La política exterior de Stalin en las Conferencias de Paz de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría
No nos guían las emociones, sino la razón el análisis y el cálculo.
STALIN, 9 de enero de 1945
El 22 de junio de 1941 Hitler decide iniciar la invasión de la Unión Soviética aniquilando el pacto secreto Ribbentrop-Molotov. La contienda terminó cuatro años después causando más de 27 millones de muertos, solo del lado soviético, que dieron su vida para que Stalin, Churchill y Roosevelt pudieran reunirse en las Conferencias de Paz que condujeron a la Guerra Fría.
Stalin estableció una alianza con el Reino Unido y Estados Unidos para poder combatir a la Wehrmarcht (fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi) que ayudada por húngaros, rumanos y en estrecha colaboración con los nacionalistas ucranianos, entre otros, trataba de reducir a cenizas a la Unión Soviética.
La alianza con los enemigos del socialismo marca una pauta de la política exterior soviética con Stalin al mando: la política de ambigüedad con respecto a los postulados internacionalistas establecidos por Vladimir Ilich “Lenin”. El principal objetivo era conseguir la supervivencia y el auge del estado socialista; las premisas ideológicas del internacionalismo proletario, que deberían definir las relaciones exteriores soviéticas se postergarían a un segundo plano.
Este mecanismo se verá reflejado en las directrices de Stalin a los partidos comunistas de Europa durante la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en el caso italiano y francés. El líder soviético exigió que los miembros de la Tercera Internacional o Komintern se unieran a las demás organizaciones políticas que estaban combatiendo el fascismo en Europa mediante la estrategia de los Frentes Populares. De esta manera queda postergada la consecución de las posibles revoluciones comunistas en el continente.
La estratagema fue un fracaso, los partidos comunistas serán expulsados en 1947 ya que estas coaliciones estaban encabezadas por organizaciones con tendencias anticomunistas, en algunos casos.
Mediante esta maniobra se transfiguraba el sentido de guerra justa de Lenin y la convertía en una guerra imperialista al servicio de la burguesía, con la que el propio Stalin se había aliado. Como ejemplo claro se puede observar la disolución de la Kommintern en plena contienda[1] tratando de favorecer a sus aliados capitalistas.
La amenaza roja vendida por la propaganda de Estados Unidos quizás no era tan real, Stalin nunca planeó invadir Europa. El abandono de los comunistas griegos una vez que hubieron tomado el poder lo pone de manifiesto. Stalin estranguló la revolución griega para contentar a Churchill y en virtud de los acuerdos de porcentaje que dividirían a Europa en dos áreas de influencia dejó a Grecia en manos de los británicos; a cambio de Churchill le correspondió, y durante varios meses se abstuvo de criticar las violaciones de los compromisos de Yalta que los soviéticos habían cometido en Rumanía, Hungría y Bulgaria.[2] En el caso de los partisanos de Tito no tuvo la misma eficacia y Yugoslavia se apartó del régimen estalinista. Las metas del georgiano en la posguerra fueron “la seguridad para él mismo, su régimen, su país y su ideología, precisamente en este orden”[3]
La retirada de Finlandia y Austria son otro ejemplo de que la verdadera preocupación de Stalin era la seguridad de su estado, no crear un imperio comunista a toda costa. Además, la Unión Soviética en ningún momento suprimió la soberanía de los Países de Europa Central[4]. Jurídicamente los mantuvo como Estados, lo que les dio la posibilidad de su independencia en la década de los noventa.
Hacia la Guerra Fría
La primera fase de la Guerra Fría, según Carl Schmitt, fue la etapa monista. Se concretó con la Gran Alianza común frente a Hitler, esta fase se basaba “en la idea de que la unidad política del mundo en 1943 existía en el fondo, y que solamente habría que eliminar algunos obstáculos, como la Alemania de Hitler, para realizar, por fin la paz universal y un nuevo orden en el mundo”[5] un nuevo orden entendido de manera totalmente diferente por los implicados. Stalin lo comprendería a través de su teoría de los campos contrapuestos, Roosevelt llevaría a cabo una política fundamentada en “el tradicional excepcionalismo norteamericano y el idealismo wilsoniano”[6]. El realismo de Stalin frente al idealismo de Roosevelt.
En las Conferencias de paz de Teherán, Yalta y Potsdam los soviéticos consiguieron un objetivo secular en la política exterior rusa: los territorios perdidos tras el Tratado de Brest-Litovsk. El precio de esta adquisición ya lo había pagado el conjunto de la ciudadanía soviética.
Los logros diplomáticos de Stalin en sus encuentros con Roosevelt y Churchill tienen su origen en la estrategia de los segundos frentes; ingleses y americanos concretaron la paz en el frente de Italia en 1945, dejando a la URSS a cargo del frente oriental con el objetivo de debilitarla y garantizar sus aspiraciones.[7]
El líder soviético, durante las Conferencias, trataría de recibir el pago de los enormes esfuerzos de la URSS en la contienda mundial. El precio era, no tanto la aplicación territorial persé, sino poder asegurarse resortes geográficos que otorgasen a la URSS una ventaja geopolítica. Un ejemplo de ello sería la solicitud de un puerto en Tripolitania (Libia), y las arduas negociaciones con Turquía para regular conjuntamente el estrecho del Bósforo y Dardanelos mediante la revisión del Tratado de Montreux (1936) que permitía el control turco sobre el estrecho.
El líder soviético utilizaría el nacionalismo georgiano y armenio[8] para presionar a Turquía pero la estrategia no surtió efecto. En su intento desesperado por mantener alejadas a las potencias Occidentales de sus fronteras Stalin también movilizó al nacionalismo de Azerbaiyán para poder unir el norte de Irán a las posesiones soviéticas y aprovechar sus recursos energéticos; activó el nacionalismo del Kurdistán iraní para facilitar la neutralización de los aliados en Persia. Pero en Irán, Stalin, acumula su segunda derrota diplomática.
La búsqueda secular de los zares se hace evidente, la mayor potencia continental seguía tratando de conseguir la salida a los mares cálidos. Roosevelt finalmente concedió a Stalin una esfera de influencia en la China septentrional para “animarlo a participar en un orden mundial que hiciera improcedentes las esferas de influencia[9]” un concepto que chocaba claramente con la visión del mundo de Stalin.
La URSS no participó en la ocupación militar conjunta de Italia ni del norte de África, a cambio de ello consiguió que las otras potencias aliadas no tuvieran un papel significativo en la ocupación de Rumanía y Bulgaria e Hungría y Stalin aplicaría su propia interpretación de la Declaración de la Europa Liberada[10]: el derecho de la URSS a permanecer en esos territorios y a ejercer su influencia.
Las solicitudes estalinistas encajan perfectamente con las aspiraciones históricas de los zares, el legado geopolítico construido por en el período zarista, fue una de las fuentes primordiales de Stalin para entender la política exterior.[11]
Zubok denomina la proyección soviética como el “paradigma revolucionario-imperial”[12] que suponía un reto para los dirigentes soviéticos: mantener el equilibrio entre las ambiciones revolucionarias y las exigencias nacionales. Estas últimas están en coincidencia con la visión zarista de la razón de estado pero además la URSS necesitaba legitimarse dentro del movimiento comunista internacional y también frente a las potencias occidentales.
En el avance del Ejército Rojo hacia Berlín, los soviéticos fueron derrotando a los aliados de Hitler en Europa Central, en menos de un siglo este había sido el camino de las tres invasiones (la de Napoleón, la de Polonia en 1919 y la de Hitler) hacia Rusia, la idea del dirigente comunista era crear un colchón de seguridad para la URSS. Stalin terminaría aplicando de manera premeditada la estrategia que, en privado, ya había anticipado al líder comunista yugoslavo Milovan Djilas: “Esta guerra no es como las del pasado; el que ocupa un territorio, también se le impone su propio sistema social. Cada cual impone su propio sistema hasta donde llega su ejército. No puede ser de otra manera”[13].
Churchill y Stalin acordaron el establecimiento de dos esferas de influencia en Europa. Pero la sovietización de la Europa de Este estuvo también determinada por la Diplomacia Atómica de Truman tras el bombardero de Hiroshima y Nagasaki, lo que cambió la correlación de fuerzas.
Entre 1945 y 1948 tiene lugar la configuración definitiva que tendría el bloque socialista y las acusaciones anglosajonas de la violación de los postulados de Yalta y Potsdam, este proceso es una reacción frente a la Doctrina Truman basada en la contención[14]. La cronología de la división de Europa se puede dividir en tres fases[15]:
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1945-1946: Formación de los gobiernos de coalición a través de los Frentes Populares dirigidos por los partidos comunistas y con el apoyo de las fuerzas de ocupación soviéticas.
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1946-1947: Comienza el proceso de estalinización de los Partidos Comunistas de Europa Central.
- 1947-1948: Control absoluto del poder y sovietización de las sociedades de Europa del Este.
El equilibrio de poder de Churchill se transformó en la bipolaridad que marcaría el resto de la historia de la Unión Soviética. Todos los dirigentes soviéticos, no se incluye aquí a Gorbachov, desarrollarían una política defensiva frente a occidente, basada en el antagonismo de la ideología oficial, socialismo frente a capitalismo.
[1]Víd: ANDERSON, Perry: “Internacionalismo: un breviario” en: New left review, nº 14, 2002, pp, 5-24
[2]Los principales compromisos de la Conferencia de Yalta eran permitir elecciones democráticas en todos los países de Europa. En esta conferencia se ratificó la Carta del Atlántico según la cual ninguno del componente de la Alianza anexionaría territorios.
[3]GADDIS, John L.: Nueva historia de la Guerra Fría, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2011, p. 25
[4]ARON, Raymond: Paz y guerra entre las naciones. Historia y praxeología, vol II, Alianza Editorial, Madrid, 1985, pp. 462-463
[5]SCHMITT, Carl: “El orden del mundo después de la Segunda Guerra Mundial” en: VV.AA.: Las relaciones internacionales en la era de la Guerra Fría, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1962, pp. 59-88
[6]KISSINGER, Henry: Diplomacia, Ediciones B S.A., Barcelona, 1994, p.420
[7]GADDIS, John L.: op.cit. p.35
[8]Georgia pretendía recuperar unas provincias que habían pasado a manos turcas, así Stalin trataba presionar a las autoridad turcas para que cedieran y aceptaran su tratado bilateral para conseguir su ansiada salida al Mediterráneo. La preeminencia de Armenia en los planes estalinistas sobre el papel de Georgia en la consecución de estos territorios ofendieron a las autoridades georgianas. Víd: ZUBOK, Vladislav: pp. 74-75
[9]KISSINGER, Henry: “Diplomacia” op.cit. p. 440
[10]Roosevelt consiguió el apoyo de Churchill y Stalin para firmar esta declaración, según la cual, los aliados se comprometían a resolver los problemas políticos y económicos de las zonas liberadas a través de medios democráticos y garantizando las elecciones libres. Víd: POWASKI, Roland E.: La Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991, Crítica S.L., Barcelona, 2000, p. 81,
[11]Víd: ZUBOK, Vladislav y PLESHAKOV,Constantine: Inside the Kremlin´s Cold War, Harvard University Press, 1997, pp.16-17.
[12]ZUBOK, Vladislav: Un imperio fallido, Crítica S.L., Barcelona, 2007, p.45
[13]Stalin citado en: DJILAS, Milovan: Conversaciones con Stalin, Seix Barral, Barcelona, 1962, p 114
[14]En la presidencia de Harry S. Truman se abandonó el aislacionismo para siempre, adoptaría una política cuyo objetivo sería contener la expansión de la URSS en Europa y oriente. Este motivo es uno de los principales puntos de discusión en los debates teóricos acerca de las razones de ruptura de los aliados. POWASKI, Roland E.: La Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991, Crítica S.L., Barcelona, 2000, p. 88
[15]PÉREZ SÁNCHEZ, Guillermo A.: “La unión Soviética y el sistema socialista mundial” en: PEREIRA, Juan Carlos (coord.): Historia de las Relaciones Internacionales Contemporáneas, cap. 24, Ariel, Barcelona, 2009, p. 545.