De la guerra civil religiosa a la guerra civil etno-religiosa
La Revolución, es decir, el período que los historiadores denominan comúnmente Modernidad, nace, propiamente hablando, con la fractura de la Cristiandad fruto del humanismo pagano y la revuelta protestante. El sensualismo, el pragmatismo y el naturalismo sustituyeron a la belleza austera y sacral propia de la Edad Media y con ello se desencadeno toda una catarata de acontecimientos que destruyeron la sociedad europea. Y es preciso anotar que, desde comienzos de la Modernidad, Europa se ha visto sumida en una serie de guerras intestinas que han incendiado el continente de forma continua.
Carl Schmitt comentaba con agudeza en su libro El concepto de lo político que la época moderna se inaugura con el nacimiento de los Estados Nación fruto de las guerras civiles de religión que enfrentaron a católicos y protestantes por toda Europa. El pensamiento racionalista europeo creo la soberanía estatal, es decir, el Estado nacional, soberano y neutral, con el fin de apagar las chispas de las guerras que sumieron a Europa en el desorden y la violencia continua durante todo el siglo XVI y XVII. Sin embargo, el triunfo del Estado moderno significo la fragmentación de la Cristiandad y la formación de una multitud de monarquías nacionales que se diferenciaban por sus preferencias religiosas. Esto fue un primer paso en la disolución del Sacro Imperio y el fortalecimiento del poder de los reyes y príncipes en detrimento de la autoridad espiritual: en efecto, la paz de Westfalia fue firmada por los príncipes católicos y protestantes a espaldas del Papado y significo la usurpación de la Verdad resguardada por la Iglesia por parte de los poderes seculares quienes concluyeron: cuius regio eius religio (según sea el rey así será la religión).
Ahora bien, este proceso de desintegración de la Cristiandad medieval, reventada y descocida por todas partes, no terminó con el triunfo de los príncipes sobre los sacerdotes, sino que progresivamente fue desmontando todos los elementos sociales y económicos de Occidente. A la guerra civil religiosa le sucedió la guerra civil política y racial que, como la definió el abate Sieyés era la confrontación entre el Tercer Estado, los descendientes franceses de los galorromanos, contra la aristocracia germana. Es decir, la guerra se traslada del ámbito religioso al campo social y el triunfo de la burguesía sobre la nobleza expresó el detonante final de esta transformación: triunfo de la democracia, del liberalismo, del economicismo, el utilitarismo y el materialismo.
Con la victoria de la burguesía, la autoridad política y cultural, encarnada en la nobleza fue dejada de lado y la economía terminó por sustituir a la política de los reyes y príncipes. Fue entonces, con el desarrollo de la sociedad industrial, la urbanización desenfrenada, la concentración de capital y los nuevos inventos tecnológicos que influenciaron la centralización de la organización de la vida humana (piénsese en la aparición de los trenes, los periódicos, las máquina de vapor y los sistemas de comunicación y transporte) los que terminaron por reestructurar por completo la sociedad y la economía. A la guerra civil política le sucedió la guerra civil económica, es decir la lucha entre los distintos estratos económicos impulsados por la retórica revolucionaria socialista y comunista que pretendía trasladar el igualitarismo del terreno político al económico. Fue así que se sucedieron las distintas confrontaciones sociales que oscurecieron la segunda mitad del siglo XIX y todo el siglo XX. La guerra civil económica fue entonces llamada lucha de clases. Y con la lucha de clases se extendió por todas las capas sociales el odio y el resentimiento contra la desigualdad: el feminismo, el comunismo, el terrorismo, el historicismo, el marxismo, etc… fueron los diferentes órdenes a donde fue llevada la guerra civil económica y su correlato socialista.
Finalmente, con el hundimiento de los grandes súper-estados socialistas como la Unión Soviética y Yugoslavia las confrontaciones económicas empezaron a disminuir pero los conflictos comenzaron aumentar. La guerra civil económica fue sustituida por la guerra etno-religiosa y cultural: se pasó de las confrontaciones sociales a las confrontaciones culturales e informáticas. Hoy día, con el aumento de la migración descontrolada, el desplome de la moral, la pérdida de soberanía de las naciones y el aumento de los movimientos identitarios en todo el mundo, se perfila una guerra intensa y a gran escala que antes que ser física es ante todo psicológica. La producción de violencia se traslada del ámbito político a los medios de comunicación y la sociedad civil.
Vale la pena decir que el Estado nacional, que había sido el marco de confrontación histórica de todos estos conflictos sociales y hemorragias internas que sufrieron los pueblos derivados de las guerras de religión, comienzan a desaparecer y a reventarse al comienzo del siglo XXI. La destrucción de la Cristiandad medieval terminó por hacer desaparecer la unidad religiosa del mundo Occidental en el terreno espiritual, mientras que en el ámbito temporal significo la desaparición del feudalismo, el Imperio, la Sagrada Tradición y la Monarquía. El proceso de creación de los Estados nacionales implicó grandes convulsiones espirituales y materiales que fracturaron a Europa y al resto del mundo, y no hace falta decir que su desaparición implicará convulsiones igual de destructivas.