Era de la Red, hombre virtual y cibergeopolítica (II)

09.03.2016

La «tecnologización» de las sociedades y la popularización de los sistemas de comunicación telemáticos provoca que uno lleve en el bolsillo o en la mano un teléfono móvil; esto es, que todos nuestros contactos, perfiles, correos electrónicos, aplicaciones, etc. estén comprimidos en un único dispositivo portable. Entonces los modos de vida cambian. Ya no estamos ante la vida dinámica y de interacción directa «cara a cara» del mundo real, sino ante la vida de la comunicación a través de un interfaz; la comunicación entre dos o incluso más personas simultáneamente con una máquina entre medias.

Esto puede reportar ventajas en el plano social, ya que uno puede hablar a un total de cincuenta personas en un mismo día en vez de a diez. Y aun mejorará la vida laboral y ociosa de las personas. Pero también se producen ciberenfermedades y ciberenfermos. Las personas ya no tienen el mundo real y tangible que las rodea, en donde llevan a cabo todas sus tareas, siendo el mundo virtual un simple apoyo para el mejor desarrollo de dichas actividades cotidianas, sino que separan ambos mundos por completo, confiriéndole progresivamente más importancia y dedicándole más tiempo. Así se produce el fenómeno de «doble identidad, doble personalidad», por el cual el mundo virtual se transforma en el pivote central de la existencia y el mundo real queda relegado a un segundo plano como «algo accesorio». Muy llamativo es el caso del horripilante metauniverso de Second Life —«segunda vida»—, una especie de juego de los Sims en el que el usuario lleva una vida completamente virtual —se ha llegado a tal extremo que uno puede hacer incluso la compra dentro del metauniverso de Second Life—. Los usuarios creamos de alguna forma «dobles identidades» cuando registramos un perfil cualquiera en el mundo virtual.

Los nuevos enfoques que dichos cambios suscitan en el campo de estudio de la geopolítica adquieren un papel ascendente. La cibergeopolítica modifica también el paradigma de la geopolítica. Desde la perspectiva de las relaciones internacionales, aparecen nuevos fenómenos como los ciberconflictos —sí, aquí todo es «ciber-»—. Las ciberguerras son ya una constante. Hoy en día no se necesitan espías como en la Guerra Fría: basta con interceptar y sabotear las comunicaciones del estado enemigo e infiltrarse en sus sistemas. «No es casualidad que casos como el de Edward Snowden o Julian Assange hayan sido considerados tan relevantes para la geoestrategia norteamericana, sus aliados europeos occidentales y el resto de fuerzas que integran la órbita atlantista».

Y aquí surge otra disyuntiva: Internet «libre» o Internet soberano. La regulación del ciberespacio y el marco jurídico-legislativo bajo el cual se debe encuadrar esta nueva área están siendo motivo de conflicto entre los grandes bloques geopolíticos. Querer controlar Internet es querer ponerle puertas al campo: ¿dónde empieza y dónde acaba? Recordemos, en el mundo virtual no existe la distancia y con ello, tampoco la geografía. Un ejemplo esclarecedor: cinco días antes de las elecciones se prohibió publicar sondeos electorales en España. Pues bien, se publican en Andorra y se pueden ver desde cualquier punto del país. Problema resuelto.

La dicotomía es mantener Internet soberano o «liberalizarlo». Potencias como Rusia, Irán, China, Turquía y Brasil poseen sistemas de control de navegación, mientras que los E.E.U.U. y la U.E. permiten la libre navegación. En principio el lector se decantaría por la segunda opción, pero párese a pensarlo: Occidente vela y promueve el «Internet libre», lo que además de una falacia, es una hipocresía descarada, para tener acceso a las redes de sus rivales geopolíticos —con todos los movimientos de espionaje, boicot y propaganda que esto conlleva—. Si Internet es libre, se puede penetrar mejor en su Red y con ello, en sus sociedades. Si, por ejemplo, Facebook estuviera presente en China, se podrían utilizar todos los datos que se generan en el país para saber cuáles son las preferencias, los gustos, la opinión de sus habitantes, etc.; y a partir de ahí, jugar en cibergeopolítica. Y es que «[…] las redes sociales —englobadas en lo que se conoce como Web 2.0— [son un] medio desde el cual es posible llevar a cabo actividades muy efectivas tanto para dañar al enemigo como para controlar a la población». Sistemas de Internet cerrados o abiertos: encaja perfectamente con la teoría amigo-enemigo de Carl Schmitt.