Generación Donbass
En el río de infantiles banalidades arrojadas por los gurús del pensamiento único liberal-progresista, que resultan francamente ofensivas, sin tener en cuenta su opinión, para cualquier persona con un mínimo de inteligencia, la peor de estas banalidades es quizás la del mito de la llamada “Generación Erasmus”, anunciada y enfurecida como si fuese uno de los diversos y nuevos cultos seculares, con el que los apátridas del alma intentan llenar su vacío. Un culto que ahora tiene sus mártires: desde los patronos de Bataclan a las estudiantes muertas en el accidente de bus en Tarragona (y nada importa del conductor sexagenario obligado a turnos agotadores por unos pocos euros).
Los muecines progres llaman a la oración, Saverio Tommasi y Roberto Saviano en la cabeza, y los salafistas de las tizas de colores responden: hace unos días (¡juro!), vi exhibida con orgullo en Facebook una tesis doctoral dedicada a Giulio Regeni y a Valeria Solesin. Es objetivamente sorprendente cómo personas formalmente equipados con conocimientos especializados (licenciados, doctores, investigadores) pueden adoptar sin crítica de esta mezcla de colectivismo individualista y cosmopolita, que niega cualquier diferencia para afirmar solamente una masa de átomos humanos desarraigados y nómades, felices de ser forzado por el peristaltismo del Capital a moverse constantemente para trabajar, estrictamente mal pagados y sin garantías, sin importar dónde y cómo.
Sin embargo, aquí, como en todas las mentiras, hay un núcleo positivo: «caminos de Europa, hastiados, sucios, pero felices» cantaba una nuestra vieja canción. Claro, no es una novedad: ¿hay que recordar que Codreanu estudió en Weimar, Jena y Grenoble? ¿Que la Falange Española tenía una sección en Milán ya en el '35? ¿Qué Lenin y el joven Mussolini pasaron mucho tiempo en Suiza? Ahora, sin embargo, podría decirse, es mucho más fácil: una moneda común, ni visa ni pasaporte, billetes de vuelos baratos; con unos centenares de euros gira por Europa.
Los horrendos carniceros de la Marne y de Polonia ya habían enseñado a nuestros abuelos la sangrienta inutilidad del chovinismo fratricida, impulsado por el provincialismo burgués en beneficio de los barones del carbón y del acero. "No more brother wars" era la palabra de orden a partir de 1945. Sigue siendo la misma, para los que bien saben que Erasmo era un "bárbaro" holandés que trataba de teología dogmática y de derecho romano en latín y griego clásico, y no un semestre de borracheras, marihuana y puterío de poco cuento. Y entonces es justo recordar que existe hoy otra generación de jóvenes europeos, que viaja trayendo sus propias raíces en el corazón, para conocer y amar a la gran Madre de la cual su pequeña patria no es más que una pieza: la Europa de cinco mil años historia, de la cual la sexagenaria UE es sólo una parodia.
El autor, como simple ejemplo para nada excepcional, vivió al menos dos meses en Dresde, Lyon, Berlín, Madrid: 21 meses en el extranjero con varias becas, sin la necesidad de programas Erasmus. Bebió de la fuente Castalia de Delphi y se bañó en los lagos alpinos. Alcanzó en autostop la tumba de Nietzsche en los llanos de Sajonia y entró en las catacumbas debajo de París. Rezó bajo a la Cruz en el Valle de los Caídos y saludó a la loba romana en la costa del Mar Negro. Él trajo rosas y poemas para Jan Palach y rindió homenaje a los soldados del Ejército Rojo en Treptower Park.
Pulsó su corazón al unísono con los tambores de la Guardia Real británica y del Tercio Español. Admiró en vivo las armas de nuestros antepasados: las corazas de los húsares alados de Jan Sobieski y las espadas de hierro de la antigua Micenas, las armaduras ecuestres de Carlos V y los cazas a reacción de la Luftwaffe. Bebió cerveza con los jóvenes patriotas en las callejuelas del casco antiguo de Lyon y marchó para la Revolución al primero de mayo en Kreuzberg. Descendió en las calles con banderas de las pueblos atacados y marchó con antorchas y la Tricolor en la memoria de los caídos. Cruzó su antebrazo con los que habían abandonado sus hogares para luchar en el Donbass, junto a sus hermanos de Eurasia.
Esta es la generación a la cual pertenecemos, que a pesar de todo y de todos, no nos resignamos al pensamiento único liberal-demócrata, a los contenedores de lo políticamente correcto bajados por el alto para justificar el capital-consumismo posmoderno de la actualidad, como si fuera el mejor de los mundos posible. Y la lucha contra la opresión de la junta de servicio atlantista ucraniana conducta por las poblaciones de Donetsk y Lugansk con el apoyo de voluntarios europeos y eurasiáticos, es uno de los casos más cercanos y evidentes de esta resistencia.
Se aplica a los que fueron a luchar en persona, sino también para aquellos que apoyan esta lucha con artículos o demonstraciones de solidaridad; para aquellos que viajan a Europa saboreando la diversidad de tradiciones locales y evitando McDonalds y Starbucks como si de peste se tratase; para quienes, obligados a emigrar, no se olviden de su propia tierra y de su propia sangre. Somos nosotros, irreductibles a los modelos semicultos occidentales, la Generación Donbass.