El futuro del Estado ucraniano

16.02.2022

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

En medio de la tormentosa propaganda que Occidente ha desencadenado sobre la cuestión ucraniana – que va desde un llamado a la repatriación de los ciudadanos estadounidenses y europeos en Ucrania hasta la filtración por parte de los medios de comunicación de que el gobierno de Kiev ha comenzado a trasladar la infraestructura gubernamental y las instituciones más importantes a la frontera occidental del país – resulta difícil pensar o hablar de otra cosa.

Y ni hablar de la invasión, algo que el gobierno de Rusia jamás ha tenido dentro de sus planes. Pero uno puede preguntarse: ¿por qué Rusia invadiría Ucrania ahora? ¿Por qué no lo hizo en el 2014 cuando la situación le era mucho más favorable? Es por esta razón que descartamos de antemano semejante hipótesis, ya que el Kremlin no quiere solucionar este problema por la fuerza, aunque el resultado final fuera totalmente desfavorable para Rusia. Por lo tanto, debemos concluir que Occidente quiere que Rusia invada Ucrania y hace todo lo que esta a su alcance para que eso ocurra.

¿Qué ganaría Estados Unidos con ello? Pues el divorcio definitivo entre Rusia y Europa, además de la consolidación de la OTAN (la cual se está desmoronando frente a nosotros) y el pretexto perfecto para imponer toda clase de sanciones. Se espera que estas últimas provoquen una sublevación de las élites rusas contra Putin, ya que los activos de la élite rusa en el extranjero desaparecerían (o, al menos, eso es lo que ellos creen). Los estadounidenses consideran todo eso un excelente plan.

En caso de que los rusos no deseen invadir Ucrania se les puede obligar a que lo hagan de todos modos y de una forma bastante sencilla: en caso de que las Fuerzas Armadas ucranianas lancen una operación de castigo sobre el Donbass, Rusia tendrá que responder. Tanto las fuerzas apertrechadas para la guerra como las que no están preparadas para el combate se encuentran ahora desplegadas en las fronteras ucranianas. En caso de que Rusia no responde ante semejante ataque al Donbass, entonces las fuerzas ucranianas tomaran esto como una señal de debilidad y atacaran Crimea: todo volverá a empezar y los objetivos no cumplidos anteriormente volverán a la palestra. Incluso es posible que los ucranianos ni siquiera esperen a tomar Crimea para lanzar otra clase de ofensivas.

Esto nos lleva a asumir que Washington o, más bien, la elite globalista que está en el poder actualmente en los Estados Unidos (Biden y compañía) junto con los halcones británicos (que moralmente no se diferencian de su contraparte estadounidense y que están ávidos de volver a jugar a la geopolítica ahora que han dejado atrás el Brexit) han planeado todo esto. De ser cierto esto último, las historias sobre la invasión de Ucrania comienzan a tener sentido.

De todos modos, es improbable que la OTAN se involucre en este conflicto, lo cual tal vez decepcione a quienes se han preparado para un apocalipsis nuclear. Occidente no esta planeando desatar la Tercera Guerra Mundial, pero si quiere arrastrar a Rusia hacia un conflicto regional intenso. Esto significa que solo nos quedan dos opciones: luchar o no luchar. Occidente tiene a su disposición todos los medios necesarios para que no luchemos y conocemos muy bien lo que ha pasado anteriormente. Tras el golpe de Estado del 2014, la reunificación con Crimea y la liberación del Donbass, Washington esperaba desencadenar en cualquier momento una serie de acontecimientos irreversibles. El hecho de que hasta ahora el conflicto permaneciera dormido se debió al hiato que generó la administración Trump, que no estaba interesada en asuntos geopolíticos externos y espera resolver varios asuntos domésticos primero. El nacionalismo norteamericano de Trump – de carácter paleoconservador – era compatible con la multipolaridad. El hecho de que Trump se enfrentara con los globalistas (al Pantano, el cual nunca desapareció del todo) causó la ruptura del presidente de los Estados Unidos con la política exterior de los estrategas norteamericanos y llevó a que muchos catalogaran a Trump de rusófilo. Por supuesto, Trump no sentía la menor simpatía por Rusia, pero sí detestaba a los globalistas. Pero semejante acusación era ya suficiente como para sacarlo del poder. La geopolítica atlantista volvió a la Casa Blanca de la mano de Joe Biden junto con los “halcones” liberales y los neoconservadores. Era cuestión de tiempo que todos ellos decidieran reactivar la trampa ucraniana, la cual había permanecido activa todo este tiempo. Ahora ha llegado el momento oportuno para hacerla estallar.

Hasta ahora pareciera que Washington desea desencadenar una invasión rusa. Tal vez Rusia no desee que esto acontezca, pero no podemos ignorar el hecho de que una operación de castigo sobre el Donbass comience. Nada de esto depende de Moscú, mientras que Kiev únicamente está ganando tiempo. Ninguno de los dos quiere realmente un derramamiento de sangre de semejante magnitud y la OTAN sin duda no intentará salvar a nadie, ni siquiera si tiene como único objetivo derramar una mayor cantidad de sangre eslava. No obstante, Washington seguirá intentando llevar a cabo su agenda, por lo que Estados Unidos continuará ignorando las advertencias de Rusia sobre la expansión de la        OTAN y conoceremos muchas más calumnias como las hechas por Elizabeth Truss con respecto a Rostov y Voronezh. Tal actitud no solo revela la incompetencia de los globalistas con respecto al mundo ruso (incluida Ucrania) sino también su total indiferencia hacia estos temas, ya que no sienten ningún interés en aprender los nombres de ciudades y pueblos en un idioma desconocido. Todos ellos hablan de la invasión y actúan como si ella ya hubiera sucedido. De cualquier manera, en eso consiste la guerra híbrida: actuar como si todo ya hubiera acontecido.

Moscú continuará rechazando la guerra y sin duda tal actitud es la más honorable. Sin embargo, existen acontecimientos que se salen de nuestro control y por lo tanto deberíamos imaginarnos el siguiente escenario: se llega a un punto de no retorno y se produce una invasión en Ucrania. Los diarios occidentales ya han anunciado en voz alta como sucederá semejante despliegue militar: en algunas ocasiones lo describen de forma muy realista y en otras de manera bastante delirante. No obstante, todos los escenarios coinciden en que la parte oriental de Ucrania junto con Kiev será invadida por los rusos y que solamente la parte occidental continuará resistiendo indefinidamente. Sin duda, ello implicará la instauración de bases militares de la OTAN en los restos occidentales de Ucrania cuya capital sería Lviv. Sería desde allí que se desplegarían acciones terroristas contra la zona controlada por los rusos.

Lo interesante es que este escenario se parece mucho a las guerras que enfrentaron a los príncipes de Vladimir y Galitzia-Volinia por el trono de Kiev. En ese entonces Kiev había perdido por completo su importancia y se había convertido en una ciudad provinciana de tercera categoría. A partir de este momento estas dos partes del mundo ruso tomaron caminos muy distintos: el principado de Vladimir, y más tarde el de Moscú, se convirtió en un poderoso imperio, mientras que los rusos occidentales se convirtieron en una subcategoría étnica despreciada por el resto de la Europa Oriental católica. Fue el precio que pagó el arrogante Príncipe Daniil de Galicia por haber recibido la corona de manos del Papa… Occidente siempre promete ayudar a los cristianos orientales con el único fin de abandonarlos cuando llega la hora de la verdad. Lo mismo sucedió durante la caída de Constantinopla o cuando Saakashvili lanzó su invasión contra Osetia del Sur.

Pero es aquí donde se encuentra lo interesante: muchos consideran que los partidarios del mundo ruso y la geopolítica eurasiática reclaman una expansión desproporcionada de nuestras fronteras. No obstante, en la política todo empieza en base a una idea, en este caso la reconstrucción de las fronteras de Rusia-Eurasia y el mundo ruso. De todos modos, es mejor mantener ciertas reservas frente al futuro de Ucrania Occidental: resulta imposible integrar de forma etno-sociológica, histórica y psicológica esta región a Eurasia – con excepción de la Rutenia Transcarpática y toda una constelación de pueblos ortodoxos de Volinia –. Cuando Stalin volvió a integrar los territorios de Ucrania Occidental al Imperio, lo único que se consiguió fue aumentar su rusofobia y rechazar toda unidad. Este hecho parece estar conduciendo al colapso del Estado ucraniano actual.

Por supuesto, Occidente desea convertir estos territorios en su patio trasero, opción que debemos sopesar con cuidado (no sin antes liberar a los rutenos y a todos los pueblos que quieran estar de nuestro lado). De no tomar en cuenta todo esto, incluso en el caso hipotético de liberar toda Ucrania (algo a lo que los atlantistas nos obligan) debemos recordar siempre que la parte occidental jamás querrá hacer parte de nuestros proyectos políticos e intentará socavar desde adentro cualquier gobierno neutral y equilibrado que instauremos en Ucrania o en la entidad política que la reemplace. Por otro lado, las instituciones políticas ucranianas, tal y como existen ahora, son tan inmundas que dejarlas tal y como están ahora resulta algo imprudente. Además, no podemos desatar un régimen de terror en contra de un pueblo hermano, lo que nos lleva a tener que luchar contra el horror de Galicia-Volinia de forma indefinida. Ni siquiera Stalin fue capaz de integrar estos territorios y él hizo gala de medios bastante duros.

Uno podría preguntarse: ¿acaso no sería mejor dejar las cosas como están? ¿De qué sirve crear un nuevo Estado ucraniano si no logramos llevar a cabo un renacimiento de los pueblos eslavos? Zájidna Ukrayína puede seguir llamándose “Ucrania” (aunque, por supuesto, nosotros rechazaremos tal apelativo) o convertirse en “Bandera-stan”, eso no importa. Sin embargo, nuestro objetivo es construir un nuevo territorio a partir de la parte rescatable de ese país.

Otra aclaración: tanto Crimea como el Donbass han dejado de ser parte de Ucrania, pero resulta miope y poco digno fragmentar estas regiones en lugar de permitirles tener un papel histórico relevante. Debemos salvar a todos los que quieran ser salvados dándoles los medios para que se mantengan. A los ucranianos occidentales esto no les importa y se oponen a cualquier reunificación.

Sobrepasar los límites del “Gran Espacio” que nos ha sido asignado puede conducirnos al colapso. Solo debemos apoderarnos de aquello que podemos asimilar y defender de forma realista. Stalin entendió esto muy bien con respecto a Europa, buscando en varias ocasiones la “finlandización” o “neutralización” de la misma. No fuimos capaces de asimilar Europa del Este y continuar reteniéndola a la fuerza hubiera sido un suicidio.

Todos estos puntos no son más que especulaciones geopolíticas y la verdad carezco de información clasificada o contactos importantes. Este no es más que un análisis y en el planteamos la hipótesis de que si se produce una invasión – ¡y sólo dentro de este marco! – podemos decir que la cuestión de los territorios occidentales de Ucrania tendrá que ser tratada con delicadeza y mucha reserva. Construir un imperio – o revivir un imperio perdido – es un arte complicado, ya que no es un proceso lineal o monótono.