¡Hacia una Nueva Edad Media!
El 2024 ha sido proclamado como el Año de la Familia en Rusia, aunque hoy en día no podemos hablar de la salud de la misma. Las cifras de divorcio, abortos y descenso de la natalidad son catastróficas, por lo que si queremos tomarnos en serio el Año de la Familia tenderemos que recurrir a los clásicos rusos y dejar de lado tanto a los liberales como a los comunistas que lo único que han hecho es acelerar la desintegración de la familia. Es necesario dar un paso adelante y volver a nuestras raíces, pues desde un punto de vista histórico, sociológico y antropológico la familia es un concepto que se encuentra inextricablemente ligada al campesinado. Por “familia” se entiende en la sociedad rusa, en primer lugar, a la familia campesina unida por medio del matrimonio y viviendo juntos en un hogar común con todos sus hijos bautizados. A veces se incluía en la familia al ganado menor (o mayor, dependiendo del caso), la casa, el campo, los huertos, las herramientas agrícolas y demás utensilios, así como “trabajadores” (las palabras rebenok, niño, y rab, esclavo, tienen una misma raíz y significan “trabajadores menores” porque el deber de los niños es ayudar a su padre y su madre). En los pueblos nómadas existen, por supuesto, diferencias con respecto a la organización del territorio habitado por la familia: cada tribu, clan o linaje distribuía el territorio para el pastoreo de una forma fija, de ahí las tamgas que separaban los pastos en los diferentes clanes que habitaban las estepas eurasiáticas.
Ahora bien, la estructura de la familia también variaba con respecto a las castas militares y sacerdotales. Los guerreros y los sacerdotes vivían una existencia menos apegada a la tierra, ya que los guerreros existían para luchar y morir o defender en contra de la guerra y la muerte. El sacerdote, por su parte, estaba más ligado a Dios y al cielo. Obviamente, estas tareas afectaban la misma estructura de las familias de las castas superiores como lo eran el sacerdocio y la aristocracia. Por ejemplo, los “niños” no trabajaban, sino que se dedicaban a aprender el arte militar o leer y escribir sobre los libros sagrados. Las “niñas” esperaban el matrimonio el cuál era definido por los códigos culturales de las clases altas, siendo estos bastante más estrictos que los que dominaban en las clases bajas (siendo estos últimos muy estrictos en el fondo). Las familias citadinas eran un caso especial, pues los pequeños artesanos y comerciantes a menudo provenían de familias campesinas que llevaban su modelo de vida familiar campesino a la ciudad. Los “niños” eran considerados como “jornaleros” y se los formaba en el arte u oficio de la familia. En cuanto a la moral, la familia urbana tradicional de tipo artesano o comerciante seguía los códigos de las clases altas de forma estricta y rigurosa. Así era la sociedad tradicional.
Sin embargo, en la Modernidad, con el nacimiento del capitalismo y la urbanización, comenzó el proceso de desintegración de la familia. El liberalismo y el comunismo ortodoxo negaron la existencia de la familia. Para el liberalismo la familia es un simple contrato, mientras que el comunismo consideraba a la familia una reliquia del sistema burgués. Hegel sostenía que la sociedad civil, ese espacio donde cada uno existía por sí mismo, era el gran destructor de la familia y consideraba que por medio de un proceso de desarrollo dialéctico de la historia la sociedad civil debía ser superada por medio del Estado, la única entidad capaz de salvaguardar la familia y protegerla en contra del individualismo tóxico. Posteriormente, el sociólogo alemán Werner Sombart planteo que las condiciones de vida de la burguesía urbana, sumada a la industrialización, crearon las condiciones para la desintegración de la familia. Sombart creía que eran las amantes citadinas de los burgueses las que habían impulsado el nacimiento del capitalismo y el liberalismo en la Modernidad. El campesinado era incapaz de sostener dos familias al mismo tiempo, mientras que el aumento de las ganancias individuales y la imposición del estilo de vida burgués facilitaron la existencia de amantes que vivían de las ganancias de sus patrocinadores. Según Sombart este fue un factor muy importante para que el capitalismo y la modernización de la sociedad europea exigiera, de forma vampírica, cada vez más y más recursos, lo que a su vez fomentó el progreso técnico, la innovación y el espíritu empresarial, destruyendo en el proceso cualquier moral colectiva.
Todo esto nos lleva a defender un regreso de Rusia a sus raíces, por lo que es imperativo plantear un reasentamiento masivo de la población y la desarticulación de las megaciudades actuales. El Estado tendrá que organizar la migración de las personas al campo, los suburbios y los pueblos pequeños bajo el lema “¡De vuelta a nuestra tierra natal!”, ya que el campesinado es la matriz histórica de toda familia fuerte y numerosa (ya que es imposible escapar dentro del campo). Resulta imposible revivir una sin la otra. Por lo tanto, debemos construir de forma horizontal y no vertical, las últimas heladas de Año Nuevo demostraron como se vive en esos panales de hormigón modernos. Rusia debe crecer a lo ancho y no hacia arriba. El número de habitantes por ciudad no puede superar el millón de personas y eso solo en las capitales. El resto de la población debe distribuirse en otras partes. Este Año de la Familia debe llevar al reforzamiento de la ideología de Estado y el regreso a la tierra. Algunos se preguntarán si seguirá existiendo la industria y la tecnología, pero hoy en día la programación y el compartir los descubrimientos con otras personas se puede hacer desde nuestra propia casa gracias al internet. Además, el aire fresco y una familia cariñosa animan en los trabajos intelectuales. Por otra parte, se puede ir a trabajar a las ciudades por turnos, como sucede en el Norte, donde un grupo de ingenieros va a trabajar cada cierto tiempo en las terribles condiciones urbanas… y luego regresa a su hogar. Todos conocen la famosa frase de Berdaiev de una “Nueva Edad Media”, pero son pocos los que comprenden la belleza que se oculta tras la misma.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera