La geopolítica de la Tercera Roma
Traducción por Juan Gabriel Caro Rivera de un fragmento del libro italiano “La última guerra de la isla mundo”, edición AGA Milán.
El territorio de la Rusia contemporánea, antes el de la URSS y mucho antes el del imperio ruso, constituye el Heartland; es decir el núcleo terrestre (telurocrático) de todo el continente eurasiático. Mackinder, el padre de la geopolítica, llamó a este núcleo “el pivote geográfico de la historia”. El Heartland no es una característica cultural de los eslavos orientales, sino que, en el curso de su proceso histórico, los rusos se encontraron en esta posición y han asumido el carácter de una civilización continental terrestre…
Mucho antes, la etnia eslavo oriental y la Rus de Kiev eran la periferia de la civilización cristiano ortodoxa y se encontraban bajo la influencia del Imperio Bizantino. Después de la invasión de las hordas mongolas, la Rus fue incorporada a la construcción del imperio nómada terrestre de Gengis Khan (más tarde la parte occidental se separó, formando la Horda de Oro). La caída de Constantinopla y el debilitamiento de la Horda de Oro hicieron que el gran Zarato de Moscú heredará ambas tradiciones: la política y religiosa bizantina y la tradición eurasiática, que pasó de los mongoles a los príncipes rusos (y luego a los Zares). Con el hundimiento de la Horda de Oro, la Rus moscovita emprendió el lento camino de restablecer no sólo el estado de Kiev, sino también a integrar todo el Turan, encarnada en una nueva versión – y esta vez rusa – de integración eurasiática, entorno a su núcleo, el Heartland continental. De aquel momento en adelante, los rusos se han considerado como “la Tercera Roma”, los portadores de un especial tipo de civilización, en completo contraste, en sus principios fundamentales, con la civilización católica de Europa Occidental.
A partir del siglo XV, los rusos han emergido en el escenario de la historia mundial como una “civilización terrestre”, y todas las líneas de fuerza geopolítica fundamentales de su política han apuntado a un solo objetivo: la integración del Heartland, el fortalecimiento de su influencia en la zona nororiental de Eurasia, y la afirmación de su identidad frente a un adversario mucho más agresivo, Europa Occidental, que tomaba conciencia de su propio rol de “civilización marítima” o talasocracia… Bajo diversas ideologías y sistemas políticos, Rusia ha buscado establecer su camino de control de Eurasia desde el interior, desde su posición de núcleo intracontinental. A finales del siglo XVIII, su expansión entró en confrontación con el imperio británico, encarnación de la civilización global marítima. En este duelo entre Rusia e Inglaterra se manifestó, desde finales del siglo XVIII hasta hoy, la lógica geopolítica de la historia del mundo, “la gran guerra de los continentes”, la batalla entre el Behemoth terrestre y el Leviatán marítimo (en términos de Carl Schmitt). En el siglo XX, esta confrontación dio paso a otra confrontación – en un nivel ideológico totalmente inédito – con el nuevo polo marítimo global, los Estados Unidos de América. Durante el período soviético, la gran guerra de los continentes alcanzo su cenit: la influencia de la civilización de la tierra en la forma de la URSS se extendió mucho más allá del imperio ruso y mucho más allá de los confines del continente euroasiático hasta África, América Latina y Asia.
Propio de este vector de expansión continental, y a continuación global, efectuado en el nombre del Heartland, de la telurócracia y de la civilización de la tierra, está el “sentido espacial” (Raumsinn) de la historia rusa…
Este significado geopolítico permaneció, en su complejidad, inalterable en todas las fases de la historia rusa: desde el Zarato de Moscú pasando por la Rusia de los Romanov en San Petersburgo y la Unión Soviética hasta llegar hoy día a la Federación Rusa. En el curso de la historia política rusa, todas estas formas políticas, que tienen diferencias cualitativas importantes y están fundadas en principios ideológicos dispares y se encuentran en directa oposición, poseían, sin embargo, una serie de rasgos comunes. En todas ellas vemos la expresión política de los aspectos sociales típicos de una civilización de tipo continental, “terrestre”, orientada hacia valores jerárquicos, verticales, “heroicos” y “espartanos”. Desde el siglo XV hasta el siglo XXI, Rusia ha sido – y continúa siendo – un polo global de la “civilización terrestre”, una Roma continental…
Sobre las bases de tal análisis de la geopolítica de Rusia, podemos hacer una valoración geopolítica de la historia actual y trazar los vectores de su futuro geopolítico.
Es evidente que la posición geopolítica de Rusia después de las reformas de Gorbachov, el hundimiento de la URSS y el período de la presidencia de Yeltsin has sido pasos hacia atrás directo a la catástrofe, una retro-marcha, la muerte de la matriz geopolítica que se despliega a través de todas las fases precedentes sin excepción en la dirección de la expansión espacial… La normalización del vector histórico natural de Rusia se llevó a cabo solo con la llegada al poder de Putin, cuando el proceso de colapso – y cuando la muerte definitiva de Rusia – fue detenida o al menos retrasada…
El futuro geopolítico de Rusia está hoy en discusión, desde el momento en que su presente geopolítico está en discusión. En la misma Rusia, al interior de su élite política, hay una confrontación velada entre el nuevo occidentalismo (atlantismo) y la atracción hacia las constantes de la historia rusa (que necesariamente conducen al Eurasianismo)… Para superar estas situaciones son necesarios esfuerzos muy serios y por lo tanto extraordinarios en los campos más diversos, comprendiendo la movilización social e ideológica. Pero esto, a su vez, requeriría una personalidad fuerte y enérgica a cargo del Estado, un nuevo tipo de clase dirigente y una nueva forma ideológica. Solo en este caso el principal vector geopolítico de la historia rusa se ampliará en el futuro.
Si asumimos que esto acontecerá en el futuro inmediato, podríamos suponer que Rusia asumiría un rol primordial en la construcción de un mundo multipolar, procediendo a la construcción de un sistema versátil de alianzas a escala global que terminaría minando la hegemonía norteamericana, y reemergería como potencia planetaria en la organización de un modelo multipolar concreto basado en nuevos fundamentos, implicando una vasta pluralidad de civilizaciones, valores, estructuras económicas, etc.
Pero no podemos excluir que los eventos podrían desenvolverse según un escenario alternativo, y que la crisis prolongada continúe. En este caso, la soberanía de Rusia se debilitaría nuevamente, su integridad territorial será puesta en discusión, y los procesos de degeneración de la clase dirigente y el estado depresivo de las grandes masas erosionaran a las sociedades desde el interior. Esto, en combinación con la eficacia política de la actual civilización del Mar y de su creciente poder en Rusia, podría llevar a consecuencias muy devastadoras… En este sentido es apropiada la fórmula: “Rusia será grande o no será”. Si no inicia un nuevo ciclo de ascenso, entonces se concretará un nuevo ciclo de descenso. No podemos excluir su desaparición del mapa; después de todo la gran guerra de los continentes es la guerra en su forma más auténtica, en la cual el precio de la derrota es la muerte. No debemos, sin embargo, concentrarnos mucho en esta terrible perspectiva, mientras el futuro este abierto depende de los esfuerzos personales en el presente. Como decía el pensador político italiano Curzio Malaparte: “nada está perdido hasta que todo esté perdido”.