La miel salvadora y el cristianismo cósmico

15.08.2024

Mircea Eliade creía que el cristianismo había adquirido unas características muy particulares entre los pueblos eslavos, valacos y moldavos. Estas características posteriormente fueron adaptadas por los griegos después de haber recurrido un ciclo entero: primero de los griegos a los eslavos y viceversa. Eliade llamó a eso «cristianismo cósmico». Su tesis consiste en que la tradición ortodoxa fue asumida por los eslavos como una especie de cosmos sagrado viviente que elevaba y transformaba el mundo, a diferencia del cristianismo europeo occidental que lo despreciaba. Eliade sostenía que las fiestas y celebraciones eclesiásticas, al igual que los días del calendario y la interpretación de los santos eran pruebas de esta particularidad. Por lo tanto, las figuras, tramas, dogmas y conceptos de la tradición cristiana no se proyectaban sobre el vacío o ideas morales abstractas practicadas por un sujeto autónomo, sino que se inscribían en las estructuras que daban fundamento a la experiencia cotidiana. Es de esta manera que la realidad se desmaterializaba y se elevaba a esferas luminosas más sutiles donde la tierra se encontraba con el cielo, el tiempo con la eternidad y la creación con el Creador. La Iglesia se convertía en algo cósmico y no únicamente humano, pues trasformaba tanto a las personas como a los elementos. Aunque los elementos también eran personas: la Madre Tierra, el hermano Fuego, la novia Agua, etc.

El Apóstol Pablo escribió que todos los cristianos “leen las criaturas como revelaciones del hijo de Dios”. Pero fueron los eslavos ortodoxos, especialmente los rusos, quienes hemos comprendido verdaderamente esta idea. El cosmos y todo lo que existe en él – la miel, la madera, el agua, los animales, las nueces, las manzanas, los pájaros, los peces, las legumbres, el hierro, el fuego y demás seres – también anhelan la salvación y se aferran a los que siguen a Cristo de la misma forma que los animales domésticos nos muestran su fidelidad y cariño. El Salvador igualmente trae la salvación a las abejas, la miel, las manzanas… En Varvara, las mujeres cocinan gachas, Nikola el invernal ayuda a las nubes, Kozma y Demian se encargan de la herrería y reparar las guadañas. En Pokrov la Virgen cubre a las novias con su omoforio, bendiciendo su matrimonio y consolando los sufrimientos de la llorosa Madre Tierra con los copos de nieve blanca que caen del cielo. La nieve también es una criatura de Dios y, por lo tanto, también debe ser salvada. El cristianismo cósmico es bastante hermoso y profundo.

Hoy es el día de la Miel del Salvador, lo que significa que benditas sean las abejas y su trabajo continuo tanto invisible como sublime. Ellas convierten lo amargo en algo dulce que los apicultores cosechan para que todos participemos en ese dulce sacramento. Otro nombre oficial para la fiesta es el de Exaltación de los Honorables Árboles de la Santa Cruz. Un nombre perfecto para el cristianismo cósmico. Existen muchas leyendas relacionadas con los arboles usados para hacer la cruz y que con su ayuda poder salvar el universo. En estas leyendas aparecen frente a Lot pidiendo perdón por su pecado involuntario, pero terrible, que dio origen a las dinastías de Canaán de Moab y Amón. La reina de Saba se negó a caminar sobre el puente hecho con estos árboles sagrados, ya que Adán los plantó en el Paraíso y existen desde la eternidad. La Cruz es el Árbol de la Paz y en el otoño se produce la Elevación, momento en el cual el sacerdote bendice solemnemente las cuatro direcciones a las que apunta la Cruz (después de todo, ¡el espacio es sagrado!), de arriba abajo e inclinándose hasta el suelo con la Cruz en la frente. Para hacerlo a correctamente y sin prisas se bendice cada uno de los cinco lados de la Cruz y el sacerdote es sostenido por dos sirvientes que sostienen una tabla. No hay prisa en la obra de la salvación. Hay que salvar a todos y a todo lo que existe, sin dejar de tocar nada y sin olvidarse de nadie.

¡Feliz día de la Miel del Salvador! ¡Santa Miel! El Árbol que nos salvó y cuyo recuerdo inmutable llevamos en el pecho desde el bautismo hasta la tumba para que luego nos acompañe en la resurrección.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera