El sujeto radical y la espiritualidad de la espada
La Espada es el arquetipo del Alma Guerrera
Cada tipo humano tiene una esencia y un arquetipo impresos en su alma. La Espada es la esencia y el arquetipo del Alma guerrera. Sea cual sea la forma en que la sujetemos o la coloquemos, la Espada siempre se proyecta hacia el exterior con el terrible brillo de su acero o con la sorda agresividad de su bruñido. Este proyectarse hacia el exterior, fuera de su centro, manteniendo al mismo tiempo la estabilidad y la seguridad adecuadas, es el rasgo principal que ha caracterizado al alma guerrera a lo largo de las épocas y los siglos. El alma sacerdotal intercede y ofrece, el alma campesina siembra y cosecha, el alma artesana crea y produce, el alma guerrera defiende y lucha. Mientras que la trayectoria espiritual del sacerdote es vertical (fe) y horizontal (caridad), la de las almas campesinas y artesanas es horizontal (distribución), la trayectoria espiritual del alma guerrera es -como la punta de la espada in usum- hacia todas las direcciones de la Rosa de los Vientos y hacia todos los puntos del Zodíaco y de la bóveda celeste, como oblación permanente para la defensa de la Ecclesia, del Pueblo y de la Tierra de los Padres contra las agresiones de los enemigos. Por estas razones de espacialidad sideral, las almas guerreras pueden equipararse a una legión de ángeles en versión terrestre pertenecientes también al "Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sabaoth", el Dios de los Ejércitos, "ejércitos" entendidos aquí como las huestes celestiales, la milicia angélica.
Defenderse y luchar son la fisiología propia del alma guerrera, comparable a la fisiología de la respiración. Inhalo para defender, poniendo a la gens, a la Urbe y a la Vaterland detrás de mí con un sentimiento de protección; exhalo para luchar agresivamente y aniquilar a los mismos agresores que socavan la seguridad de la patria. La espiración (fase espiratoria), al igual que la Espada son una ascesis, una disciplina interior que presupone atención y entrega. En la Vía de la Espada japonesa, se enseña que en el duelo el samurái no debe estar concentrado en un solo punto, sino que debe tener una atención total en el "todo" mediante una práctica “desconcentrante”; si me concentro en un punto pierdo los otros noventa y nueve y seguramente me matarán, por lo tanto, debo tener una atención global, impersonal y desconcentrada aplicando la respiración zen en su fase espiratoria mientras observo al enemigo que tengo delante. La Vía Japonesa de la Espada también enseña que en el combate con el enemigo debo moverme junto a él en una especie de simbiosis danzante y de abandono, pues sólo así podré anticiparme a sus movimientos, neutralizarlos y matarlo.
Por ello, incluso en el ascetismo personal, es decir, en la Vía de la Espada Interior, el guerrero del espíritu debe observar cuidadosamente las pasiones que le atacan desde el exterior, repeliéndolas con la espada de la invocación del nombre divino y utilizando la exhalación agresiva del grito de guerra. Mientras que, con respecto a la agresión interna de los propios vicios capitales, el guerrero del espíritu debe utilizar la espada de la voluntad para quebrantarlos, así como la fase espiratoria, es decir, la exhalación de aire por las fosas nasales, para practicar la entrega a la Divinidad como Logos encarnado en su último grito guerrero, que ahora como Resucitado lucha con él y por él para darle la victoria: "Era ya cerca del mediodía y oscureció sobre toda la tierra, hasta las tres de la tarde, porque el sol se había eclipsado. El velo del templo se rasgó por la mitad. Jesús clamó a gran voz y dijo: 'Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Dicho esto, exhaló su último suspiro". (Evangelio de Lucas 23:46)
Arrojar el corazón por encima del obstáculo" era uno de los lemas que caracterizaban a la Caballería Italiana, como expresión sangrienta de su esencia guerrera. Este espíritu de oblación total, este movimiento hacia el sacrificio extremo sangriento o incruento, no sólo arrojando el corazón, por tanto, la fisicalidad y la vida, sino incluso el alma por la consecución de la Civilización Multipolar, por el retorno del Orden divino, es lo que caracteriza y debe caracterizar al Sujeto Radical. Sólo el nacimiento desde el Chaos edificador del Kosmos y, además, sólo el descenso y la permanencia en el submundo subjetivo y objetivo de lo Postmoderno, dan al Sujeto radical esa fuerza metafísica y, sobre todo, ese poder espiritual que le permiten ser moldeado por la energía de lo Divino como combatiente invencible y beligerante o más bien erradicador ontológico de la presencia satánica en el mundo. No escatimar esfuerzos por el bien de la causa, vivir codo con codo con el Ángel de la Muerte para erradicar el mal en uno mismo y en el mundo, elegir una vida de frontera fuera de los focos, hacer la transición al bosque ayudando a construir activamente comunidades orgánicas de destino con sus semejantes, luchar en la guerra metapolítica a 360 grados según sus propias fuerzas y los dones recibidos de lo Alto: Éstos son el mínimo común denominador y los elementos básicos de la Vía de la Espada, que deben caracterizar la vida y la acción de un auténtico Sujeto Radical.
La Espada es un símbolo de la Gran Guerra Santa
Por tanto, es necesario ponerse en la escuela del Duelo para aprender a utilizar la propia Espada interior, que antes de volverse contra los enemigos debe volverse contra uno mismo, en una especie de seppuku o harakiri espiritual, porque sólo destripando la propia alma sale la esencia del verdadero conocimiento, la sabiduría y la tenacidad implacable en la lucha contra el mal que domina el mundo. La enseñanza geopolítica de Aleksandr Dugin también se aplica a esta lucha interior. De hecho, el Poder del Mar, la anticivilización satánica del mar, la sociedad líquida que tiene sus agentes internos en nuestros vicios capitales, intentará siempre dominar y apoderarse definitivamente del Corazón, es decir, de la presencia de lo Divino en nosotros, para destruirlo e instalarse en su lugar. Por ello, el Sujeto Radical tendrá necesariamente que vivir una cruenta lucha interior en el infierno del alma, para que su sólido Corazón pueda vencer definitivamente al poder líquido del Mar, hasta el punto de poder exclamar con el aullido de la victoria: "¡Carthago delenda est!"
La necesidad de esta Gran Guerra Santa es ineludible, como lo es el arte de aprender a utilizar la Espada interior. El corazón de esta lucha no es escuchar los porqués de la razón, que puesta en sufrimiento, en mil casos con sus razonamientos, mostrará la aparente irracionalidad de una lucha interior que, en cambio, se funda precisamente en el realismo y en la realidad unívoca de la fe y la razón: el redimensionamiento del ego a la luz del Ser, la muerte de lo demoníaco y la victoria de lo Divino, la destrucción del hombre liberal como hombre de la corrupción y la afirmación del Sujeto radical como Hombre de la Tradición. A este respecto, hay que recordar siempre que "¡la mente, mente!" y que el camino seguro para ganar esta lucha es el don de una intuición fuerte iluminada por la voz y la sabiduría de lo Divino, capaz de cortar los pensamientos y razonamientos negativos y acomodaticios desde su inicio.
El Arte de la Espada Interior consiste principalmente -pero no exclusivamente- en lo siguiente. Hay que ejercer en grado sumo y contra todas las quejas de la propia naturaleza corrupta la lucha contra los 7 vicios mortales, mediante la práctica generosa de las 7 virtudes contrarias con la ayuda de la Divinidad, que nunca debe faltar y que puede darnos la victoria final en la Gran Guerra Santa:
Practique la humildad para erradicar el orgullo, con sus emanaciones de altanería y vanagloria, porque la humildad nos libera de sobresalir y nos da alas de águila para volar libres.
Ejerza la benevolencia para erradicar la envidia, porque la benevolencia nos libera de la tristeza y nos hace alegres y joviales.
Consiga la tranquilidad para erradicar la ira, porque la tranquilidad nos libera de la agresividad y nos hace serenos.
Logre la generosidad para matar la avaricia, porque la generosidad nos libera de la codicia y nos abre el corazón.
Consiga la laboriosidad para matar la pereza, porque la laboriosidad nos libera de la desgana y nos proporciona felicidad y un sentimiento de realización personal.
Consiga la sobriedad para moderar la gula, porque la sobriedad nos libera de la gula y nos proporciona el equilibrio de los sentidos.
Entrénese en la pureza para abatir la lujuria, porque la pureza nos libera de la lujuria y nos da un control adecuado de nuestra sexualidad.
La espada es el camino del sujeto radical
La Vía, el HACER, la vocación, la misión del Sujeto Radical es la Vía de la Espada. Es un Camino de Luz, un camino hacia la luz de lo Divino que atraviesa la monstruosa oscuridad, ad intra de la propia naturaleza corrupta, ad extra de la licuefacción del transhumanismo posmoderno. Como enseña Corneliu Zelea Codreanu, una piedra angular indispensable de inspiración para todo verdadero subjetivista radical: "Ama la trinchera, desprecia el salón", debe ser el punto de partida y una firme convicción del estilo de vida personal, para no dejarse tentar por los constantes espejismos del consumismo posmoderno y la dolce vita. Sin embargo, la lucha cotidiana del Sujeto Radical va más allá de la trinchera y, como el icono de San Jorge Caballero, se enfrenta siempre a la boca del dragón, al Leviatán, a su miasma, a sus grilletes, a su aliento de fuego y a sus huestes, no sólo para resistirle en la cara sino también para herirle con la rectitud sobrehumana de su comportamiento y la crueldad de su radicalismo exterminador.
En este tipo de existencia vivida constantemente en el limes del asalto metapolítico, el sujeto radical debe huir y crecer en la apatheia más rigurosa, en la impasibilidad más ruda, en la imperturbabilidad más granítica. El objetivo último in itinere del Sujeto Radical que practica la Vía de la Espada, debe ser únicamente la lucha apocalíptica y la continuación de esta lucha titánica. Él, en total indiferencia, no debe alegrarse por las victorias como tampoco debe afligirse por las derrotas, sino que sólo debe continuar la batalla por el bien de la causa. El Sujeto Radical nació y vive sólo para seguir luchando hasta la Victoria final, de plaza en plaza, de barricada en barricada, de frente en frente, de trinchera en trinchera. Como un panzer que no tiene alma propia pero es guiado por la destreza de un auriga experto, así el Sujeto Radical, ahora desprovisto de voluntad propia, será guiado exclusivamente por la Divinidad, por el Espíritu de Dios que habitará en su alma no por posesión sino por amor libre y compartido, convirtiéndolo así en un invencible guerrero ardiente guardián del fuego de la Tradición.
La Vía de la Espada es, pues, el destino de las vidas heroicas y la vida del Sujeto Radical es una existencia heroica vivida en grado sumo. Sólo un placer inmenso, infinito, celestial y angélico anima y debe animar las profundidades del alma del sujeto radical, como sustrato emocional constante de su Weltanschauung. Hablamos aquí de un placer guerrero o más bien belicista, un placer que pone su corazón marcial en la paz y la seguridad de ser guiado por la Divinidad y ser su instrumento consciente y libre. Un placer que es guía en la continuidad de la acción y en los momentos de descanso, un placer que atormenta en la vigilia y angustia en la espera. Un placer que pone en fibrilación las fibras más ocultas e íntimas del alma, un placer que es la quintaesencia del alma guerrera y del Sujeto radical. Es el placer supremo del "Gusto por la Lucha"... el significado último de la esencia de la Vía de la Espada.
Traducción de Enric Ravello Barber