La brecha económica entre la América del Norte y la América del Sur: un legado del siglo XIX
A través del estudio de la historia y la geografía, es posible observar cómo las potencias militares han dado lugar a modelos de colonización diferentes, más allá de perseguir objetivos geopolíticos semejantes. La brecha entre la América del Norte y la América del Sur, concretamente la existente entre los territorios de influencia cultural inglesa y el resto del continente americano, es justificada a través de los modelos de colonización que tuvieron lugar en la región.
A grandes rasgos, puede decirse que en América se aplicaron dos grupos distintos de modelos de colonización: en Norteamérica los conquistadores viajaron con sus familias y la mezcla con la población nativa fue menor, debido a la política de segregación de los grupos autóctonos; establecieron un sistema económico basado en el comercio triangular atlántico; tuvieron asambleas representativas como forma de organización política; en la América hispana los conquistadores y exploradores no viajaron acompañados de sus esposas durante los primeros viajes, cuya implicación más inmediata fue el rápido, continuo y marcado mestizaje; se estableció un modelo mercantilista monopolista de largo alcance sustentado en las actividades agropecuarias, la minería y el comercio; existió una estructura burocrática fuertemente centralizada; la población autóctona tuvo mayor representación y participación política, si se compara con el modelo británico.
Aunque los procesos de colonización u ocupación de España-Portugal e Inglaterra-Francia guardaron algunas semejanzas entre sí, razón por la cual son generalmente agrupados por historiadores en una misma categoría, lo cierto es que, a la hora de analizar con mayor profundidad la dinámica de dichos procesos, se advierte que existieron diferencias importantes. De manera que, no debe obviarse que la América Latina es heredera de los sistemas de ocupación españoles y portugueses — y en menor medida, también de los franceses y holandeses — . En cuanto a Norteamérica, debe destacarse que los modelos de colonización franceses y británicos fueron, en no pocos puntos, sustancialmente diversos. Francia, por ejemplo, prohibió el establecimiento de colonos no católicos. Mientras tanto, Inglaterra y Holanda permitieron la libertad de cultos en sus colonias; fundaron colonias populosas y muy cercanas entre sí, mientras que las colonias francesas eran dispersas territorialmente. En el caso de España, en función de la orden religiosa, se evidencian diferencias relevantes en el proceso de colonización: los dominicos, los franciscanos, los agustinos y los jesuitas tuvieron distintos aportes en América, más allá de los rasgos comunes que compartieron sus misiones, a través de los repartimientos y encomiendas. En cuanto a Brasil, colonia portuguesa, no se llegaron a implantar las encomiendas.
Sin ignorar el impacto que tuvieron los procesos de colonización en América y el establecimiento de instituciones en los territorios ocupados, llama la atención que, hasta mediados del siglo XVIII, no existió gran diferencia entre la riqueza producida en la América del Norte y la América del Sur. De hecho, John Coatsworth (2008, p. 549) señala que, para 1700, las provincias españolas de Cuba, Barbados y Argentina eran más ricas que las provincias inglesas en América; México estaba ligeramente por detrás. A nivel educativo-pedagógico, es un detalle a veces se omite a la hora de hablar de la independencia de las provincias españolas en la América del Sur, aún cuando se trata de una cuestión importante para comprender, en una amplia dimensión, la relación centro-periferia que ha marcado, desde entonces, la relación de los norteamericanos y los sudamericanos, probablemente debido a que, fue en este período que se construyeron los grandes mitos de los héroes nacionales y las epopeyas románticas históricas latinoamericanas.
Mientras que la Revolución Industrial tuvo lugar en la América del Norte, a la América del Sur llegaron los inventos producidos en esta. Entre las diversas razones que explican el hecho de que la Revolución Industrial no ocurriera en la América del Sur, destacan las siguientes: el 90 por ciento de la población vivía en la pobreza, el mercado para productos manufacturados era pequeño, los grupos económicos poderosos se beneficiaban de la exportación de productos agrícolas, los incentivos para invertir en la industria manufacturera eran bajos, los tratados y convenios suscritos por las nuevas repúblicas no favorecían el establecimiento de industrias nacionales — los términos eran muy desventajosos — , la fragilidad de los Nuevos Estados hacía de estos un blanco fácil de invasiones por parte de potencias extranjeras, el establecimiento de una relación geoeconómica de dependencia, etcétera. A lo largo del siglo XIX la América del Norte se industrializó y urbanizó a un ritmo muy superior al de las jóvenes repúblicas de la América del Sur, debido a que estas se enfrentaban a una profunda crisis de gobernabilidad, manifestada a través de la anarquía generalizada, la pobreza de los ciudadanos, el surgimiento de caudillos, entre otros factores. Las guerras de independencia condujeron a la fragmentación del poder político, así como también a la militarización de la sociedad . El pago de las deudas contraídas por los independentistas fue una dura carga para los Estados rudimentarios que surgieron en las antiguas provincias españolas.
Tan solo entre los años 1822 y 1825, el monto combinado de los préstamos que Gran Bretaña le dio a los países hispanoamericanos fue de aproximadamente 20.000.000 libras esterlinas. El diplomático George Canning, en 1824, dijo que la América Española era libre, y mientras no manejaran sus asuntos de mala manera, ella sería inglesa (Sandoval, 2017; Gallagher & Robinson, 1953, p. 8; Bonilla, 2009). Solamente entre los años 1824 y 1825, poco antes de que estallar la burbuja financiera de 1825, 624 sociedades anónimas nuevas fueron creadas en Londres, de las que 46 se especializaron en transacciones en Latinoamérica, en un marco de dudosa legalidad, debido a que España no había reconocido la independencia de ellas — la de Venezuela, por ejemplo, fue finalmente reconocida en 1845, con la firma del Tratado de Madrid — .
Mientras tanto, la América del Norte se desarrollaba rápidamente: mientras que para el año 1800 apenas el 6 por ciento de la población estadounidense vivía en ciudades, para el año 1900 el porcentaje había subido a 40 por ciento; el mercado laboral se diversificó y complejizó, a medida que nuevas necesidades surgieron y otras dejaron de ser prioridades. Ya a finales del siglo XIX, los Estados Unidos de América superaron a Inglaterra como el principal centro de manufactura del mundo; sus ingresos per cápita ya se acercaban a los de las principales potencias europeas, a quienes superó en las primeras décadas del siglo XX. Además de haberse beneficiado de la primera revolución industrial del siglo XVIII, los Estados Unidos de América fueron, a mediados del siglo XIX, base de la segunda revolución industrial. Desafortunadamente, la América del Sur se vio escasamente beneficiada de estos dos eventos tecnológicos.
En la América Latina, la inestabilidad y la anarquía fueron variables constantes durante el siglo XIX, especialmente en países como Venezuela, si bien a partir de la segunda mitad de dicho siglo ya se registraban importantes avances en materia política, económica y social. Las guerras civiles duraron varias décadas y las disputas territoriales entre Estados soberanos vecinos marcaron la historia política de la región en este período. El caso más importante quizá sea el de Paraguay, país que perdió gran parte de su territorio a partir de los eventos de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Una situación que no se vivió en Estados Unidos, al menos no en las mismas dimensiones bélicas, políticas y económicas.
Sobre esta cuestión, Leandro Prado (2005) invita a ver más allá de la comparación entre los Estados Unidos y la América Latina. Durante el siglo XIX, si bien es cierto que se abrió por un gran margen la brecha entre los Estados Unidos y América Latina, debe tomarse en consideración que el desempeño de las economías latinoamericanas fue mejor que el de Asia, África y Europa Oriental. Y particularmente, durante el período 1870–1913, la brecha logró cerrarse ligeramente, gracias al desarrollo económico de países como Brasil y Argentina. De manera que, aunque ha existido una relación de dependencia, sostenida en los convenios suscritos con las grandes potencias militares y económicas del mundo, esta brecha no siempre ha sido igual de grande, en términos reales. El desarrollo de las economías asiáticas, las cuales anteriormente tuvieron un peor desempeño que las economías latinoamericanas, también debe ser objeto de discusión, análisis y reflexión.
Las coyunturas económicas son complejas y exigen una visión integral del entorno, con el fin de diagnosticar las principales oportunidades y amenazas al proyecto de desarrollo económico nacional. La brecha económica entre la América del Norte y la América del Sur se formó y extendió en el siglo XIX. Aunque algunos le atribuyen al Imperio Español la culpa del subdesarrollo de las economías latinoamericanas, llama la atención que el desempeño económico de las provincias inglesas en América era muy similar al de las hispanas. En las últimas décadas, el crecimiento económico de países como Corea, Japón y China, alguna vez inferior al de las principales economías de América Latina, evidencia que es posible cerrar las brechas y superar los obstáculos que impiden el desarrollo de una nación. No debe ignorarse que, durante el siglo XI D.C., China fue más rica que Japón, Inglaterra, los Países Bajos e Italia. De hecho, existen estudios que sugieren que ese período dorado de prosperidad china duró más de un siglo, aunque no hay consenso entre lo investigadores.
Aunque la realidad de los países de América Latina es compleja, debido a las particularidades históricas y culturales de cada uno, la evidencia empírica sugiere que, al menos a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y sin obviar las limitaciones de la estadística para ese entonces, las economías latinoamericanas experimentaron un desarrollo significativo y positivo. En términos de costos de transacción, la independencia de las provincias hispanas tuvo un impacto muy negativo, debido a que la institucionalidad española ayudaba a reducirlos. Pero después de varias décadas, se vieron algunos resultados positivos en materia económica. Según John Coatsworth (2008, p. 551), fue en el período 1700–1850 que la América del Sur fue superada por la América del Norte, particularmente a partir de la Revolución Industrial y las guerras independentistas. Tampoco debe ignorarse la brecha que, durante el siglo XIX, existió en la región: algunos de los países latinoamericanos llegaron a tener rentas cercanas a las de los países más ricos del mundo, mientras que otros estaban al nivel de los más pobres.
Diversas teorías han surgido, desde hace varios años, para explicar la brecha que se formó en los dos polos de América, sin resultados concluyentes. Una revisión de las distintas perspectivas e interpretaciones sobre la formación de la brecha, a partir de la evidencia empírica registrada, señala que el subdesarrollo latinoamericano ha estado sustentado en la pobre institucionalidad, la desigualdad y la inequidad traducidas en falta de oportunidades, la particular geografía de la América del Sur y la tecnología disponible para entonces, las dificultades para modernizar a tiempo la legislación económica hispana, la noción de estatus y poder, las instituciones extractivas de las élites, la alta mortalidad, la proliferación de enfermedades en territorios como Guyana, la incapacidad de aprovechar la Revolución Industrial que tuvo lugar en Inglaterra, los precarios servicios públicos, las tensiones étnicas, etcétera. En menor o mayor medida, dependiendo del país latinoamericano, investigadores como Daron Acemoglu, Douglas North, Simon Johnson, James Robinson, Stephen Haber, Noel Maurer, Stanley Engerman, Kenneth Sokoloff y Armando Razo, han estudiado la influencia de estas variables en el estancamiento de Latinoamérica y la profundización de la brecha con Norteamérica.
La compleja geografía de América Latina no solo ha sido, a lo largo de la historia, una dificultad para intervenir militarmente a los países que son parte de la región; esta condición también dificultó, durante el siglo XIX, la realización de grandes proyectos empresariales e industriales, debido a los altos costos de los mismos y las características de los principales ríos de la región, cuyo mayor potencial estaba en el Amazonas. En comparación a la América del Sur, la Norteamérica dieciochesca y decimonónica ofrecía mayores oportunidades, a través de sus ríos y canales de navegación, para el transporte e intercambio de bienes y servicios. A medida que la tecnología se ha ido desarrollando, la particular y compleja geografía de la América Latina ha perdido peso como factor limitante para su desarrollo económico; la ingeniería dispone de nuevas herramientas para emprender en los territorios de la América del Sur.
Sin embargo, como se evidencia en Carciente (1997), el Protocolo Rojas-Pereire — empresarios judíos de origen sefardí, alguna vez tan importantes como los Rothschild — , en tiempos de Antonio Guzmán Blanco, es una muestra del potencial geoeconómico y estratégico que ya se visualizaba en el Amazonas, el Orinoco y el Esequibo, a través de la conexión fluvial de la América del Sur. El proyecto no prosperó, por razones que trascienden la cuestión de la rentabilidad y se relacionan con el ímpetu patriótico-nacionalista y las disputas por parcelas de poder entre los principales grupos políticos y económicos de Venezuela. A raíz de la ocupación de Guyana por parte de los ingleses, se alegaba que estos buscaban expandirse en los territorios ubicados al sur de Venezuela. Supuestamente, los ingleses iban a ocupar el territorio de forma paulatina. En caso de que estos fueran agredidos, Inglaterra tenía el justificativo para una acción militar legítima: la necesidad de proteger la vida de los ciudadanos ingleses, agredidos por fuerzas venezolanas. Aunque este ambicioso proyecto no se materializó, unos años más tarde los alemanes realizaron el Gran Ferrocarril de Venezuela. Debido a su baja rentabilidad, se presume que el interés principal de este proyecto era geopolítico, más que económico.
La profundización de la brecha que existe entre América Latina y los Estados Unidos producto de las gestas independentistas del siglo XIX, pero ella, al menos en sí misma, no es la culpa del subdesarrollo de nuestras economías. Existe una relación de dependencia entre el centro y la periferia, en cuyo contexto América Latina ha tenido históricamente un papel importante como surtidor de materias primas. El sistema geoeconómico no está establecido en condiciones de igualdad y equidad; unos están en una posición de mayor ventaja que otros, ya sea por la tecnología, la abundancia de recursos, la mano de obra barata, la legislación laboral u otros factores. Pero el caso de China, superpotencia emergente que podría desplazar en algunas décadas a los Estados Unidos de América, sirve para evidenciar que los países pueden salir poco a poco del subdesarrollo. En otro orden de ideas, Argentina demuestra que un país desarrollado puede convertirse en uno subdesarrollado. De manera que, la configuración geopolítica y geoeconómica que surgió a partir de las gestas independentistas del siglo XIX sirve para comprender las causas de la relación de dependencia de la América Latina con los Estados Unidos, pero tampoco es que la justifica; no es la única causa del subdesarrollo latinoamericano y tampoco implica que esa brecha tenga que, necesariamente, perdurar toda la vida.
Referencias:
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