Clinton contra Trump. Sexismo y rusofobia

17.10.2016

A raíz del segundo debate televisado entre Hillary Clinton y Donald Trump, ofrecemos el comentario para Katehon de Marcello De Angelis*.

Los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos han ofrecido, con su segundo cara a cara televisivo, una sección transversal repugnante de la sociedad de la cual son expresiones y a la que representan. Acusaciones triviales, respuestas ásperas. Como se ha convertido en el vicio incurable de la política mediática y de la información política en Occidente, las debilidades humanas, la cháchara, las categorías hipócritas de la corrección política y las imposturas, han oscurecido por completo los elementos concretos del debate: no se habla de economía, del empleo, de los modelos de desarrollo, de energía, se habla acerca de la picazón sexual y los postizos. Al igual que en Italia, para el caso.

Sin embargo, en el pantano de lo trivial, un elemento importante que proporciona una indicación bastante clara de las verdaderas diferencias de visión políticas entre el magnate y la esposa del ex presidente ídolo de pasantes, asomó con timidez. Hillary acusó a Trump - además de ser un sátiro desbocado - de mirar con buenos ojos a Rusia y de haber tenido relaciones económicas con el presidente Putin. Trump respondió que Rusia y el ejército de Assad son actualmente el mejor aliado en la guerra para derrotar al sedicente califato, es decir, al Isis. No es el momento ni el espacio para recordar la crítica que la misma Clinton dirigió en el pasado a la administración demócrata y de Obama, es decir, la acusación de haber favorecido o incluso abogado por la creación y el fortalecimiento de Isis en Irak, en función anti-iraní.

Sin embargo, a partir de las pocas palabras de los debates recientes, parece que Hillary ha aclarado mejor cuáles serían las prioridades de "su" América en caso de victoria: entre Rusia y el Isis, parece creer que los asesinos son el mal menor.

Los EE.UU., por su naturaleza, tienen la necesidad vital de mostrar al mundo un "enemigo de la humanidad", del cual se proponen como alternativa, justificando así la auto-conferida misión de tutor y policía planetario. Sin un terrible enemigo que quiere destruir el planeta, los EE.UU. podrían aparecer a los ojos de los ciudadanos del mundo como una potencia imperial que busca imponer y justificar su propio dominio económico con brutalidad y cinismo.

Después de la implosión de la Unión Soviética - y antes del "descubrimiento" de la amenaza islamista - la fábrica del imaginario de Hollywood, sólo para mantener la sensación de inseguridad de los ciudadanos, tuvo incluso que poner al día las invasiones exóticas de los años sesenta con la superproducción grotesca Independence Day, de 1996.

Luego, con el choque de civilizaciones de Samuel Huntington, del mismo año, cada cosa volvía a su lugar. Los neocons, los teocon y todos lo demás encontraron en un nuevo espíritu de cruzada en salsa calvinista la razón de ser de la superpotencia norteamericana.

Pero los analistas económicos estaban alerta y no bajaron la guardia ante los nuevos competidores molestos: India, China, Brasil, Irán, Europa y - después de un período de ajuste - la nueva Rusia.

Frenar el crecimiento de los países de América del Sur (Brasil y Venezuela) a favor de la ingobernabilidad era fácil, siguiendo un modelo de intervención ya ejecutado en los años sesenta. Con Irán no son bastante décadas de sanciones, guerras y tentativas de golpes de estado. Con China han emprendido sobre todo una guerra de divisas en torno al control por parte de los chinos de la deuda exterior de Estados Unidos y su devaluación. Europa ha demostrado ser el ratón proverbial con el que el gato juega sin matarlo necesariamente. Los "mercados", las agencias de calificación, las centrales informativas, han paralizado cualquier intento de reforzarmiento de la Unión o de sus miembros individuales y finalmente, con la emergencia de refugiados, se ha desatado en el Viejo Continente un bombardeo humanitario que paralizó toda la planificación económica y la reforma social, alterando profundamente los equilibrios políticos internos.

Sin embargo, Rusia ha demostrado ser un hueso más duro. Ya con la ampliación de la UE hacia el Este, los EE.UU. han jugado su juego, constituyendo, con ayudas económicas para crear lazos de dependencia, un cordón sanitario de antiguos países comunistas entre Rusia y Alemania, con el fin de socavar cualquier esperanza futura para construir una fusión infraestructural euroasiática, en particular, deteniendo el flujo de los recursos energéticos. Luego, han invertido en la desestabilización de Ucrania con el fin de privar a Rusia de las salidas al mar, después de que con la crisis de Siria la flota rusa hubiera perdido la única base de apoyo en el Mediterráneo. Luego impusieron y expandieron gradualmente sanciones económicas y comerciales.

Los italianos, en particular, deberían ser conscientes de que la caída provocada de Berlusconi no es ajena a los lazos políticos y personales con Putin, Erdogan y Gadafi, y a los acuerdos firmados con Rusia, Turquía y Libia para transformar Italia en el centro de distribución de energía y nodo de los gasoductos del Sur y del Este.

Rusia, dada repetidamente por moribunda, sin embargo sigue en pie y, de hecho, reforzada. Paradójicamente, la política de sanciones, en la que Europa ha seguido el diktat de los USA con actitud suicida, ha creado un circuito económico y comercial paralelo en el que han hecho red todos los excluidos, potenciándose los unos a los otros: China, Irán, India, Rusia y muchas otras economías emergentes buscaron alianzas sólidas.

Con la intervención militar en Siria, Rusia ha vuelto a ser a todos los efectos un actor global. Y vanos los intentos de desatar un conflicto entre Rusia y Turquía, con la demolición del caza ruso acusado de violar el espacio aéreo turco, el 24 de noviembre. Con motivo del golpe de estado fallido contra Erdogan - que los círculos cercanos al presidente sospechan dirigido por EE.UU. - resultó que el piloto golpista que bombardeó el Parlamento de Ankara y ametralló a la multitud - después de repostar en una base de la OTAN - era el mismo que derribó el caza ruso, lanzando su propio país al borde de una guerra.

Nada nuevo. Se trata de hechos conocidos para todos los observadores más o menos atentos. Entre ellas, obviamente, no se encuentran los millones de ciudadanos de Estados Unidos que serán llamados en breve a elegir al "hombre (o mujer) más poderoso del mundo", que conduce el país "líder del mundo libre".

Nunca más que ahora fue difícil y confuso, el ocupante de la Casa Blanca podrá hacer quizás bien poca cosa por los problemas del empleo y de la sanidad de sus ciudadanos, pero mucho para determinar un nuevo rumbo en la geopolítica de los conflictos. Los demócratas, como siempre, parecen favorecer el mantenimiento de un conflicto permanente y una política de caos que impida a cualquier posible competidor crecer y consolidarse, manteniendo así el liderazgo mundial de los EE.UU.; los republicanos, como en el pasado, parecen más propensos a replegarse en su tierra natal y centrarse en la política económica y comercial.

Las dos opciones necesariamente determinarán una elección radical en el trato con el otro, ahora una vez más representado por el "oso de Moscú". Los guionistas de Hollywood probablemente están desempolvando el vestuario por una nueva serie sobre el regreso del Imperio del Mal.

 

* Periodista, antiguo director de la revista Area y del diario Il Secolo d'Italia. Ha sido senador y diputado del Parlamento italiano. Ha formado parte de las comisiones parlamentarias de presupuesto y de defensa y ha desempeñado el cargo de Secretario de la Comisión de Investigación del Parlamento sobre el uranio empobrecido en los teatros de guerra. Estudioso del mundo islámico y el Medio y Cercano Oriente.