.
También es importante para este sistema que sea respetada la voluntad de las mayorías toda vez que eligen un gobierno, respetando a su vez esas mayorías a las minorías en sus derechos y garantías. La alternancia en el poder, la posibilidad del libre debate parlamentario y la independencia de la Justicia también son inseparables de una democracia liberal.
1.2 El marxismo
Durante el siglo XIX, una serie de convulsiones recorrió Europa: singularmente el auge de los nacionalismos de pueblos que vivían en imperios, como también los movimientos sociales que canalizaban protestas y hasta hostilidad progresivamente violentas contra los gobiernos. La revolución industrial había llegado para quedarse desde el siglo pasado y la movilidad poblacional desde el campo a la ciudad, el desempleo y la frustración por no lograr el ansiado ascenso social, promovían un indetenible descontento en grandes masas de trabajadores.
Esta situación daría nacimiento a variadas ideologías y corrientes de opinión enmarcadas en lo que genéricamente podríamos denominar “la cuestión social”. Así nacerían el socialismo, primero como idea de reivindicación obrera y luego como corriente ideológica sistematizada; también el anarquismo, el comunismo, ciertas tendencias del catolicismo social, etcétera. Entre los temas sobre los que girarían estas ideologías estarían el origen de la propiedad, los bienes, el rol de los obreros y de la burguesía, la tierra, la revolución.
De particular influencia en los debates ideológicos del siglo XX se encuentra el pensamiento de Karl Marx. En efecto, este pensador lograría una incidencia fundamental en la evolución de sectores radicalizados del movimiento obrero proletario de Europa como así también de buena parte de las clases medias. Este último sector, al ser el más cercano por posición social tanto a la prensa cuanto a la posibilidad de financiar propaganda y militancia, tendría un peso determinante en el incentivo para la acción directa y en la formación de organizaciones revolucionarias.
Esto no quiere decir que otros pensadores no influenciaran y motivaran acciones concretas. Pero el pensamiento de Marx y su adlátere Engels alcanzarían proyección institucional desde que en 1917 los soviets conducidos por Lenin, tomaran el poder en Rusia derrocando al régimen zarista, iniciando así la revolución bolchevique. El Estado que nacería de este acontecimiento sería de importancia clave en el transcurso del siglo XX y es por eso que nos interesa particularmente.
Pero no sólo es de resaltar la influencia que tuvo el pensamiento marxista en el bolchevismo ruso, sino también la que promovió en vastos movimientos culturales y políticos del mundo entero. Y el cómo, por esa misma razón, se usó como pretexto —real o supuesto— para diseñar un proyecto de seguridad como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), políticas de seguridad hemisférica, golpes militares, acciones legales e ilegales de inteligencia, etc. El ascenso de la Unión Soviética como Estado que les disputaba el poder mundial a las potencias occidentales, singularmente los Estados Unidos, llevó a un enfrentamiento durante la Guerra Fría que por momentos se tornó paranoico.
Ahora bien, el pensamiento de Marx pasó a formar, influir o ilustrar lo que se denominaría “izquierda” dentro del espectro de las ideologías de la época, como contraparte a la “derecha” que encarnaría el capitalismo occidental. Esta tensión dialéctica es la que cruzaría y polarizaría las adhesiones, pasiones y compromisos políticos y culturales de generaciones enteras.
Pasemos revista a los caracteres del pensamiento de Marx en sus fundamentos esenciales. Para este autor, al contrario de las ideas nacidas del liberalismo (que, como se dijo, se basaban en el individualismo), la primacía del colectivo proletario alcanzaba su punto principal de meditación. Pero el proletariado no se podía explicar sin otro actor, la burguesía. Ambos nacían de un acontecimiento primigenio que enraizaba como explicación causal de la historia y sus relaciones sociales: la lucha de clases. La historia de la humanidad era, para Marx y Engels (2012, 37), la historia de la lucha de clases. Esta había existido desde el momento en que alguien se hizo de los medios de producción, comenzando así un proceso de explotación sobre otro hombre despojado de tales medios.
La reducción de la realidad a una situación dialéctica donde sujetos colectivos se hallaban diametralmente separados y enfrentados, se desprendía de la visión genérica que estos autores tenían del hombre. Éste no tendría un ser individual, sino un “ser genérico real” (wirkliches Gattungswesen, decía Marx)[3]. Por lo que su identidad no es sino una expresión de la estructura social, que a su vez está dada por las relaciones de producción. Así un proletario es necesariamente un explotado (y alienado), como el burgués necesariamente un explotador.
De esta visión nacerían distintas variantes de la sociología estructuralista que explicarían la formación de clases e identidades a partir de la pertenencia a una u otra clase social. Traspolado a la acción política es evidente que el sujeto revolucionario promotor del cambio social tenía una primacía absoluta por sobre cualquier identidad personal. El hombre tomado por separado, ante “el proletariado” o ante “el partido” sería nada, un ser vaciado de individualidad y sólo un mero reflejo de la estructura económica.
Ahora bien, el ser genérico como núcleo de la definición de los sujetos sociales tenía además otros atributos absolutos según se tratara de una u otra clase. Así el proletariado tenía que adherir a una solidaridad de clase por encima de cualquier otra dada por historia, valores y, sobre todo, territorio. El proletariado debía ser internacionalista, por lo que cabía esperar de él que combatiera todo arraigo producto de “atavismos” como la patria, la familia, la cultura propia, ya que desviaban a las fuerzas revolucionaras de sus objetivos principales.
En las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes de todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de proletarios en clase (Marx y Engels, 2012, 40).
Pero también el obrero era alguien que estaba desposeído de la propiedad de los medios de producción y, por su trabajo estandarizado, se hallaba alienado (Marx, 1970). El más proclive a la toma de conciencia de esta situación de explotación era el proletariado urbano industrial, por lo que éste era el sujeto ideal para llevar a cabo la lucha revolucionaria que combatiera al capitalismo, siempre y cuando se despojara de los “mitos” que lo ataban a la autoridad establecida y la tradición. El proletario debía tomar conciencia de su marginalidad y de su condición de explotado en el sistema de producción en el que se encontraba inserto.
En definitiva, desarraigo, marginalidad y rechazo absoluto de la autoridad establecida (sin importar si era justa o no), eran atributos fundamentales de los que debían partir el activismo y la acción directa. Estos datos son muy importantes por lo que veremos más adelante. En efecto, los autores actuales que promueven la lucha contra la globalización capitalista también retoman esos atributos y los actualizan haciendo una relectura de Marx en clave de “nuevos actores sociales”, “multitud”, “excluidos”, “subalternos”, etc.
1.3 El rechazo a la Ilustración
Los términos derecha e izquierda quedaron en claro durante el siglo XX. Como intentamos ilustrar en el repaso que se hizo, la identificación no resulta difícil, sino en todo caso en cuanto estos conceptos encarnaron en Estados y movimientos políticos concretos. Allí a veces no se terminaba de hacer fácil la identificación, particularmente en aquellos movimientos que rechazaban tal díada. Más aun, que decían a veces enfrentarla como ocurrió con una serie de corrientes de ideas que nacieron hacia finales del siglo XIX y comienzos de XX.
Estos movimientos, como sostiene Zeev Sternhell (1994), representaron un verdadero rechazo a los valores que defendía la modernidad europea. Algunos de ellos derivaron en apoyos o sostén ideológico del fascismo, ya quenel fascismo, antes de convertirse en fuerza política, fue un fenómeno cultural. El crecimiento del fascismo no hubiera sido posible sin la rebelión contra la Ilustración y la Revolución Francesa que barrió a Europa a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. (1)
Esos valores, que encarnaban en la democracia liberal y el parlamentarismo, se basaban en lo que se interpretaba como individualismo, racionalismo, aburguesamiento y rechazo de las tradiciones y de la especificidad de las culturas diferentes. Uno de los aspectos más criticados era el igualitarismo[4]. Estos valores eran los que había impuesto la Revolución Francesa, depositaria de las mayores críticas de parte de los pensadores que se rebelaron contra la Ilustración.
Proveniente de una corriente de revisión del marxismo y figura señera de este rechazo a la modernidad y la Ilustración, fue el francés George Sorel quien terminaría, con su crítica al materialismo dialéctico y al fatalismo racionalista, por acercarse a posiciones fascistas y llegando incluso a ser uno de los mentores intelectuales del movimiento conducido por Mussolini. No obstante, como siempre se declaró marxista también cosechó hasta el final de su vida elogios en la Unión Soviética[5].
Otro francés, en este caso aparentemente contradictorio en sus ideas al marxismo en cualquiera de sus versiones, fue el monárquico y nacionalista Charles Maurras, referente principal del movimiento Acción Francesa. Este francés defendía la tradición monárquica y católica de Francia junto a los valores de sacrificio, autoridad y orden, y realizaba una crítica radical, del mismo modo que Sorel, a los valores de la “decadente democracia burguesa”. En esta crítica es que coincidían ambos intelectuales[6] quienes llegaron a unir esfuerzos, promovidos por sus seguidores, en el Circle Proudhon.
Otra crítica común que se realizó fue la de la eliminación de los cuerpos intermedios de la Edad Media que religaban comunitariamente a los individuos defendiéndolo frente los poderes políticos. En efecto, la Revolución Francesa acometió contra los gremios, la Iglesia y las poblaciones alejadas del centro de París, donde sostuvo una mayor centralización política en desmedro de los poderes locales. La influencia que en las ideas y la política tuvo la Revolución Francesa, la tuvo en lo económico la Revolución Industrial. Ambos procesos generaron dislocaciones que dieron nacimiento a la Sociología, como ciencia que pretendía conciliar los avances del progreso con las inestabilidades que generaba la desaparición del antiguo orden tradicional[7].
Pero, ¿qué tiene que ver esto con la Tercera Posición? Se puede decir que al menos en su parte crítica, bastante. Pues estos movimientos no aceptaban el lenguaje de izquierda-derecha tan caro a los partidos políticos y las ideas de la época. Además, es el propio Perón quien reconoce que en su viaje a Europa vería una situación que lo haría reflexionar acerca de las corrientes ideológicas de entonces y que tenían como coordenadas una crítica radical a la democracia liberal, en el marco de una búsqueda por sintetizar reclamos sociales y nacionalistas.
Elegí cumplir mi misión desde Italia porque allí se estaba produciendo un ensayo de nuevo socialismo, de carácter nacional. En otros países de Europa se daban movimientos similares: había hasta monarquías con gobierno socialista. La revolución rusa había ejercido notable influencia, pero llegó a Occidente transformada. (Perón: 1988a, 56)
No es casualidad que Perón, muchos años después, definiera al justicialismo como un socialismo nacional cristiano (1984).
No obstante, es claro que Perón tuvo su propia perspectiva a la hora de dar forma a su doctrina. Es aquí lo que nos interesa examinar a la hora de investigar lo que se quiso plantear como una alternativa superadora tanto de la democracia liberal como de la díada ideológica derecha-izquierda, ésta última muy distinta a la distinción que realiza Bobbio[8], por ejemplo. Esto es lo que veremos a continuación.
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La Tercera Posición
Para empezar, debemos realizar un repaso de cómo entendía Perón tanto los términos de derecha e izquierda y qué es lo que les encontraba de errados (como de común). Porque ha de entenderse que si hacía falta una Tercera Posición es porque se interpretaba que aquellos conceptos no darían solución a los problemas que aquejaban al mundo[9].
2.1 La definición de la derecha y la izquierda
Para Perón, derecha debía interpretarse como una ideología que aún al tener diversas variantes, no obstante compartían ellas el individualismo metodológico. Es decir, como se dijo en el comienzo, lo que tenían de común las diversas encarnaciones del liberalismo y de la economía capitalista es que partían de una visión donde primaba el individuo como sujeto autónomo que, acudiendo a su sola razón, estaba en posición de conocer la totalidad de la realidad, ya que podía descubrir por sí mismo, si se lo dejaba en libertad y con suficiente información, las leyes de la naturaleza tomando siempre la mejor decisión, es decir la decisión más “racional”.
Por su parte, izquierda para Perón era un espectro de ideologías que se basaban, al contrario del liberalismo, en un reduccionismo que derivaba en el extremismo colectivista. Se partía de una visión también restringida de la realidad que, en aras de defender un sujeto colectivo (el Estado, el proletario, la clase), despersonalizaba al hombre anulándolo en su esencia individual. Cometía la izquierda un error inverso al individualismo, pero también extremista en sus conclusiones.
En la consideración de los supremos valores que dan forma a nuestra contemplación del ideal, advertimos dos grandes posibilidades de adulteración: una es el individualismo amoral, predispuesto a la subversión, al egoísmo, al retorno a estados inferiores de la evolución de la especie; otra reside en esa interpretación de la vida que intenta despersonalizar al hombre en un colectivismo atomizador. (1974, 51)
Pero eso no es todo. Para el General ambas corrientes ideológicas, a pesar de ser extremismos reduccionistas que llegaban por caminos diferentes a recortar la realidad, no obstante compartían ciertos presupuestos básicos. Concretamente, y más allá de lo ya dicho del reduccionismo, es que ambas visiones partían de una noción materialista de la realidad por un lado y, por otro, caían en extremos que ponían el acento en una sola parte de la naturaleza social del hombre. Por eso luego de la crisis de las monarquías absolutistas se caracterizó por el cambio radical del acento. Acentuó sobre lo material, y esto se produjo indistintamente, lo mismo si el sujeto del pensamiento era el individuo, en cuyo caso se insinuaba la democracia liberal, que si lo era la comunidad, en cuyo caso se avistaba el marxismo. (65)
Con respecto a lo primero, el materialismo de ambas ideologías no percibía en el hombre —o dejaba de lado— su aspecto espiritual. De allí que Perón reivindicara un humanismo cristiano[10], al que hizo punto de partida de sus doctrina. Ahora bien, para estas ideologías reduccionistas, el hombre hallaba su realización puramente en la historia y a partir del ejercicio de su libertad guiada por la razón. Ambas visiones son claramente inmanentistas y no hay en ellas lugar para el espíritu ni el perfeccionamiento de una moral trascendente. No sólo eso, ni siquiera contemplan el aspecto irracional del hombre como el instinto. En todo caso, éste último es incluso un hecho que debe ser sometido por la razón.
Con respecto al segundo punto, Perón no negaba que ambas corrientes dijeran algo totalmente falso, sino que desgajaban y sacrificaban parte de la realidad. El individualismo olvidaba que obedece a la naturaleza del hombre el ser social, y necesita el individuo de otros seres para desarrollar sus potencialidades y realizarse. Por su parte el colectivismo, al poner excesivamente el acento en sujetos genéricos, anulaba la esencialidad de la persona y la dignidad humana, tomado el hombre como ente individual con sus potencialidades propias e intransferibles.
2.2 Tercera Posición y filosofía: la Comunidad Organizada
Para contraponer ambas visiones entonces, Perón sostuvo lo siguiente: el ser humano no es sólo materia e inmanencia; es un ser dotado de una faceta espiritual y otra material que deben realizarse en armonía, primando incluso lo espiritual. Además, necesita de otros hombres para desarrollar ambos aspectos y de allí la necesidad de organizar su vida con semejantes y próximos con los que comparte valores que no elige, sino que recibe heredados y que le otorgan identidad. De allí el concepto de comunidad, que deviene de la idea de valores, pasado, cultura, historia compartidos, y ámbito necesario de realización del individuo. Pero también, y esto es muy importante, de un determinado territorio. La comunidad siempre se desarrolla en un espacio territorial específico. Ni hombre abstracto ni internacionalismo clasista desarraigados: individuo y colectividad; o mejor, persona y comunidad situados en un lugar, una morada.
El hombre es el único ser de la creación que necesita “habitar” para realizar acabadamente su esencia. El animal construye una guarida transitoria, pero aquél instaura una morada en la tierra. Eso es la Patria. (2005, 379). Atendiendo a estos postulados se entiende que Perón tildara de extremismos a la izquierda y la derecha. Su perspectiva ubicaba al hombre como a) un equilibrio de espíritu y materia, que b) necesita de una comunidad para realizarse. Este fue el núcleo duro de su proyecto de “Comunidad Organizada”, como llamó a su propuesta central el creador del justicialismo.
Para poder realizar acabadamente su esencia entonces, el hombre debía ejercer sus potencialidades respetando los principios de equilibrio, armonía y orden. Pues la comunidad se forma de hombres que se agrupan por funciones específicas y, al ser la naturaleza del hombre imperfecta, se deben respetar los principios que informan la vida colectiva donde cada uno y su grupo de realización inmediata colaboran junto con otros para la vida de conjunto. Y realizándose estos individuos y estos grupos, se realiza la comunidad que genera un ámbito, a su vez, de realización para los hombres tomados individualmente. “Nadie puede realizarse en una comunidad que no se realiza”; tal uno de los apotegmas que repetía. Así diferenciaba funcionalmente las tareas del Estado, el gobierno y el pueblo, organizado éste último por sectores de la vida comunitaria en organizaciones intermedias:
Cuando hablamos de una “comunidad organizada”, nos referimos a un gobierno, un Estado y un pueblo que orgánicamente deben cumplir una misión común. (…) El justicialismo concibe al gobierno como el órgano de la concepción y planificación, y por eso es centralizado; al Estado como organismo de la ejecución, y por eso es descentralizado, y al pueblo como elemento de acción, y para ello debe también estar organizado. (Descartes: 1951, 231, 232)
Ahora bien, esto no era sólo un planteo abstracto que se mantenía alejado de las contingencias históricas en el ámbito internacional, porque como ya se ha señalado, para Perón tanto la derecha como la izquierda, como él las entendía, encarnaron en sendos bloques de la bipolaridad. El bloque occidental capitalista era la derecha; y la izquierda podía identificarse con el planteo del internacionalismo marxista soviético.
De allí que los conceptos Tercera Posición y Comunidad Organizada se presentaran como alternativas concretas ante la presencia de sendos bloques que se disputaban la hegemonía mundial. La Tercera Posición, con su eje puesto en una recuperación de la integridad de la vida humana y una reivindicación de los valores del espíritu, se presentaba, no sólo distinta de ambas corrientes ideológicas, sino también neutral en la disputa por la mencionada hegemonía.
De la Tercera Posición, entonces, se derivaba una visión pacífica de los asuntos internacionales manteniendo a la Argentina al margen de un conflicto en el que no le interesaba intervenir. No sólo eso, se promovía la Tercera Posición como una solución a los problemas del mundo en lo político, social y económico para aquellos Estados que conformaban lo que con el tiempo se conoció como “tercer mundo”, aunque no fuesen estos conceptos exactamente iguales[11].
Es pertinente aclarar que la Tercera Posición si bien se presentaba como una solución a los problemas de entonces, por su parte la idea de Comunidad Organizada —que conllevaba una visión de la política con más especificaciones, como la territorialidad, la manera específica de la historia argentina y una forma determinada de ver la propia comunidad del pueblo argentino— no era postulada como solución universal. Porque otro supuesto de la Tercera Posición es que, si se evitan los extremismos individualistas y colectivistas recuperando el ser del hombre y su vida comunitaria, cada pueblo también debe ser respetado en cómo concibe esa parte espiritual y cómo percibe que debe ser respetada y organizada su comunidad. El pueblo argentino, ya en hechos concretos, tiene una historia donde por ejemplo los sindicatos tienen fuerte presencia social; Argentina tiene una historia donde la religión católica es muy fuerte en la formación de su cosmovisión; donde su lengua, sus costumbres y su tradición jurídica tienen cierta forma; en fin, donde existe todo esto, puede y debe organizarse la comunidad atendiendo a esas circunstancias y por esa razón no debía “exportarse” la idea de Comunidad Organizada a otros pueblos de tradiciones, cultura y cosmovisiones diferentes.
Esto explica, por ejemplo, por qué Perón se negó en su momento a realizar la “Internacional Justicialista” que le fuera propuesta, aun cuando su movimiento contaba con simpatías en varios lugares, en particular de América. Parte de estas simpatías, no obstante, fueron evidentes en la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS), organización sindical latinoamericana[12] que incluso animara y financiara el peronismo.
Pero continuando con la política internacional, la Tercera Posición entonces, sentaba una alternativa donde cada Estado debía mantener su soberanía y su independencia sin optar por una política exterior que los hiciera alinearse con uno u otro bloque. Es más, para Perón se debían establecer prioridades en las respectivas regiones geográficas donde la vecindad y la similitud de intereses generara “grandes espacios” —para utilizar un concepto schmittiano[13]— y se evolucionara hacia formas mayores de integración. Esto no obedecía sólo a un postulado normativo sino que Perón lo postulaba además como un hecho inapelable dentro de una evolución general de los acontecimientos humanos. Las comunicaciones, el transporte, la técnica, imponían una dinámica a la política internacional de la que los Estados no podían evadirse. La cuestión era saber si se generarían nuevas hegemonías por encima de los intereses nacionales, o cada Estado podía insertarse en grandes espacios geopolíticos que generaran mayores márgenes de maniobra al estar integrados en espacios autocentrados y fuertes.
De allí que la Tercera Posición fuera relacionada con la idea de la integración regional. El espacio latinoamericano, por similitud de historia, continuidad territorial y cultura, era, para Perón, distinto del espacio angloamericano y además un ámbito de proyección imperialista inmediata para los estadounidenses. De allí la importancia crucial que representaba la formación de una auténtica Confederación de Estados de origen sur y centroamericanos.
El signo de la Cruz del Sur puede ser la insignia de triunfo de los penates de la América del hemisferio Austral. Ni Argentina, ni Brasil, Ni Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un destino de grandeza (…) Desde esa base podría construirse hacia el norte la Confederación Sudamericana, unificando en esa unión todos los pueblos de raíz latina. (Descartes[14], 1952, 248-249)
Una percepción que reforzaba la idea de integración era la que sostenía que los Estados Unidos era un imperialismo y por tal constituía un auténtico hostis (enemigo), y no meramente un inimicus (adversario)[15]. Es decir, aun cuando la relación con los Estados Unidos tuvo sus idas y venidas, épocas de relativa paz y sociedad, y otras de enfrentamiento abierto y violento, para Perón estos eran sólo momentos coyunturales. Los Estados Unidos constituían una amenaza estratégica para la región, y por tal no cabía esperar una paz duradera con ellos[16].
De allí que una de las políticas que se diera el peronismo, para generar márgenes de independencia exterior dentro del planteo de la Tercera Posición —además del estrechamiento de relaciones con países de la región— estuvo el establecimiento de relaciones diplomáticas y económicas con la Unión Soviética. Esto puede explicarse como una acción inevitable dado el reciente triunfo aliado y un período inicial —de parte del gobierno peronista— de normalización de las relaciones exteriores y “re-ingreso” de la Argentina a la comunidad internacional. Pero esta es sólo una parte de la cuestión. Perón estaba interesado en estrechar relaciones comerciales con la Unión Soviética, incluso cuando fronteras adentro era fuertemente anticomunista. Lo cierto es que tanto la Unión Soviética como algunos de los Estados bajo su influencia, tenían economías complementarias con la Argentina, a diferencia de los que ocurrió históricamente con los Estados Unidos.
Pero algo más importante. Estrechar relaciones con el bloque comunista era una manifestación de independencia respecto de los Estados Unidos. Se presentaba la oportunidad de balancear el poder desafiando a la potencia hegemónica occidental, o al menos eso intentaba demostrar. Otro tanto, ya decididamente también en lo que respecta a la Unión Soviética, puede decirse de la política de ayuda social a la España de Franco, condenada como resabio de fascismo por ambas potencias.
Con respecto a la política de integración regional, se relanzó el ABC con Chile y Brasil, que tenía su antecedente en el Pacto firmado en 1915. Perón se encargó de estrechar relaciones favorables a este tipo de iniciativas con el presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo como con el brasilero Getúlio Vargas. Al acuerdo firmado en Santiago en 1953, le siguieron similares —que tomaron ese como modelo— con Bolivia, Paraguay y Ecuador. Según es opinión corriente entre los investigadores, las presiones que sufría Vargas por diversos motivos, entre los cuales también estaba (aunque no como hecho fundamental) su acercamiento con la Argentina, frustraron la firma de un acuerdo comercial aun cuando estaba negociado “de palabra”. Tales presiones resultarían en un final trágico para el Presidente brasilero, quien se suicidaría el 24 de agosto de 1954[17].
Otro intento de generar una proyección de poder tendiente a la integración, se llevó a cabo con la central sindical ya mencionada, ATLAS. Esta central se formó con el objeto de organizar gremios a nivel regional evitando a la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (ORIT), alineada con los Estados Unidos, y a la izquierdista Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL). Como se ve, también en este ámbito se puso en práctica la Tercera Posición. Un alcance extra en el ámbito gremial se llevó a cabo con la innovación diplomática de designar agregados obreros en las Embajadas argentinas.
3
El fin de la Guerra Fría y los inicios de la globalización
En el comienzo de este Trabajo Final Integrador sostuvimos que, de seguir existiendo la díada derecha-izquierda en la actualidad, la Tercera Posición también tendría vigencia. Para poder entender las corrientes ideológicas de nuestra época, es necesario comenzar por la caída del muro de Berlín, hecho simbólico que evidenció el derrumbe de la Unión Soviética, el fin de la bipolaridad y la emergencia de los Estados Unidos con su modelo de democracia liberal y libre mercado como triunfadores de la Guerra Fría. Este acontecimiento llevó a una política de expansión del modelo norteamericano occidental a las áreas de influencia antes soviéticas. Pero no sólo eso. El denominado Consenso de Washington, aun siendo de mediados de la década de 1980, se volvió un canon normativo con el cual medir la eficiencia de las economías de todo el mundo.
3.1 Globalización, democracia liberal y capitalismo
El sistema democrático liberal de occidente se presentaba como el único modelo viable y exitoso del mundo. Autores como Francis Fukuyama (1992) pronosticaban nada menos que el fin de la historia ya que el sistema occidental terminaba con todas las contradicciones sociales propias de los sistemas que se habían puesto en práctica a lo largo de la historia. La democracia liberal y la economía libre, según este autor, con sus planteos de Estado mínimo y libertades individuales al máximo, resolvían todas esas contradicciones dentro del propio sistema, por lo que ya no cabía esperar —ni desear— un progreso sustancial de la humanidad.
Estas ideas nos permiten distinguir una especie de actualización del individualismo metodológico propio de las ideas asociadas al liberalismo y al capitalismo, vale decir, según el lenguaje politológico, la derecha. En efecto, se entronizaba nuevamente a la libre iniciativa individual como el principal regulador de las relaciones sociales, dando por sentado que el Estado debía tener la menor interferencia en ella. A nivel político se postulaba la democracia liberal, asentada en las libertades individuales, derechos humanos e instituciones multilaterales que regulaban la conducta estatal; así como la monopolización representativa de los partidos políticos que en libre deliberación pública lograban consensos como criterios normativos de verdad y decisión política. Todo esto, en fin, sintetizaba las aspiraciones liberales de mínima injerencia en la esfera civil.
David Held en su La democracia y el orden global (1997), postula a la democracia liberal como un sistema que puede ampliarse a todo el planeta llegando a generar una gobernanza cosmopolita donde reconoce la posibilidad de dotar a la humanidad de un único orden jurídico y político global. El mundo entero estaría integrado así donde los Estados deberían ceder prerrogativas soberanas ante este nuevo orden y delegar incluso el monopolio del recurso militar a un ente supranacional. Ya no sería por eso el Estado el depositario del monopolio de la violencia legítima.
Pero al mismo tiempo, en economía y bajo el mismo presupuesto individualista, el Estado se postulaba como mero suministrador de servicios públicos y garante de estabilidad jurídica para las inversiones o incluso como dador de licencias de explotación de recursos, quedando relegado a una mínima tarea reguladora. Procesos que ya se venían acentuando en el ámbito económico con la transnacionalización del capital, desde la década del setenta en particular, parecían darle la razón a este modelo, como queda en claro en Poder e interdependencia. La política internacional en transición, de Keohane y Nye (1988)[18]. Para los autores defensores de la globalización, la tecnología de las comunicaciones, la movilidad de capitales y mano de obra y la liberalización de los mercados para obtener mejores inversiones fueron los acontecimientos que dieron forma al nuevo orden económico internacional.
Por ejemplo, para el sueco Johan Norberg (2005) debe buscarse como mejor modo de vida sólo el capitalismo, ya que este sistema permite actuar y experimentar distintas soluciones sin necesidad de encomendarse a mandatarios ni controladores fronterizos (…) yo quiero ese tipo de libertad en abundancia…y para todo el mundo. Si los detractores del capitalismo argumentan que ya, hoy en día, tenemos muchísima, yo quiero aún más, hipermuchísima, si es posible. (21). Así se llegó a pronosticar el fin del Estado y el nacimiento de un único mercado global que traería una auténtica prosperidad donde los mercados libres regularían la producción de bienes y servicios, y aun los sistemas sociales.
Pero la crisis de los Tigres Asiáticos en la segunda mitad de los noventa puso en revisión estas ideas. Así volvieron a cuestionarse los presupuestos de la economía desregulada[19] como también el hecho de que tal sistema pudiera establecerse en regiones del mundo con diferentes culturas. Pero no sólo la economía y la globalización fueron cuestionadas. ¿Eran el capitalismo y la democracia liberal de tipo occidental compatibles con todas las culturas? ¿Realmente eran universales los principios de libertad individual, derechos humanos, secularismo y racionalismo? ¿La globalización era buena o mala? Incluso la misma globalización ¿es un hecho inapelable producto de la integración de los mercados y las comunicaciones, o es un proyecto ideológico de las naciones occidentales desarrolladas?
Todas estas preguntas resultaron de la percepción de inestabilidades crecientes (como la ya mencionada del sudeste asiático, por ejemplo) que generaba la economía desregulada: la volatilidad de los mercados, los desfasajes económicos y la movilidad cada vez menos controlable de capitales por parte de los Estados. Buena parte de estos acontecimientos estaban a la vista en la mencionada crisis del sudeste asiático pero también en las grandes masas de desocupados que se generaban en los países que más aplicaban las recetas neoliberales. Tal el caso de Argentina, entre otros.
De allí que comenzaran a alzarse voces contra la globalización desde diversas perspectivas, canalizándose algunas iniciativas de movilización masiva internacional en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, por ejemplo, que se organizó como una contracara del Foro Económico Mundial de Davos, organización ésta paradigmáticamente neoliberal y convocada como ámbito de relación y debate globalista.
3.2 Nuevos actores sociales para nuevas luchas
En el Foro de San Pablo eclosionaría un nuevo tipo de movilización, la de los antiglobalización. Con participación de sindicatos, agrupaciones de izquierda y diversos colectivos activistas, se pretendía convertir con el tiempo en el centro vertebrador simbólico de un nuevo tipo de resistencia contra el capitalismo.
Los debates que se llevarían a cabo en dicho Foro irían corporizando una idea cada vez más fuerte: la globalización cambiaba las sociedades y por ende debía cambiar también el tipo de resistencia a los “opresores” mediante una reactualización ideológica de las antiguas luchas revolucionarias.
Sin duda alguna, de entre los varios pensadores que por los debates de San Pablo pasaron, pueden ubicarse Antonio Negri y Michael Hardt. Estos autores escribieron lo que fue definido como el “Manifiesto Comunista para el siglo XXI”: Imperio (2002). Este libro constituye una verdadera síntesis de las lecturas que influyeron, en diversos momentos, las luchas revolucionarias contemporáneas. Nutridos de las investigaciones del marxismo obrerista italiano, el postestructuralismo francés, los Subaltern Studies de la India y otras vertientes poscoloniales (Negri: 2002, 23-24), el libro influyó y condicionó de manera decisiva los debates de lo que para entonces comenzó a denominarse no ya antiglobalización sino alterglobalización.
La crisis que ocurrió en Argentina durante el mes de diciembre de 2001, y que terminaría con la renuncia del Presidente de la Rúa, daría un impulso notable a las tesis sostenidas por Negri y Hardt, lo que los llevaría a profundizarla en otro volumen que a su modo completaba el cuadro de resistencia contra la globalización capitalista: Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio (2004). Este nuevo libro ampliaba lo concerniente al nuevo sujeto revolucionario que impulsaría el cambio hacia una “democracia radical”. Repasemos la obra de estos autores por ser un verdadero compendio de los debates contemporáneos que impulsan luchas contra el capitalismo y la globalización neoliberal. La hipótesis central de este libro gira en torno a la idea de que el nuevo ciclo global de luchas es una movilización de lo común que reviste la forma de una red abierta y distribuida, donde ningún centro ejerce control y todos los nodos se expresan libremente (2004, 256).
Para estos autores, un cambio significativo que conlleva la integración de los mercados y la transnacionalización de la economía, es la emergencia del “imperio” como espacio integrado desterritorializado de soberanía y poder. El capitalismo ya no sería un hecho con base fija o más o menos estable a nivel geográfico sino que, a la par que se integran los mercados, una nueva dimensión del poder de tipo supranacional establece los marcos regulatorios de la economía y, lo que es aún más importante, de soberanía y guerra. Esta guerra, además, al haberse integrado el mundo en una única realidad, es guerra civil, puesto que ya no hay un “afuera” del espacio del imperio.
Los autores no niegan la importancia de los Estados, en particular la de las potencias. No obstante, el imperio estaría por encima de ellos y los condicionarían en la proyección de poder en la medida que las relaciones reticulares de nuevo tipo influyen cada vez más en las políticas exteriores de los Estados.
Ante la emergencia de este ordenamiento imperial, y por la misma dinámica opresora que trae aparejada, se generan resistencias contra el ejercicio de su poder. Estas resistencias tienen similares características a las del imperio en cuanto a la forma que adoptan, porque nacen como manifestaciones del mismo tipo de cambio de producción que dio nacimiento al nuevo capitalismo. En esencia, la acción en red, el movimiento y la inmaterialidad.
Las resistencias al imperio, no obstante sus caracteres nómadas, tienen una cierta cohesión dada por el ser y por el hacer. Es decir, a pesar de adoptar una gran variedad, tienen en común el hecho de ser manifestaciones de rechazo a las injusticias. Y aunque no se doten de organizaciones jerarquizadas —al contrario, en ellas prevalecen la horizontalidad y el accionar en red—, poseen un mismo afán de libertad y ejercicio radical de la democracia. Esta nueva instancia de resistencia anti-imperial es denominada por los autores como “multitud” y definida como “el nombre de una inmanencia. Es un conjunto de multiplicidades (2003, 131). ¿Y por qué tipo concreto de multiplicidades? Por el de movimientos feministas, minorías sexuales, indigenistas, defensores de los derechos humanos y ecologistas, por ejemplo[20].
Esta multitud, ¿por qué está relacionada con conceptos como reticularidad, nomadismo global e inmaterialidad? Es importante que distingamos estas cuestiones porque, como se dijo más arriba, son manifestaciones que comparte con el imperio al que se le presentan como oposición.
Con respecto al primer punto, el capitalismo actúa cada vez más a partir de redes de empresas transnacionales, redes formales e informales de negociación, información y lobby, al punto de constituir una auténtica elite global de personalidades ligadas a los ámbitos decisionales en lo político, económico, militar, etc.
Por su parte lo nómada, lo desterritorializado, lo móvil, son casi una característica distintiva de la época, no sólo en cuanto a la mano de obra sino también de los capitales que traspasan las fronteras cada vez con más facilidad para trasladarse allí donde las condiciones de producción se presenten como más favorables. La movilidad del capital y el trabajo, unidos a los procesos crecientes de migración por conflictos sociales y guerras civiles genera disrupciones nacionales y modifica conductas en política exterior, particularmente en los países desarrollados por ser los principales receptores de inmigración.
Por último, la inmaterialidad tiene que ver con las modernas tecnologías que imprimen nuevas formas en el hacer productivo. En efecto, la inmaterialidad de lo virtual, el uso de las comunicaciones por redes sociales, el crecimiento de la economía financiera en las pantallas de los traders, así como el creciente ámbito de servicios en las economías más desarrolladas, generan nuevas maneras de relacionarse laboralmente y por ende de manifestarse la producción.
Estas características de la globalización también imprimen la dinámica, como no podía ser de otra manera, a los movimientos de resistencia de la multitud, de acuerdo a Negri y Hardt. Para estos autores, lejos de ser males o impedimentos para las luchas y protestas contra el imperio, son por el contrario características que deben servir para canalizar esfuerzos antisistémicos. No hay nostalgia alguna de parte de Negri y Hardt por situaciones que, según ellos, ya no existen o son de alcance relativo. Las características de este sujeto colectivo inmanente que es la multitud podría y debería llevar a cabo una lucha más allá de actores de otro tiempo como el proletariado industrial, de lugares como el Estado y de formas de lucha ya perimidas; de allí que sostengan que movilidad humana global, acción en red y trabajo inmaterial sean conceptos a los que se deba prestar mucha atención. Veamos por qué.
El imperio es una integración de los mercados y del ejercicio de poder de alcance global y sin fronteras. No hay un “afuera” del imperio. Por lo tanto, su accionar genera una clase de oprimidos también globales y sin distinciones estatales, territoriales o fijas. Todo trabajador en cualquier parte del mundo, más allá de las “antiguas” soberanías nacionales, puede ser explotado y sometido a la opresión imperial del capitalismo. La soberanía, en la posmodernidad, ya no tiene su fijación localizada en Estados delimitados territorialmente, porque en una época posnacional es el imperio quien asume las prerrogativas importantes de la soberanía: la “decisión” y el monopolio de la violencia. La multitud, como concepto de clase que se encuentra compuesta de singularidades, tiene esa dinámica impresa por las relaciones sociales de “biopoder” que generan los nuevos procesos de producción capitalista. Y esa multitud se transforma, o debe transformarse en un contra-poder que adverse al imperio para llevar a cabo la búsqueda de una democracia radical.
No obstante, los nuevos procesos de producción imprimen otra característica: el accionar en red. Esta, originada ya en décadas pasadas cuando las luchas de guerrilla fueron pasando del campo al ámbito urbano, se fueron adaptando a una nueva situación donde era más importante ganar conciencias que territorio y para eso se accedió a las tecnologías de la comunicación y horizontalización de toma y ejecución de decisiones. Este modo se adaptaba más a la flexibilidad y la velocidad que imponían las nuevas tecnologías y espacios.
Esto último está ligado a que también los tipos de trabajo están cambiando, particularmente en las zonas urbanas y en especial entre los jóvenes. El trabajo deja de ser cada vez menos una tarea física, material, para pasar a ser más una serie de servicios ligados a lo intelectual o lingüístico como así también a lo afectivo. Esta inmaterialidad del trabajo da una nueva forma a la multitud como clase. Ya no es el tradicional proletario de fábrica de otras épocas el sujeto potencialmente revolucionario para derrocar a la burguesía. Ahora es una multitud de singularidades capacitadas en labores intelectuales y afectivas. El conjunto de estas labores inmateriales es denominado por Antonio Negri como General Intellect (Negri: 2004, 167-177).
Una característica que los autores resaltan constantemente, es la naturaleza “común” de las relaciones productivas, donde se nota un evidente eco de la antropología genérica de Marx. No habría, para Hardt y Negri creación, ni acción ni conocimiento individualmente logrado. Todo es un proceso social colectivo en movimiento. Lo común de la multitud no se descubre, simplemente se produce socialmente.
Cuando comparamos los núcleos centrales del pensamiento de estos autores, notamos una evidente comunidad de ideas con otras corrientes que se dejaron de lado en este trabajo pero que hacen a las teorizaciones de la izquierda posmoderna o pos Guerra Fría. Y puntualmente en lo que más nos interesa, es decir la noción de una relectura en clave colectivista del pensamiento de Marx. Así será que John Holloway[21] teorice sobre la actualidad del concepto de clase, entendida ésta como la potencial generadora de un anti-poder contra la fetichización de las relaciones sociales nacida del capitalismo. O las corrientes poscolonialistas que reivindican a los “subalternos”, es decir, a los miembros no visibilizados de las sociedades dependientes.
3.3 La Tercera Posición… otra vez
Lo que interesa señalar ahora es que tanto el pensamiento defensor de la globalización —como proceso positivo en cuanto expresión de ideales avanzados en libertad y derechos individuales, y que se trocan, según sus sostenedores, necesariamente en la unión de economía capitalista y democracia liberal—, como los promotores de la lucha contra ese mismo proceso, coinciden en puntos fundamentales.
En ambos casos se da por supuesto que la globalización tiende a la desterritorialización de la vida y de las relaciones sociales; también relativizan el rol de los Estados como agentes positivos en la promoción de valores y bienes para sus ciudadanos; contemplan la emergencia de relaciones posnacionales; postulan un verdadero universalismo normativo: la defensa de la “humanidad” como agente dotado de una ética común global. Más tarde o más temprano habrá, para ambas tendencias, una misma escala de valores que será aceptada por todos los seres humanos.
La diferencia, entonces, no estaría en los fines, sino en los medios. Mientras unos, los defensores de la democracia y el capitalismo, defienden la libertad del individuo como agente formador del nuevo orden por venir, en las tendencias de izquierda serían los sujetos colectivos los que darán forma al futuro.
Volviendo a lo que tienen en común, se puede descubrir también una misma raíz racionalista, no sólo en los pensadores que claramente son consecuencia de participar de la común herencia de la modernidad occidental. También ese racionalismo moderno puede notarse en las tendencias poscoloniales[22] que denuncian precisamente a la modernidad europea como insuficiente para explicar los procesos sociales del tercer mundo[23]. Estas corrientes, aun denunciando los estragos del colonialismo y la opresión capitalista, realizan la lectura de sus propias culturas en clave marxista y posestructuralista, sin distinguir las cosmovisiones que pretenden defender.
Entonces no habría una sustancial diferencia entre los que siguen defendiendo la primacía del individuo en el ámbito de la democracia y el capitalismo, por un lado, así como entre los que defienden a los nuevos sujetos colectivos para combatir al capitalismo, por el otro. Ambos, en definitiva, promueven un mundo posnacional de Estados con soberanía limitada y un universalismo normativo basado en la confianza de que puede construirse ese mundo sobre bases racionales. Un proyecto cosmopolita, en definitiva.
Ante estas corrientes, entonces, la Tercera Posición puede mostrarse nuevamente como alternativa defendiendo la existencia de las naciones como comunidades de destino. También promoviendo el interés nacional valorando los principios de territorialidad y soberanía de los Estados aun en el marco de las integraciones regionales que conforman nuevos espacios de vida internacional. De allí que el proyecto de Perón fuera el que, ante un universalismo que se preveía inevitable, las naciones —en particular las del tercer mundo— se asociaran tomando en cuenta su vecindad geográfica, la comunidad de valores y las similares experiencias históricas, sin localismos cerrados ni “pequeños imperialismos” regionales.
Todo esto siempre desde la perspectiva de que cada organización comunitaria redunde al mismo tiempo en ámbito de realización de los hombres que en ella arraigan, y entendiendo que esto sólo se da en el contexto cultural e histórico preciso que a cada persona le toca y al que cada existencia se ata. Las palabras con las que cierra su Modelo argentino para el proyecto nacional, así lo dejan en claro:
El universalismo constituye un horizonte que ya se vislumbra, y no hay contradicción alguna en afirmar que la posibilidad de sumarnos a esta etapa naciente descansa en la exigencia de ser más argentinos que nunca. El desarraigo anula al hombre y lo convierte en indefinido habitante de un universo ajeno.
En esta etapa de mi vida, quiero como nunca para mis conciudadanos justicia y paz: convoco con emoción a todos los argentinos a hundir hondas raíces en su tierra grande y generosa, como único camino esencial para florecer en el mundo. (2005, 380)
Conclusiones
La aparición, durante la segunda posguerra mundial, de una alternativa a las ideologías dominantes que encarnaban en los Estados Unidos y la Unión Soviética, se presenta como un hecho verdaderamente relevante en la historia política argentina. El General Perón intentó dar un contenido teórico coherente a su idea de Tercera Posición. Esta idea comportaba una denuncia de los reduccionismos que daban vida a las ideologías que ofrecían las potencias triunfantes, pero también sostenía una imagen de la vida humana y comunitaria que se presentaba como opción viable y empírica de la política nacional e internacional.
Al fin y al cabo, con su visión de una existencia humana que debía realizarse en un camino de “ida y vuelta” entre lo personal y lo colectivo, promovía también que ese ámbito colectivo de realización se coronara con la existencia del Estado como única vertebración posible de una comunidad políticamente organizada.
Y esto lo llevaba a defender una posición que podemos identificar como realista, analizándola desde las relaciones internacionales. En efecto, la Tercera Posición buscaba despegar de un fatal alineamiento con las grandes potencias, a las que se acusaba de imperialistas, al tiempo que intentaba generar márgenes de soberanía a nivel doméstico y de independencia en su política exterior. Perón predicaba esto incluso contemplando el factor militar como un recurso fundamental en la política de las naciones.
También, como percibía que la tecnología aplicada a los transportes y las comunicaciones estaban llevando a una creciente integración e interdependencia, sostuvo que las regiones por afinidad cultural y geográfica debían integrarse con el objeto de mantener espacios de autonomía ante la proyección de poder de las grandes potencias.
Perón se encargó, además, de que la Tercera Posición identificara las amenazas a nivel de las ideas. Con esto defendía la particular cosmovisión que encarnó en una nación como Argentina y, podría decirse, Iberoamérica. Era una manera de unir también simbólicamente la región para diferenciarla de la cultura moderna occidental, defendiendo las fuentes clásicas que hacían a la tradición grecorromana e hispánica que llegó a América con la Conquista española. De allí que realizara en más de una ocasión la defensa de la hispanidad, por ejemplo.
Es por eso que parece pertinente, además, que en una época donde se predica como virtud el inmanentismo desarraigado y cosmopolita —sea en su versión globalista o alterglobalista—, la Tercera Posición se nos presente como una defensa y promoción de las particularidades culturales y cosmovisionales en un mundo cuyas tendencias a la homogeneización y el igualitarismo se hacen cada vez más evidentes.
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[1] “Uno mismo es culpable de su minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración.” (Kant: 2004, 33)
[2] Me sirvo de guía para este detalle de Bobbio (2014), quien parte de una distinción de derecha e izquierda distinta a la que tomaremos en cuenta en este Trabajo.
[3] Cfr. Laje (1979, 15) donde, según este autor, Marx en esta idea seguiría a Feuerbach e identifica la esencia del hombre con el género humano. Es decir, identifica un concepto lógico (género), con un concepto metafísico (esencia).
[4] Sternhell profundiza en los orígenes franceses del fascismo. Para una revisión de ideas análogas en Alemania durante el período de entreguerras puede verse Locchi y Steuckers (2010).
[5] Cuando Sorel falleció, en 1922, en su entierro hubo coronas de Stalin y de Mussolini.
[6] En Argentina, y teorizando sobre las fuentes de las que derivaría la Tercera Posición justicialista, este hecho fue postulado por Jaime Marie de Mahieu, en su libro, compuesto por una compilación de artículos, titulado precisamente Maurras y Sorel (1969). Una fuente también, en el aspecto económico, la encuentra en el Marqués La Tour du Pin.
[7] Ver Nisbet (2003).
[8] El autor (2014) define ambos términos ligando la derecha como un acento en la búsqueda de libertad, y a la izquierda como un afán por la conquista de la igualdad.
[9] Para Donnatuoni Moratto (2009) y Bustos (2012) el antecedente de la Tercera Posición (y origen de la expresión) estaría en un discurso que pronunciara el filósofo, cercano al peronismo, Carlos Astrada con el título “Sociología de la guerra y filosofía de la paz”. Ver la conferencia en Astrada (2007, 131-155).
[10] Ver el ensayo “El humanismo político del justicialismo”, en Disandro (1984, 51-62).
[11] “No puedo dejar de reconocer que Tercer Mundo y Tercera Posición no son lo mismo. La Tercera Posición es una concepción filosófica y política. No todos los países que integran el Tercer Mundo participan necesariamente de ella.” (2005, 377-378). Ver también la distinción que se hace en el Manual de adoctrinadores peronistas (1984, 105-109).
[12] Sobre ATLAS puede consultarse “ATLAS, la proyección sindical peronista en América Latina”, en revista Todo es historia (1983, n° 199-200, págs.60-72) para un panorama general. Más interesantes son los libros de Urriza (1988) y sobre todo el de Panella (1996) con abundante documentación de Juan Raymundo Garone, quien fuera Secretario General de la central sindical.
[13] Sobre el concepto de “gran espacio”, grossraum, en Carl Schmitt, ver Fernández Pardo (2007).
[14] Descartes fue un seudónimo utilizado por Perón para escribir artículos en el diario Democracia.
[15] Esta distinción también está basada en Schmitt (2006).
[16] Sobre la relación con los Estados Unidos ver Rapoport y Spiguel (2009). También Van Der Karr (1990) con muchos documentos. Para una mirada crítica de Perón, Peterson (1970) y el libro ya clásico sobre Argentina y Estados Unidos de Whitaker (1956).
[17] Ver Groppo (2009) y Fernández Baraibar (2004), donde se toma el ABC como antecedente del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), pero sobre todo Almeida (2005), con una interesante compulsa de documentos, muchos de ellos inéditos, de la política exterior peronista con respecto a Brasil.
[18] Libro que postulaba una nueva teoría dentro de las relaciones internacionales y que se presentaba como alternativa al dominante realismo: la interdependencia compleja.
[19] Ver las críticas de Gray (2000), quien sostiene que “Los mercados con limitaciones son la norma en toda sociedad, mientras que los libres mercados son producto del artificio, de la estrategia y de la coerción política” (30).
[20] Para John Holloway, quien llega a una similar conclusión aunque resalte el concepto de “clase” para definir al conjunto de estos movimientos, también forman parte de esta resistencia los movimientos terroristas. Enumerando a estos nuevos actores, menciona a los zapatistas, las feministas, los ambientalistas e “incluso la espectacular protesta de aquellos que hicieron estrellar los aviones contra el World Trade Center” (2004, 87).
[21] Ver Holloway (2004) y también su obra más importante, Cambiar el mundo sin tomar el poder(2002), donde postula que se llame multitud, nuevos actores sociales o como sea, lo principal es que sigue siendo lucha de clases lo que enfrente a los capitalistas y oprimidos. A diferencia de Negri, que habla de “contrapoder”, Holloway defiende el concepto de “antipoder”.
[22] El texto seminal de esta corriente de investigación es ¿Pueden hablar los subalternos? de Gayatri Spivak (2009). La autora es una de las máximas representantes del Grupo de Estudios Subalternos de la India, que viene realizando investigaciones sobre el fenómeno colonial desde 1950.
[23] Todas estas corrientes se basan, en definitiva, en el postestructuralismo francés, el deconstruccionismo derridiano, la Escuela de Frankfurt…