El origen de la filosofía: una obra fundamental de Pavel A. Florensky
Pavel A. Florensky es, sin duda, una figura indispensable del pensamiento del siglo XX. Una inteligencia versátil, apasionada e intransigentemente antimoderna, ha pasado su vida, a lo largo de una vida marcada por el dolor y la tragedia, tratando de encontrar una salida al estado actual de las cosas. Así lo demuestra la reciente publicación de uno de sus volúmenes de gran importancia histórico-filosófica, además de teórica. Nos referimos a, Primeros pasos en la filosofía. Conferencias sobre el origen de la filosofía occidental, aparecido en el catálogo de Mimesis, editado por Andrea Dezi (para pedidos: 02/24861657, mimesis@mimesisedizioni.it, pp. 257, euro 22,00). El libro recoge dos ciclos de conferencias que Florensky pronunció entre 1908 y 1909 en la Academia Teológica de Moscú sobre el tema del origen de la filosofía. El texto se refiere a la edición rusa no abreviada que apareció en 2015.
El hilo conductor de toda la discusión se encuentra en la firme creencia del pensador de que la filosofía se originó en el culto a Poseidón. Dezi señala con Florensky: "La filosofía aparece en el siglo VI a.C. [...] como un impulso dialéctico [...] a la formulación de la idea religiosa de Poseidón" (p. 11). Para el filósofo ruso, como para Colli, "los conceptos filosóficos no son más que transformaciones de formas religiosas, míticas. El mitologema precede genéticamente al filosofema" (p. 11). La filosofía, en definitiva, no surgió como conocimiento "racional" en oposición al mito, sino que se mantuvo en continuidad con los contenidos expresados por el mito. El conocimiento teórico reformuló lo religioso de una manera nueva. Además, el mito no es en absoluto reducible a un conocimiento legendario, de fábula, hasta el punto de que, con la filosofía que descendió de él, se manifestaron en Tales los primeros rudimentos de la ciencia de la naturaleza. Tales fue el primero en comprender "la posibilidad de un cruce dialéctico de la actualidad poseidónica divina" (p. 12). Florensky llegó a esta tesis basándose en el renovado interés ruso por el pensamiento antiguo. En particular, sus páginas revelan la influencia de S. N. Trubeckoj, un maestro que el teólogo había seguido durante sus años de estudiante universitario.
El interés por la antigüedad había sido alimentado en Rusia, en aquella coyuntura, por las excavaciones que A. Evans estaba llevando a cabo en Creta: de estas excavaciones se esperaba la apertura de un mundo remoto y misterioso. Florensky estaba convencido de que se acercaba un cambio de época en el que lo nuevo sacaría a la superficie la antigua raíz de la civilización europea. El filósofo lo identifica con el platonismo: un platonismo, eso sí, decididamente cristianizado, según los cánones de la escuela teológica que había encontrado en la Academia de Moscú. En Rusia, el platonismo se había transfundido en los cultos populares, en la lectura mágica de la naturaleza a la que estaban apegados los campesinos. En una palabra, Florensky inició una revalorización de la "mirada del hombre sencillo" sobre el mundo: "La gente [...] ve ángeles en la hierba, en las flores, en los pájaros" (p. 16). Una concepción que enlazaba con el panpsiquismo neoplatónico, en el que la distinción entre sujeto y objeto había desaparecido. Esta particular lectura del platonismo, descendiente de Schelling, en cuyas obras se produjo la superposición de la filosofía de la naturaleza y la filosofía de la mitología, en particular del schellingianismo de V. I. Ivanov.
De ellos, el filósofo de las "puertas reales" heredó la visión rítmica de la historia. En ella manifestaría: "una sucesión constante de días y noches de cultura" (p. 18), de fases diurnas y nocturnas de la historia, dos hilos paralelos entrelazados. Las fases diurnas de la era moderna habrían continuado y estarían en sintonía con las antiguas fases diurnas, y lo mismo ocurre con las nocturnas. Así, lo diurno y lo nocturno "representan, más allá de cualquier orden cronológico, lo moderno y lo antiguo en la historia" (p. 18). La aparición de la filosofía es un fenómeno de un pasado con un rasgo diurno: "en la modernización de lo religioso en la que se reconoce por primera vez, toma forma un aspecto esencialmente moderno de la cultura" (pp. 18-19). Este pasado de la filosofía se identifica, en virtud de los descubrimientos cretenses, con la cosmovisión de la civilización minoica y posteriormente micénica. Creta, además, se sitúa en relación con el mito de la Atlántida, como se deduce de un artista, Léon Bakst, evocado en estas páginas, que representó la destrucción de esta antigua civilización en uno de sus cuadros. Es una clara representación del elemento poseidónico con la figura femenina sonriendo en el centro de la escena, que también evoca el terror antiquus en los contemporáneos.
¿En qué consiste ese terror? Al experimentar la angustia inducida por la constatación "naturalista" de la inmutabilidad del destino de los entes de la physis, la muerte: "La implacable ejecución del Destino puede aniquilar cualquier cosa; todo es frágil, una tenue sombra de una mirada" (p. 20). A pesar de ello, Amor-Afrodita sigue sonriendo. Al "Destino Destructivo" le corresponde la "Generación del Amor". El Zeus-Poseidón cretense no es otra cosa que la cara celestial de la Madre Tierra, el principio masculino "interno", tal y como se expresa en la filosofía milesia. Este aspecto celeste indica, para Florensky, la posibilidad de otro destino posible para el pensamiento europeo, nocturno, platónico y medieval, bien simbolizado por el caballo, el Pegaso alado, capaz de elevarse súbitamente desde la dimensión telúrica-poseidónica: "La posibilidad futura de superar la modernidad [...] se encierra precisamente en esta imagen "trascendentalmente" poseidónica" (p. 23).
El escritor, a diferencia de Florensky, cree que con la filosofía clásica se produjo una tergiversación conceptual, centrada en el logotipo, de la Sabiduría. Desde entonces, lo universal ha sustituido a la dimensión imaginal-poseidónica, estatizando la realidad. Lo moderno es el resultado de la primacía exclusiva de la proporción, de lo masculino sobre lo femenino. Para una relación no aprehensiva con la physis, es necesaria la recuperación de la potestas del Poseidón diurno.