La vida aventurera del filósofo Julius Evola
Julius Evola murió hace cincuenta años y su nombre sigue cargado de prejuicios apriorísticos recientemente reavivados por la batuta periodística dominante destinada a promover un volumen mal informado en el que el pensador tradicionalista es presentado, nada menos, que como el «instigador moral» de la «violación de Circeo». En efecto, el filósofo Piero di Vona, uno de los más sagaces exégetas de la cosmovisión de Evola, tenía razón cuando señalaba la urgente necesidad, para salvar a Evola de la denigración preconcebida o de la igualmente estéril exaltación hagiográfica, de escribir una biografía objetiva y equilibrada de este intelectual que atravesó el «siglo corto» como protagonista. Andrea Scarabelli ha respondido a esta necesidad de esclarecimiento histórico con su Vita avventurosa di Julius Evola (Vida aventurera de Julius Evola), que hoy puede comprarse en la librería Bietti (para pedidos: 02/29528929, pp. 830, euro 39,00).
Se trata de una minuciosa reconstrucción de la vida de este pensador tradicionalista, desarrollada en diez capítulos orgánicos, revisados antes de su publicación por numerosos estudiosos de Evola y otros autores. La obra de Scarabelli tiene, ante todo, una evidente calidad literaria. La vida de Evola, ciertamente poco común y «que se percibe entre líneas», también se investiga en esta narración a través de referencias que señalan su trayectoria de pensamiento. Estas páginas no se limitan a la presentación de datos biográficos y contingencias histórico-existenciales, sino que son un retrato del «pensamiento encarnado» por Evola. El lector debe ser consciente de que está leyendo «la biografía de alguien que no quiso ser biografiado, la periodización de un pensamiento de alguien que hizo todo lo posible por situarse más allá de la Historia, salvo en los casos de apostar por la Historia misma» y por el compromiso de «rectificar» su curso. De la lectura se sale con una certeza: la linealidad del itinerario de Evola es más problemática de lo que el filósofo nos quiere hacer creer, constituida como está por puntos de llegada y consecuentes reinicios que, en algunos casos, representan una ruptura con la fase anterior.
Scarabelli se ha servido de una vasta documentación de archivo, ha rastreado (es la primera vez que se hace) todo el material conservado por la Fundación, ha consultado cartas epistolares (en algunos casos inéditas), ha recogido nuevos testimonios y ha seguido las huellas dejadas por Evola en Italia y en Europa. Gracias a la vasta documentación producida, se puede hablar, y no sólo por el volumen de la obra, de un libro monumental, una obra de referencia en la bibliografía crítica relativa a este pensador tradicionalista. El personaje de Evola es aquí investigado en su totalidad, se señalan sus positividades y grandezas, pero también sus limitaciones y sus rasgos «humanos, demasiado humanos». Lo que surge es un retrato equilibrado: un Evola frente al espejo. En el incipit se reconstruye íntegramente el entorno familiar (en la medida en que los documentos lo permiten), revelando el carácter nada aristocrático de su familia (el apodo de «Barón», con el que a menudo se hace referencia a Evola, es en realidad un apodo que le pusieron en su época dadaísta). Hay una sugestiva reconstrucción de los medios esotérico-ocultistas que Evola frecuento en Roma durante las primeras décadas del siglo pasado, en la época del «Grupo UR», con sus divisiones y los extraordinarios personajes que lo animaban, desde Reghini a Maria de Naglowska. El autor presenta también una precisa reconstrucción del ambiente de los círculos futuristas que el artista-filósofo, primero cercano a Balla y más tarde el mayor intérprete italiano del dadaísmo, frecuentaba mientras animaba memorables veladas en las «Cuevas de Augusteo».
Evola era también un viajero apasionado. Le encantaba el Capri pre-turístico, corazón del Mediterráneo pan-dionisíaco, un refugio que, en aquella coyuntura de «herejes» de todo tipo, lo llevó a comprar una casa junto a dos amigos en 1943 (Villa Vuotto, en Via Campo di Teste). Aquí trabajó en una de las muchas revistas planeadas, pero nunca realizadas, «Sangue e Spirito» (Sangre y Espíritu), ayudado por una joven y bella secretaria alemana, Monika K., hija de un fotógrafo berlinés, que, cuando Evola estaba ausente de la isla, se suicidó ingiriendo una gran cantidad de tranquilizantes. Esto indujo a Evola a regresar bruscamente a Capri y escribir una sentida carta a la hermana de la joven amiga (este episodio era desconocido hasta ahora). También en Viena Evola participó en la fundación, junto con otros representantes de la Revolución Conservadora local, de la Kronidenbund: «repasó […] la dimensión nocturna de la ciudad. Frecuentaba un club llamado, no por casualidad, «La Nada», en cuyas paredes destacaban símbolos hermético-astrológicos y donde: «En lugar de mesas hay ataúdes y las bebidas se sirven en calaveras». En Alemania fue bien recibido en los círculos aristocráticos y mantuvo una relación positiva con Edgar Julius Jung, secretario de von Papen, que más tarde fue eliminado por los nazis.
No faltan en la vida de Evola episodios relacionados con lo paranormal: fue invitado, por ejemplo, al castillo de Tuafers, en Campo Tures, donde se produjeron fenómenos relacionados con médiums. A su llegada estos fenómenos en lugar de disminuir se acentuaron. Evola se refirió a ellos como: «Influencias errantes, energías en estado libre». También visitó la Cartuja de Hain, cerca de Düsseldorf, donde presenció un ritual que «en medio de la noche evoca algo radical». Dos aspectos son, a nuestro juicio, los más relevantes que se desprenden de la biografía: 1) un informe médico anónimo del hospital donde Evola fue hospitalizado tras la explosión de la bomba el 21 de enero de 1945 (¡un bombardeo sin duda estadounidense!) en el que aparece el historial médico del estado de salud del pensador y las terapias a las que se sometió. Hasta ahora, siempre se había dado por sentado que Evola quedó paralizado de los miembros inferiores inmediatamente después del bombardeo. La exégesis de los historiales médicos demuestra, por el contrario, que fueron las terapias aplicadas, inadecuadas para la patología de Evola, las que provocaron el empeoramiento y la degeneración de la situación: se trató de un caso de mala praxis, explicable por las condiciones de los hospitales austriacos de la época; 2) el análisis del racismo de Evola. El «racismo espiritual» propuesto por el filósofo no sólo era impracticable a la luz de las contingencias históricas y, por tanto, políticamente inútil, sino que además fue combatido, por ser «antialemán», no sólo por los nazis, sino también por círculos pertenecientes a la Compañía de Jesús, como los del padre Agostino Gemelli y Tacchi-Venturi. Incluso Giorgio Almirante (que más tarde describiría a Evola como «nuestro Marcuse») y Giulio Cogni contribuyeron al aislamiento de Evola.
Scarabelli señala que, en algunos escritos y circunstancias, nuestro filósofo sucumbió a la cultura de la época, al racismo “popular” y desarrolló ideas que no podían ser compartidas. El hecho es que el «racista» Evola era menos «racista» y «antisemita» que muchos otros que más tarde adoptarían los ideales de los nuevos amos dominantes. Solo nos hemos referido a algunos de los muchos aspectos que se desprenden de esta biografía. La historia terrenal de Evola terminó con la deposición de sus cenizas entre los hielos del Lyskamm, tras no pocas vicisitudes: «Es la conclusión de una vida aventurera y poco común, que abarcó el siglo XX, llevando sus máscaras y cuestionando sus enigmas».
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera