¿Ha muerto el soberanismo? ¡Viva el soberanismo!

19.05.2017

La idea de la soberanía siempre ha estado ligada a los Estados.

En un marco grandioso hizo su entrada triunfal Macron, recién elegido presidente: "ondeando" con orgullo las banderas azules de Europa y sobre un fondo masónico (la pirámide del Louvre, los brazos de Macron en forma de "compás"), resuena El himno de la alegría, el himno de la Unión Europea. No hay duda: para aquellos que esperaban un empujón contra este sistema, es una derrota. Debemos entonces preguntarnos: ¿por qué no pudo triunfar lo que en anteriores escritos en este medio he llamado “soberanismo”? ¿Ya ha sido atropellado por la globalización vencedora?

La idea de la soberanía ha estado de siempre vinculada a los Estados: entrando estos en crisis, ha sido inevitable que también la soberanía entrase en crisis. Sin embargo, debemos decir: un cierto concepto de soberanía, la soberanía "estatal" como atributo del Estado ha entrado en crisis, no la idea soberanista en cuanto tal. Extremando un poco se podría decir que hoy en día los nuevos sujetos políticos son los pueblos, no los Estados: los pueblos que se baten contra la élite financiera mundial, pueblos con necesidades que satisfacer.

La cuestión

La cuestión social deviene ahora central para los "soberanistas": jóvenes a la búsqueda de un trabajo, adultos que lo pierden y no lo encuentran más, ancianos cuyo el único destino que les espera es, como escribió Attali, el maestro de Macron, un bonito programa estatal eutanásico. Pobreza difusa, creciente. Malestar social. Muerte, aun cuando sea dulce. El "soberanismo" debe transformarse, convirtiéndose no sólo en reivindicación de la identidad cultural, nacional, sino también un instrumento para la satisfacción de las necesidades.

El soberanismo de la identidad, si no se vincula al soberanismo de las necesidades, pierde. Es por esto que el conflicto entre la globalización y el soberanismo puede ser explicado también filosóficamente como un conflicto entre el deseo y la necesidad.

La categoría de los globalistas es la del deseo: deseo de riqueza, de hijos probeta y matrimonio gay. En el centro siempre el individuo, entendido como una especie de mónada leibniziana, como máquina deseadora y deseo mecanizado. En síntesis: deseo de joder, deseo de joderte. La categoría de los soberanistas es en cambio la de la necesidad, así como la entendió la interpretación marxista del "sistema de necesidades" hegeliano: necesidad de poder desarrollar un trabajo digno y no pudrirse en un centro de atención telefónica, de tener la oportunidad de curarse, de tener una casa, de tener una retribución que haga posible realizar una vida digna para sí y para la propia familia.

El deseo

El deseo es esencialmente un producto de la lógica del "capital” e inducido por ella: es deseo de desear, reenvío infinito y perpetuo de saciarse que se pierde, habría dicho Hegel, en un “mal infinito”. La necesidad, sin embargo, responde a la lógica de la auto-realización del ser humano, en su existencia social, en el trabajo mediado a través del de los otros, en vez de, como el deseo, en el consumo continuo. En resumen: el “soberanismo” de la identidad no basta, para vencer debe unirse al de las necesidades.

Las necesidades humanas para ser satisfechas necesitan también un entorno compatible. He aquí por qué además de la cuestión social se abre también la cuestión ecológica: para satisfacer las propias necesidades, para tener una vida decente, también debe haber un medio ambiente decente. En esto, sin embargo, el “soberanismo” puede incidir sólo relativamente. Debido a que la cuestión de la ecología afecta a todo el planeta y sólo la cooperación entre los pueblos, no ciertamente la finanza global, puede ofrecer soluciones adecuadas. En Francia se ha perdido una batalla, no la guerra.

Un nuevo “soberanismo” capaz de escuchar las necesidades de los pueblos puede todavía tomarse la venganza.